La historia, ese vasto ejercicio discriminatorio
El historiador Rodolfo Casamiquela** es preciso cuando se refere a los mapuche: no tienen interés en cautelar su cultura, sino que son más bien «piqueteros», banda de desordenados. Él se empeña por rescatar del olvido la lengua del pueblo tehuelche. Y advierte: «Si se definen como mapuches son chilenos y si son chilenos no tienen derecho sobre la tierra de la Argentina».
¿Considerará el doctor en Ciencias que los mapuche son mapuche antes de que existieran Argentina y Chile? España, primero, los estados americanos, después, convirtieron la Cordillera, que los une, en frontera que separa.
La teoría del historiador sobre el poblamiento de la Patagonia y la influencia mapuche es motivo de ácida polémica. Jóvenes que se identifican con el grupo Mapuches Autónomos Independientes y Ruka Mapuche Bariloche, lo calificaron de racista y expresaron su rechazo cuando el antropólogo indicó que eran oriundos de Chile, negándoles ser dueños de su propia historia y memoria.
Hay raíces más hondas en las protestas mapuche, toda ve que –dicen– “son varios los historiadores que indican que nosotros fuimos los que invadimos y exterminamos a los pueblos originarios de la Argentina actual”.
Convirtiendo la ciencia en curiosidad subjetiva, historiadores como Casamiquela afirman que se trata de un grupo político de reivindicación territorial de carácter invasiva puesto que los mapuche son chilenos. No es todo, el profesor considera que no hay “indígenas culturalmente puros (…) Cuando tenía 15 años descubrí que en mi pueblo, quedaban los últimos cuatro o cinco tehuelches. Entonces, me di cuenta de cual era la historia del poblamiento».
Antropólogo precoz. “Mi inquietud por lo indígena –explica– empezó cuando tenía 14 años. Me fui a estudiar a Buenos Aires y un día, en la Biblioteca Nacional, empecé a leer mapuche, sin saber que en mi pueblo (Ingeniero Jacobacci) la mitad de los chicos de mi edad hablaban esa lengua, porque entonces ellos ocultaban su origen. Ni los maestros lo sabían.
“Cuando volví, fue una grata sorpresa descubrir que los peones que enfardaban la lana en una casa comercial donde trabajaba mi padre eran de origen indígena. A los 16 años, siempre acompañado por los indígenas, ya estaba haciendo el primer museo referido a su historia.
Casamiquela asegura que los antepasados de los antepasados tehuelches se remontan a 10 mil ó 12 mil años atrás y evolucionaron en la Patagonia. Y que después de la llegada de los españoles, alrededor del 1600, el caballo les permite copar todo el ámbito pampeano y Neuquén.
Según sus estudios, por ese tiempo comienza el proceso de mapuchización. Mapuches y tehuelches son dos pueblos diferente. Explica: “Los gigantes patagones no son una fantasía, sino los Tehuelches, que alcanzaban casi los dos metros de altura y una corpulencia de 150 kilos, de tez oscura y ojos asiáticos, que vivían de la caza y se vestían con pieles. Los araucanos o mapuche, en cambio, son una raza de estatura mediana, cultivadores de cultura andina, que tenían casas de madera y paja y trabajaban en forma maravillosa el tejido y la platería; ellos tenían una trayectoria cultural superior, que los tehuelches imitaron.
Al parecer se convirtieron en bilingües, “los hombres tehuelches, especialmente los caciques, en el norte de la Patagonia, empezaron a ser bilingües. Pero las mujeres siguieron hablando tehuelche, incluso algunas familias pasaron del tehuelche al castellano, sin pasar por el mapuche. Hubo un sincretismo religioso y lo tehuelche se mapuchizó. Pero el mapuche como pueblo estaba del otro lado de la Cordillera”.
Sostiene Casamiquela que aun existen descendientes de los grandes caciques tehuelches, pero pocas familias –el restso son descendientes delos mapuche. “Los Ñanco, por ejemplo, son descendientes de Sacamata, uno de los caciques más serios del norte de la Patagonia, nacido entre 1870 y 1880. Uno de mis maestros, fue quien salvó la lengua tehuelche, ya que era el último que la hablaba. Se llamaba José María Cual (que en tehuelche quiere decir cuello). Murió en 1960. Durante muchos años nos dedicamos a la lengua tehuelche y por él quiero rendirle el máximo homenaje a este pueblo, descendiente de los habitantes más antiguos de América.
