El asalto del nihilismo

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¿Qué es lo que podemos hacer con nuestras vidas? ¿Perseguir un gol final, cualquiera que este sea? ¿Sacrificar la vida en defensa de algún valor supremo y trascendente? ¿Seguir un destino supuestamente pre ordenado? Y, por otro lado, ¿qué pasa si no hay un esquema cósmico de las cosas, un orden trascendente del que creemos derivar la verdad? En tal caso ¿no sería mejor olvidarnos de toda metafísica y sumergirnos en un puro hedonismo sensorial, en el mero placer como ultima motivación? Según algunas mentes bien inteligentes este sería el significado del nihilismo.

¿Será esta una buena definición? La verdad es que la palabra “nihilismo”, si carece de claridad, la pone en peligro de convertirse en un signo de todo lo malo y decadente. Así el nihilista pasa a ser aquel individuo que no cree en nada, que no es leal a ninguna cosa y que no tiene otro propósito, tal vez, que el de destruir por el mero placer de destruir. En la cultura popular el ejemplo típico es el Joker, el enemigo de Batman, al que no le importa nada en absoluto, ni siquiera el dinero o la fama. Solo quiere causar caos y destrucción. Un nihilista de principio a fin. La gente común y corriente, por el contrario, no es nihilista. Eso es solo para los que odian la vida o para los desesperados.

¿Realmente? Según otro sentido, es justamente la gente común y corriente la peor culpable, porque son ellas las que se sumergen irreflexivamente en trivialidades en lugar de las cosas importantes de la vida como si esta no tuviera una significación ultima o más profunda. Cuando perdemos la dimensión trascendental de las cosas lo único que nos queda es la banalidad de la existencia… ¿cómo llegamos a esta conclusión?

Llegamos a ella, podríamos decir, porque las ilusiones son parte de nuestras vidas y durante cientos de años la adoctrinación religiosa nos ha llevado a creer que todo el valor e importancia de la vida provienen de un mundo imaginario, suprasensible, ubicado en el cielo, en algún lugar detrás de las nubes, haciendo que las cosas de la vida real solo valen la pena gracias a esa supuesta realidad. La muerte de Dios en Nietzsche es la abreviatura de toda esa tradición metafísica y su mundo atemporal, inmutable y suprasensible en contraste con el mundo tal como aparece a nuestros sentidos que es el mundo del tiempo y el devenir.

El significado de la muerte de Dios contiene la idea de que el verdadero mundo, el suprasensual, pierde su poder efectivo, de que las creencias dejan de ser creíbles y que la base de la realidad se pierde. En breve, el mundo imaginario de la teología colapsa en el mundo actual. La realidad ordinaria se convierte en la única realidad desprovista de objetivo, unidad, verdad y valor. En breve… un mundo sin sentido. Y es esta ausencia de sentido lo que alimenta al nihilismo.

El filósofo del corazón. La inquieta vida de Søren Kierkegaard. Clare Carlisle – Espacio PúblicoSentido de la vida y nihilismo, lo bueno y lo malo, pasan a ser motivo de especulación a mediados del siglo XIX. Soren Kierkegaard, creador del existencialismo, usa el término “nivelación”, que posteriormente se equipara con el de nihilismo, en referencia a una vida moderna tremendamente trivial y superficial, carente de toda pasión. Su solución fue la de recuperar el fervor del cristianismo, viendo la fe como una lucha emocional por la existencia de una vida verdaderamente auténtica frente a un Dios inescrutable y caprichoso.

En el siglo XX la discusión del nihilismo se extendió por todas partes viéndola en ocasiones como una fuerza de decadencia que conduce a la civilización a su propia destrucción, mientras que en otras se la ve como una fuerza liberadora que ofrece nuevas oportunidades. Martin Heidegger, el famoso filósofo alemán que participó en el régimen nazista, concibe el nihilismo como un proceso histórico que se remonta al nacimiento de la metafísica en la antigua Grecia que inicia el olvido del Ser y la caída en el ente. La adopción posterior de una forma de vida puramente cientificista termina por sofocar nuestra capacidad de escuchar la voz del Ser y acaba con las posibilidades de asombro.

Para hacer la historia corta, digamos que, si leemos entre líneas, la historia del nihilismo es la historia del humano que poco a poco se da cuenta que no hay una buena razón para suponer que vivimos en un realidad diseñada por Dios, con un propósito específico que cumplir y un más allá que nos espera. Ver esto por primera vez fue impactante porque todavía se quería ver la vida llena sentido y valor. Rechazar a Dios y el paraíso es una cosa, pero aceptar la idea de que nuestras vidas no tienen una existencia cósmicamente valiosa es otra muy distinta. El problema es que sin Dios para otorgar un significado cósmico a la existencia la tarea se hacía bien difícil, si no, imposible.

