Capitalismo, big data, trabajo

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Nos acostumbraron a pensar que es más fácil imaginar el fin del mundo que el del capitalismo, parafraseando a Jameson. Nos bombardearon la psiquis con series y películas del apocalipsis, de megatsunamis, terremotos, cataclismos. Pero el fin del mundo es más sutil y menos espectacular: se llama capitalismo.

El tiempo en el que se renuevan las energías y recursos naturales se acortan cada vez más en el año y no nos estaría alcanzando el planeta que tenemos para sobrevivir. Existe una sola razón y es el modelo de producción en el que estamos insertos.Resultado de imagen para apocalipsis

Existen miles de iniciativas que apuntan al voluntarismo, a lo espontáneo, a lo fugaz. Con una falsa ilusión de que se está haciendo algo, pero no es más que un espejismo en el desierto de las toneladas y toneladas de basura que se producen día a día en nuestro sistema.

No existe consumo ético ni ecológico en el capitalismo por más vasos que llevemos por propia voluntad a cualquier cadena multinacional de comida rápida.

El capitalismo es el genocida más respetado del mundo, ya lo dijo un argentino-cubano. Las guerras, los saqueos, la diplomacia imperialista, la deuda externa, el sometimiento económico, político y cultural, son algunas de las herramientas de las cuales se sirve el sistema para devastar todo.

Según la OIT, para el 2050 van a desaparecer el 50% de los trabajos que conocemos hasta el momento. Según los defensores de este cambio y el futuro del trabajo o el trabajo del futuro, es que se van a abrir nuevas posibilidades con las nuevas tecnologías.

No es por negar esta afirmación, pero siempre se piensa que se va a dar un salto cualitativo en materia laboral y nunca se habla de derechos laborales, de salario, de reducción de la jornada laboral, de plusvalía.

Porque se genera un salto cualitativo en materia de productividad y aumento de la tasa de ganancia para el dueño de los medios de producción, pero nunca se habla de calidad del empleo. Ni que hablar de que las filas del ejército de reserva se engrosan cada vez más, ya que la brecha educativa y de formación se irá ensanchando más. Además, las nuevas tecnologías implican trabajadores calificados.

Si en nuestros países no se acompaña esta revolución tecnológica con aumentos de presupuesto para la educación, para formar profesionales capacitados pero con pensamiento crítico y de cara al pueblo, seguiremos otro siglo más condenados a la dependencia.

 Pero tampoco los países periféricos podemos ser granjas de profesionales que el mercado demanda. Y en lugar de mercado, en realidad tendría que decirse sistema y este sistema tiene como centro al lucro y no al ser humano.

Caeríamos en la trampa si pensamos que las tecnologías son asépticas y neutrales. Ya no sólo es el hecho de para qué y cómo usamos las herramientas sino que desde su diseño está concebida su ideología y de qué manera maximizar las ganancias de los capitalistas.

En este capitalismo financiero-especulativo, donde los algoritmos dirimen los destinos de una nación y del mundo, se perfila un futuro distópico que ha logrado reencarnar el sueño de Margareth Thatcher: «No hay alternativa».

La distopía de los pueblos termina siendo la utopía de los centros de poder, la sociedad de control maximiza aún más su sistema de vigilancia y contribuimos plácidamente con nuestros data points para que el Big Brother se transforme en Big Data.

Mientras la ciencia se desplaza de lo teórico a lo práctico, el posible impacto en la sociedad, los negocios y la economía se hará cada vez más evidente impulsando las respuestas necesarias a las problemáticas actuales. Por lo tanto no es casualidad, ni es ni será un hecho aislado en los próximos decenios que se hayan abierto algunas interrogantes sobre el futuro del capitalismo.

Tiempo atrás se conoció un informe científico elaborado por un equipo de biofísicos finlandeses designados por el Secretario General de Naciones Unidas, Antonio Guterres, en el cual se expone que el capitalismo tal y como lo conocemos se ha acabado como consecuencia de la explotación insostenible de los recursos medioambientales del planeta.

Es evidente que este informe hace énfasis en los desequilibrios actuales y el uso desproporcionado de la materia prima. Pero la semántica es inapelable cuando esta sugiere que «Estamos ante una crisis global y común debido a una cada vez mayor desigualdad ante la ineptitud de los gobiernos. Empieza una nueva era, y la mentalidad capitalista no es capaz de abordarla», señala el informe.

No obstante, el sistema no quiere reconocer estos elevados costos , porque no es capaz de asumir otro modelo económico distinto al capitalismo.

*Camín es periodista uruguayo, corresponsal de prensa de la ONU. en Ginebra. Centurión es estudiante de Licenciatura en Psicología, Universidad de la República, Uruguay. Miembro de la Red Internacional de Cátedras, Instituciones y Personalidades sobre el estudio de la Deuda Pública (RICDP). Ambos, son analistas asociados al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)

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