YO, SÍ PUEDO EN TILCARA, NOROESTE ARGENTINO

Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

“La suma increíble de pobreza, abuso y saqueo hacen a América Latina el lugar destinado para cumplir la promesa de un mundo mejor es posible.”
Fidel Castro

La libertad de los pájaros puede asemejarse a la sensación de concretar una meta. En el Municipio de San Francisco de Tilcara, en la Provincia de San Salvador de Jujuy, cientos de mujeres y hombres que tan cerca del sol y de las estrellas están ahora leen y escriben, como un mensaje plasmado de belleza, en las alturas de los mundos que lloran una nueva alegría, un logro.

Se puede hablar de sus tierras, del aroma de los valles, hablemos de las lágrimas que se derraman y mojan esos suelos, hablemos de sus voces que relatan la lucha contra la sumisión del sistema cargado de siglos de opresión, hablemos de la valentía, del esfuerzo, del deseo.

Y de las palabras y de la historia que puede ser escrita nuevamente para no callar jamás y del tejido de los cuerpos que creyeron en el porvenir, en la posibilidad de derribar los obstáculos que dificultan un camino hacia la transformación.

Hablemos de lo que viene, de la necesidad de un cambio, plagado de sus creencias, sus prácticas y saberes, de la recuperación de los orígenes escrito con un nuevo y legitimo puño y letra. Y de estos sueños, que deben materializarse en la convicción de que las mujeres y hombres que hoy participan de esta realidad, pueden ser los constructores de una historia ausente de ignorancia e impregnada de futuro.

El inicio del programa Yo, sí puedo en Tilcara

En el año 2003 el Programa de Alfabetización Yo, sí puedo comienza a instalarse en Tilcara con la colaboración de algunos grupos vinculados con la intendencia municipal y la ONG Juanita Moro de la provincia de Jujuy. Durante esta primera experiencia se logra alfabetizar a 40 personas. Esto constituyó el comienzo de un proceso que abarcó a la gran mayoría de los barrios urbanos, suburbanos y valles.

En Mayo y Junio del año 2005, el equipo municipal Yo, sí puedo, elabora un diagnóstico en donde se demuestra que los analfabetos en la jurisdicción de Tilcara, incluyendo los valles, ascendía a 231 personas, de ellos el 60% semianalfabetos y el 40% analfabetos puros.

A partir de aquí comienza a trabajarse sobre esta problemática con un mayor grado de organización, con el fin de introducir el programa de alfabetización en todo Tilcara. Finalmente, logra afianzarse y constituirse como parte de las políticas municipales, cuando el intendente Félix Pérez asume el compromiso de declarar a este territorio libre de analfabetismo.

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Esto permitió que el programa adquiera mayor dinamismo, es decir: que cuando son las autoridades políticas las que se ponen a disposición, este acto educativo logra expandirse, concretarse con mayor rapidez.

En su casa estilo colonial, con puertas y ventanas verde inglés, Félix Pérez desarrolló su visión acerca de la educación y a partir de allí expresó la importancia de alfabetizar a las personas adultas a través de un programa de alfabetización cubano. De esa manera, partía su relato afirmando:

«Son los libros los que nos hacen conocer el mundo, y fue una verdadera emoción cuando en Tilcara la gente comenzaba a leer y escribir, es así como las distintas comunidades reconocen su verdadera identidad, a partir de ahí ellos pueden levantar la frente en alto y así fortalecer su cultura”.

En relación al trabajo que impulsaron desde la intendencia, Félix remarcó que “fue muy importante el trabajo del equipo municipal, que trabajo intensamente”.

Por otra parte, profundizó en los diferentes elementos simbólicos que rodean este increíble proceso de aprendizaje considerándolo como un “camino y un derecho a la libertad, es decir, que la gente de Tilcara que no sabía leer y escribir hoy se está proyectando en otros sentidos, por ejemplo piensan en hacer la primaria, o se animan a hacer algo que antes lo negaban por su condición.

«Este programa de alfabetización no sólo le quita la venda de los ojos a la gente sino que los enseña a ver, ya que no sólo está constituido por una cartilla, sino con un material humano importantísimo, que entendió la idiosincrasia de los pueblos y que por lo tanto la respetó. Y fue a partir de allí que proyectaron lo que el folleto desarrolla”.

