Pueblos árabes: la liga se desliga

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La unidad de los gobiernos integrantes de la Liga Árabe recuerda a la unidad de las papas dentro de un saco de papas. Sin vínculos sólidos ni verdaderos intereses comunes y sin el menor sentido de la solidaridad y el compromiso, la cohesión dura hasta que el saco es abierto y cada una rueda por su lado. | JORGE GÓMEZ BARATA.*

Únicamente el oportunismo y la manipulación política, monitoreada por las potencias occidentales y sustentada por grandes recursos mediáticos pueden obrar el milagro de reflotar a conveniencia a una entidad anodina para presentarla como si se tratara de un actor respetable de las relaciones internacionales.

En cualquier contencioso en el Medio Oriente, la Liga Árabe es tan inútil como un paraguas en un naufragio.

Espanta la frivolidad con que los jerarcas de esa organización despacharon el caso de Libia y como días después de aquella espantosa experiencia en la cual uno de los suyos fue masacrado y humillado, asume una actitud idéntica ante los acontecimientos que tienen lugar en Siria.

Por la escasa trascendencia de su actuación, recientemente un comentarista comparó a la Liga Árabe con un club de criket británico; con la diferencia de que aquellas entidades son políticamente menos protagonistas y no tan dúctiles como esa la Liga constituida en marzo de 1945 (antes de concluir la II Guerra Mundial), por iniciativa de Gran Bretaña.

Los firmantes del acta constitutiva y forjadores de su tradición dan una idea del perfil original de la organización: Faruk rey de Egipto, Feysal rey de Irak, Abdala I, rey de Jordania, Shukri al-kuwatli, presidente de Siria, Abd al-Aziz, rey de Arabia Saudita y Yahya ibn Muhammad, emir de Yemen. Entonces los Estados independientes en la región eran apenas una decena.

El propósito de Inglaterra era crear con las ex colonias propias y ajenas del Medio Oriente, el Magreb y Africa del Norte, una entidad que, sin llegar que a la relevancia de la Commonwealth, de alguna manera tejiera algunos lazos formales entre los gobiernos, principados y sultanatos que surgirían de la descolonización formal.

La Liga Árabe fue fundada y dirigida desde El Cairo, centro de operaciones de Gran Bretaña para la conducción de su política para el Oriente Próximo. El egipcio Abdul Razek Azzam fue su primer secretario general y con Amin al-Husayni, Gran Mufti de Jerusalen, en 1948 encabezaron la desafortunada estrategia de la organización de desconocer la decisión de la ONU y confrontar con las armas la proclamación del Estado de Israel, iniciando una guerra, en la cual sus tropas fueron derrotadas por las fuerzas judías, dando inicio a la expulsión de los palestinos de su tierra.

La Liga Árabe no surgió por necesidad de los pueblos, no fue un producto de la independencia, no resultó de un enfoque de liberación nacional ni constituyó expresión de una diplomacia multilateral, sino que recuerda un triste instrumento del cipayismo neocolonial al que circunstancialmente algunos gobiernos dieron alguna vez un relieve temporal.

El fantasma de Gunga Din. El aguatero del ejército británico inmortalizado por Rudyard Kipling ronda sus reuniones y sus decisiones.

La Liga Árabe no ha contribuido a la independencia de ningún país de la región, no ha trabajado para la integración económica y política ni por el desarrollo integral de los Estados que la integran, no ha logrado impulsar políticas comunes verdaderamente significativas ni ha ejercido solidaridad alguna con los países de la región agredidos por los imperios. En la confrontación entre árabes e israelíes, la Liga Árabe no ha sido significativa.

Durante 60 años la Liga Árabe se ha beneficiado de la hipocresía con que se despliega la diplomacia internacional y del oportunismo de la izquierda que, en aras de simular un consenso que no existe, asume a algunas organizaciones como si se tratara de representantes de los pueblos y de alternativas a la dominación imperialista y neocolonial.

Con un facilismo criminal, en los casos de Libia y Siria, ambos miembros relevantes de la organización y Siria, uno de sus fundadores, la Liga Árabe ha recurrido al expediente de “expulsarlos de sus filas” sin escuchar sus argumentos, asumir su condición de Estados soberanos, sin tomarse siquiera el trabajo de tratar de mediar, buscar una solución digna, velar por la seguridad de los pueblos y, cuando menos, guardar la forma.

En toda la historia de la lucha de los pueblos y de los conflictos políticos, no se recuerda el caso de una organización regional que haya procedido de un modo tan irresponsable. La historia la juzgará y probablemente no será condescendiente. Allá nos vemos.

* Periodista y profesor universitario.
En www.argenpress.info

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