Paren Europa que me quiero bajar

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Aram Aharonian

  La Unión Europea pareciera pegada con saliva. Ahora que están todos metidos en el mismo barco, con capitán alemán, no solo los pasajeros parecen amotinarse en diversos dialectos, lenguajes, idiomas, sino también que parte de la tripulación anda buscando otras posibilidades… aunque saben que el pacto faustino no se les hará fácil.
Por lo menos esa es la impresión que se le lleva uno, en un pasar de 10 días, charlando con la gente, viendo la televisión, escuchando los discursos neocolonialistas de los guías turísticos…
 
Para la nueva Europa unida hace falta una historia nueva. A la vieja, la real, la de milenios de guerra y millones y millones de muertos, la enterró Huntington con ayuda de los que fueron forjando esta Unión. Ahora hay que reinventar la historia, acomodar el pasado y la actualidad a las necesidades políticas y económicas, en busca de un futuro que nadie conoce y sobre el cual cada vez menos europeos tiene esperanzas.
 En Europa casi todo el mundo habla inglés. Eso se lo repiten a uno, pero la realidad es que casi todos los europeos que viven en Gran Bretaña sí hablan inglés. Los demás, más o menos como los latinoamericanos: ni alemanes, ni austríacos, ni checos, ni eslovacos, ni italianos, ni españoles, y mucho menos los húngaros hablan inglés (ni soñar que hablen una palabra de español). Ni siquiera quienes atienden (?) al turismo.
“Ahora tenemos posibilidades de salir a cualquier parte, pero es lo mismo: no nos entiende nadie ni entendemos a nadie”, me decía Imre, un profesional húngaro. Los únicos que pueden entender alguna palabra magyar son los finlandeses, aparentemente con la misma raíz lingüística, aunque usted no lo crea.
Loa húngaros comenzaron su historia como nación recién después de la segunda guerra mundial. Ahora, en el reinvento de su historia, los máximos referentes “nacionales” son Matías, un sacerdote católico y guerrero que no llegó a santo por lujurioso, y una emperatriz cinematografizada: sí, la mismísima Sissy, esposa del emperador-conquistador Francisco José, quien ni siquiera era húngara pero gustaba de ellos, o al menos del conde Andrassi.
Todos los europeizados, sobre todo los nuevos miembros de este milenio, miran a Alemania, que sin conquistarlos militarmente se ha hecho abrir las puertas para sus empresas. La historia se reinventa cada día: los campos de concentración nazis son una historia que (casi) nadie quiere que se repita y, a la vez, un excelente negocio turístico.
Pero hablando de negocios, basta ver en cualquier país del centroriente europeo la televisión “globalizada” para saber que tenemos grandes posibilidades de invertir en Macedonia, Bahreim, Eslovaquia…. Es como si nos dijeran “ya les allanamos el camino, no queda (casi) resistencia, venga y explotemos juntos estas “nuevas” naciones incorporadas a la unión.
 Algo similar pasa en Salzburgo, dedicada aún a la explotación de la vida de Amadeus Mozart y los jardines de Mirabelle. Todo es Mozart: desde los chocolates a cada espacio donde se puede presentar un concierto. Y desde allí, si es valiente, puede incursionar hasta Innsbruck para descubrir el Tirol (donde se animan a usar colores menos cremita, aunque siempre dentro de la gama de los pasteles), la cultura de montaña, la carne de ciervo y jabalí… y el frío alpino.
Pero como dijera Klauz, un veterano guía austríaco: “Lo nuestro no es la guerra, son los casamientos”. Y es cierto. Un imperio, sobre todo con los Habsburgo, que cuando tuvo que defenderse tuvo que pedir ayuda afuera. A los turcos comandados por Kara Mustafá los detuvieron en 1683 el rey polaco Juan III Sobieski y el príncipe de Saboya-Carignano, Eugenio Francisco.
Y en ese reinvento permanente de la historia, aparece precisamente Eugenio Francisco, hijo bastardo de Luis 14, chiquito, jorobado y lleno de verrugas, a quien su padre quiso meter en un monasterio para que no lo molestara en las Cortes, y al final le salió excelente estratega militar, contratado por el emperador austríaco, quien pagó sus servicios con la construcción de varios palacios, entre ellos el de Belvedere. Dicen que después de llegar a la cima, las señoras de Viena sostenían que la joroba le sentaba muy bien y que tenía una mueca que ya parecía una sonrisa y era encantadora… Como dicen en el Caribe: chequera mata galán.
 Y uno se sorprende al aggiornarse que las milanesas no son de Milán sino de Viena y la salchichas de Viena en realidad son de Francfurt, y desde mucho antes de la globalización.
De esa época son el palacio y los jardines de Lednice, declarados patrimonio de la humanidad de la Unesco, que hoy recuperados por la Universidad de Brno y convertidos en lugar turístico, esos predios son reclamados por la familia Lichtenstein (los mismos del principado), varios de cuyos descendientes integran los gabinetes derechistas en Chequía (así le llaman a la República Checa) y países aledaños.
En la esplendorosa Praga donde las cervecerías sirven de escenario a la bohemia de los bohemios (esa es la región donde se asienta la capital checa) también tratan de reescribirle la historia, llenándola de condes y duques muertos por enfrentarse al rey de turno. Incluso critican hoy la Primavera de Praga como movimiento interno del comunismo pero no una rebelión popular. Pero las paredes de las callecitas de la ciudad alta, media y nueva hablan por sí solas y la creatividad del checo sigue haciéndole gambetas a la globalización.
En esta necesidad de tener historia propia, los europeos prefieren silenciar su pasado reciente (incluso el del último siglo) y reinventar edulcorados cuentos sobre aguerridos y cultos condes, obispos, cortes imperiales, arzobispos lujuriosos o no, reyes, emperadores, emperatrices. Familias reales o aristocracia aparecen hoy como principales aliados –muchos de ellos enquistados en el poder- de las grandes trasnacionales. Les asesinaron la historia y, para peor, la gente no ve nada esperanzador en el horizonte.
Pareciera una unidad tan delicada como la porcelana de Meissen o el cristal de Bohemia. Ningún luchador nacionalista o social es recordado en esta neohistoria. Como si la historia “unitaria” no los necesitara y los pueblos tampoco. Paren Europa, prefiero bajarme.

 

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