Murió Henry Kissinger, el criminal de guerra que ganó un premio Nobel
La infamia de la política exterior de Richard Nixon se ubica, eternamente, al lado de la de los peores asesinos en masa de la historia. Una vergüenza más porfunda pesa sobre el país que lo celebre. Henry Kissinger murió el miércoles en su casa de Connecticut. El célebre criminal de guerra tenía 100 años, señala la revista Rolling Stones.
Con una mera garantía de asesinatos confirmados, el peor asesino en masa jamás ejecutado por Estados Unidos fue el terrorista supremacista blanco Timothy McVeigh. El 19 de abril de 1995, McVeigh detonó una bomba masiva en el edificio federal de Murrah en Oklahoma City, matando a 168 personas, entre ellas 19 niños. El gobierno mató a McVeigh por inyección letal en junio de 2001.
McVeigh, que a la manera de su propia psicótica pensó que estaba salvando a Estados Unidos: nunca mató ni remotamente en la escala de Kissinger, el gran estratega estadounidense más venerado de la segunda mitad del siglo XX.
El historiador de la Universidad de Yale Greg Grandin, autor de la biografía Kissinger’s Shadow, estima que las acciones de Kissinger de 1969 a 1976, un período de ocho años breves en el que Kissinger hizo política exterior de Richard Nixon y luego Gerald Ford como asesor de seguridad nacional y secretario de Estado, significara el fin de entre tres y cuatro millones de personas.
Eso incluye crímenes de comisión, explicó, como en Camboya y Chile, y omisión, como la luz verde del derramamiento de sangre de Indonesia en Timor Oriental; el derramamiento de sangre de Pakistán en Bangladesh; y la inauguración de una tradición estadounidense de usar y luego abandonar a los kurdos.
Dicen que no hay mal que dure cien años, y Kissinger está corrigiendo ese dicho para probar que están equivocados. No hay duda de que será aclamado como un gran estratega geopolítico, a pesar de que acabó con la mayoría de las crisis, lo que llevó a una escalada. Tendrá crédito por abrir China, pero esa era la idea y la iniciativa originales de De Gaulle.
Será alabado por la distensión, y eso fue un éxito, pero socavó su propio legado al alinearse con los neoconservadores. Y por supuesto, se alejó de la escoria libre de Watergate, aunque su obsesión con Daniel Ellsberg realmente impulsó el crimen.
El que fuera máximo exponente de la política internacional estadounidense deja un legado criminal. A Kissinger se le recordará por su respaldo a dictaduras como las de Argentina entre 1976 y 1983 y los últimos años del régimen de Francisco Franco en España (terminado con la muerte del dictador en 1975), su papel en La Operación Cóndor para reprimir y aniquilar a opositores latinoamericanos de izquierda o su apoyo al golpe de Estado contra el presidente constitucional Salvador Allende en Chile, en 1973.
Al comparecer ante el Comité del Comité de Relaciones Internacionales del Senado el 7 de setiembre sobre su nombramiento para secretario d Estado, Kissinger prometió claborar estrechamente con el Congreso en la conducción de la política exterior para “una paz duradera”.
Con su áspera e imponente presencia y su manipulación del poder tras bambalinas, Kissinger ejerció una inusual influencia en los asuntos mundiales durante el gobierno de los presidentes Richard Nixon y Gerald Ford, labores por las que fue repudiado y también ganó el premio Nobel de la Paz. Varias décadas más tarde, su nombre seguía siendo objeto de un apasionado debate sobre hitos diplomáticos del pasado.
El poder de Kissinger aumentó durante el escándalo de Watergate, cuando el diplomático asumió un rol similar al de copresidente al lado de un debilitado Nixon. Después de dejar el gobierno, Kissinger se vio asediado por críticos que señalaban que debió ser llamado a rendir cuentas por sus políticas en el sudeste asiático y por el apoyo a regímenes represivos en Latinoamérica.
Su estilo era trabajar fuera de la maquinaria oficial del Departamento de Estado y el servicio exterior, que, según él, había debilitado la diplomacia estadounidense de su vigor y creatividad. Los “canales traseros” con los rusos, los chinos y casi todos los demás se adaptaban al gusto de Nixon por la conspiración. Y se adaptaban a su propio anhelo de estar en el centro de la acción, tirando de las cuerdas.
Los escépticos e intelectuales dijeron que había sacrificado los principios de Estados Unidos y más de un millón de vidas. Había seguido luchando en Vietnam y llevado la guerra a Camboya y Laos en nombre de la “credibilidad” estadounidense. Había bendecido un genocidio paquistaní en lo que se convirtió en Bangladesh, porque Pakistán lo estaba ayudando con China.
