La «gente de bien» y la esclavitud en Chile

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Chile no fue el segundo país en abolir la esclavitud, como se ha dicho con motivo de la promulgación de la Ley Zamudio —ley que deseamos rija de verdad y no sea escamoteada—. La abolición de la esclavitud costó mucho y aun después de promulgada la ley, los dueños de esclavos se negaban a cumplirla. | VIRGINIA VIDAL.*

 

Dicha ley se decretó en 1823, durante el gobierno de Ramón Freire (1787-1851) quien, tras la abdicación de O’Higgins, fue elegido Director Supremo.

 

Con anterioridad a la legislación chilena, Toussaint Louverture ocupa Santo Domingo y proclama la libertad de los esclavos en 1801.

 

– Dinamarca prohíbe el tráfico de esclavos en 1803.
– En 1791 los esclavos se rebelan en Haití y en 1804 declaran su independencia.
– La Convención decretó la abolición de la esclavitud en Francia y sus colonias en 1793, pero en 1802 Napoleón Bonaparte la restableció.
– 1817: Francia prohíbe la trata. Sólo en 1848 quedó abolida la esclavitud en todas las colonias francesas.
– En 1810 Miguel Hidalgo proclama la abolición de la esclavitud en México.
– El Supremo Poder Executivo Provisorio de las Provincias Unidas del Río de la Plata decreta, el 2 de febrero de 1813, la libertad de todos los esclavos nacidos desde el 31 de enero de 1813 en adelante.
Simón Bolívar decretó la abolición de la esclavitud en 1816; vuelve a plantear la situación de la esclavitud en el Discurso de Angostura, de 1819, y nuevamente en el Congreso de Cúcuta en 1821.


 

No podemos olvidar que bajo el gobierno de José Miguel Carrera se promulgó en Chile, el 15 de octubre de 1811, el decreto de abolición de la esclavitud. Correspondió al prócer Manuel de Salas la paternidad de esa Ley de Libertad de Vientres, que proclamaba:
“Todo hijo de esclavo nacido en Chile, o aquellos esclavos que pisen el territorio nacional, serán considerados hombres y mujeres libres”.

 

Carrera señaló que “la esclavitud es incompatible con los sentimientos de los pueblos libres”, decretó la libertad de los esclavos y formó el primer batallón para defender la independencia de Chile, núcleo del futuro ejército nacional. El Batallón de los Infantes de la Patria estaba formado por doscientos africanos y mulatos libres, y tuvo su origen en el Batallón de los Pardos. 


 

No olvidemos los nombres de los únicos caballeros que acataron la Ley de Libertad de Vientres de 1811 y manumitieron a sus esclavos. Fueron sólo cinco: José Miguel Carrera, Juan Pablo Fretes, canónigo de la catedral de Concepción, Antonio José de Irisarri, Santiago Pérez y José Antonio de Rojas.
Esa ley fue muy obstaculizada y los patricios, en connivencia con el clero, hacían constar la calidad de esclavos en las partidas de nacimiento cambiando fechas. Un nuevo decreto, del 25 de mayo de 1813, obligó a los párrocos a borrar la nota de esclavos en las partidas, y a omitirla en adelante.

 

«Regimiento de Ingenuos»

La ley fue aprobada por unanimidad. Pero después vinieron las protestas, las maquinaciones, la defensa de la “propiedad de los esclavos”, la exigencia de indemnizaciones. Como los esclavos africanos estaban dispuestos a pagar la libertad con sus vidas, fueron los primeros en acudir, en contra de la voluntad de sus amos, al llamado independentista de José Miguel Carrera.
Se trataba de contener la invasión española comandada por el general Osorio. Muchos esclavos se fugaron para incorporarse al ejército patriota. 


 

Por decreto de 29 de agosto de 1814, la Junta encabezada por Carrera creó el Regimiento de Ingenuos de la Patria: “Tal era el título —dice dicho decreto— del brillante cuerpo que van a componer esos miserables esclavos que, con infamia de la naturaleza y oprobio de la Humanidad, han llevado hasta aquí el yugo propio de las bestias”.
Este decreto promete la libertad al instante mismo del alistamiento. La palabra “ingenuo” es, en este caso, un término jurídico que significa “que nació libre y no ha perdido su libertad”.


 

Pero lo cierto es que prevaleció el respeto a la propiedad y los amos no respondieron a los dictados del gobierno. Se negaron a dar la libertad a los esclavos. Carrera promete que “su valor (que será apreciado con exactitud) se pagará progresivamente a los amos, con la mitad del sueldo que en cada mes deben gozar los soldados hasta completar su estimación”. Pero los esclavos seguían siendo esclavos, incluso aquellos que se enrolaban en el ejército. No se cumplía el decreto de 1814.

 

Hasta hubo un esclavo que luchó por la libertad de Chile, y como fue obligado a volver con su amo, quiso zafarse de la esclavitud dedicándose al sacerdocio. Tampoco se lo permitieron.


