El nihilista

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¿Marxismo? Si, pero sin revolución ¿Sauna? Sin mucho  sudor, por favor ¿Tocino? Siempre que sea sin grasa.  La moderación es lo  que ha venido reemplazando  todo aquello que es grande, bello o peligroso… ¿Cierto? Si no, solo miremos la tecnología del “gene silencioso” que nos promete la cebolla sin lágrimas.  O el centrismo  que ofrece una política sin lucha de clases.
¿Y que hay de malo en esto? Todos queremos evitar los extremos, sobre todo el peligro… ¿o no? Por supuesto. Desgraciadamente el problema es  que por mucho que queramos evitarlos, el conflicto, el  dolor  y el  peligro son parte de la vida y la inhabilidad de reconocerlos como tal nos lleva  a la negación del mundo. Originariamente el  nihilismo fue el intento de escapar del caos y el sin sentido de este mundo inventando otra realidad trascendente,  otro mundo celestial  en donde el sufrimiento, la guerra y el despropósito  dejan de existir. Los  mejores productores de mundos ilusorios fueron las  religiones monoteístas.  Si rascamos la superficie del  Judaísmo, el Islamismo o el Cristianismo encontramos al nihilismo yaciendo en su interior.  Hoy el nihilismo  ha adquirido vida propia y el fin de las creencias religiosas no significa  el fin del nihilismo.

El  mundo contemporáneo que  inicia el Modernismo inaugura  la división  religiosa entre nihilismo radical y nihilismo pasivo,  entre  la logica de la  negación de este mundo que, llevada a su  extremo, llama por  su aniquilación  y el  contentamiento con este mundo que renuncia a su aspecto maligno y  a la pasión y los valores que  contiene. Es decir, entre valores que no pueden encontrar un mundo y un mundo sin valores. Entre el deseo de nada y la aniquilación de la voluntad.  Entre el suicidio terrorista y el llamado a la moderación.

La destrucción como  última experiencia, la nada que reemplaza la realidad,  la inmersión en el vacío es la respuesta del que nada quiere con la pasividad y los tranquilizantes que el  gobierno y el mercado ofrecen. Es la respuesta radical del fracasado. Las noticias de la TV están llenas de historias  increíbles. El empleado que es despedido y vuelve por ultima vez al lugar de trabajo armado con una pistola con la que   mata al jefe y a todos los que se cruzan en su camino para  caer en pocos minutos  bajo el fuego policial. El adolescente que entra a su liceo con metralleta  disparando a diestra y siniestra para morir bajo una lluvia de balas. O el padre divorciado que mata a sus hijos y luego se dispara así mismo…

¿Qué es lo que ha ocurrido aquí?  ¿Por que en todos estos casos hay el deseo de herirse a si mismo?   La envidia, el egoísmo y el miedo llevan al asesinato del negro, del judío, del gitano, del hereje  o  del homosexual para mantener la homogeneidad del grupo. El sacrificio del chivo expiatorio es un acto de afirmación y purificación social. La decepción y el resentimiento, en cambio, son la situación opuesta en donde el deseo  destruye la sociedad en lugar de construirla. Aquí no se salva nadie, todos son amenazados igualmente con la destrucción. El resentido no acepta que se le haga responsable por su fracaso y ve como única salida  la  radicalización del resentimiento en actos destructivos. La fusión de la destrucción  y la auto destrucción  es el único punto donde el fracasado logra sentir el sentimiento de poder sobre los otros y sobre si mismo.

La finalidad destructiva  del nihilismo radical  en la sociedad de consumo se entrelaza con el nihilismo pasivo. Y, aunque   parezca curioso, esto  no es de   extrañar. Cuando la politica del consenso clausura el antagonismo social el resentimiento  se transforma en  politica destructiva   y la impotencia politica  en pasividad soporífica.  La sociedad de consumo ve  el conflicto entre estas  dos  formas de nihilismo como el antagonismo fundamental de la  época.

Pero… ¿Que tal si este es un antagonismo falso y  el verdadero  antagonismo se encuentran en otra parte?   ¿No  seria mejor considerar el nihilismo  como una logica paradójica que simultáneamente destruye y constituye lo social?