Félix ceba el último mate con la mirada fija, pensando, quizá, en la gente de los valles y de los barrios urbanos, que dejarán de firmar con su dedo. Ahora será su mano la que tome un bolígrafo y escriba su apellido. Y en cada uno de esas letras estarán plasmadas las historias de un pueblo que fue expropiado por las grandes matanzas y que ahora inicia otro camino de lucha, en donde proyectarán nuevos deseos para intentar llevarlos a cabo.

Ida y vuelta, los saberes se encuentran

Tomas Durandal es de San Salvador de Jujuy y el 25 de Octubre llegó a Tilcara con un objetivo: alfabetizar, y así lo hizo en Yala de Monte Carmelo y en el Barrio Alto de Marka. Tanto en un lugar como en otro, los vecinos lo esperaban con su cartilla, preparados para una nueva enseñanza, una nueva letra, una nueva historia, un nuevo conocimiento.

Los relatos de Tomás dejan entrever con intensa claridad los significados de asumir una tarea como la de facilitador. Este compromiso se toma en un principio y luego va adquiriendo diversos matices, que son proporcionados por los días compartidos con los vecinos de los barrios y valles.

“En primer lugar, me siento muy orgullo por lo que cada una de estas personas ha hecho. Todos cumplían con sus deberes, asumían la responsabilidad de llegar hasta la última letra, con esfuerzo, con la tranquilidad que los caracteriza”, relata el joven, que se sincera y cuenta que esta es su primera experiencia trabajando para colaborar con la educación de los adultos.

“Durante los días que estuve en el valle, en Yala de Monte Carmelo, que son seis horas de caminata desde el casco urbano de Tilcara, la comunidad adoptó el Yo, sí puedo como parte de sus obligaciones cotidianas: si su rutina empezaba a las 5 de la mañana continuaba con la clase correspondiente”.

Es importante resaltar que las herramientas proporcionadas por el aprendizaje de la lecto-escritura fortalecen y potencian los conocimientos generados por las distintas prácticas que realizan las comunidades permitiéndoles el desarrollo de los mismos.

En la Quebrada de San José, a 18 kilómetros de Tilcara, Carmen, Lucía, Lorenzo, Félix, María y Agapito también formaron parte de este acto educativo. Así, día a día, salvando las distancias que separaban a sus casitas de la capilla donde se dictaban las clases, todos asistían con la puntualidad única del sol, y allí los esperaban los facilitadores Tomás y Guillermo.

“Esta experiencia fue un ida y vuelta, una acto de reciprocidad constante. Era enseñarles la doble r y aprender a trabajar la arcilla”, expresa Tomás, que estuvo en el valle durante cinco días alfabetizando a los vecinos, y continúa: “Llegamos a Tilcara casi en la última recta y logramos algo increíble… Sus cartas en donde expresaban sus realidades cotidianas, en donde contaban su vida, sus quehaceres, eran relatos sencillos, hablaban de sus cosechas, relatos muy austeros”.

En la expresividad de los rostros y en la amabilidad de sus actos los compañeros pudieron percibir la pureza de sus vidas, marcada por la distancia con el movimiento capitalista y de consumo.

“Durante los días que estuvimos en el valle, la gente nos adoptaba, siempre había alguna excusa para ver si necesitábamos algo; así se generaba un intercambio constante, en donde ellos pudieron verificar que nosotros también teníamos prácticas que aprender: cómo prender el fuego, cómo trabajar la arcilla… Es así como se generó una relación más fluida que logró romper el muro entre los que saben y no”, relata Tomás, trasladándose con su mirada a aquellos días de aprendizaje constante y emociones reiteradas, a aquella capilla en donde Carmen, Maria, Agapito, Lorenzo, Feliz y Lucia aprendieron a leer y a escribir.

En los barrios urbanos, suburbanos y valles de Tilcara, el trabajo habitual de cada uno de los integrantes, fue acompañado de momentos diarios de aprendizaje, que aportaban al crecimiento de la comunidad, incorporando nuevos conocimientos que hacen despertar distintos intereses y que colaboran para que la práctica se enriquezca más aún.

