Condenados a la oscuridad, transformados en polvo volveremos a brillar
Observo los pasos inciertos de la condición presente, las dudas ácidas que retumban en el interior. Me dejo llevar por el soliloquio interno, matutino y lúcido, pesimista pero con una capacidad de encomendar el terreno fértil a la experiencia cósmica del ser. | SEBASTIÁN RODRÍGUEZ.*
Luego de hilar una serie de inconsistentes parajes me retiro esperanzado y entregado a mis inocentes divagaciones materiales que me envían reiteradamente a la balanza de las contradicciones. Busco la paz en las sustancias sagradas, estabilidad en los fluidos vegetales, consistencia en las relaciones humanas.
Me refiero a todos nosotros, obligados a nacer en pecado original, pidiendo disculpas antes de existir, avergonzados por ocupar un lugar en este mundo de leyes y ridiculeces sin igual; buscando el conocimiento, sintiéndonos identificados con las palabras, obsesionados con los significados y con los sentidos.
Compulsivamente giramos en torno a las explicaciones y las emociones, buscando caminos, teniendo miedo. Miedo debido a nuestras construcciones quiméricas de la realidad, a la autoridad falsamente complaciente que con su indulgencia macabra nos traiciona mostrándonos el camino al fin de la creatividad y por el cual nos dirigimos sin titubeos.
Simples juegos de palabras despiertan los más complejos monumentos en nuestra mente, construidos e inmersos en una niebla sofocante. Atraídos por la putrefacción de la carne y los placeres que pululan como tiernas hadas monstruosamente inocentes. El temor a la concupiscencia inherente e infinita es el delirio y el paradigma impuesto por los que creen en las creencias.
Defenderé el derecho a la no creencia, a la no existencia.
Quizás mañana sea distinto.