Las víctimas invisibles de las guerras

Ramzy Baroud*

Qurban-Bibi y Nahil Abu-Rada son dos mujeres, una afgana y la otra palestina, que se han colado en las noticias con parecidas tragedias. Pero su drama sirvió para situar la gravísima situación de las mujeres en las zonas en guerra y en los países pobres.
 
El servicio de noticias de Naciones Unidas informó de los problemas de Qurban-Bibi, una mujer embarazada afgana que simplemente necesitaba poder llegar hasta un hospital. Los doctores le habían advertido que debía dar a luz en una instalación sanitaria a causa de su anterior parto por cesárea. La desesperada situación de miseria de su marido y de sus hermanos hizo que se vieran obligados a optar por un parto en casa al no poder permitirse pagar el precio del viaje en taxi. La mujer se desangró hasta casi morir. Cuando el parto se hizo claramente inviable, la familia la trasladó como pudo hasta el hospital de Faizabad, en una provincia cercana. Se pudo salvar su vida pero no así la del bebé.
 
La historia de Nahil se desvía también de la previsible cotidianeidad. La familia de la mujer palestina embarazada trató de llevarla a un hospital ubicado en la ciudad cisjordana de Nablus. El hospital estaba muy próximo y, sin embargo, tan lejano… Entre la ambulancia que la llevaba y su salvación estaba el control del ejército israelí de Hawara. “No sirvieron de nada ni las súplicas ni los lamentos de la mujer en medio del parto, ni las explicaciones de su padre en excelente hebreo, ni la sangre que fluía del coche. El comandante a cargo del control, un elegante israelí que había completado un curso de oficial, oyó los gritos, vio cómo la mujer se retorcía de dolor en el asiento de atrás del coche, oyó los ruegos desgarradores del padre y permaneció inconmovible”, como informó el periodista israelí Gideon Levy en Haaretz. Y añadió: “Nahil Abu-Rada no es la primera mujer que pierde a su bebé de esa forma por culpa de la ocupación, y tampoco será la última”.
 
Los relatos de las dolorosas pérdidas de Qurban-Bibi y Nahil me traen a la memoria dos informes recientemente publicados sobre los derechos de las mujeres y la igualdad de género en el mundo: el informe “El Estado de la Población Mundial in 2008”, elaborado por el Fondo para las Poblaciones de Naciones Unidas, y el informe “Abismo Global entre los Géneros”, publicado por el Forum Económico Mundial.
 
El “Estado de la Población Mundial” persigue estrategias de desarrollo que son sensibles a la unicidad de las culturas particulares, por ello entiende que la cultura es esencial en las vidas de los pueblos, al igual que lo son la ‘salud, la economía y la política’.
 
En cuanto al informe sobre el “Abismo Global entre los Géneros”, fue un estudio en gran medida estadístico llevado a cabo por investigadores de Harvard y la Universidad de California-Berkeley y que fue publicado por el Forum Económico Mundial. Los investigadores examinaron una serie de factores concretos, como trabajos, educación, política, sanidad, etc., para determinar cómo las mejoras, o la ausencia de ellas, en esas áreas habían afectado, o no, a la igualdad entre los sexos en 130 países que representan al 90% de la población mundial. Los resultados eran predecibles en su mayor parte, pero aparecieron también notables desviaciones. “De entre los 130 países, Canadá ocupaba el puesto 31, mientras EEUU lo hacía en el 27. Canadá también se clasificó detrás de Namibia, Sri Lanka, Mozambique, Cuba, Trinidad y Tobago, Lituana y Filipinas, entre otros países”, informó el Globex and Mail de Canadá.
 
Los informes plantean muchas preguntas, presentan muchos desafíos pero no aciertan a tratar las luchas y tragedias de mujeres como Qurban-Bibi y Nahil Abu Rada.
 
El Informe Global de Género puso fuera de sí a muchos medios porque parecía más propio de un concurso de belleza –ganadoras y perdedoras- que un problema apremiante que trata injustamente a millones de mujeres de todo el mundo. El ensayo de informe apenas tocaba la problemática. Como se esperaba, sirvió para establecer después puntuaciones políticas, estereotipos de religiones y, en ocasiones, para desacreditar a culturas enteras.
 
El Estado de la Población Mundial mostró bastante sensibilidad en sus puntos de vista sobre las culturas: no se reprendía simplemente a las culturas no occidentales por representar un problema en sí, sino que se recomendaba, como parte de la solución, sensibilidad cultural.
 
Pero abordar los derechos de las mujeres y las pautas culturales (como si esos temas no fueran únicos en el tiempo y en el espacio) sin examinar los cimientos de la desigualdad es también un error.
 
La cultura es apenas la suma de las opciones racionales hechas por los individuos en un tiempo determinado y en un espacio fácilmente delimitado. Es una respuesta colectiva innata ante una serie de factores internos y externos, cambios y sucesos de orden político, económico y social. Lo más probable es que las mujeres palestinas que viven en pueblos rodeados de controles israelíes tiendan a tener sus bebés en casa o en clínicas locales con poco equipamiento, una respuesta natural ante el posible riesgo de perder a sus bebés. Esa práctica podría eventualmente convertirse en una pauta cultural.
 
Muchas mujeres afganas se ven atrapadas entre la ocupación letal extranjera y el extremismo y venganza de los talibanes. A menudo los matrimonios a edad temprana son la única posibilidad [no se sabe de qué] que tienen las mujeres en algunas zonas del país, y esa edad temprana puede ser a veces de nueve años.
 
Lo mismo podría decirse de Iraq, donde las mujeres, que comparativamente habían adquirido un altísimo estatus en los años anteriores a la guerra, están siendo castigadas con indecibles humillaciones. Gracias a la ‘liberación’ estadounidense de su país, constituyen ahora el mayor porcentaje en la prostitución regional, un fenómeno totalmente extraño en la sociedad iraquí del pasado.
 
Esto no significa que el sufrimiento de las mujeres sea siempre resultado de intervenciones militares extranjeras –enmascaradas de ‘humanitarias’ en algunas ocasiones- ni aboga por la inocencia de culturas locales, costumbres anticuadas o interpretaciones de la religión. Pero lo que no recogen esos informes, y sus consiguientes análisis, es cómo el conflicto, la guerra y las intervenciones militares ponen en peligro a menudo, más que cualquier otro elemento, los derechos y el bienestar de las mujeres.
 
La cuestión de los derechos de la mujer es apremiante, no sólo debido a las espantosas estadísticas (las mujeres y las niñas son las más pobres, las que menos posibilidades tienen de acceder a la educación y las más victimizadas del mundo entero), sino también porque no puede haber progreso real, desarrollo ni gobierno sólido cuando la mitad de la sociedad está marginada y maltratada. La igualdad entre los géneros no es un acto graciable sino una sólida estrategia para un mejor futuro para cualquier nación, sea rica o pobre. Para abordar el tema correctamente, los estudios e informes deben ahondar en las raíces del sufrimiento de las mujeres y no quedarse satisfechos con meros indicadores numéricos que cuentan sólo una parte pequeña de la historia.
 
* Publicado en Rebelión. Ramzy Baroud es autor y editor de PalestinaChronicle.com.

 

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