LOS BEATLES Y LA DOMINACIÓN BLANDA

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

En estos días se cumple el cuadragésimo aniversario de una las obras cumbres y más hermosas de la música popular occidental, dentro del estilo afroamericano, el Sgt. Peppers Lonely Hearts Club Band, de Los Beatles. La obra constituye un esfuerzo para romper desde dentro de las reglas de juego de la música comercial –con sus estructuras tonales y rítmicas «oreja» y de duración corta para que sean de fácil consumo– con aquellas mismas reglas.

Luego de haber guardado silencio por más de un año, y no presentándose a conciertos por la saturación de repetir siempre lo mismo, The Beatles compusieron este pieza clásica donde cada tema forma parte de un
todo, donde el vinilo de 33 pulgadas fue tomado como soporte de trabajo en su totalidad.

Es lo que luego se llamó «disco conceptual», siendo una de las piezas más conocidas y tocadas en este estilo The Dark Side of The Moon, de Roger Waters con los Pink Floyd, pero también Thick as a Brick, de Jethro Tull, y el emotivo Tales from Topographic Oceans del grupo Yes.

¿Cuánto espacio tiene para la creatividad un grupo o un artista que se mueve al interior de la gran maquinaria de la industria cultural?

La verdad es que poca, casi nula. La presión del mercado de la industria discográfica por generar éxitos rápidos es enorme. El requisito puesto es que los temas operen como «jingles», es decir, que concentren mucha información en un espacio auditivo muy corto, de manera que sean recordables pero desechables al mismo tiempo, de modo de satisfacer al auditor su deseo de libertad y felicidad, pero al mismo tiempo dejarlo insatisfecho para abalanzarse a comprar un nuevo tema musical.

Una especie de medio simbólico generalizado de intercambio, como el dinero. Por ello la mayoría de los temas pop no pasan de los tres minutos, lo que implica «poner toda la carne a la parrilla» desde el inicio, y no como sucede, por ejemplo, en el jazz o la música llamada «docta», en la que se cuenta con largos espacios introductorios para preparar al auditor –y al músico que interpreta– para luego avanzar hacia un desarrollo más complejo de la obra, con variaciones sobre un tema principal.

El Sgt. Peppers es el intento de quebrar con aquel esquematismo del tema «pop» que se compone y llega al auditor en forma discreta, descontextualizado de su lugar de emergencia, para luego, por saturación en las radioemisoras, morir en la soledad.

El éxito «pop» corto y solitario nace y perece, podríamos hacer la analogía, tal como el individuo aislado de la sociedad capitalista contemporánea.

Lennon, McCartney, Harrison y Star, en cambio, de la mano de su productor musical George Martin, e inspirados por el disco Pet Sounds de Brian Wilson de los Beach Boys, lograron crear con el Sargento Pepper un todo que, como diría hace mucho tiempo atrás Aristóteles, es más que la suma de sus partes, donde cada tema remite, se debe y diferencia del otro, tal como desearíamos que fuera una sociedad emancipada: social.

Pero con su hazaña creativa ¿pudieron los Beatles, desde dentro de la industria, romper con el esquematismo comercial del pop de las grandes cadenas discográficas?

Todo indica que no. Luego de un tiempo en que el rock hizo suyo el formato de larga duración fundamentalmente con el llamado rock progresivo, con el giro neoliberal del capitalismo globalizado la megaindustria discográfica –que es uno de los negocios más expansivos junto con el de las armas y la droga– se ha puesto al servicio como nunca antes de lo rápidamente reproducible y desechable. Compre su tema, bájelo por un dólar de internet, cargue su I-pod, entre otros, muestran la cara técnica de la hipervelocidad del modo de producción actual, para el que cualquier detención y serenidad que haga espacio a la reflexividad pausada es una amenaza en tanto pérdida de tiempo productivo.

Tiempo libre puede haber, pero siempre que sea útil como compensación psíquica para la intensividad de
una explotación hipertecnificada.

Es lo que Herbert Marcuse llamó acertadamente como las «técnicas blandas de dominación», las que buscan disciplinar ya no solo el cuerpo –como en la antigüedad– pues éste ya está domesticado para la producción, sino la subjetividad. La intensificación del trabajo que es cada vez más intelectual que corporal –véase el crecimiento explosivo del sector servicios, de los manipuladores de símbolos y la comunicación social– tiene su correlato, sin embargo, en las altas tasas de stress, depresión, consumo de fármacos y agresividad contenida de la población.

Tales efectos del actual modo de producción generan descontento y frustración cotidiana, pues se trata de una
máquina insaciable, efectos que, no obstante, no son reprimidos desde la violencia ciega, sino a través del consumo que exige integración incondicional y no antagonismo, implicación y no crítica, donde el
(auto)control de lo afectivo es de primera importancia. Tolerancia represiva, autoritarismo amable como signo de los tiempos.

La música pop que buscan producir y reproducir las grandes discográficas está al servicio de tal dominación. Sin embargo, en todos los estilos de la música comercial no paran de surgir los nuevos «Sargentos Pimienta» que se rebelan, desde su instinto creador y la capacidad que genera el contacto con el otro y la búsqueda de la alteridad, contra el horizonte estrecho al cual la industria cultural los intenta encajar.

Muchos artistas, incluso considerados estrellas en la esfera comercial, como Prince o George Michael, han emprendido acciones legales y organizado a sus seguidores para contrarrestar el poder de las empresas que los tratan como esclavos ilustrados coartando su libertad artística.

Pero el arte, incluso el masivo, cuando va de la mano de la ética y honestidad de la creación se vuelve político, y horada lo que aparece como un mundo naturalizado, cada vez más diet y adulcorado, aparentemente sin alternativa posible. La imaginación vuelta fuerza material siempre seguirá echando pimienta a este estado de cosas eficientemente administrado que no es más que una construcción humana que, para posar de permanente, pretende en cada gesto borrar con la mano lo que escribe con el codo, como diría un Andrés Calamaro.

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foto
* Sociólogo y guitarrero.

Publicado originalmente en http://manuelguerrero.blogspot.com.

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