“Lamentablemente estoy solo en todo esto. Los descendientes no estudian a sus antepasados, porque eso significa leer a los blancos y hay una especie de rechazo, una negación que es como hacerse trampa en el solitario de la vida. No se puede avanzar. Soy un maestro ciruela, vale decir un científico que dice la historia como la cuenta la ciencia, la antropología. No hago concesiones de tipo demagógico. Por ello, si digo que acá no había ningún Mapuche en 1865 y que recién llegaron en 1890, digo lo que es la historia, no lo invento. Sólo que otros no lo dicen o lo dicen distinto. Entonces soy el malo”.
Quienes le hacen “escraches” no son indigenistas en el sentido cultural, son piqueteros, políticos. “Hay que pensar qué buscan. Si se definen como mapuches son chilenos y si son chilenos no tienen derecho sobre la tierra de la Argentina. Esta es la clave. Entonces, como yo explico que son chilenos, soy el enemigo. Cualquier chileno sabe que los mapuches son chilenos. Los líderes también lo saben. Pero la juventud no. El 99 por ciento de los que se definen como mapuches son de origen Tehuelche. Así se va perdiendo la identidad”.
Piensa el profesor Casamiquela que los tehuelñches se dicen mapuches “porque la palabra mapuche es muy atractiva. Quiere decir gente de la tierra. Si se usa como símbolo es correcto. Yo también soy gente de la tierra. En 1960, como un homenaje, el Primer Congreso del Área Araucana Argentina propuso que a los araucanos se les dijera mapuche como en Chile”.
En la Argentina hacia 1816 no habían mapuches. Los primeros, sostiene, se radican en el centro de la provincia de La Pampa en 1820 y en 1890, al sur del Limay Negro, los primeros pobladores de origen chileno fueron los mapuche y los chilotes. Hay que distinguir muy sutilmente todo este asunto”.
El asunto de la identidad. “Los nietos de mis maestros –dice Casamiquela–, que sabían lo que eran, hoy son todos mapuches. Es decir, el abuelo es tehuelche puro, pero el nieto es mapuche. La Patagonia perdió su identidad. Esta es tierra de aluviones, porque todos los días llega gente desde otros lugares (…) y es muy difícil recrear esa identidad maravillosa que -hasta hace 30 años- fue la palabra, la casa abierta, la hospitalidad, la seguridad y la base indígena, ahora desteñida por toda esta confusión que hay con los mapuches.
En cuanto a la lengua tehuelche, es claro: es una lengua muerta. “Hoy se pierde la cultura. Los descendientes, en su mayoría, no mantienen la lengua. Incluso, los nombres que hay por acá, en los comercios, son falsos. El vocabulario es equivocado y ese es mi sufrimiento. En Argentina a la lengua indígena le queda una generación y nadie se preocupa por recuperarla.
El profesor Casamiquela sí se preocupa. Trabaja en la actualidad en una gramática del tehuelche. “En este momento estoy terminando el borrador de un libro, de 500 páginas, que se llama «Guía en las creencias religiosas y las ceremonias de los Tehuelches de la Patagonia», que tiene una riqueza fantástica. Pero es muy difícil que lo pueda publicar. Si no puedo hacerlo realizaré tres copias, para que de alguna forma la lengua se salve. Esto servirá para los descendientes de tehuelches. Aunque aprender la lengua es muy difícil, voy a tratar de hacerla sobrevivir, porque debemos salvar nuestra cultura e inyectarla a nivel nacional”.
Las cosas no son tan simples.
EL MUSEO LELEQUE, LOS CIENTÍFICOS
Y LOS MAPUCHE-TEHUELCHE
Casamiquela simplifica burdamente las complejidades del proceso histórico de construcción de las identidades de la Patagonia. Conforme a sus dichos, los tehuelches son originarios de la Argentina, mientras los “araucanos” o los mapuches provienen de Chile.
En oposición a este planteamiento rígido, hay un consenso muy importante entre los antropólogos y los historiadores actuales, quienes remarcan que la Cordillera de los Andes era socialmente porosa y que las fronteras jurídicas carecieron de significación para las poblaciones indígenas.