“El objetivo de este programa es también acercarles instrumentos educativos para que se puedan mover en un mundo que cada vez se pone más complejo y más inaccesible, ya que si bien ellos viven de otra manera, muchos cobran pensiones, por lo tanto, tienen que pasar por instancias burocráticas en donde deben firmar o leer algún papel”, agrega el facilitador.

Yo, sí puedo en palabras de participantes y facilitadores

Juanita vive en el Barrio San Francisco, cerca del casco urbano de Tilcara, donde inició los encuentros con los vecinos que no sabían leer y escribir, como doña Francisca, de 69 años, que expresó su satisfacción con respecto a la llegada del Yo, sí puedo a su vida.

“Tener conocimiento de la lecto-escritura nos permite expresarnos mejor, trabajar en otras condiciones, poder emocionarnos cuando leemos la carta de algún familiar”, expresa Juanita, que antes de ser facilitadora fue una participante del programa, lo cual demuestra la eficacia de las herramientas que posee este proyecto, sobre todo en lo referido al aspecto estimulante, es decir, que “tiende a motivar a las personas hacia una superación permanente”, como deja asentado el Equipo de Un mundo mejor es posible.

A partir de esta instancia de aprendizaje Juanita comenta que ella “aprendió a valorarse, a no ser más la chica del rincón. Ahora me animo a opinar y yo quiero que mis alumnos también puedan, fueron ellos los que me ensañaron a enseñar, a ser una especie de maestra”.

En este mismo barrio, San Francisco, también trabajó otro grupo de vecinos que se juntaban cada mañana junto a Carmen y Alberto, los facilitadores. “Esto nos sirvió para poder ayudar a nuestros hijos, para poder leer sus cuadernos, para salir un poco de nuestras casas y hacer algo distinto”, confiesa una de las participantes, mientras que otra se prepara para compartir con el resto la lectura de su carta, escrita para un familiar, que pronto la recibirá.

El lugar donde se dictan las clases es la casa de una de las vecinas, que abrió sus puertas para que cada uno de los encuentros se realice con la mayor comodidad y confianza. Las personas transmitían esa unión que existe en el barrio, que permitió que cada uno también se encargara de difundir el programa y de animar a aquel o aquella que tampoco conocía las letras.

En el Barrio La Falda los vecinos tienen sus obligaciones particulares, pero los sábados todos toman una pala o una brocha y realizan trabajos comunitarios: uno de los proyectos es construir una biblioteca. “Esta es una comunidad muy unida, acá nos conocemos todos y sabemos de nuestras necesidades, por eso fue muy emocionante ayudar a los vecinos”, comenta Julio, uno de los facilitadores del barrio.

Desde la casa de Julio, construida con ladrillos de adobe, se puede divisar una parte importante del casco urbano de Tilcara; las casitas a lo lejos, los cerros cada vez más cerca y allí, junto a Yolanda, otra de las facilitadoras, comenzaron a surgir las palabras, las experiencias y las anécdotas.

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“Este programa era la oportunidad justa para el barrio. Había materia prima, nosotros tenemos muchas ideas pero nos cuesta llevarlas a cabo ya que nos faltan algunos recursos. La mayoría de la gente que venía a las clases, lo hacía de muy lejos, de atrás, de los valles. Y en cada encuentro se iniciaba un diálogo un enriquecedor para todos, su alegría cuando se enteraron que iban a conocer el mundo de las letras fue increíble, ya que los vecinos sabían que en el día de mañana iban a poder dejar un escrito”, cuenta Julio y en su expresión se evidenciaba que en cada uno de los encuentros estaban presentes como un fuerte recuerdo que los acompaña cotidianamente, algo vivo, que necesita seguir proyectándose.

“Cada uno de los vecinos tenía un mundo de sabiduría tal, que a partir de allí comenzamos a intercambiar conocimientos. Todos aquí tienen mucho para contar y eso se ve reflejado en cada reunión. Ahora lo podrán escribir para futuras generaciones, y esa es nuestra alegría”, continúa.

