Un imperio de espías
Juan Guahán*
Los imperios, como toda cuestión humana, tienen un ciclo ineludible: inicio-crecimiento-madurez-decrepitud y muerte. Respetando las diferentes características, modalidades y tiempos de duración de cada momento histórico, ello ha sido registrado -con esta lógica- a lo largo de toda la existencia de la humanidad.
Resulta obvio que en la etapa inicial y durante el crecimiento de cualquier imperio éste cuenta con una formidable fuerza interna que alimenta su paso a la madurez y consolidación de su poder. Pero con el paso del tiempo la propia degradación interna lleva a un imprescindible sistema de control para asegurarse la subsistencia y continuidad de su poderío.
El imperio norteamericano no parece escapar a estos principios.
Hace unos pocos días se hizo pública una larga investigación del diario The Washington Post. Por ella nos venimos a enterar que después de los “atentados a las Torres Gemelas” -en el 2001-, los servicios de inteligencia de los Estados Unidos “están tan extendidos y su dimensión es tan secreta e inextrincable que sus alcances son un enigma hasta para sus principales actores (…) nadie sabe cuánto dinero cuestan, a cuánta gente emplean, cuántos programas incluyen ni cuántas exactamente son las agencias que hacen el mismo trabajo".
Entre otras tareas, diariamente interceptan y almacenan unos 1.700 millones de emails, llamadas de teléfonos y otras comunicaciones. Si tenemos en cuenta que la población mundial ronda los 6 mil millones de personas, vemos que todos los días espían -en promedio- a más de una comunicación de cada cuatro personas que habitan en este planeta. Según esta misma investigación están afectados a estos Servicios de Inteligencia no menos de 854 mil personas.
Uno de cada 400 norteamericanos es espía. En esta “industria de la seguridad nacional” los privados, empresas en las que se “tercerizan” tareas de inteligencia, es cada vez mayor. Se estima que casi un tercio del personal empleado lo hace a través de empresas privadas.
Pero el Imperio no solo funciona sobre la bases de estos centenares de miles de espías. También cuenta con otros recursos. Nadie duda, todos sabemos de la afición norteamericana por la intervención directa. Las invasiones y ocupaciones a Irak y Afganistán, son una clara y rotunda prueba al respecto.
En esta dirección acaban de dar un paso más en nuestra región. En Costa Rica están desembarcando unos 7 mil marines norteamericanos, lo hacen con 46 buques de guerra, 200 helicópteros y aviones de combate. El Parlamento de ese país lo aprobó el reciente primero de Julio.
El argumento es el remanido “combate al narcotráfico”. Se trata de un acuerdo parecido al celebrado con Colombia para utilizar las bases militares de ese país. Esas tropas gozarán de total inmunidad ante la justicia costarricense, podrán entrar, salir y circular por su territorio, con o sin uniforme, a su entera voluntad.
Cabe recordar que Costa Rica abolió sus Fuerzas Armadas en 1948. Ahora 62 años después vuelve a tener militares en su territorio, pero su bandera es otra. De esta manera la potencia del Norte continúa profundizando la militarización de la región.
El incremento de espías e invasiones no parece un signo de fortaleza. Ella surge de la necesidad de defender sus privilegios, en momentos en que el Imperio está crujiendo, cuando su poder y su economía están atados a su potencial militar.
*Columnista de Question Latinoamérica