A propósito de Jorge Edwards y su felicidad tardía
En el mes de mayo de este 2013, que no termina de acabar, el escritor chileno Jorge Edwards anunció, rimbombante y temeroso, que terminado su periodo como embajador de Piñera en París se iría a proseguir su oficio escribidor al Madrid de sus ensueños.
Allí tendrá un estudio con una bonita terraza sobre la Plaza de Oriente donde escribiría los nuevos libros que su mente, aún prolífica, es capaz de formular; que saldrá de tarde en tarde a beber una copa de tempranillo con sus viejos y nuevos amigos bajo un plan de vida descrito como su forma de felicidad en edad tardía.
Junto a tal anuncio reclamó Jorge Edwards que se le haya cuestionado su decisión de representar como embajador al gobierno derechista de Piñera, que los grafitis antiderechistas de la izquierda francesa no le hayan respetado los muros de su embajada, porque, explicó en términos de su nueva retórica derechista, en las expresiones políticas extremas, de cualquier signo, se encuentra siempre “un elemento delirante”. No comprende nuestro embajador Jorge Edwards que no podamos entender la magnitud de su casta aristocrática, por ello trata a los chilenos exiliados en Francia de “extrema izquierda”, de “carcomidos por la tontería humana”, “delirantes” o locos, porque se atrevieron – ¡válgame Dios! – a declararlo “persona non grata” cuando se presentó en París como el Embajador de Piñera en Francia.
Es cierto, me parece que no es buena idea cuestionar de mal modo a Jorge Edwards. El pasado es contundente y, aún cuando en estos últimos años mostró la faceta que sus genes le exigían desde aquellos martirizados años de la República española, más me ha parecido «el convidado de piedra» en los banquetes con los cuales la derecha y la ultraderecha han celebrado durante cuatro años las buenas finanzas de su líder, que no ideólogo, Piñera. Hasta los malos chistes que caracterizan al Presidente chileno le deben haber amargado el pepino a nuestro insigne Embajador Jorge Edwards Valdés mientras desempeñó el papel de Embajador de Chile en Francia.
Creo, sin embargo, que su decisión de irse a Madrid a recuperar las historias del pasado le vendrán bien. Sus ataques a su amigo Neruda en el libro «La casa de Dostoievsky» de seguro le deben haber provocado agudas crisis de acidez estomacal, que ni sus limonadas con bicarbonato y pastillas de leche de magnesia se las pueden haber calmado. Pienso, quizá ingenuamente, que los remordimientos de culpa lo sacuden terriblemente bajo el complejo de «mal amigo», más cuando el amigo Pablo Neruda murió de mala manera, enfermo y victimizado por la dictadura pinochetista.
Sin embargo, tranquilo Don Jorge. Calma, que las almohadas consejeras de Madrid lo esperan. Ya se encuentra muy cerca de habitar el estudio con hermosa vista a la Plaza Oriente, escribir su testamento literario y apurar las últimas copas de tempranillo con sus viejos y nuevos amigos que sabrán entenderlo y perdonarlo.
Tenga la certeza, eso sí, Don Jorge, que los fantasmas de Neruda, García Lorca, decenas de poetas y escritores partidarios de la destrozada República española le rondarán muy de cerca para cuestionarlo y ayudarle a recuperar el Madrid de su juventud, lo cual quizá le permita, a su vez, olvidar o entender los grafitis inoportunos que le rondan sus emocionantes sueños de “felicidad en edad tardía”. Quizá hasta pudiera, encorbatado y todo, grafitear algunos muros madrileños con las viejas consignas republicanas en contra del fascismo rampante que fue capaz de combatir en sus años mozos