Julio Vezub**
En 1965, en su libro Rectificaciones y ratificaciones, Rodolfo Casamiquela se sorprendía por la “capacidad analítica” de una anciana tehuelche, capacidad que para él era “tan rara en los indígenas”. Páginas más adelante, Casamiquela insistía con la misma idea, al repetir opiniones sobre “la incapacidad particular del indígena para tales abstracciones y generalizaciones”.
Las obras juveniles de este autor ya estaban saturadas de prejuicios, desprecio, y supuestos de superioridad racial. Actualmente está enrolado en una campaña para proveer a los hermanos Benetton de argumentos para rechazar los reclamos de tierras que realizan los indígenas. En ese marco, el discurso de Casamiquela se ha vuelto todavía menos científico, más agresivo, y funcional a los intereses de dichos empresarios, a través del giro que le imprimió al Museo Leleque, y sus declaraciones frecuentes a la prensa.
En mi carácter de historiador, integré durante 1999 y 2000 junto a otros colegas, arqueólogos y museógrafos –pertenecientes a distintas universidades y organismos nacionales de investigación científica– el equipo responsable de la creación del Museo Leleque en el oeste del Chubut. Montado dentro de la estancia de igual nombre, fue financiado con recursos del grupo Benetton. La muestra inaugural se denominó “Patagonia 13.000 años de historia” y enfatizaba las condiciones de exterminio y despojo a que fueron sometidas las comunidades indígenas desde la ocupación del territorio por la Nación Argentina a fines del siglo XIX.
Hasta la inauguración, el 12 de mayo de 2000, las tareas científicas y de difusión cultural se desarrollaron sin condicionamientos. Apenas abrió sus puertas, en el marco de enfrentamientos más actuales, la insistencia del guión en mostrar los conflictos sociales del pasado resultó intolerable para el imaginario superficial de la Patagonia que alimentaban los patrocinadores.
La madre del cordero, un asunto de lanas.Las tensiones de un museo que narraba la apropiación de tierras indígenas, patrocinado por una empresa de capital europeo propietaria de grandes estancias y, con un alto perfil en los medios de comunicación, adquirieron visibilidad en la ceremonia inaugural, a partir de la protesta de varias familias indígenas. Desde ese momento el grupo Benetton condicionó la propuesta. Desde la perspectiva del patrocinador, el Museo pasó a ser una vidriera para el turismo y la prensa, destinada a contrarrestar la difusión de los múltiples conflictos que tienen con las comunidades.
Rápidamente tuvimos que optar entre un museo vivo donde resonaran las problemáticas sociales, o un museo muerto que depositase a los indígenas en el escaparate, proclive a la edulcoración de la memoria colectiva, dispuesto a legitimar las políticas empresariales.
Como no aceptó las presiones, María Teresa Boschín –la arqueóloga autora del guión y del montaje original– fue desafectada de la dirección del Museo Leleque. La reemplazó Rodolfo Casamiquela, el presidente de la Fundación Ameghino, quien trazó los nuevos lineamientos de la institución. En rechazo al cambio de rumbo, un número significativo de familias de Río Negro y Chubut que habían prestado sus objetos para integrar las colecciones, pidieron que les fuesen devueltos.
Las disputas entre las comunidades indígenas y la Compañía de Tierras Sud Argentino S.A. de los Benetton siguieron un desarrollo paralelo a las peripecias menores del Museo. Después de permanecer casi un año cerrado, reabrió sus puertas en marzo de 2004. La nueva narración se respaldó en las ideas perimidas de Rodolfo Casamiquela. Si bien las concepciones esencialistas y raciológicas ya estaban presentes en las obras antiguas de este autor, al ser trasladadas al Museo perdieron todos los matices, y adquirieron una función netamente utilitaria, compatible con los intereses de los patrocinadores.
Casamiquela simplifica burdamente las complejidades del proceso histórico de construcción de las identidades de la Patagonia. Conforme a sus dichos, los tehuelches son originarios de la Argentina, mientras los “araucanos” o los mapuche provienen de Chile. En oposición a este planteamiento rígido, hay un consenso muy importante entre los antropólogos y los historiadores actuales, quienes remarcan que la Cordillera de los Andes era socialmente porosa, y que hasta las décadas previas a la expansión de los estados nacionales, las fronteras jurídicas carecieron de significación para las poblaciones indígenas que estaban estrechamente relacionadas y emparentadas entre sí, a ambos lados de los pasos de montaña.