Para disipar los temores a la falta de sentido y evitar el nihilismo muchos buenos pensadores promueven sustitutos de Dios, ya sea la naturaleza, la ciencia, formas extravagantes de etnonacionalismo, líderes autoritarios y cosas parecidas. Teóricos como Charles Taylor, Huber Dreyfus y Sean Kelly, por ejemplo, siguiendo a Heidegger, creen que es posible superar la amenaza de la falta de sentido recuperando o redescubriendo algún poder “sagrado” para curar las consecuencias existenciales negativas del nihilismo contemporáneo.

Según Taylor, el filósofo canadiense, lo que distingue a la modernidad occidental de otras etapas de la historia humana es la erosión de su apego a seres y cosas que tienen poder sobrenatural y estatus divino, como los amuletos mágicos, los ritos sagrados o los festivales anuales de fertilidad para que traigan lluvias y buena cosecha. Dreyfus y Kelly piensan que al centrar nuestras vidas en torno a una voluntad antropocéntrica, o libertad radical como dicen los existencialistas, ha producido la condición social del nihilismo moderno. Su liberación, según dicen, requiere la participación de algo más que lo humano… algo misterioso, más poderoso y sagrado.EL DIOS DE LA NEW AGE. THE GOD OF NEW AGE. | SANCHO GOBERNADOR DE UNA ÍNSULA

Definitivamente algo no tan mortal y humano. La espiritualidad a la New Age, la meditación yoga, el uso de sicodélicos, el éxtasis producido por un concierto de música rock o el estallido emocional de los fanáticos desencadenado por el triunfo de su equipo de fútbol, entre otras, serían experiencias no racionales, pre modernas y no científicas de abordar el mundo. Exactamente, el tipo de experiencias misteriosas y trascendentes que los oponentes de la ilustración creían que el nihilismo amenazaba.

Experiencias que nos dejan con asombro existencial y con un profundo sentido de conexión con la vida, con la historia y las tradiciones de la comunidad a la que pertenecemos. Durante esos momentos dicen “sucede algo tan abrumador que brota ante tí como una presencia palpable y te lleva como una ola poderosa”. Esto habría que verlo como una renovada articulación de lo sagrado que podría salvarnos del flagelo del vacío y la desesperación que el nihilismo supuestamente produce. Una posibilidad salvadora después de la muerte de Dios y la ruptura del monoteísmo.

Pero, esta es la cosa, sin embargo… lo que es genuinamente sagrado solo puede ser trascendente y lo que es en última instancia trascendente es el ser más elevado en la cadena de seres. Y así, entonces, traemos por la puerta trasera de vuelta el problema de Dios.

La verdad es que preferimos quedarnos con Nietzsche que a finales del siglo XIX vio el nihilismo como una fuerza destructiva dispuesta a barrer el orden cristiano. Lo que realmente está en juego, dice, es si mantenemos los valores que tenemos o los sometemos a una reevaluación radical.

La vida, o la voluntad de poder, como dice Nietzsche, nos obliga a establecer valores que son las formas en que la vida se interpreta o expresa a sí misma. Lo que mantiene unido al mundo no es un elemento o juicio trascendente, ya sea Dios o la racionalidad, sino la voluntad inmanente. Sin vida obviamente nada sería posible y los valores, por tanto, tendrían que ser vistos desde esta perspectiva. La elección, por tanto, no es entre valor o ausencia de valor, sino que la cuestión crucial es el valor de los valores, su relación con la vida, ya sea que estén afirmándola o negándola. Si el vínculo entre el humano y el mundo, entre el animal que somos y la naturaleza se rompe la tarea es, entonces, ahora y más que nunca, la de restablecer este vínculo con nuevos valores y nuevas creencias que no sean trascendentes. La polaridad más significativa dentro de este contexto es entre la metafísica de un “verdadero mundo” y el materialismo de este mundo, entre la trascendencia y la inmanencia.

La trascendencia es esencialmente el dominio del sacerdote en tanto que la inmanencia es el de la filosofía. Como dice Deleuze, siempre que hay trascendencia, Ser vertical, Estado imperial en el cielo o la tierra, hay religión y hay filosofía siempre que hay inmanencia. Según la perspectiva inmanente no hay dimensión suplementaria o un “más allá”. Inmanencia es inmanente solo a sí misma y, en consecuencia, capta y absorbe todo sin dejar nada restante. El gesto esencial sería, dice Nietzsche, volver a la naturaleza, a la tierra, como fuente de valores y creencias… “Os ruego, hermanos míos, permanecer fieles a la tierra y no creas a los que te hablan de esperanzas supra terrestres”. Este no es un darwinismo ni un regreso romántico a una naturaleza idealizada a lo Rousseau, sino un “ascenso”, una especie de superación práctica que no separa la razón, el afecto y la voluntad, uno del otro.

Esta idea de inmanencia es un tipo perfecto de nihilismo, uno que busca sus propios límites, se vuelve contra sí mismo y se destruye a sí mismo. Paradójicamente una enfermedad y una cura al mismo tiempo. La disolución activa del yo y la desaparición del significado, es la oportunidad de otro yo, de otro significado: “cuando la negación se deshace de las fuerzas reactivas que lo caracterizan, el nihilismo se completa, es decir, pasa al servicio de la vida”.

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