Pederastia divina

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El número mundial de curas pederastas nos grita que es conducta sistemática.
Tan orgánica y preceptiva que la Iglesia nunca sancionó a esos ungidos. Lo hace ahora por un escándalo judicial que no logra encubrir. No está exento ni el Papa, llamado cariñosamente el Rodweiler de Dios por su ortodoxia, que no le alcanzó para escarmentar a estos curas metemano. Y Juan Pablo II protegió a Marcial Maciel, estuprador de seminaristas. El estrépito los persigue, porque los asistentes papales salieron ha poco involucrados en una red de tráfico de pornografía homosexual. La homosexualidad no tiene nada de malo, aunque sí para la casta Iglesia, que la reprime a pesar de que, por cierto, distingue a muchos de sus militantes. Hasta el hermano del Papa aparece señalado en abuso de niños. Declaró que dispensaba bofetadas entre los críos a su cargo.
Todo esto sería ya bien asqueroso, pero es encima fariseísmo en una organización que rezonga bondad, amor casto y protección de la niñez. “Dejad que los niños vengan a mí”, dicen y zuas. Por algo decía Voltaire: “El primer cura fue el primer bribón que se encontró con el primer imbécil”.
Pero en la joya de esta corona aparece humedecido el propio Papa: desdeña que un cura no solo repitió el acto nefando con 200 niños, sino que los eligió sordos. Los niños son indefensos, pero estos eran más indefensos todavía. No busco el adjetivo que merece eso porque debe ser horripilante. ¿Es posible perfeccionar esta infamia? Sí: enviando a un pederasta que atendía niños a atender niñas, que valen menos, claro. Sí: el Papa declaró que todo esto es solo un “chismecito” (‘petty gossip’, The Guardian, 29/3/10, p. 1).
La Iglesia ya no puede proteger a sus dañaditos porque perdió poder. ¿Te imaginas cuando la Inquisición? O cuando Franco, o sea, cuando los que formaron a José María Aznar tenían poder absoluto. Hoy la prensa protestante anglosajona hace fiesta, pero hubo tiempos en que las víctimas no podían nada contra estos desorbitados porque se arriesgaban entonces a que la religión de amor casto les raspara un fósforo.
No sé si Dios existe, pero es obvio que el Diablo sí, es humano y está en la miga de la Santa Madre. Y no hablo peor porque no conozco más la religión esa.

Roberto Hernández Montoya

 

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