La mentada globalización neoliberal hasta en la sopa

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Finalmente cabría precisar los alcances de dos términos que presiden las discusiones, tanto eruditas como generales: globalización y neoliberalismo. Ambas palabras, que definen realidades sociales complejas, se usan tanto como panacea y veneno a la hora de mirar la realidad de los países americanos. |ALEJANDRO TESA.

Globalización es una expresión que alude a un concepto cultural derivado de un fenómeno económico. El fenómeno los constituye la mundialización de los procesos económicos: obtención de materias primas (los «commodities» de que suele hablarse), diseño, producción, embalaje y distribución de mercancías que se realizan no en ni desde una única planta, sino repartidas en distintas regiones del planeta. Parte de las decisiones de «management» (manejo, organización) también se encuentran desconcentradas, aunque —como sucedía con los partidos afiliados a la III Internacional comunista— las decisiones de importancia estratégica son adoptadas por una suerte de junta directiva a menudo transnacional.

Cabe señalar que los componentes de estas juntas —es decir quienes manejan los capitales necesarios para el proceso directivo y obtienen los beneficios de las ganancias habidas— son nombres de personas físicas y jurídicas que se reiteran en todo el universo económico: en la «economía real» (procesos de producción: de bienes, agricultura, piscicultura, generación de energía, petróleo, silvicultura, etc… y servicios: turismo, transporte, educación concebida como negocio, servicios contables, periodismo, publicidad, entretenimiento, etc…) y en «el mundo de las finanzas»: entidades bancarias, aseguradoras, calificadoras, etc…)

La mundialización significa, para quienes tienen las riendas de la actividad económica, procurar la mayor uniformidad posible del espectro consumidor; es necesario uniformar hábitos y gustos (reemplazar, por ejemplo, la arepa venezolana o colombiana, la pizza popular o el emparedado de prosciutto (jamón) en Italia, la empanada chilena, o el choripán argentino por el «big Mac») para que sus productos encuentren la misma acogida en todas partes.

Desde el punto de vista no tangible, por ejemplo, sacrificar los sistemas jubilatorios solidarios (estatales) por empresas administradoras de fondos de pensiones.

En cierto sentido lo que comúnmente la prensa contestataria llama imperio no debe asociarse al gobierno de Estados Unidos; el imperio en rigor lo conforma esa suerte de directorio en la sombra que es el núcleo de la actividad económica contemporánea; ante esta «junta directiva» (o comité central) sin nacionalidad ni lealtades específicas, el gobierno de EEUU viene a representar el rol que antaño cumplían los capataces en las tareas agrarias y mineras —y los gobiernos latinoamericanos el de los yanaconas de esa época.

Globalización, pues, no es más que la suma de consecuencias culturales impulsadas por la necesidad de obtener ganancias de las empresas mundializadas. Y eso se aprecia al mirar los anaqueles de la farmacia, las tiendas de juguetes, los cosméticos (no solo los femeninos), los sistemas educativos, el cine que se exhibe, el formato de los programas de TV y de radio, los libros en las librerías…

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