Doble a la izquierda después del cartel que dice Tetas

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Pasamos junto a cactos con bolsas plásticas enganchadas y frente a idénticas casas vacías. Luego confrontamos otra monstruosidad del desierto: la Penitenciaría Federal.  Calculamos que tiene suficiente alambre de púas como para cubrir la cerca en la frontera de México-Estados Unidos, con tres amenazantes torres donde se esconden invisibles guardas armados con fusiles. Estacionamos frente a la unidad de máxima seguridad.| DANNY GLOVER — SAÚL LANDAU.*

 

Llenamos y firmamos formularios, esperamos, nos llaman, nos quitamos cinturones y zapatos y vaciamos los bolsillos en una bandeja. Tomamos monedas—para comprar comida chatarra que venden en la sala de visita— y revisan nuestros cuerpos con rayos X.

 

Saúl pregunta a un guardia si no se aburre en su “servicio en la torre”. Él se encoge de hombros. “Uno aprende a soportarlo. Estamos en una prisión, igual que los reclusos”, dice. Y agrega: “La diferencia es que nosotros nos vamos a casa por la noche. Bienvenidos al Paraíso”.

 

Otro guardia nos acuña en las muñecas una señal invisible, y nos sentamos y esperamos, mirando a fotos en la pared: el presidente Obama, el fiscal general Holder, el jefe de prisiones de California, y el alcaide de Victorville, todas personas de color. Debajo de los retratos hay un cartel escrito a mano con un conejito que anuncia una búsqueda de huevos de Pascua para el personal de la prisión. Otro cartel anuncia la Semana Nacional de la Mujer.

 

Un tercer guardia escolta a los visitantes hacia la sala de visita iluminada por tubos fluorescentes; también hay grises sillas plásticas en miniatura. Esperamos por Gerardo Hernández, condenado en 2001 a dos cadenas perpetuas sucesivas por espionaje y asesinato.

 

Él era quien manejaba a los agentes cubanos de inteligencia que se infiltraron en los grupos de exiliados cubanos en Miami que planeaban actos de violencia contra objetivos cubanos. En 1997, esos grupos pusieron bombas en sitios turísticos repletos en La Habana. En uno de los bombazos murió un turista.

 

Los agentes también se infiltraron en Hermanos al Rescate, formados originalmente a inicios de la década de 1991/2000 para ayudar a rescatar a los balseros que salían de Cuba. Después de que Wáshington y La Habana firmaran un acuerdo migratorio, la epidemia de balseros se detuvo. Los Hermanos diseñaron entonces una nueva misión: arrojar volantes provocadores sobre La Habana.

 

Los agentes cubanos de inteligencia descubrieron que el líder de la organización planeaba arrojar armas importantes en vuelos subsiguientes.

 

El 24 de febrero de 1996, después de que los cubanos entregaran en vano numerosas advertencias a Washington para que controlaran esos vuelos no autorizados, aviones MIG cubanos derribaron a dos de esos aviones. Los pilotos y copilotos murieron. Cuba insiste en que el incidente tuvo lugar sobre su espacio aéreo, lo que significa que el supuesto crimen por el que condenaron a Gerardo no ocurrió.

 

En septiembre de 1998, el jefe de la oficina del FBI en Miami ignoró las actividades de unos saudíes que se entrenaban para su misión en su área, la cual llevaron a cabo el 11/9. En su lugar Héctor Pesquera, estrechamente vinculado a los exiliados cubanos derechistas, arrestó a los hombres que se conocen ahora como los Cinco de Cuba. La Habana había trasladado al FBI sus informes, a causa de los cuales la agencia se ocupó alijos ilegales de armas y explosivos.

 

En el juicio a Gerardo, en 2001, el fiscal federal citó al general James R. Clapper, Jr. —en la actualidad director de Inteligencia Nacional—como testigo experto. Clapper había leído el material que se había ocupado a Hernández. Durante la contrainterrogación, el abogado de Gerardo, Paul McKenna, preguntó a Clapper si “había encontrado alguna información secreta de defensa nacional que se transmitiera (a Cuba)”. Respondió Clapper:
“Ninguna que yo haya reconocido, no.

 

Al igual que otros testigos expertos, como el contralmirante retirado Eugene Carroll y el mayor-general del ejército Edwards Breed Atkinson, como Clapper, no pudo atestiguar de ningún material ocupado que pudiera demostrar que hubo espionaje.

 

McKenna: “¿Está usted de acuerdo con que tener acceso a información pública no es un acto de espionaje?”
Clapper: “Sí”.
McKenna: “Según su experiencia en asuntos de inteligencia, ¿describiría usted a Cuba como una amenaza militar para Estados Unidos?»
Clapper: “En lo absoluto. Cuba no representa una amenaza”.
McKenna: “¿Encontró usted alguna evidencia que indicara que Gerardo Hernández trató de obtener información secreta?”
Clapper: “No, no que yo recuerde”.

 

Sin evidencia, un intimidado jurado de Miami declaró culpables a los Cinco de Cuba.

 

Casi once años después, vemos cómo Gerardo camina con brío hacia nosotros para abrazarnos. Su sonrisa anunciaba la energía espiritual que nos era difícil imaginar en alguien que viva en el “Paraíso” de Victorville.
“Estoy cumpliendo dos cadenas perpetuas por conspiración para cometer los delitos de espionaje y asesinato, una condena más larga que los espías que transmitieron a potencias extranjeras información altamente clasificada”, explicó.

 

Gerardo habló del reciente canje paletino israelí —un sargento por 1.027 prisioneros palestinos— y cómo el público israelí apoyó el canje. Hace más de dos años. Cuba detuvo y condenó a Alan Gross por haber importado ilegalmente tecnología prohibida para crear sistemas indetectables de comunicación por satélite. Gross recibió casi 600.000 dólares estadounidenses como subcontratista de USAID para establecer una red secreta de comunicaciones como parte de un plan de cambio de régimen. (Desmond Butler AP, 13 de febrero de 2012.)
Fuentes diplomáticas indican (sin confirmar) que Cuba ha ofrecido liberar a Gross si el presidente Obama pone en libertad a los Cinco. Con presión por parte de la familia de Gross y de la comunidad judía, estos gestos humanitarios recíprocos pudieran hacerse realidad —después de noviembre, claro está. [Elecciones presidenciales en EEUU].

 

Nos abrazamos como despedida. Gerardo sonrió y saludó con el puño en alto. Después de consumir otra dosis de experiencia esradounidense, hicimos el viaje inverso, sin mirar atrás al cartel de Tetas.
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* Danny Glover es actor, Saul Landau cineasta; ambos luchadores sociales.

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