Presidenciales en Chile: Enríquez-Ominami y la segunda vuelta

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Rafael Luís Gumucio Rivas*

Se pregunta el articulista si Marco Enríquez-Ominami puede llegar a la segunda vuelta en los comicios de diciembre próximo. Aunque de su texto se desprende que si, que incluso sería deseable,  la pregunta no es mera retórica. Excluida de los medios periodísticos la izquierda, y en la práctica excluida de la izquierda la única candidata izquierdista –Pamela Jiles–; excluido también, y no por derechista, quizá sí por eso del "ojo por ojo", el candidato Zaldívar, dos leones sordos procuran hacer música electoral. Y lo hacen mal. La alternativa Enríquez-Ominami, entonces, se comprende.

El crecimiento del apoyo a Enríquez–Ominami, que muestran las encuestas no tiene, a mi modo de ver, parámetros comparativos al menos en el período llamado de la transición a la democracia. Se recurre normalmente a compararlo con la votación obtenida por Francisco Javier Errázuriz, el 15%, en las presidenciales de 1989, o al 11% alcanzado por el conjunto de candidatos extraparlamentarios, en las presidenciales de 1993.

Toda comparación conlleva el peligro de caer en la analogía, que es como el virus del uso de esta metodología para abordar la historia política; por ejemplo, no se puede igualar el Frente Popular francés, español y chileno, a pesar de que su inspiración, sus componentes y su filosofía sean similares: cada uno de ellos tuvo una salida muy diversa. Lo mismo ocurre con las comparaciones políticas más contemporáneas.

Hasta hoy Marco Enríquez–Ominami fluctúa en un apoyo desde el 13% hasta el 21%, en la última encuesta; en todo caso superaría, fácilmente, el millón de votos  de un universo electoral absolutamente estancado, lo cual, como lo hemos sostenido muchas veces, resta bastante legitimidad al sistema político chileno. Este récord sólo dos veces ha sido igualado por candidatos no pertenecientes al duopolio.

No parece comparable el caso de Francisco Javier Errázuriz con Marco Enríquez–Ominami: en primer lugar, el 15,43% de Errázuriz corresponde, fundamentalmente, a votación de derecha: si sumamos el 29,40%  de Büchi, y el 15,43% de Errázuriz, equivaldría al 43,33%, muy cercano a la votación del SÍ en el plebiscito de 1988; en segundo lugar, es cierto que un cierto sector, crítico en algunos aspectos del sistema, como la UF, aportó un porcentaje a los sufragios favorables a Errázuriz. Es evidente que el escenario actual invalida completamente la comparación.

El otro caso que se cita es el 11% que logra la izquierda extraparlamentaria en las presidenciales de 1993, resultado de la suma del 5,5% de Max Neef, el 4,7% de Eugenio Pizarro, y el 1,17% de Cristián Reíste. En primer lugar, hasta ahora, el apoyo a Marco supera fácilmente esta cifra –entre el 14% y el 21%–; en segundo lugar, la Concertación tenía, en esa época, una fuerza del 58% en las presidenciales y más del 50% en las parlamentarias –era una combinación en crecimiento y no en franca declinación como ocurre en la actualidad–; en tercer lugar, el rechazo al sistema que, en cierto grado, representó Max Neef en ese tiempo era mucho menor que hoy; Marco, no sólo aglutina el voto de protesta antisistémico, sino también una postura programática de mayor coherencia que sus rivales, contenida en el Decálogo.

En las parlamentarias de 1997 se logró el más alto nivel de voto protesta contra el sistema político: entre blancos y nulos se llegó al 18% que, sumado a al abstención, constituía aproximadamente un tercio de los inscritos del padrón electoral; si se agregara –en la época– el universo potencial, es decir las personas capacitadas para sufragar, la mitad de los chilenos habrían rechazado el sistema político, jugando el papel de "ilotas", similar a la democracia griega.

Recuerdo que por estos años se trató de interpretar qué representaban, sociológicamente, las personas que escribían insultos en las papeletas; al final, se llegó a conclusiones más o menos evidentes y de poca utilidad para reformar el sistema político; la verdad es que esta cifra de rechazo al sistema político no se repitió en las elecciones posteriores en la misma proporción.

Si queremos analizar tendencias que puedan iluminar el posible desenlace de la elección presidencial de diciembre próximo, es evidente que la Concertación, en la primera vuelta, ha ido retrocediendo en apoyo del 55,1% en 1989, al 57,9% en 1993, al 47,9%, en 1999, y en 2005, el 45,9%.

En el caso de la derecha ocurría lo contrario, llegando Joaquín Lavín a empatar con Ricardo Lagos, para dirimirse en la segunda vuelta gracias al apoyo de la izquierda; lo mismo ocurrió con Michelle Bachelet en 2005. No parece evidente que la popularidad de la presidente saliente, muy propia del régimen monárquico chileno, absolutismo radicalizado aún más por la Constitución de 1980, sea traspasado al candidato de su combinación política.

