Volvieron los tiempos de broncas y furia a la Argentina

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Nuevamente la bronca, con furia, en las calles. Se la veía venir y vino nomás… El detonante fue el debate sobre la forma de calcular la movilidad de los haberes jubilatorios, de los pensionados y de las Asignaciones universales por hijo (AUH). Otra vez una década perdida.

La semana pasada advertimos que “al gobierno le comenzaban a entrar las balas”. Esta semana eso se verificó de un modo dramático. El símbolo de esta situación lo encontramos con lo ocurrido en su intento de querer aprobar un nuevo régimen para los sucesivos ajustes del haber jubilatorio, de las pensiones y de la asignación universal por hijos. El gobierno, más allá de las palabras oficiales, quiso meter su mano en el bolsillo de los más indefensos para equilibrar los números de la macroeconomía. Entre otras cuestiones quisieron cubrir el reclamo de la gobernadora María Eugenia Vidal por el tema del Fondo del Conurbano de la Provincia de Buenos Aires. Acordaron con los gobernadores para que no fueran las provincias las que pagaran esos platos rotos. Pero claro… alguien debería pagar esa factura. Este tema es una parte del grave problema del déficit fiscal que ronda entre 7 y 9% del PBI (sumados nación, provincias y municipios), que se debe agregar a un déficit comercial con cifras sin antecedentes.

Mauricio Macri le dijo al periodista Marcelo Longobardi, quien lo entrevistara para la cadena norteamericana CNN en español, que efectivamente la situación podía explotar si no se ajustaba la economía y se bajaba el déficit fiscal. Recalcó que gastábamos mucho más de lo que recaudábamos y que él iba a actuar en consecuencia para terminar con esa situación. Pues bien decidió actuar y lo está haciendo… mal. Hacerlo sobre los millones de argentinos, que son los más débiles, causó bronca.

Gran parte del pueblo reaccionó, eso se sintió hasta en la moderada… demasiado moderada CGT, llegó hasta las entrañas de su gobierno y la mayor parte de la prensa, aún la más amiga. La mediática Elisa “Lilita” Carrió se opuso, después lo aceptó y finalmente lo dinamitó, en pleno Parlamento, pidiendo que se levantara una violenta sesión. Ella se desarrollaba en medio de violencia callejera ante una inédita y descomunal represión que hacía recordar otros tiempos dramáticos y parecidos. También allí se hizo oír la voz de Carrió pidiendo a Patricia Bullrich que aflojara la mano con la represión. Es que la ciudad, era una ciudad tomada.

Parecían fuerzas salidas de una película futurista, con drones incluidos, de todos modos nada alcanzó para calmar la furia. Fue el temor a un desborde incontenible y el recuerdo del 19 de diciembre del 2001 lo que los hizo parar. Esta vez el pueblo no se calló. El gobierno duda. El remedio del Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU), que estuvieron a punto de sacar, hubiera agravado las cosas. Ahora quieren distender con un bono compensatorio para cubrir el “empalme” –de marzo del 2018- entre el nuevo y viejo régimen de cálculo. De los 100 mil millones de pesos que están dejando de pagar a los jubilados, pensionados y beneficiarios de la AUH, ahora resignarían unos 2 mil millones para compensar en marzo el desajuste entre el aumento que iban a percibir (un 12%) y el  que realmente van a recibir (5%).

La semana que viene va a ser crucial para esta y otras leyes que el gobierno pretende hacer aprobar en este Período de Sesiones Extraordinarias. Mientras que el Senado podría aprobar una Ley que permitiría que las actuales jubilaciones más altas vayan a parar a un sistema privado de capitalización. Demasiado envalentonados por la victoria electoral pueden estar cavando su propia fosa.

 Otra vez ¡una década perdida!

Para este mundo occidental, preñado de ideas solo medianamente ciertas, hay un tema que lo apasiona y le sirve para medir la evolución de la organización humana atrapada en el concepto de Estado. Se trata del índice de crecimiento. Para ese criterio, cuando un país (en realidad su producto bruto) crece, anda bien. Cuando no lo hace, algo pasa. Eso, con toda la relatividad que encierra, se toma como una medida universal. Está claro que quedan fuera de estas mediciones otras cuestiones, como por ejemplo la pérdida de bienes naturales: agua, tierra, bosques, minerales. Estos bienes son usados para consumo de una generación en desmedro de las que vienen después. Claro está que aquellos que defienden el consumo ilimitado de estos bienes plantean que el avance de la ciencia y la técnica encontrará reemplazos para lo que se agota. Hay pruebas que eso no es así, pero bue… todo esto es harina de otro costal.

Lo que aquí queremos señalar es que, según las mediciones utilizadas, el crecimiento de la década (2008/2017) fue del 0,1% anual. Ese período abarcó 8 años de kirchnerismo y 2 años de macrismo. De ese dato deriva el título de estas reflexiones. Recordemos que, en el quinquenio 2004/2008, nuestra economía había crecido a una tasa anual del 6,2%. Las razones son muchas y variadas, pero hay una que sobresale. ¿Qué pasó en el 2008? Ese fue el año que se desató la crisis financiera internacional y una caída en todo el sistema económico. En el medio está la evolución del precio de la soja que por el 2002 andaba por los 130 dólares la tonelada, llegando a superar los 600 dólares en el 2008 y hoy ronda los 350. Esos pocos datos explican lo central de la continuidad de nuestro modelo agro exportador y permiten verificar que nuestro crecimiento económico tiene que ver con lo que pasa en el mercado mundial y los precios de los productos primarios.

Sobre este escenario de la “década perdida” se exhibe el Informe de la Universidad Católica (UCA) según el cual 1 de cada 3 argentinos sigue estando bajo la línea de pobreza. Pero lo peor es que, casi la mitad (48%) de los menores de 15 años son pobres. Ahí está el lamentable futuro que se está construyendo.

 

 

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