Uruguay: Bonos de carbono, a la bolsa… de valores (del sector agrícola al de servicios)

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Anahit Aharonian, Carlos Céspedes, Claudia Piccini, Gustavo Piñeiro*

Los temas vinculados al cambio climático, el Protocolo de Kyoto, los “sumideros de carbono” y los “bonos verdes” o de “carbono” (C) parecerían ir ganando espacio entre políticos y comunicadores.

El repentino interés despertado por estos temas, es quizás lo que justifique la parcialidad con que los mismos, por lo general, son tratados. El 6 de noviembre pasado, Brecha se refería al emprendimiento forestal que la empresa sudcoreana Posco-Uruguay, realizaría en Cerro Largo.

Su propósito principal sería el de “remover” dióxido de carbono atmosférico (CO2), en el marco de los “mecanismos de desarrollo limpio” (MDL; Art. 12) del Protocolo de Kyoto. La nota de Brecha cierra convocando a las autoridades: “Ahora corresponde a la DINAMA dirimir si la propuesta coreana cumple con los requisitos ambientales pautados”. Lo que seguramente desconoce el periodista -al igual que quienes toman decisiones y muchos tecnócratas- es que precisamente la DINAMA, a través de su Unidad de Cambio Climático (UCC) ha sido la intérprete local de dicho Protocolo y por ende, responsable intelectual del “Uruguay, país sumidero”.

Condescendiente con los reclamos internacionales, la UCC elaboró el (denominado) “Balance nacional de gases de efecto invernadero 2002” (Proyecto URU/05/G32), que comprende los años 1990, 1998 y 2002, pero recién fue publicado en noviembre 2006.  A lo largo de su Informe, la UCC provee algunos datos y cifras providenciales (seguramente, Century  (1) mediante), así como también, ciertas afirmaciones, política y económicamente riesgosas para el futuro del país. Por ejemplo: “…las emisiones totales nacionales (de gases, entre 1990 y 2002) (…) sufrieron una disminución de casi el 79 por ciento, debido principalmente a la gran absorción de CO2 por parte de la biomasa leñosa (léase, cultivos de eucalyptos) y los suelos.” Según la UCC, a partir del segundo balance nacional (1994), Uruguay deja de ser un país emisor de CO2, para convertirse en “país sumidero”. Este verdadero “milagro” ocurrido entre los balances de 1990 y 1994, coincide precisamente con el lanzamiento del Plan Nacional Forestal (1991).

A lo largo del Informe de la UCC, surgen varios cuestionamientos; pero dos en particular resumen al resto. El primero es el referido a la “biomasa leñosa”. Como es de conocimiento público, el Plan Forestal se tradujo finalmente en la promoción de cultivos de eucaliptos para la producción de pulpa de celulosa. Esto determina que el manejo de la plantación ronde en los 6-8 años, momento en que es cortada. Es decir, no son plantaciones de robles o ébano que alcanzan las varias décadas, por lo que el tiempo que reside el C en esta “biomasa leñosa” de eucalipto, es de muy escasa significación en el balance global de CO2 atmosférico.

El segundo cuestionamiento es: ¿en qué fuente científica se basó el Balance para sostener que un suelo de pradera templada captura CO2 (o C), cuando éste es forestado y además, con especies exóticas y de rápido crecimiento? Seguramente la respuesta será el IPCC (2), el Panel Intergubernamental para el Cambio Climático. Esta institución, a pesar de que no realiza investigaciones, es la que establece las pautas de juego, con base en una revisión y selección parcial de literatura científica.

Para comprender el porqué de este segundo cuestionamiento, quizás ni sea necesario contar con datos científicos, sino con simple sentido común. Un suelo natural de pradera es el producto de miles de años de co-evolución entre el clima, la vegetación herbácea y el material geológico. El equilibrio entre estos tres factores es lo que finalmente determina la capacidad del suelo de contener C. De modo que es esperable que al cambiar uno de estos factores, se tenderá un nuevo equilibrio bajo la nueva cobertura vegetal.

Así, cuando la vegetación natural de pradera es reemplazada por un cultivo de árboles, este equilibrio se pierde y con él parte del C original; pero fundamentalmente, se pierden las condiciones que favorecieron por entonces su ingreso y acumulación en el suelo.

Para sólo tener una idea, la cantidad global de C orgánico del suelo ha sido estimada en más del doble del C atmosférico y tres veces la cantidad de la reserva biótica de la materia viviente. O sea que es lo suficientemente grande, como para que una variación en su reserva -aún ligera- pueda alterar significativamente las concentraciones de CO2 en la atmósfera. En cambio, los actuales intentos por hacer de los suelos un “sumidero de C”, corren el riesgo de transformarlos en una “fuente de C”, contribuyendo aún más al “efecto invernadero”.

Naomi Klein en:  www.jornada.unam.mx/2009/11/08/index.php?section=opinion&article=022a1mun

* Comisión Multisectorial, covitradi@adinet.com.uy. Publicado en el semanario Brecha de Montevideo

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