Para los hermanos árabes

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Roberto Hernández Montoya
Cuando cayó Marcos Pérez Jiménez en 1958, casi todos los venezolanos éramos de una inocencia temeraria. No así Rómulo Betancourt. Apenas llegó del exilio ese año, activó un acuerdo con Washington bien fácil de inferir por su conducta ulterior, destinado a evitar otro golpe imperial como el de 1948 contra el gobierno de su partido Acción Democrática (AD).

 

Pérez Jiménez despreció al pueblo. Se apoyó principalmente en la burguesía y el ejército, que no le fueron fieles al final y fue derrocado por una valiente revuelta cívico-militar algo parecida a la egipcia.

Mientras el pueblo celebraba su triunfo, se movieron rápida y sigilosamente los apéndices del Imperio. Ni las bases de AD ni el Partido Comunista enfrentaron las marañas de Betancourt con la burguesía y el Imperio.

A finales de 1957, tres de los principales partidos firmaron el llamado Pacto de Nueva York, que en 1958 fue ratificado en Venezuela con el Pacto de Punto Fijo. Ambos acuerdos excluían al PCV. ¿Cómo no pensar que todo estuvo contratado con Washington, donde residió Betancourt hasta el fin de su exilio? ¿Por qué eligió Washington?

Betancourt ganó las elecciones de diciembre de 1958 y nos dio a todos el esquinazo: vendió la revolución, que había costado sangre, incluyendo la de militantes de su partido AD. Esto causó pronto una división de esa organización en una facción de derecha y una de su izquierda indignada por la traición. En enero de 1959 triunfó la Revolución Cubana, pero era tarde para los revolucionarios venezolanos que se inspiraron en su ejemplo. Betancourt logró convertir a Venezuela en el principal satélite del Imperio en este lado del Continente. Algo parecido podrían sufrir los países árabes cuyos pueblos andan heroicamente en rebeldía ante el Imperio.

Hay algunas interrogantes que me hago ante algunas similitudes inquietantes con el actual mundo árabe. A finales de los años 50 había en nuestra América varias dictaduras militares, impuestas todas por el Imperio: Manuel Odría en el Perú, Gustavo Rojas Pinilla en Colombia, Marcos Pérez Jiménez en Venezuela, Fulgencio Batista en Cuba, Rafael Trujillo en República Dominicana, Alfredo Stroessner en el Paraguay, Anastasio Somoza en Nicaragua.

Estos dos cayeron más tarde, pero los demás se derrumbaron como dominós en poco tiempo. Hay evidencias de la intervención yanqui en la caída de algunas de esas dictaduras: mataron a Trujillo cuando se negó a dejar el mando. A Pérez Jiménez no lo defendieron. El apoyo que le dieron a Batista no fue suficiente. Y no se opusieron tampoco a la caída de los otros.

Cuando los Estados Unidos de verdad respaldan un gobierno hacen de todo para defenderlo: financiamiento y entrenamiento de guiñoles, golpes de Estado, acciones separatistas y eventualmente invasiones, para enumerar solo parte de su arsenal político. No hicieron nada de eso para evitar las caídas de las dictaduras latinoamericanas de finales de la década de 1950. Tampoco defendieron a su aliado Mubarak (ver «Tengan cuidado» http://bit.ly/eZaOpt).
¿Está pasando lo mismo ahora en los países árabes?
Estos días son, pues, decisivos para el futuro del mundo.

*Intelectual venezolano, presidente del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos (Celarg)
 

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