Había planeado golpes de estado y asesinatos en Chile y una insurgencia en Angola, porque pensaba que los países caerían como fichas de dominó ante las conspiraciones soviéticas. Cuando ganó el Premio Nobel de la Paz en 1973, Christopher Hitchens, un periodista británico, dijo que debería haber sido juzgado por crímenes de guerra, y la acusación perduró.
Recuerdos macabros
En toda América latina se lo recordará por su respaldo a dictaduras como las del general Jorge Videla en Argentina, Augusto Pinochet en Chile y Juan María Bordaberry (y sus seguidores) en Uruguay. En especial por su destacado papel en la Operación Cóndor para reprimir a opositores latinoamericanos y por su participación en el golpe de Estado contra Salvador Allende en Chile en 1973. En España, la atención está centrada en el soporte que le dio a los últimos años al régimen de Francisco Franco.
No hay mal que dure cien años, decían los paraguayos que sorportaron la dictadura del general Alfredo Stroessner por 35 años (1954-1989), que tuvo el apoyo incondicional de Kissinger, también.
La historia de Doctor K comenzó en Fürth, Baviera, Alemania, el 27 de mayo de 1923, en el seno de una familia judía. Baviera fue escenario del tubo de probeta de un proyecto mesiánico: el putsch de la cervecería, por el cual Adolf Hitler fue preso. Quince años más tarde, cuando se aprestaba a desencadenar la segunda guerra mundial, la familia Kissinger huyó de Alemania hacia Estados Unidos.
Heinz, ya convertido en Henry, se sumó al Ejército estadounidense y, como soldado enemigo, regresó a Alemania, en su condición de bilingüe y como parte de la inteligencia militar en la batalla de las Ardenas.
Tras la guerra se graduó con honores en Ciencias Políticas en Harvard. A fines de los 50, Kissinger ya contaba con un padrinazgo político, el de Nelson Rockefeller, miembro de una de las familias más ricas del país, que tenía ambiciones políticas y sumó a Kissinger como asesor.
En 1959, Rockefeller se convirtió en gobernador de Nueva York. Desde esa posición buscó un año más tarde ser candidato presidencial republicano. Perdió la nominación ante el hombre que pondría a Kissinger en primerísimo plano una década más tarde: el entonces vicepresidente, Richard Nixon.
Cuatro años más tarde, Barry Goldwater, un senador de extrema derecha, postergó las ambiciones de Rockefeller quien volvió a fallar en 1968. Ese año marcó el renacimiento político de Nixon, que ganó las primarias y derrotó al demócrata Hubert Humphrey. Kissinger, el colaborador de Rockefeller fue nombrado al frente del Consejo de Seguridad Nacional.
Militarizar el sudeste asiático, a los bombazos
Nixon había llegado a la Casa Blanca con la promesa de repatriar a las tropas de Vietnam. La guerra era impopular, tanto como notable era el estancamiento ante un enemigo inferior. Nixon redujo la presencia militar, pero incrementó los bombardeos, con el fin buscado por Kissinger: extender la militarización del sudeste asiático.
En acción diseñada por el Doctor K, los militares estadounidenses comenzaron a incursionar en la vecina Camboya para atacar desde allí al Vietcong. Como respuesta, Vietnam del Norte derivó esfuerzos en apoyo del enemigo del dictador Lon Noi en la guerra civil que sufría Camboya desde 1967: los Jemeres Rojos. Lo mismo pasó en Laos, otro país vecino de Vietnam, también sumergido en un conflicto interno, y que, como Camboya, sufrió la incursión militar ordenada por Nixon. Los bombardeos no dejaron un solo edificio en pie.
Mientras, Kissinger sumaba puntos en una delicada misión: el inicio de las relaciones de Estados Unidos con la China de Mao. A mediados de 1971 viajó en secreto a Pekín, se reunió con el primer ministro Zhou Enlai y sentó las bases para la visita de Nixon, en febrero del año siguiente.
A su vuelta de China, míster K armó la estrategia de apoyo a Pakistán en su guerra con India, un conflicto que derivó de la guerra de independencia de Bangladesh, hasta entonces una provincia paquistaní. India se impuso después de tres semanas. Kissinger evaluó la posibilidad de que la Unión Soviética se expandiera allí a partir de un tratado de amistad con India. Usó el viaje a China para convencer a Zhou de la conveniencia de aliarse con Washington: los chinos eran aliados de Pakistán.
A comienzos de 1973 logró ubicarse en el centro de las luces. París fue el lugar elegido para las negociaciones de paz con Vietnam del Norte. El interlocutor era Le Duc Tho, quien planteó la imposibilidad de un acuerdo si primero no terminaban los bombardeos. Finalmente, el consejero firmó la retirada de las tropas estadounidenses y la desmilitarización de Vietnam del Sur. La guerra continuó dos años y medio más, hasta la victoria norvietnamita sobre el sur.