El Ultimo Hombre, dice Nietzsche, prefiere la ausencia de la voluntad a la voluntad de la nada. Una vida reaccionaria que elige la felicidad a  la acción,  la pasividad narcótica a la búsqueda de un fin.  Una criatura  apatética, sin pasión ni compromisos, sin sueños ni ideales. Su única aspiración es  ganarse la vida, sentirse satisfecho y evitar cualquier sacrificio. La felicidad es consumir y la política es conformismo pasivo.  ¿No es este el modelo ideal de la sociedad occidental?  Un  conformista compulsivo  sujeto a la manipulación infinita del mercado, disociado de los otros, sin mayor consideración por sus semejantes cuya única  auto-valoración depende de cuantos deseos pueda satisfacer. Con el Ultimo Hombre  el nihilismo pasivo se  convierte en la banalización del nihilismo y la devaluación de los valores  termina en  un mundo sin valores. Con la economía del dinero la diferencia entre los valores tiende a desaparecer.

Cuando el dinero reduce  la cualidad a cantidad las diferencias valoricas se borran y el valor de la distinción entre cosas y cosas pierde sentido. Con el dinero electrónico, el dinero, para peor, se vuelve una entidad espectral, un marco abstracto mucho más violento y poderoso que  no puede ser localizado, a pesar de que  domina completamente la vida social. Confrontados con esta realidad la gente ya no siente que tienen control sobre el desarrollo social y lo ven como algo que les pasa igual que la lluvia y los terremotos.

La  política, en estas circunstancias, queda reducida  a la competencia entre grupos reconocidos que compiten y negocian intereses particulares y estilos de vida  sin desafiar o cambiar las relaciones hegemónicas,  carente de  proyectos fuera de su propia perpetuación. Un juego político sin la posibilidad de cambiar el juego porque su fin es mantener a distancia la irrupción revolucionario.  Y, en el caso que esto fallara, siempre  esta ahí  “The American Army”.

Al otro lado del nihilismo pasivo  nos encontramos con  el fundamentalismo ultra antagónico, violento y terrorista que nada quiere con el mundo banal del capitalismo tardío en donde  los valores supremos no tienen lugar. A  este mundo imperfecto e inadecuado el nihilista radical le niega autoridad política y su objetivo  es  derrumbarlo completamente.  El fanático iconoclasta  se ve como el instrumento de una autoridad absoluta que busca destruir la Ciudad  para crear la Ciudad de Dios, para hacer que la sociedad se ajuste a sus valores. Y  para lograrlo  esta dispuesto a sacrificar su vida  por la verdad que ama. Para el nihilista radical el mundo como es no debiera ser y el mundo que debiera ser no es.  No esta interesado, como el anarquista o el revolucionario, en las contradicciones internas del sistema. Nihilista1

El se separa del sistema que odia  y su blanco es el tejido mismo de lo social. Una estrategia desesperada en contra de la indiferencia social. Lo que caracteriza al ataque de New York como nihilista es la transformación de uno mismo y de los otros en instrumentos,  la absoluta indiferencia hacia las victimas y el silencio de los autores y planificadores del ataque. A diferencia de la política afirmativa y liberadora que reclama responsabilidad, la violencia nihilista permanece anónima y carente de proyecto, fuera de su propia perpetuación.

La diferencia entre terror y  guerra en contra del terror es la muerte. Al sacrificar  la propia vida, lo más valioso que uno tiene, el terrorista desafía el pasivismo nihilista de la sociedad de consumo  en la que  el sacrificio por una causa social es inimaginable. El nuevo terrorismo, en su pasión por purificar el mundo, termina  en destrucción total. La violencia que desencadena y las muertes que causa sobrepasa cualquier limitación y consideración puramente humana al  ejercerse en nombre de Dios o de un texto sagrado que se elevan por encima de la vida… “Cree en Dios y todo esta permitido”. El terror fundamentalista moraliza la política y conceptualiza  las diferencias como un antagonismo absoluto entre el Bien y el Mal que lleva a la auto destrucción total.

