Paraguay palpita en una cámara: Una sociedad deseosa de mirarse a través de la pantalla
Con su primer largometraje en la mochila y toda la experiencia militante de haber sido uno de los fundadores de la televisión pública paraguaya durante el Gobierno de Fernando Lugo, el realizador Marcelo Martinessi pasó por Suiza este mes de noviembre. A pesar del éxito de Las Herederas en varios festivales, incluyendo dos Osos de Plata en el de Berlín en febrero 2018, el joven comunicador, director y guionista relativiza el valor de las preseas. Y aprovecha cada espacio mediático para hablar de su país, Paraguay, de las frustraciones históricas, así como de sus perennes convicciones.
“Una película ganadora no es la que obtiene premios sino la que vive en el tiempo”, afirma Marcelo Martinessi para relativizar el éxito significativo de su primer largometraje, Las Herederas, cuya presentación acompaña tal como padre a hijo en un periplo internacional que tuvo inicio, pero pareciera no tener fin.
Y agrega, “no me quiero confundir con los premios hasta ahora obtenidos”. Si bien significa que el film tocó a muchas personas y motivó reacciones positivas, es también cierto que existen tantas producciones de excelente calidad que nunca tuvieron premios, explica. “Es genial y positivo constatar que se reconoce que es una película que se realizó con honestidad. Sin embargo, el reconocimiento máximo para mí en tanto realizador sería que mis películas vivan en el tiempo”.
Y esa ambición parece ser ya un signo de la breve pero significativa producción de Martinessi. En todo caso si se contabiliza el impacto de su film anterior, el corto documental de solo 11 minutos La voz perdida, sobre los campesinos masacrados de Curuguaty el 15 de junio del 2012, hecho que luego desencadenaría, en tanto pretexto, el juicio político contra el entonces sacerdote/presidente Fernando Lugo.
Hablar sobre ese documental, así como rememorar esa breve etapa histórica de un gobierno progresista, periodo en el cual fue uno de los fundadores y director de la naciente Televisión Pública, resucita dolores y frustraciones. “2012 fue un año crucial. Dirigía entonces la televisión pública cuando se da el Golpe de Estado contra el gobierno de Fernando Lugo. Había un sector oscuro de la sociedad que necesitaba ese Golpe, que tuvo un impacto directo y doloroso en las pequeñas conquistas de los sectores menos privilegiados de la población. enfatiza. Y que, a nivel personal, completa, significaba “distanciarme definitivamente de esos sectores privilegiados que apoyaron un Golpe de Estado sólo porque sentían amenazados sus privilegios. Yo tenía entonces 39 años. Fue algo difícil, pero a la vez hermoso, porque a pesar de la crisis y el dolor, fui perdiendo el sentido de pertenencia a ese lugar social que siempre – de una u otra forma – ha sido una cárcel. Y eso me permitió buscar nuevos espacios, abrir nuevos horizontes.
Y desde entonces, el *autoexilio* en Brasil; la carrera cinematográfica en explosión; La voz perdida y el premio al mejor cortometraje en la sección Horizontes de la 73 Muestra Internacional de Arte Cinematográfico de Venecia en septiembre del 2016; así como el posterior parto de Las Herederas, que permite enfocar -aunque sea por instantes- las cámaras y reflectores internacionales en el país sudamericano de cinematografía incipiente y con una historia de contradicciones y resistencias pendiente de ser contadas.
“La película se escapó de la pantalla”
La coproducción de Paraguay / Uruguay / Alemania / Brasil / Noruega y Francia narra la vida cotidiana de Chela (Ana Brun) y Chiquita (Margarita Irún), una pareja lesbiana, ambas con más de 60 años, de origen acaudalado, y que producto de una crisis económica deben desmontar la lujosa vivienda que ocupan en los suburbios de Asunción. El inesperado derrotero carcelario de Chiquita permite confrontar no solo dos realidades sociales extremadamente polarizadas, sino que empuja a la pareja a recorrer caminos personales inimaginables.
“La pregunta de dónde está realmente la libertad es eje del film. Habiendo pasado gran parte de mi vida en ese mundo de mujeres de clases privilegiadas y habiendo conocido muy bien, como realizador de reportajes documentales, el mundo de esa cárcel de mujeres”, explica Marcelo Martinessi. Y junto con esa pregunta, nacen respuestas abiertas – e inconclusas-, impregnadas de una llamativa sensibilidad femenina que hacen de este drama, según la crítica especializada, una verdadera locomotora de referencia para la joven cinematografía paraguaya.
“Está llena de diálogos y situaciones de un mundo femenino que conozco muy bien desde niño. Desde el orden simétrico en una bandeja de plata – muy similar a la de una tía – hasta el mundo de chismes – que conocí de niño cuando acompañaba a mi madre a la peluquería. Todo era muy nuevo y fuerte para mí. Para narrar mejor este mundo conté con el apoyo enorme de las actrices que aportaron significativamente a la fuerza de los personajes. “Paraguay es tierra de mujeres” y más allá de los cánones machistas son ellas quienes tejen la fibra interna de la sociedad” insiste.
“Ahora trato de establecer un poco de distancia con la película y con el impacto que tuvo fuera y dentro de Paraguay. En mi país, creo que se escapó de la pantalla para generar nuevos debates en una sociedad donde se reflexiona muy poco. Eso me parece significativo” subraya Martinessi. Y en ese sentido, completa, son muy importante estas exhibiciones en Suiza, en Europa. Ya que “podemos desde aquí presentar nuestro continente de una forma lúcida y sin la urgencia de lo cotidiano. Aportar, así, a darle visibilidad a mi país y a América Latina” a través de la cámara.
Imposible separar a Martinessi de su Paraguay natal ni a Paraguay hoy del exitoso realizador, vanguardia de la producción fílmica de un país que busca identidad en sus imágenes. Sin olvidar, como lo recuerda en diversas entrevistas, que no se puede separar al cine paraguayo de las seis décadas de oscuridad, de un mismo partido en el gobierno con fuerte presencia militar, que devastó todo, incluso, las ideas.
A pesar de todo, existe una generación ávida de contar historias. Y como lo demostró la proyección de Las herederas, un país fascinado en mirarse a sí mismo, a través de su propio espejo, mostrado por una cámara. Y un Martinessi para quien su país no solo es un escenario más, sino una necesidad esencial de su obra.