¿Saben qué? (Acampadas globales)

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Desde la indómita Patagonia, al Sur de los sures, Magdalena Rosas junto a más de 600 mujeres se organizan para frenar -no saben cómo pero saben por qué- la construcción de cinco represas hidroeléctricas que el capitalismo italiano, español (Endesa) y chileno han diseñado para abastecer de corriente continua a sus bolsillos.
«El día 9 de mayo –explica- esta tierra cambió para siempre se hagan o no se hagan las represas. Cambió porque dos hermanos se encontraron frente a frente, uno votando a favor de las megacentrales, mientras el otro era detenido por la policía. Cambió porque probamos por primera vez en la historia de nuestra ciudad, manguerazos que pican los ojos y cierran la garganta. Pero no nuestras voces.
«Nos paramos frente al vehículo de la policía con manos en alto. Yo no sabía que tiran agua con químicos, y el chorro de agua envenenada entró quemándonos la cara y los ojos. ¿Fue esa la irritación que me ha querido brotar las lágrimas? Las tengo atragantadas por falta de sueño, de tantas acciones que llevamos pariendo para frenar una falsa democracia.
«Hace dos semanas marchamos con policías, conversamos con ellos, me prestaron fuego para encender un cigarro, hacia frío. Se compartían ideas. Pero ayer nos saludaron con cara de tristeza. Estaban esos otros, con cascos, rodilleras, escudos. Esos no sonreían.
«Estamos siendo testigos una vez mas en la vida, de los decretos y leyes aplicadas sin miramientos ni dudas, para regalar las aguas de la Patagonia a las grandes corporaciones. Es un modelo maldito que cree que funciona, cuando a los ojos vista queda claro que no es así.
« ¿Pero saben qué? Las gentes de aquí compramos el grano y la carne a nuestras cooperativas. Crecen las hierbas medicinales de la huerta; y la juventud termina sus casas con las mingas colectivas. Esa es nuestra fuerza.
«Como Beto, que se subió al vehículo de las fuerzas especiales, soltó la manguera para que no siguiera tirando agua a la gente y cuando el carabinero llegó para reprimirlo, él le tendió la mano para que subiera.
«Fue entonces que lo lloré todo por dentro. Con la convicción de que no debo, aunque me cueste, dejarme abatir».
Gustavo Duch Guillot
 
 

 

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