La xenofobia justiica las inexactitudes.Los postulados esencialistas que consideran que un pueblo es siempre igual a sí mismo, sin intervenciones de los actores históricos ni cambios en el tiempo, se complementan con la xenofobia. Sobre esa base, Casamiquela sostiene que los mapuche son de origen extranjero, “chileno”, y que recién habrían llegado a la región de Leleque hacia 1890, escapando de las campañas militares que organizaron la Argentina y Chile, expediciones que la “mezcla explosiva” de los mapuches y los tehuelches habría contribuido a desencadenar según Casamiquela.
Mediante un ejercicio de incriminación étnica que deplora el contacto y la mezcla, las responsabilidades históricas serían de los indígenas, mientras que la población de origen europeo habría venido a intentar la solución de los problemas que aquellos no fueron capaces de resolver por sí mismos.
Estos fundamentos no tienen demasiado sustento, son obsoletos, y fueron exhaustivamente rebatidos por los avances de las ciencias sociales de las últimas décadas. La etnología tradicional de Casamiquela carece de consenso académico, y sus argumentos simplistas son esgrimidos en la nueva muestra del Museo Leleque para impugnar el derecho de las comunidades mapuche a exigir tierras en la región, en tanto sus ancestros no serían originarios de la Patagonia, y habrían despojado a los tehuelches. Estos últimos, según Casamiquela, están extinguidos, muertos, y por lo tanto son incapaces de reclamar.
De manera sectaria, se agita el carácter foráneo de los indígenas actuales, y su falta de profundidad histórica en el territorio argentino. Se objetan sus demandas sociales y políticas, se rechazan las identidades efectivamente existentes, como la autodefinida comunidad mapuche-tehuelche, fruto del parentesco, y resultado de la recuperación del orgullo étnico que prosiguió al quinto centenario de la conquista de América.
A través del Museo Leleque, Casamiquela avala políticas empresarias. Al postularse a sí mismo como la única autoridad para hablar de los tehuelches, un pueblo al cual considera “extinguido” desde mediados del siglo XX, la operación de silenciamiento funciona a pleno.
Conforme a esas ideas de Casamiquela, frente al “invasor” mapuche y trasandino, el giro ideológico del Museo Leleque edificó el panteón del buen tehuelche “agonizante” y argentino. La negación de los sujetos y de las identidades sociales, y su reemplazo por otras, se apuntaló con adjetivos despectivos y paternalistas.
Artificialmente, Casamiquela opone durante el siglo XX a los descendientes de los mapuches “belicosos” contra los descendientes de los tehuelches. Según él, estos últimos “ocuparon un papel muy secundario, pasivo”, y habrían conservado “de sus antepasados paleolíticos el hábito de la caza nómada de grandes presas, el patriarcado, el amor por la libertad y su ingenua visión del universo y de los hombres”, tal como puede leerse en la folletería del Museo.
(Disponible en www.benetton.com/patagonia).
La no tan difícil verdad. La pintura de hombres primitivos, el desprecio por los cambios, y la imposición de tipologías antropológicas caducas, desconocen que desde principios del siglo XIX lo “mapuche” es un sinónimo de lo indigena por contraste con lo europeo, la “gente de la tierra”, un contenedor de la diversidad de las identidades regionales de la Pampa, la Patagonia, y la Araucanía.
A diferencia de Casamiquela, según la mayoría de los especialistas el proceso de construcción de una forma genérica de la identidad se remonta por lo menos al siglo XVIII. A principios del siglo XIX estaba consolidado en la Pampa y en el norte de la Patagonia, y pocas décadas después, siempre antes de las campañas militares, el mestizaje y la hibridación cultural alcanzaban la actual provincia del Chubut, fruto de los enfrentamientos por la territorialidad, la toma de cautivos, las alianzas cambiantes, el comercio de media y larga distancia, los canjes de mujeres, y los matrimonios interétnicos con fines políticos. Así lo sostienen los libros y los artículos académicos de Martha Bechis, Guillaume Boccara, Claudia Briones, Raúl Mandrini, Lidia Nacuzzi, Jorge Pinto Rodríguez y Daniel Villar, entre otros colegas argentinos, chilenos, y europeos.