 

Por su parte, el jefe de gobierno, general Freire, representaba una política marcadamente colonial y era secundado por su ministro Mariano Egaña. Como señala Feliú Cruz: “Egaña no creía en la democracia y prefería que las masas siguieran viendo en el poder, generado en un grupo o casta, lo intangible, lo absoluto, lo impersonal, casi lo divino de ese atributo”.

 

El Gobierno usó todos los subterfugios imaginables para impedir la aplicación de la ley. Llegó a vetarla. Egaña consideraba que tal ley “atentaba contra el derecho de propiedad” y era “un atropello, un despojo violento, la coacción de un derecho”. Insistió en la indemnización, aún a costa del erario nacional o por suscripción pública.

 

Esclavistas acérrimos

Los esclavistas usaron toda clase de triquiñuelas. Llegaron a presentar al Senado un documento “firmado” por doscientos esclavos que solicitaban seguir siéndolo. En tal documento no aparecen las firmas, solo cruces. Los patricios recurrieron entonces a las madres de familia, que hicieron una presentación para abrogar la libertad de los esclavos con tal insolencia, que el Senado la devolvió “porque falta el decoro debido a las autoridades”.
(Esa movilización de las madres patricias es el más claro precedente de la marcha de las cacerolas y de las acciones contra los militares constitucionalistas en el periodo de la Unidad Popular).

 

Freire, el Director Supremo y su ministro Egaña, hallaron esa presentación “demasiado fundada”.


 

La esclavitud rompía fronteras. En 1821 el gobierno fue notificado de que se habían introducido nuevos esclavos al país.
El inciso primero del artículo 4º y en el artículo 6° de la Constitución sancionada y promulgada el 30 de octubre de 1822, bajo el gobierno de O’Higgins, dice: “Son chilenos todos los nacidos en el territorio de Chile y todos los chilenos son iguales ante la ley sin distinción de rango ni privilegio”, por el que quedaba abolida la esclavitud. Pero sólo tuvo vigencia menos de tres meses, ya que el 28 de enero de 1823 caía el gobierno.


 

Bajo el gobierno de Freire, José Miguel Infante, valiente defensor de la causa de los esclavos, luchó contra aquello que Manuel de Salas llamaba “el deshonor de la Humanidad”.

 

El discurso de Infante

En sesión del Congreso del 23 de junio de 1823, Infante propuso el proyecto de acuerdo de “declarar libres a todos los esclavos existentes en Chile, y a todos los que pisen el territorio nacional”, no sin antes denunciar la monstruosa condición a que se hallaban sometidos por los amos. Señaló que la ley de 1811 no se cumplía
“Primero, debido a que no inscriben a los hijos de los esclavos, nacidos con posterioridad a ese acuerdo, en los registros parroquiales, testificando, como era de su deber, la calidad de libres de esos individuos, antes bien, insisten en la costumbre de hacerlos figurar como tales, de lo cual se han originado las más serias disputas entre los esclavos, cuyos hijos nacen libertos, y los propietarios”.


 

En seguida, Infante denunció:
“La armonía, la tranquilidad, el respeto y la consideración que antes existían entre amos y esclavos se ha roto, por manera de que lo que antes fue paternal protección del señor para con el siervo, es, hoy en día, una tiranía del dueño y una repulsa constante del oprimido a aceptar un imperio basado en el castigo.
«Los esclavos, esa materia racional, viva, humillada por el despotismo de una ley injusta y la avaricia de unos cuantos hombres, defienden el carácter legal en que nacen sus hijos, como es natural, no alegan por ellos, que están conformes con su miserable estado, pero no pueden ver impacientes que sus mujeres sean conducidas al aborto, estrechadas a alumbrar antes de tiempo, a fin de no conceder la libertad a esos seres, y cuando se resuelven a tolerar el alumbramiento, con dilaciones especiosas, con recursos calculados, impiden dejar constancia en los registros parroquiales, de acuerdo con los párrocos, de que ese individuo era civilmente libre”.


 

Las denuncias de Infante iban mucho más allá y testimoniaban que los amos no trepidarían en nada para impedir la libertad de los esclavos:
“Han sido arrancados de los hogares de sus dueños como cerca de dos mil esclavos y cuatrocientos jóvenes, para ser llevados a lejanos fundos: allí se les ha arrojado en miserables galpones para vivir, atados con cordel para que no puedan fugarse. Algunos han sido marcados a fuego, porque se han rebelado contra una tal ignominia.
«Las jóvenes esclavas han sido entregadas al ludibrio de los trabajadores de las haciendas, violadas y vejadas, una y mil veces, para hacerlas infecundas por la frecuencia del comercio del acto. Los matrimonios jóvenes han sido separados y no ha bastado ni el llanto ni el dolor, la súplica y la agonía de estas pobres gentes, para merecer el perdón.
«¿Es esta conducta la que enseña la caridad cristiana? ¿Es esto obrar de acuerdo con los principios liberales por los cuales hemos luchado? Pero ya se ve, los que así han procedido no han tenido ni principios cristianos ni sentimientos humanos, y de esta manera menos han podido comprender los ideales liberales.
«Debería yo denunciar a estos hombres en el Senado; pero no lo haré todavía, porque espero se convenzan del crimen que cometen y que aún pueden reparar”.

