Lucho Barrios, qepd

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Nicolás Gomarro.*

Polvo somos y en polvo nos convertiremos, es el mensaje pavoroso de la resignación; es decir: venimos del olvido y el olvido nos espera. Como aquel que se acriminó en el bolero, no queremos defensa. Que nadie alegue por nosotros. Yaceremos en algún quinto patio y así nomás es la cosa. Sic transit gloria mundi.

Tras los adioses vendrá el silencio, un despacioso desvanecimiento a contramano de algunos programas de radio y los restos aguardentosos en fiestas y otras reuniones populares. Lucho Barrios caminó desde El Callao para cruzar la puerta a la sala reservada a otros que fueron grandes.

Debe haber ingresado a esa sala con la cebolla que propicia el llanto y las rosas que marchitan los amores perdidos —y cantados—. Allí, quién sabe, lo pudo estar esperando el mariachi urbano de José Alfredo Jiménez, el canto provinciano de Magaldi, quizá una letra nueva de María Grever, la luna esa que dejó de bañarse desnuda y se quedó con otra leyenda, en fin, con Jorge Negrete ¿y por qué no Violeta?, que fuman un cigarrillo de Gardel.

Se fue Lucho Barrios; algo suyo, empero, se ha quedado en el pasajero para siempre de las gentes.

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