Los Dioses Rotos

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RW
Por alguna perversión de las ideas —de la que no son ajenos demasiados socialistas— suele asociarse el socialismo a una suerte de doctrina rígida, peor que puritana, «contramoderna», negadora de los pliegues profundos de la mente humana, sectaria en el peor sentido del término, casi ahistórica; es decir: encerrada en esquemas más proximos al idealismo que a la materialidad de la existencia. Todo ello, naturalmente, es un guiñol absurdo.

 

Sucede que no conocemos el socialismo; nunca esa «práctica utopía» ha podido desenvolverse en una sociedad concreta; allí donde la revolución logró abrir, o entreabrir, las puertas al futuro que soñaron sus activistas, debió luchar contra enemigos internos y externos siempre más poderosos que el atisbo que se pretendió construir.

 

A lo largo de milenios el desarrollo de las fuerzas productivas que condujo a la formación social capitalista fue estructurando la sicología —individual y social— y las instituciones de lo que denominamos democracia representativa; quienes en su momento se opusieron: sean, artesanos, campesinos, nobles, trabajadores agremiandos, ludditas, etc… pudieron, cada uno a su tiempo, ser eliminados tanto por ejércitos armados con armas como por ejércitos armados con religión y códigos. A eso lo llamamos historia. Como alguna vez en el futuro será historia el hoy que parece tambaleante pensamiento socialista en acción.

 

Envuelto y a menudo sitiado, entonces, el socialismo suele aparecer confuso y, a la vez, un empeño que sólo distingue entre blanco y negro, sin captar los matices del gris, sin capacidad de colorear la realidad, urgido por impedir en su seno manifestaciones de la diversidad que, contradictoria, es el humus necesario para su florecimiento y dar frutos.

 

La guerra exige orden, disciplina (como la tuvo el capitalismo al comenzar a definirse), y esto supone muchas veces pretender que no existen los bordes difusos, intentar borrar las áreas oscuras del pasado reciente, convertir la geometría en aritmética, el lenguaje en la resultante del corsé gramático. Y hacer del dirigente un entronizado en un tajo hecho al hacha en el cuerpo social.

 

Este filme —Los dioses rotos, Cuba, 2008— prueba, sin embargo, que pese a la sorda guerra, al sitio a que la someten sus enemigos, y probablemente a los errores cometidos y que se podrán cometer, la cultura socialista «de verdad» no ha sido sometida, no obedece a un esquema predigerido, logra escapar al maniqueísmo.

 

Todo empieza con el recuerdo de un procurador con ambiciones políticas, pero también próximo al pistolerismo y vividor de mujeres; Alberto Yarini Ponce de León fue asesinado a balazos hacia 1910 en una La Habana prostibularia por una banda extranjera que extendía sus redes por las mismas callejas que hoy caminan los turistas —y por los sitios que años después fueran el reino de la mafia ítalo-judía-estadounidense.

 

No sólo Chicago y Rosario, en EEUU y la Argentina, respectivamente, fueron lugares donde se jugó el juego de los tronos de la marginalidad delincuencial que enriquece a algunos y mata a otros. Y en este caso con la temperatura del sol tropical y el crepúsculo rápido que hoy ve el paso semiclandestino de la jinetera a la caza de esos dólares más y lo que significan en una sociedad asediada desde afuera y quizá a veces desde adentro.

 

La síntesis argumental: Laura es una profesora universitaria que investiga la vida de Yarini. Tanto porque este tipo de personajes con el tiempo suelen convertirse en leyenda, como porque tal vez la complejidad de la vida habanera contemporánea da cierta vigencia a su recuerdo. Lo que no sabe ella es cuan compleja es la realidad de todos los pobladores de las noches y días en la ciudad capital.

 

Descubrirá ella dramáticamente (acaso trágicamente) que no es posible trazar una línea divisoria entre lo bueno y lo malo, y se verá arrastrada a un conflicto entre el amor, el placer resultante, lo que considera su deber y la dura, inevitable, realidad que sus pasos conjuran. Los dioses rotos, así, se inscribe entre las grandes películas de todos los tiempos que exploran esos territorios de «al lado» de la vida «normal». Una diégesis sin mordaza que hace tiras —con la agilidad de un libro que no se puede dejar de leer— cualquier preconcepción de las cosas. Una flecha con un blanco distinto al que podría pensarse.

Una fotografía cercana a la perfección en sus tonos y medios tonos y un montaje ágil, se diría exacto, conducen al espectador por una ciudad de la que no se tienen datos: La Habana oculta al paseante por los sitios del turismo habitual y oficial, con sus personajes a ratos ambiguos, siempre ambiciosos de todas las ambiciones, universo inquietante en el que los hados tejerán el destino de la profesora apresurada por probar su hipótesis.

 

El escritor (y periodista) cubano Enrique Ubieta Gómez escribió sobre Los dioses rotos:
«Pues bien, aquí la flecha se transforma en boomerang, y regresa en dirección al crítico. Los que acusan con cinismo al socialismo cubano de no haber podido evitar el resurgimiento de la prostitución, y recomiendan el desmantelamiento del socialismo, engañan al lector desprevenido.

 

«La prostitución y su secuela de chulos y futuras mafias, las diferencias sociales escasamente insinuadas hoy en burdos macetas —todavía lejanas a las que simbolizan hombres como Carlos Slim en México o Gustavo Cisneros en Venezuela—, son avanzadas o rezagos (depende del enfoque) de esa ‘modernidad capitalista’ que se sustenta en la ley del “sálvese quien pueda”.

 

«Hay algo en Los dioses rotos, la primera película de Daramas para la pantalla grande, que molesta a la contrarrevolución. ¿Cómo le puede molestar una película que se enfoca en el submundo habanero de la prostitución? No es la típica cinta de choteo que se ceba en una sociedad supuestamente corrupta, en la que los esfuerzos por sobrevivir no dejan margen para la ética.

 

«Aquí el bajo mundo es el bajo mundo, aunque exista una delincuencia (una prostitución) de cuello blanco que encarna la empresaria, viuda de un extranjero al que no amaba. Si la profesora universitaria termina siendo tan culpable como la prostituta Sandra en la esperada muerte de Yarini, no es por razones sociales sino sicológicas: ambas mujeres pertenecen a mundos diferentes, pero reaccionan sin distingos como seres humanos».
(El artículo completo puede leerse aquí).

 

Ficha técnica
Producción
LM. Ficción
ICAIC.
Ministerio de Cultura
Altavista Films
New Art Digital
Dirección y Guión: Ernesto Daranas Serrano
Dirección de Fotografía: Rigoberto Senarega
Montaje: Pedro Suárez
Dirección de arte: Erik Grass
Banda sonora: Osmany Olivare
Música original: Juan Antonio Leyva y Magda Rosa Galbán
Cámara Master: Felo Ruíz
Directora asistente: Enma Robaina
Diseño de vestuario: Vladimir Cuenca
Corrección digital de imagen: Rúdel Reyes
Sonido directo: Raúl Amargot
Grabación musical: Jerónimo Labrada.
Diseño gráfico: Raúl Valdés
Producción ejecutiva: Manolo Angueira
Productores: Camilo Vives e Isabel Prendes.
Posproducción: Celina Morales
Intérpretes: Silvia Águila, Carlos Ever Fonseca, Héctor Noas, Annia Bú Maure, Isabel Santos, Eman Xor Oña, Amarilys Núñez, Mario Limonta, Patricio Wood.

 

Éste es el enlace para verla.

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