 

Constitución de 1823
Finalmente, Infante exclamó:
“Son cuatro mil ciudadanos que gimen bajo el peso de una ley bárbara. Son cuatro mil conciencias las que lloran su desgracia. Son cuatro mil víctimas las que piden amparo a los que en nombre del derecho y la dignidad del individuo hemos hecho la revolución. No podemos negar la libertad que se nos pide, porque renegaríamos de la causa santa que nos llevó a transformar un régimen político y social que escarnecía nuestro ideal redentor”.


 

No había terminado de hablar Infante cuando se produjeron las protestas de una claque que hacía demostraciones contra la abolición. Ante estas protestas, Infante dijo con serenidad y firmeza:
“Los que defienden la esclavitud no son más que asesinos que no pueden matar sino esclavos. No se atreven con un hombre de principios libres”.

 

Se produjo un silencio y el prócer manifestó:
“Después de muerto no querría otra recomendación para la posteridad ni otro epitafio sobre la lápida de mi sepulcro que se me llamase ‘autor de la moción sobre la libertad de los esclavos’”.[1]


 

A todo esto, la noticia voló allende los Andes y los esclavos de Mendoza comenzaron a huir a Chile con la esperanza de conseguir la libertad.
La lucha continuó hasta que el 29 de diciembre de 1823 se promulgó la Constitución Moralista de Juan Egaña, en la que se reconocía sin ninguna clase de trabas la libertad absoluta de los esclavos.


 

Esta intensa lucha ha sido minimizada y hay historiadores como Francisco Encina que no trepidan en afirmar que la esclavitud fue desapareciendo en Chile sin trastornos de ninguna especie, que los esclavos siguieron integrando la servidumbre doméstica, acostumbrados a sus antiguos amos, y que los hombres en estado de cargar armas se enrolaron en el ejército, como cualquier ciudadano común y corriente, en circunstancias que en realidad se enrolaban para defender a la república que les daba la libertad.
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1] El discurso de Infante en el Senado no se publicó nunca. Se mantuvo deliberadamente oculto. Lo desenterró Guillermo Feliú Cruz, incluyéndolo en <>La abolición de la esclavitud en Chile (Editorial Universitaria. Col. Cormorán, 2.ª edición, 1973. Santiago de Chile. La edición original apareció en 1942, bajo el sello Ediciones Universidad de Chile, pp. 32-33).
Esta segunda edición pasó inadvertida porque apareció en septiembre de 1973… Feliú Cruz señala que “no hizo jamás Infante la denuncia, y acaso fue mejor, pues así salvaba a la moral y a la historia nacional (sic) de una tremenda afrenta. Pero su acusación quedó flotando en el ambiente”.
——
* Escritora, periodista.
Publicado en Punto Final, edición Nº 767, 28 de septiembre, 2012.

(www.puntofinal.cl).

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2 Comentarios
  1. Rolando González Altamirano dice

    Me ha causado un enmenso placer leer este escrito de Virginia Vidal por dos razones: La primera razón, porque se refiere a un tema poco menos que tabú en la Historia Oficial de Chile, la esclavitud. Desde muy pequeños nos enseñaron que la esclavitud fue abolida a temprana época de la historia del Chile independiente. Lo cual como demuestra con tanta sagacidad y capacidad de síntesis Virginia, es falso y, además, porque forma parte de la ideología de dominación de las clases altas ya que, aún abolida la esclavitud las condiciones de los campesinos y de los mapuches no ha sido muy diferente a las condiciones del esclavo. Es más, los maestros de historia de hace 50 años no se ponían colorados cuando afirmaban que la esclavitud en Chile había desaparecido porque no había personas de origen africano, «no hay negros en Chile», solían afirmar. La segunda razón es más de carácter personal, porque el hecho que siga escribiendo sobre la Historia chilena nos demuestra que se encuentra en buen estado de salud, por lo que le hago llegar mis afectuosos deseos de que siga bien, creativa y valiente como siempre lo ha sido.

  2. La esclavitud fue un tema muy conveniente para la Iglesia Católica como para la economía. Pero lamento agregar que no se ha terminado, ha tomado nuevas formas, más sutiles y más crueles.
    El ser humano con poder tiene la tendencia de esclavizar, y ese es un fenómeno cultural, no legal ni político. Es esa cultura la que debemos cambiar.

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