Con  la política de seguridad  después el 9/11 el terror y la guerra en contra del terror se transforman en un factor social que, curiosamente, en lugar de destruir el “business as usual”, lo sostiene.  El Terrorismo ya no es una calamidad excepcional, sino que se ha transformado en una técnica de gobierno que impone conductas y  modelos de normalidad que redefinen las relaciones de poder  y cancelan los principios democráticos  fundamentales. Los derechos individuales quedan sujetos a la voluntad del los aparatos de seguridad. El terror interno elimina la dialéctica de la excepción y la norma. Ahora el estado de excepción es la norma y la democracia, una ilusión hipócrita.

El antagonismo fundamental, entonces, no es entre nihilismo radical y nihilismo pasivo, entre la política sin creencia y la creencia sin política, sino entre nihilismo y  anti nihilismo, entre el trabajo muerto y el trabajo vivo, como decía Marx.

¿Y que significa ser  anti nihilista? Nietzsche decía que se necesita un martillo para destruir los ídolos nihilistas y construir nuevos valores. Lo que, en un curioso sentido, significa que   el anti nihilismo es un perfecto nihilismo que se vuelve en contra de si mismo y se destruye para crear nuevos valores inmanentes.  La idea es la de que los valores se producen y lo que hoy necesitamos es transvaluar los valores existentes para crear nuevos basados en la fuerza de la vida.  La destrucción activa  que es necesaria para convertir la voluntad de la nada en afirmación  vital no significa la eliminación  de simismo o de los  otros. Si la destrucción es necesaria lo es para crear algo diferente. El riesgo, por supuesto, es que la  destrucción puede resultar en una aniquilación nihilista  o en el retorno de los valores trascendentes. El problema permanente del anti nihilismo es el de distinguir cuidadosamente entre destrucción creativa y su doble, la  destrucción negativa. Entre la metafísica de un mundo de esencias eternas  y el materialismo de este mundo. Desde la perspectiva este mundo, es decir  de la inmanencia, dice Deleuze, no hay nada mas allá porque la inmanencia es inmanente solo para si misma  y no deja lugar para “dimensiones suplementarias”.

Nuestros valores son la forma en que nuestra  vida se expresa a si misma. Sin  vida, obviamente, nada seria posible y un valor inmanente es un valor enraizado en la vida. La cuestión, por tanto, no es  valor y no valor, sino el valor de los valores, su  relacion positiva o negativa con la vida, es decir, si el pensamiento y la acción se orientan hacia  la destrucción o renovación del mundo.

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4 Comentarios
  1. Silvia Calderón Soto dice

    El proyecto del ser humano es un eterno retorno a lo mismo, al deseo de vivir y al miedo a la muerte que en algunos momentos se juntan como las puntas de lo opuesto. No hay camino como dirian los teoricos de Frankfurt. ¿Pensarán lo mismo las comunidades indigenas de los distintos paises?, es una condición humana o el Nihilismo es una condición humana del capitalismo moderno.
    gracias por este artículo.

  2. blanca dice

    Me gustó la nota.
    Muy buena.

  3. nieves y miro fuenzalida dice

    Sandra
    Bien venido tu comentario. Tu dices…»falta la perspectiva de quien no tiene ni ha tenido nunca en la historia del patriarcado, nada que perder»… Cierto… Te invitamos a desarrollar esta perpectiva en SurySur. No creemos que el editor tenga problema en publicarla.
    Que tengas un buen dia.

    N&M

  4. sandra dice

    Excelente artículo, el enfoque es genial, hace pensar y da sentido a mucha de la incoherencia dominante, pero…. pero como a todo lo que analiza la izquierda tiene un límite ideológico, falta la perspectiva de quien no tiene ni ha tenido nunca en la historia del patriarcado, nada que perder. El personaje ausente, quien no es parte de la construcción ideológica ni del manejo del proyecto político/cultural, es decir de las nacidas en cuerpo mujer y culturizadas en los márgenes de la dignidad y en el hoyo negreo de la feminidad.
    Es indispensable incorporar este sujeto ahistórico, no protagonista, para que el proyecto futuro tenga viabilidad y sea constructivo de cultura y sociedad para todas y todos. Ese es mi parecer. Igual saludo con respeto y mucho entusiasmo una reflexión tan estimulante como la contenida en sus líneas.

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