Texto número 18: las aguas, los pueblos, la historia…

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Adriano Corrales Arias.*

Porfiados son los pueblos, no pierden sus identidades compartidas (ni sus sueños, ni sus muertos), creen que hay un futuro posible y común. Y son sus artistas, sus escritores —y deberían ser también sus educadores— los que plantan y hacen ondear las mareas de esas identidades y ese sueño. No siempre se los escucha y a veces no se los comprende, pero ellos insisten.

Y el río navegando el sueño y la vigilia
como un dios perpetuo en su ancho cauce.
San Juan que divide las tribus con el trasiego de fango muerto
a través de las horas, los siglos,
con cadáveres en la corriente después de las tormentas:
guerrilleros asesinados o simples testigos de la niebla
flotan en el largo tumulto de las aguas hacia el Gran Lago,
o retornan bajo la sombra de los árboles cuyas ramas abrevan
a orillas de lagartos, manatíes, o el pez gaspar hacia el océano.

 
Río que viaja por dentro hacia la mar que nos circunda
con olas terribles al golpear los acantilados de la memoria
en el campo anegado por proyectos inconclusos de patrias de sal,
soles rojinegros consumiéndose en el amplio bramido de la noche.

 El río, los ríos, destino de hombres en la cintura del tiempo
florecido en manos del misterioso avance de La Vencedora
por arrozales, campos de algodón, cañaverales, cafetos, bananales;
sangre azul de los ríos vertida por llanuras, montes y aldeas
como tumbas escritas con en el barro porque “toda expresión y frase
es un fin y un comienzo” y “todo poema es un epitafio”.

Y la lluvia en la intersección temporal de sus ubres:
naciente, riachuelo, río, laguna, lago, delta, desembocadura, océano,
aguacero perpetuo que nos rocía el alma y nos la ahoga
con el vaho y los dardos de espuma imperceptible,
gota a gota, o en chubasco torrencial, o cilampa, casi pelo de gato,
pero resignificando el bosque con sus lianas y bestias
en el brote de las florecillas que camuflan la sombra de las serpientes.

Lluvia del tiempo empozado en el transcurrir de las selvas,
o por la carretera donde avanza retrospectivamente el auto
con la condena de observarnos en la tala de cortezas amarillas,
ceibas, cedros, botarramas, guanacastes, robles; maderas limpias del agua
donde se levantará el fuego consumidor de felinos y ganados
en un remover ciclónico de tierras, bosques y sabanas
preñadas de cianuro por el becerro de las bolsas de valores.

Lluvia de siempre en la sangre de los que se fueron
y nos rondan desde las colinas pidiendo permiso para ingresar al monte,
aquí en el círculo de las estaciones tropicales con su violenta algarabía
donde todos iremos de regreso cuando el tiempo sea otro tiempo
y la lluvia agónica la transparencia del río en la quietud del espejo.

(Poema escrito mucho antes de que se desatara la controversia —o el conflicto— por el río San Juan entre Nicaragua y Costa Rica).

* Escritor.
En Caza del poeta (Edicones Andrómeda, San José de Costa Rica, 2004).
Del autor puede leerse, además y con provecho, en este portal
Nicarica, Costanica o Costaragua, artículo a propósito de ese conflicto.
 

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