Los participantes, al finalizar el programa, escriben una carta. Muchas de ellas están dirigidas a familiares que hace mucho tiempo no ven, o bien a los “maestros”. También “muchas de las cartas hablaban de las ganas de seguir estudiando, de querer progresar”, como comenta Yolanda, una vecina predispuesta, con ímpetu para hacer crecer el barrio y con ganas de intercambiar esta experiencia con otras comunidades del país o del mundo:

“Creo que sería muy interesante conocernos, saber de otras historias, conocernos más, unirnos más”, propone, con la calidez y humildad de sus ojos negros, que miran un atardecer que se oculta detrás de los cerros, como divisando estos deseos, en donde se proyectan los anhelos muchos.

Existe una vía en donde pasaba un tren que iba camino a Tucumán, y allí, bordeando esta marca, se extiende el Barrio Perchel con sus flores mosquetas, esas que en algún momento son crema para rostro o perfume de mujer; producto lejano y opuesto, si se quiere, a cada una de estas vidas en donde se prioriza el trabajo en las cosechas, sin descuidarlas ni un instante.

En estos lugares, los artículos de consumo –que utilizan un nombre que ni siquiera poseen como sustancia real– no son necesarios: entre las plantaciones, los pinos y el pan casero, la vida se desarrolla de otro modo, con la pureza cercana de la naturaleza. En el respeto por aquello que les brinda la energía, se desenvuelven sus días.

Y aquí, en Perchel, también existió el espacio para que ese cotidiano descubra nuevas posibilidades. Es a través de esta predisposición por parte de los vecinos que se abren las puertas para crecer como barrio y realizar otras actividades para enriquecer más aún lo que han conseguido. Así también, se enriquece el ámbito familiar incorporando nuevos conocimientos y se mejoran las relaciones con la comunidad. Esta es la esencia del programa de alfabetización Yo, sí puedo: abrir caminos y tender metas.

En Perchel, un grupo de mujeres y hombres ahora saben qué significa la lectura y la escritura, poseen esta herramienta que acompañará cada una de sus tareas diarias y que profundizará y ampliará el saber que ellos poseen.

En el Barrio La Banda, la escuela formó parte de esta experiencia y abrió sus puertas para que los encuentros puedan desarrollarse en una de sus aulas. Así se ambientó el espacio que iba cubriendo sus paredes con las producciones de los participantes.

Milagros, de 70 años, usa un sombrero que la protege del fuerte sol, pero sentada en un escalón al rayo intenso del mismo sube su tono de voz y afirma con claridad y firmeza: “Es que leer y escribir nos permite defendernos ante la vida, ser alguien”, al tiempo que sus vecinos asienten con la cabeza, como afirmando una idea que se evidencia como una realidad, desde que todos conocen las letras y pueden leen los carteles, los diarios, las cartas, los libros y los cuadernos.

La directora de la escuela se llama Noemí y para ella esto constituye un “verdadero orgullo para la institución. Es positivo tanto para ellos como para esta escuela” y agrega: “la experiencia es maravillosa. Tengamos en cuenta que una persona que no sabe leer y escribir no puede integrarse, así que es básico que tengan este conocimiento”.

El Barrio Juellar ofrece esta imagen: un sendero cubierto de rosas pequeñas, una capilla y, a lo lejos, un conjunto de vecinos que, a paso lento, se acercan al lugar que materializó este acto educativo. “Nosotros pudimos conocer cuáles eran las verdaderas necesidades de la gente, esto nos sirvió para acercarnos más, tener un relación más fluida”, expresa Fernando, secretario del Gobierno Municipal, quién durante algunos días ha tenido el rol de facilitador en esta comunidad.

“Esto lo hemos hecho nosotros, cada día teníamos una tarea para el hogar en donde hacíamos lo que habíamos aprendido”, cuenta Quispe, uno de los participantes. Los ojos rodean las paredes: un afiche en donde se pegó un chal y una herramienta en miniatura: el trabajo de la mujer en tejido y del hombre en construcción, ambos oficios escritos debajo de cada dibujo. Y así todo el espacio cubierto de las actividades que los vecinos hacían en sus hogares y entregaban en la próxima clase.

A 80 Km. del casco urbano de Tilcara se encuentra el valle El Molulo, esa distancia representan 12 horas de caminata entre los cerros. Allí, las personas poseen sus tierras que cosechan y su cría de corderos, producen quesos y demás alimentos y artesanías y se desarrolla la mayor parte de su vida, ya que también poseen otra casita en los barrios, y allí las mujeres y los hombres que habitan ese suelo, han conocido las letras y han aprendido a escribir sus nombres a través del Yo, sí puedo.

