Lo «queer»…: o los dos lados del discurso clínico

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Fernando Franulic Depix.*

Entre fines de los años 60 y fines de los años 70, la fase “clásica” del movimiento de liberación de la diversidad sexual, que era conformado en las sociedades occidentales por homosexuales "gays", transexuales, lesbianas, entre otras/os, tuvo un objetivo claro de sus movilizaciones: el “discurso médico”. Desde la instalación del dispositivo sexual durante el siglo XIX, los antiguos sodomitas, las travestís, los libertinos, las "drag queens", es decir, todos aquellos que no cabían en el estrecho marco de la casa y el camastro heterosexual burgués, fueron estudiados y clasificados de “anormales” en diferente grado: depravados, invertidos, degenerados, etcétera.

Por tanto, para la fase “clásica” de este movimiento social, uno de los deseos políticos era liberarse del estigma que, por casi dos siglos, los atrapaba como en una sombra: ser un desviado. Sin embargo ese deseo político ha caído en descrédito y, lo principal, ha sido declarado demodé: las fanfarrias que sonaron por la llegada de la posmodernidad, trajeron las movidas teóricas necesarias para que se impusiera la moda y el modo de la teoría "queer".

Postulados novísimos posmodernos: no solo existe un/a trans – género, sino que muchos/as trans – trans – trans – géneros. Así, se propone una afirmación total de la rareza, de la anormalidad, que vendría a ser la política contra los géneros. Y según estos teóricos/as, los géneros se desarticulan, se subvierten, se transgreden, y lo femenino/masculino ya no es el binomio de antes.

En este texto no pretendo centrarme en las implicancias identitarias, sino quiero resaltar un aspecto de esta teoría: la complicidad ideológica que mantiene con el discurso y la institución de la clínica. Sobre este punto deseo plantear tres tesis y una conclusión.

1) La batalla central de la teoría "queer" ha sido lo trans-genérico, puesto que representa la subversión del género y manifiesta el carácter discursivo de las construcciones identitarias.

Esta desarticulación del género, que expresa lo trans-genérico, se hace, para la teoría "queer", políticamente más relevante cuando están en juego mezclas genéricas posidentitarias: ya no existe lo masculino y lo femenino, tampoco lo homosexual, lo transexual y lo bisexual, sino un sinnúmero de posibles identidades donde el género queda entredicho.

Pero en esta fábula del jardín de las mezclas identitarias, la teoría "queer" fantasea sobre la base del cuerpo: no solo cuerpos sexuados, cuerpos socializados, cuerpos históricos, sino formalmente sobre cuerpos biológicos, anatómicos, fisiológicos y biomoleculares. Ya que lo trans-genérico, en tanto representación de lo ""queer"", es un asunto de imaginario y de identidad, como es un asunto material, es decir, corporal. Implica, entonces, hormonas, drogas, medicamentos, quirófanos, cirugía; en una palabra: la clínica.

Para que la fábula genérica se vuelva realidad, el medio es el cuerpo humano y su biología.

2) Los postulados "queer" no llegan a cuestionar la base clínica de sus políticas. Por tanto no se discute la intervención clínica del cuerpo humano, sino que se asume como una etapa más de sus políticas. Lo trans-genérico para pasar del imaginario a la materialidad, de lo femenino a lo masculino, de lo masculino a lo femenino, de la identidad moderna a la mezcla posidentitaria, necesita, en primer lugar, de la industria farmacéutica y de la investigación biomédica, en segundo lugar, de las tecnologías quirúrgicas avanzadas, y en tercer lugar, de los logros de los clásicos gays.

El nivel biomolecular de la intromisión clínica del cuerpo, ha sido en la historia moderna una de las más dañinas. Primero, durante el siglo XX la prueba de drogas y medicamentos ha necesitado de poblaciones cautivas numerosas, como mujeres, niños, pobres, grupos colonizados, entre otras/os, produciendo múltiples efectos colaterales tanto biológicos como sociales.

Segundo, este estudio en poblaciones subordinadas, ha generado un éxito sin precedentes en la detección de los exactos efectos orgánicos de las sustancias, por tanto, la farmacología aparece como “verdadera”.

Y tercero, este éxito científico ha llevado al éxito económico, transformando a la industria del fármaco en una de las más capitalistas y poderosas del planeta.

Entonces lo trans-genérico carga, para la transformación biomolecular del cuerpo, con esa historia, y lo "queer" no discute esa carga histórica. También, lo trans-genérico necesita de la tecnología quirúrgica. La cirugía plástica y reconstructiva es, al igual que la industria farmacéutica, uno de los negocios más poderosos del planeta, que se sostiene en la experimentación con el cuerpo anatómico. En este caso son la anatomía y la fisiología las que están sometidas a la sospechosa manipulación del discurso médico.

Por tanto, lo "queer" para existir como supuesta praxis de la subversión del género necesita de las instituciones del discurso médico, estableciendo una muda complicidad. Y esta complicidad fue antes contradicción, puesto que hoy día para que la intervención clínica permita acceder a lo trans-genérico, hubo de existir una demanda de salir de la oscuridad de la desviación.

3) Ahora bien, este jardín maravilloso de las posidentidades, que se riega con lo mejor de la posmodernidad, es similar y semejante, por no decir idéntico, al furioso jardín farandulero de la sociedad del espectáculo.

Allí, en lo más genuino de la mercancía espectacular, las mujeres se ponen labios, senos, traseros, ojos, etcétera. Y los hombres usan anabólicos, y se ponen también ojos, labios, traseros, etcétera. Es decir, la sociedad del espectáculo usa y necesita de, prácticamente, lo mismo: por un lado, la industria farmacéutica y la investigación biomédica, por el otro, las tecnologías quirúrgicas avanzadas.

En conclusión, una misma base clínica, hecha de experimentación y subordinación, posibilita la imagen espectacular y la imagen transgresora. Una misma base científica, considerada sin crítica como “verdadera”, facilita los géneros, en su más perfecta expresión social, y la subversión del género, en su más acabada desarticulación.

Un mismo discurso médico, clínico y bioquímico, del cual el “revisitado” Foucault sospechó continuamente, permite, favorece y propicia tanto el masculino y el femenino dominantes de la sociedad (del consumo, del espectáculo) como lo trans – trans – trans – genérico de la disidente posmodernidad. Y basta pasar la línea, situarse aquí o allá, quizás para ver que la transgresión es posmodernamente relativa y científicamente rentable.

* Sociólogo.

 

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