Las insurrecciones árabes: repercusiones regionales y en la política mundial

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Las revueltas iniciadas en África del Norte en diciembre de 2010, sucesivamente propagadas a través de todo el año pasado en gran parte del mundo árabe y culminadas con la agresión militar a Libia, translimitan el contexto regional y se situan en la estrategia estadounidense tendiente al control militar, económico y político no sólo del Mediterráneo, sino que también de Medio Oriente y de África.| TIBERIO GRAZIANI.*

 

A más de un año desde que principió la primavera árabe en este espacio se propone una evaluación sintétitica de su impacto en el proceso de transición uni-multipolar.

 

La pri∫åmavera árabe: ¿un episodio de la lucha por la supremacía mundial?

 

A más de un año, una multitud de elementos inducen a considerar que las agitaciones que empezaron en África del Norte el 17 de diciembre de 2010 con el suicidio del joven tunecí Mohamed Bouazizi y, sucesivamente, extendidas por todo el 2011 en gran parte del mundo árabe, traspasan el contexto regional y parecen inscibirse en el marco de la estrategia de EEUU orientada al control militar, económico y político no sólo del Mediterráneo, sino que también de Medioriente y de África.

 

La así llamada primavera árabe, aun derivando de algunos factores endógenos que seguramente han contribuido a provocarla,[1] se ubica en medio del dinámico proceso de transición entre el sistema unipolar bajo el liderazgo estadounidense y el multipolar. Este proceso —que inició hacia la mitad de los años noventas con el surgimiento de China e India como nuevas potencias económicas— ha sufrido una aceleración y asumido una fisionomía geopolítica más precisa debido al remplazamiento de Rusia como actor mundial, actuado por Putin durante sus primeras dos presidencias (2000-2008).

 

La inesperada entrada de las potencias continentales eurasiáticas en la arena internacional, como es notorio, cogió desprevenido a los EEUU, que para la conquista de la primacía global, sea desde una perspectiva geoestratégica, sea a través de la adquisición de reservas energéticas, ya habían impreso, a partir del desenlace del sistema bipolar, una orientación acusadamente militar a su propia práxis geopolítica (geopolítica del caos).

 

La permanente dialéctica geopolítica entre las potencias continentales y marítimas se volvía, por lo tanto, a proponer con un vigor renovado al comienzo del siglo XXI. Ésta habría reproducido, como hemos constatado durante los últimos años, antiguos esquemas de enfrentamiento militar, político y económico en particulares áreas del planeta. Una de estas áreas es precisamente el Mediterráneo.

 

La cuenca mediterránea y la amplia extensión centroasiática constituyen una larga y vasta bisagra cuya disgregación constituye la precondición necesaria para cualquiera potencia extracontinental resuelta a asegurarse el dominio global.

 

El enfrentamiento para la supremacía mundial, consiste principalmente en controlar la masa continental euro-afro-asiática. La tensión que hay entre las opuestas líneas de fuerza concernientes, por un lado, a la progresiva inserción de los EEUU en la masa euroasiática y, por el otro, al surgimiento y reafirmación de antiguas potencias continentales, encuentra en la cuenca mediterránea una de las áreas de mayor criticidad.

 

El sistema occidental bajo la conducción norteamericana, privilegiando la militarización de las relaciones internacionales (una particular reinterpretación del multilateralismo), en un primer momento, si se excluye la Guerra del Golfo de 1990-91, ha destructurado la península balcánica, sucesivamente, con el objetivo de abrirse un paso hacia el corazón de Asia, ha defragmentado enteras áreas estratégicas para establecer la cohesión y la estabilidad de toda Eurasia (Afganistán e Irak).
Sin embargo el esfuerzo bélico de EEUU y sus aliados hasta la fecha no ha logrado alcanzar su objetivo.

 

Nuevas agregaciones geoeconómicas y geopolícas —como las constituídas por los países del BRICS o las formalizadas por los acuerdos estratégicos entre Irán y China, además de aquellas estipuladas por los mayores países de América del Sur y las potencias eurasiáticas— de hecho han cambiado profundamente el panorama internacional. EEUU, inmovilizados en su expansión hacia Rusia por causa del acuerdo de Pratica di Mare del 2002[2] y, sobre todo, por el fracaso de su estrategia centrada en las así llamadas “revoluciones coloradas”, encenagados en la trampa afgana, han dirigido su atención hacia África, en particular hacia el Norte de África y, por ende, hacia el Mediterráneo.

 

Por lo que se refiere este particular, no es un caso si Wáshington y el Pentágono hayan activado el Africa Command e incrementado la base geoestratégica de Camp Bondsteel, indispensabile para el avance de las fuerzas terrestres y áreas “occidentales” en la zona que va del Adriático al Cáucaso.

 

Debido también a la transformación de la escena global, algunos países como Italia y Turquía, a pesar de su condición de miembros de la OTAN, es decir, de naciones estrechamente radicadas en el sistema occidental,[3] de modo modesto han intentado desvincularse de las indicaciones dictadas en el ámbito de la alianza hegemónica de la que forman parte.