“La tierra esta en la tierra, y el hombre sobre ella con sabor de raíces”, escribió Armando Tejada Gómez, frase que se mimetiza con aquellas imágenes en donde las manos presionaban con firmeza el lápiz negro de sus primeras escrituras. Como trabajando en las cosechas, ahora sobre una piedra del perfecto y justo tamaño Daniel, participante del El Molulo, lee su cartilla y realiza los ejercicios que allí se solicitan con la ayuda de Claudio y Jorge, los dos facilitadores que viajaron en la última etapa.

Tilcara se ha declarado libre de analfabetismo y allí, en los cerros y en cada uno de los barrios, los vecinos que no sabían leer y escribir ahora “pueden expresar más aún lo que sienten y eso les da libertad, ya que la fuerza de esa alegría les permite salir adelante”, como bien expresa Mabel, una trabajadora del Hotel Municipal que vivió de cerca este proceso.

Que Tilcara sea declarada libre de analfabetismo, constituye una posibilidad de aferrarse a lo que tienen y luchar por más. Asimismo otorga la libertad de poder expresar en un papel algún sentimiento dirigido a alguien y permite enfrentarse a los interminables papeles que exige la burocracia administrativa para obtener una mísera pensión. El objetivo de este programa es facilitar ese mundo, abrir ese universo en un acto democrático y develar, así, las desigualdades de este mundo.

La dimensión de la voluntad no tiene límites y es así como, en cada una de las palabras, anécdotas y comentarios de los protagonistas, se demuestran los deseos de seguir, de emprender nuevos desafíos que aporten al aprendizaje del pueblo y a la reconstrucción de las identidades constitutivas.

Esto implica un acontecimiento que debe forjar un destino con hombres y mujeres que busquen –en cada uno de sus actos y pensamientos– frenar las injusticias. Es un cimiento sobre el cual pueden comenzar a construirse otros desafíos. La lucha de este pueblo se expresa en la lucha de miles. Sus manos repletas de significantes, sus surcos plagados de historia y la voluntad con la que comenzaron a transitar esta instancia de la lecto-escritura, demuestran que sí es posible, de a poco y de distintas maneras, hacer germinar nuevos suelos y construir un nuevo mundo.

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Boletín electrónico. Mayor información en www.amigosdecuba.com.ar.

Addenda

LA METODOLOGÍA DEL YO, SI PUEDO

Este programa se caracteriza por la utilización de TV y Videocasetes para incidir en la reducción de los índices de analfabetismo en jóvenes y adultos, planteándose como instrumento de alfabetización la comunicación a través de estos medios.

Utilizándolos se dictan en cada punto 65 leciones, con una duración de 30 minutos cada una, cinco días a la semana. Los participantes disponen de una sencilla cartilla de siete páginas, que combina los números con las letras y de la acción del facilitador. Las clases tienen además contenidos informativos que contribuyen al conocimiento e incremento de la cultura de los participantes. El tiempo de duración del proceso en su primera etapa, (lecto-escritura) es de tres meses.

La concepción acerca de la alfabetización mediante la utilización de los medios de comunicación audiovisuales, va más allá de la simple adquisición de habilidades y destrezas en el manejo de las letras y de los números; está dirigida también al mejoramiento de las funciones que en la vida cotidiana realizan los seres humanos y al incremento de la toma de conciencia, de forma tal que se produzcan las transformaciones necesarias en sus modos de actuación y de vida.
Algunos de los resultados de índole social, cultural, político y económico que se esperan obtener tienden a motivar a las personas hacia una superación permanente. De esta manera, a partir de la incorporación al mundo de la lectura y escritura, se fortalece la importancia de la educación familiar y se estimula la reinserción en el sistema educativo.
Por otra parte se impulsa a la población iletrada a la vida social y económica del país, mediante su participación plena en la vida pública. Asimismo, eleva el nivel cultural del pueblo, de modo que cada ciudadano sea conciente de su dignidad personal y sea capaz de comprender su entorno social.

Se ha puesto en marcha una campaña internacional para que el programa Yo, sí puedo sea adoptado como método global de Unesco para la erradicación del analfabetismo en el mundo.

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