Las redes de sociabilidad y parentesco, los mercados, y la complejidad de las relaciones determinadas por el contacto con las poblaciones de las fronteras argentinas y chilenas, fueron configurando una identidad indígena común, de alcance supraregional, que se muestra en las lenguas, en los nombres y en los apellidos de las personas, en los topónimos de la Patagonia y la Pampa argentinas.
Si la derrota ante los Estados-naciones de Argentina y Chile aceleró la síntesis, los indígenas patagónicos tienen plena legitimidad para percibirse como una totalidad, defender sus derechos, y plantear sus reivindicaciones colectivas. Cuando Casamiquela los repudia por no tratarse de “indígenas culturalmente puros”, y los acusa de “piqueteros sin preparación”, está ocultando el carácter político y la finalidad económica de sus propios argumentos.
Casamiquela busca silenciar a los indígenas y guardarlos en la vitrina. De manera autoritaria clasifica a las personas, les impone quiénes son, mientras desconoce que las identidades se construyen en el vínculo y no en el aislamiento.
Mauro Millán, de la Agrupación 11 de Octubre, sostuvo: “…No sólo nosotros creemos sino que tenemos estudios de antropólogos y de historiadores destacados que afirman que este museo instala la idea de que los pueblos originarios desaparecieron, que son cosas del pasado, que no existimos ni culturalmente ni físicamente. Todos los museos proponen un mensaje ideológico y este mensaje es todavía más fuerte si uno considera que el museo es de Benetton”.
Como historiador quise dar a conocer que los resultados de mis investigaciones ratifican dicho punto de vista.
LA REBELIÓN ACADÉMICA
Los investigadores y becarios de la Unidad de Investigación de Arqueología y Antropología del Centro Nacional Patagónico (CONICET) queremos manifestar nuestro desacuerdo con las declaraciones formuladas por Rodolfo Casamiquela al Diario del Chubut, el 7 de septiembre de 2005.
En nuestra condición de antropólogos, arqueólogos, biólogos e historiadores nos proponemos hacer público que sus expresiones en relación con las comunidades indígenas, mapuches y tehuelches no son representativas del consenso actual de los científicos, y omiten la producción y los avances de la investigación antropológica e histórica de las últimas décadas.
Las declaraciones de Rodolfo Casamiquela fomentan la confrontación, estimulando la intolerancia y los prejuicios al erigir barreras étnicas y nacionales de carácter arbitrario entre las personas, y al desconocer el derecho de los individuos y los colectivos humanos a construir su propia identidad. Cuando denomina “piqueteros” a las agrupaciones indígenas que repudian sus opiniones, y las acusa de políticas, las incrimina, negándoles el derecho a manifestarse y defender sus reivindicaciones. La incriminación es doble, ya que también arremete la legitimidad de las protestas sociales, estemos o no de acuerdo con ellas.
Como miembros de la comunidad patagónica y científicos, valoramos muy especialmente los saberes comunitarios sobre el pasado y el presente de los pueblos de la Patagonia, sean o no indígenas. Por lo tanto promovemos un tipo de relación diferente entre los que hacemos ciencia y la comunidad: una relación basada en el diálogo, la aceptación del disenso y la colaboración.
(Firman): Unidad de Investigación de Arqueología y Antropología del Centro Nacional Patagónico (CENPAT-CONICET), Lic. Julieta Gómez Otero, Lic. María T. Boschín, Dra. Silvia Dahinten, Dr. Rolando González José, Dr. Eduardo Moreno, Lic. Analía Andrade, Lic. Florencia del Castillo Bernal, Dr. Julio Vezub, Lic. Blanca Videla.
Puerto Madryn, 19 de septiembre de 2005.
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* Fuentes:
– Diario El Chubut de Chubut, Argentina, del siete de setiembre de 2005.
– Enlace mapuche internacional (http://www.mapuche nation.org/espanol/html/noticias/ntcs-251.htm). Esta página reproduce la entrevista citada.
**Doctor en Ciencias con mención en Biología (Facultad de Ciencias, Universidad de Chile, Santiago), perito minero, paleontólogo con especialidad en reptiles; autor de alrededor de 400 publicaciones y editor de numerosos libros y revistas, científicos y de divulgación.
*** Doctor en Historia CENPAT-CONICET, UNPSJB. Opinión publicada en el diario Jornada de Chubut el 16 de setiembre.
Texto reproducido en el periódico Azkintuwe (http://www.nodo50.org/azkintuwe) el 26 de ese mismo mes, del que lo hemos tomado.