La controversia sobre el Nobel a Kissinger aún se mantiene. Ha habido campañas para que se le retire el premio, a la luz de sus antecedentes. Las críticas se incrementan si se tienen en cuenta las fechas. El Nobel fue otorgado un mes después de uno de los hechos más dramáticos de América Latina en el último medio siglo, y que significó la expansión del anticomunismo kissingeriano al Cono Sur: el golpe militar en Chile.
Chile
El ascenso de la Unidad Popular de Salvador Allende había sido un mazazo para Nixon en 1970. Estados Unidos empezó a desestabilizar al primer presidente marxista elegido en elecciones libres. El propio Nixon sostenía que los chilenos se habían equivocado con Allende y que la Casa Blanca debía enmendar el error.
Kissinger sostuvo la postura de Nixon con estas palabras: “No veo por qué tenemos que esperar y permitir que un país se vuelva comunista debido a la irresponsabilidad de su propio pueblo”. Quedó al frente del Comité 40, una mesa chica integrada por la CIA, el Departamento de Estado y el de Defensa, que motorizó la acción contra Allende. El 11 de septiembre de 1973, la amenaza de la vía chilena al socialismo fue reemplazada por una dictadura brutal, la del general Augusto Pinochet.
A las dos semanas de iniciado el régimen de Pinochet, Kissinger fue ascendido al frente del Departamento de Estado, desde donde lidió con la diplomacia estadounidense, con la cuestión de Oriente Medio. Apenas asumido, Egipto atacó a Israel, en lo que marcó el inicio de la guerra de Yom Kippur.
El apoyo de Washington a Israel provocó el embargo petrolero de la OPEP, punto de arranque de la crisis del petróleo. Kissinger monitoreó las negociaciones de paz, que culminaron en mayo de 1974 y serían un precedente para los posteriores acuerdos de Camp David, que significaron una victoria diplomática final para Nixon, jaqueado ya por el escándalo Watergate.
En algunos círculos de Washington, entre los intrigados por la verdadera identidad de Garganta Profunda (la principal fuente de The Washington Post) se barajaba el nombre de Kissinger. La sospecha recién terminó en 2005, cuando Mark Felt, número 2 del FBI durante el escándalo, admitió haber sido la fuente. Caído Nixon en agosto del 74, asumió Gerald Ford, que confirmó a Kissinger como canciller y propuso él como vicepresidente al gran soporte de Kissinger en su ascenso: Nelson Rockefeller.
Anticomunismo ante todo
1975 fue el año en el que el doctor K ramificó su influencia a otros lugares del mundo. En África, impidió que el Sahara Occidental tuviera su autodeterminación. El territorio era un protectorado español y estaba la promesa de que el pueblo saharaui tendría su gobierno. Sin embargo, Estados Unidos impulsó a Marruecos, en plena agonía de Francisco Franco.
El rey Hassan II movilizó a miles de súbditos en la Marcha Verde y España cedió. El Sahara Occidental quedó ocupado desde entonces por Marruecos. Kissinger pensaba que el autogobierno saharaui podría convertir al territorio en un enclave soviético. Esa tesis estaba apoyada por lo que pasaba en Angola, la antigua colonia portuguesa que consiguió su independencia en 1975 y donde se desató una guerra civil en la que el Movimiento Popular de Liberación de Angola contó con el apoyo de Cuba para salvaguardar su indepdencia.
Marruecos lleva más de 30 años alargando plazos y torpedeando la celebración de un referéndum de autodeterminación, mientras que EU toma posiciones cada vez más favorables a su causa. El Sáhara, moneda de cambio para la restauración borbónica en España.
En ese 1975 Kissinger volvió a estremecer el sudeste asiático. Otra antigua colonia portuguesa, Timor Oriental, iba camino de independizarse. Ford y Kissinger vieron con preocupación que llegara a tener un gobierno de izquierda. Entonces dieron luz verde a la invasión de Indonesia. El dictador Suharto, un aliado de la Casa Blanca, ocupó la isla y provocó una sangrienta represión.
Indonesia era un bastión anticomunista y el espejo para diseñar lo que sería la Operación Cóndor en el Cono Sur, la red de coordinación entre dictaduras latinoamericanas para reprimir a la población civil.
El sostén de Videla y Pinochet
En 1976 Kissinger afrontó el que sería su último año en la cúspide, y América Latina se convirtió en el principal tema de su agenda. Estados Unidos vio con buenos ojos la llegada al poder en la Argentina de la dictadura genocida. Tras lo suedido en Chile, aconsejó a los militares argentinos: instó a la Junta Militar a actuar en la clandestinidad, evitando imágenes como las que el pinochetismo ofrecía en el Estadio Nacional.