En cierto grado este apoyo popular es una prerrogativa "real", no endosable al "delfín" –como el Rey Sol no lo pudo hacer con Luís XV, ni éste con Luís XVI, lo mismo que Carlos III con Carlos IV y éste con Fernando VII. En 2005 el apoyo a Lagos en las encuestas superaba el 65%, y Michelle Bachelet apenas obtuvo el 45%, incluyendo su enorme carisma –cualidad que no posee en gran medida el actual candidato de la Concertación.

¿Cuáles son los elementos que me permiten analizar, como una posibilidad cierta, que sea Marco Enríquez-Ominami quien pase a la segunda vuelta contra  Sebastián Piñera?

1–      Hasta ahora todas las encuestas, en distintas épocas, muestran un 20% de personas indecisas –que no saben o no responden–; en elecciones altamente competitivas, cuyo resultado no es previsible, este porcentaje de indecisos es fundamental: aquel candidato que sea más capaz de interpretar los factores que pueden llevar a este sector, desde quedarse en su casa, votar nulo o decidirse por algún candidato.

2–      Creo que no se ha considerado convenientemente el crecimiento de Marco en las encuestas –que ha ido en ascenso desde un 0% en el mes de abril, a un 21% en la última encuesta de La Tercera–. No existe precedente de un crecimiento tan rápido en tan poco tiempo de campaña.

3–      Es falso que Marco haya ocupado parte importante del apoyo a los candidatos de izquierda –Navarro y Arrate– pues también ha atraído la adhesión de una franja importante que antes votaba por la Concertación, además de un pequeño sector que lo hacía por la derecha. Es precisamente esta transversalidad la que permite que Enríquez-Ominami supere, de lejos, los resultados de otros candidatos críticos al sistema político.

4–      Los conflictos y la errónea conducción de la campaña concertacionista favorecen a Marco aportándole nuevos sectores de desilusionados con esta combinación política.

5–      Es cierto que Sebastián Piñera ha logrado acumular un importante porcentaje de un sector que, tradicionalmente, vota por la derecha, pero su narcisismo y su dificultad para comunicarse con los sectores populares y una carencia enorme de empatía, le impiden el crecimiento en aquel 20% de indecisos, que resolverán, en definitiva, la elección.

6–      Enríquez–Ominami ha demostrado carisma y gran capacidad comunicacional; quizás su punto débil sea, hasta ahora, la penetración en los sectores rurales y más despolitizados. Su desafío actual consiste en acortar la brecha con sus competidores –Frei y Piñera– en ese sector.

7–      Si leemos las encuestas de las elecciones presidenciales de 2005, en el mismo mes de agosto, veremos que Michelle Bachelet estaba en un cómodo primer lugar, con casi un 50% de apoyo y, en ese mismo mes bajó en un 5%, llegando a 45%; se responsabilizaba, como hoy, de este bajón al encargado comunicacional –el mismo que tiene hoy Eduardo Frei–; pareciera que es cierto que "el hombre tropieza dos veces con la misma piedra". En 2005, previo a la elección presidencial, el "Catapilco" era el candidato de Juntos Podemos, Tomás Hirch, quien con su 5% terminó asegurando el triunfo de la actual mandataria.

8–      En la actualidad el Juntos Podemos es visualizado por los electores como un aliado de la Concertación – no falta quien crea que pasará a formar parte de esta combinación política–hoy, a mi modo de ver, en fase terminal–. Cuesta mucho hacer entender la relación entre el valioso pacto antiexclusión y las diferencias necesarias entre la izquierda y la transaccional Concertación; en cierto grado, la dificultad que tiene Jorge Arrate para llegar a los medios de comunicación –todos dominados por el bipolio concertacionista-derechista– hace muy difícil que se conozca su programa y se marquen sus diferencias con el gobierno.

9–      En cierto grado, hoy la izquierda no tiene la posibilidad de condicionar su apoyo al candidato de la Concertación, si por azar llegara a la segunda vuelta, cosa que hoy se ve difícil, pues a diferencia de 2005 ya pactó en el período previo a la primera vuelta.

10–   A diferencia de lo sostiene Marta Lagos – directora de Mori– es posible que Eduardo Frei sea el "Catapilco"" de una opción progresista y no Marco, si resulta que el electorado apoye su programa de cambio social y político  y se decida a poner fin al duopolio.


*Catedrático en Historia
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Publicado originalmente en El Paskín (http://elpaskin3.lacoctelera.net).

 

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1 comentario
  1. HERNAN ORTEGA P. dice

    Es muy errática la exposición previa de este historiador. Lo más cierto es el crecimiento de la candidatura de Marco Henríquez-Ominami. Lo peor del artículo es el punto 5º, porque Sebastián Piñera deberá renunciar antes de la elección ya que según las pruebas ofrecidas por algunos medios (S&S, por ej.), y que no cita el historiador pese a su oficio (y que se han guardado los peces grandes)no puede llegar a la Presidencia de Chile un personaje con tal cúmulo de malos antecedentes (Banco Talca, Bancard, Lan, mala utilización de información privilegiada). Si ello ocurriera así, moral por delante, alguna candidata apurada de la derecha (que no tiene líderes hombres de valor) puede cambiar radicalmente el mapa electoral y el futuro de Chile. El cambio, sin lugar a dudas, está en los jóvenes.
    H. Ortega

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