 

Las “tímidas” acciones de desvinculación se han referido en particular a las relaciones entre la Libia de al-Qaddāfī y la Italia de Berlusconi, la política de “buenos vecinos” llevada adelante por Ankara hacia los países árabes y la contemporánea mitigación de las relaciones turcas hacia Israel, aliado estratégico de EEUU en el Cercano Medio Oriente. Estas acciones constituían, en el plano estratégico, presuposiciones eficaces para el potencial enlace entre los países del Mediterráneo y, en particular —a nivel global— evidenciaban la importancia geopolítica del área mediterránea para la realización del nuevo orden multipolar.

 

Las tentativas de desvinculación antedichas, como era obvio, han introducido ulteriores elementos de tensión en la cuenca mediterránea, militarmente controlada por Wáshington y que de algún modo ha contribuído a las decisiones “intervencionistas” de París y de Londres con relación a Libia.

 

La inestabilidad mediterránea

 

El actual panorama mediterráneo presenta fragilidades en diversos sectores, como hemos observado, desde el geoestratégico al socio-económico y político. La crisis financiera y económica que han embestido a los EEUU en 2007-2008 se propagaron —debido también a los “egoismos nacionales” subyacentes a las elecciones de política económica del eje franco-alemán (Sarkozy-Merkel) y por los sectores más tecnocráticos de Bruselas— en Europa, particularmente en las áreas más débiles del Viejo Continente.

 

El ataque al euro, obrado por Wall Street y por la City —con la complicidad de las agencias internacionales de «rating»— de hecho destructuró las economías nacionales y el tejido social de Grecia, España e Italia. Los tres países mediterráneos actualmente se hallan en la difícil situación de tener que someterse a los diktat que proceden de las instituciones supranacionales como el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional.
Esta subordinación, manifesta ulteriormente la incapacidad de las clases dirigentes de esos países mediterráneos en encontrar trayectorias políticas alternativas.

 

La situación crítica en la cual actualmente se haya sumida la Europa mediterránea se añade, como elemento funesto, al de las recientes perturbaciones que están ocurriendo en el Norte de África. Por lo tanto el área mediterránea aparece cada vez má desestabilizada. De alguna manera pareciera que se está llevando a cabo una parte importante del proyecto del Nuevo Gran Medio Oriente, concebido hace algunos años por las administraciones norteamericanas.

 

El voluminoso peso de la política exterior de EEUU en los asuntos internos de los países de África del Norte, además de su proyección militar en el área, contribuyeron a determinar la constitución de nuevas, inciertas y frágiles «leadership», por medio de las cuales los gobiernos europeos y los mayores países interesados en la estabilidad mediterráea —principalmente Rusia y Turquía— en la actualidad están obligados a medirse.

 

Rusia y Turquía, aun adoptando diversas opciones por lo que concierne al «dossier Siria», convergen en el planteamiento general que se refiere a las relaciones que hay que mantener con los nuevos centros de poder surgidos durante el tormentado proceso de la llamada primavera árabe. La intención de Moscú y de Ankara es de reducir al mínimo las tensiones en el interior de la bisagra árabe. Rusia y Turquía privilegian, al contrario de Wáshington y del Pentágono, la solución diplomática. Este tipo de comportamento debería ser estimado por las naciones europeas.

 

El pretexto ofrecido por Moscú y por Ankara de hecho constituye una ocasión (por otra parte presentada también en las primeras fases de la agresión “occidental” contra Libia y advertida positivamente sólo por Alemania), más única que rara por los países europeos, en particular por aquellos mediterráneos.

 

Los gobiernos de estos países, basándose en el renovado interés ruso por el Mediterráneo, deberían abandonar la práxis hipócritamente unitaria hasta ahora seguida que, si bien “concertada” y dictada por Buselas, en realidad está subordinada a los intereses estadounidenses; deberían, por le contrario, adoptar una de tipo abiertamente bilateral por lo que se refiere la faja norteafricana.

 

Esta nueva y deseable orientación contribuiría a la reducción del proceso de disgregación de la bisagra mediterránea, indudablemente valorizaría el papel de Moscú en las negociaciones con el Consejo de Seguridad de la ONU, permitiría hacer percibir a las poblaciones del Norte de África la existencia de una visión —a pesar de la bilateralidad de las relaciones— no más de tipo “occidental”, compimida hacia Wáshington, sino que europea (incluso euroafricana) de cooperación entre las dos márgenes mediterráneas.
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1] Acerca de este argumento, véase el eficiente análisis llevado a cabo por P. Longo y D. Scalea en el volumen Capire le rivolte arabe. Alle origini del fenomeno rivoluzionario, Avatar-IsAG, Dublino 2011.
2]
Base aérea militar ubicada a unos 30 km de la ciudad de Roma. El 28 de mayo de 2002 en esta base tuvo lugar el “Vértice NATO-Rusia”, donde se reunieron 20 jefes de estado y de gobierno para firmar la “Declaración de Roma”. (N.d.T.)
3] Evidenciándose sobre todo en el período 2008-2010.
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* Presidente de IsAG – Istituto di Alti Studi in Geopolitica e Scienze Ausiliarie (www.istituto-geopolitica.eu) y director de Geopolitica (www.geopolitica-rivista.org).
Traducción de V. Paglione.

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