El canciller de la dictadura argentina, el vicealmirante César Guzzetti, le recomendó que la metodología de los centros clandestinos fuera rápida para evitar cualquier cuestionamiento. Así se habría plantado la semilla del acuerdo de la dictadura con Burson Masteller, la agencia de publicidad contratada por el régimen de Videla para contrarrestar la «campaña antiargentina». El 21 de junio de 1978, junto con Videla, Kissinger presenció el 6 a 0 de la Argentina a Perú por la Copa del Mundo.
En esos meses del 76, el Secretario quedó en el ojo de la tormenta por el atentado que le costó la vida a Orlando Letelier, excanciller de Salvador Allende. Una bomba en su coche lo mató a él y a su secretaria estadounidense el 21 de septiembre de 1976, a pocas cuadras de la Casa Blanca. La cercanía de los republicanos con Pinochet generó críticas, en plena campaña electoral.
En el llano
Desde el 20 de enero de 1977, cuando Jimmy Carter asumió como presidente, terminó la era Kissinger. Carter rompió con la lógica del Secretario y criticó a las dictaduras latinoamericanas. El doctor K, con 53 años, pasó a la actividad privada a través del lobby. Se integró a la Corporación RAND (Research and Development, en castellano, Investigación y Desarrollo), una organización que financia el gobierno de Estados Unidos y ofrece servicios de asesoría al Pentágono. En rigor, el vínculo venía desde los años 50 y se habría mantenido mientras fue funcionario de Nixon y Ford.
A esto se suma su presencia en el Grupo Bilderberg, en donde coincidió con el hermano menor de Rockefeller, David. Es un grupo cerrado, que reúne a políticos y grandes empresarios. Es tan hermético que ha dado pie a teorías conspirativas. La presencia de Kissinger como miembro no ayudó a darle prestigio: todo lo contrario.
En 1979 trató de blanquear su imagen con Los años en la Casa Blanca, su libro de memorias. Ya nonagenario, se lo ha visto en el Foro de Davos e incluso se reunió en la Casa Blanca con Donald Trump.
Fue a partir de 1998 cuando la posibilidad de juzgar a Kissinger comenzó a tomar forma. Ese año Pinochet fue detenido en Londres y el rol de Estados Unidos en la dictadura chilena volvió a ser discutido. La apertura de documentos clasificados contribuyó a los cuestionamientos contra el antiguo secretario. El periodista y escritor inglés Christopher Hitchens le dedicó un volumen, Juicio a Kissinger, compendio de su historial.
Hitchens, fallecido en 2011, estimó que el arresto de Pinochet abría una nueva era en la cual Kissinger podía y debía rendir cuentas ante la Justicia. “Desde el principio de la administración Nixon hasta el fin de la administración Ford las huellas que dejó Kissinger son visibles y van de Vietnam hasta Camboya, pasando por Chile, Bangladesh, Grecia y Timor Oriental. Lo que pasó con él es que continuó siendo un personaje ambiguo, protegido gracias a su gran poder”… y con enorme poder de destrucción de pueblos, en el sacrosanto nombre de la democracia y el anticomunismo.
El genocidio del Jmer Rojo
El nombre de Pol Pot se relaciona con genocidio y masacres de entre 1,7 a cuatro millones de cambodianos (la mitad de la población) desde 1975 hasta principios de 1979. La era de permanente violencia había comenzado en 1970 con la intervención militar y ayuda estadounidense a regímenes corruptos, y se extendió a 1989.Con el comienzo del juicio en Phnom Penh, la capital de Cambodia, a los más connotados asesinos, el asunto volvió a la palestra 30 años después de la caída del régimen de Pol Pot.
Analistas, entre ellos el lingüista y filósofo estadounidense Noam Chomsky, consideran que no solo los dirigentes aún vivos del Jmer Rojo deben ser juzgados por el Tribunal Internacional, sino también el entonces secretario de Estado Henry Kissinger, y otros autores de los bombardeos estadounidenses a Cambodia, causantes de la muerte de más de 600 mil civiles, así como por su respaldo a los criminales, luego de que Vietnam y patriotas cambodianos lograron expulsarlos del poder en enero de 1979.
El primer ministro del hoy Reino de Cambodia, Hun Sen, planteó que «Nadie debe escapar de la justicia. Los Jmer Rojos tienen que ser traídos al Tribunal… pero también aquellos que los apoyaron, deben aparecer allí», como Kissinger.
*Sociólogo y analista internacional, Codirector del Observatorio en Comunicación y Democracia y analista senior del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)