El Partido y la multitud

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Por todas partes pareciera que los partidos políticos están en declinación y, en el peor de los casos, en total desprestigio… ¿Sería posible tener cambios revolucionarios sin ellos? Desde sus inicios los anarquistas y comunistas se han orientado en dos direcciones distintas. A nivel normativo, tanto en el anarquismo como en el comunismo, encontramos el deseo por un igualitarismo radical.

“Anarquía”, según el anarquismo, no significa “sin ley”, sino sin soberanos, amos, reyes, dioses, partidos, etc., y, de hecho, los colectivos anarquistas desarrollan una serie de normas para regular las interacciones entre sus miembros y como cada uno de ellos se relaciona con el mundo. Es una orientación política que rechaza todas las formas edipales, paternalistas o de soberanía encarnada en una figura y, por el contrario, abraza una política horizontal y fraternal en lugar de una vertical y autoritaria.

La idea es que los colectivos son suficientemente aptos para gobernarse a sí mismos y no necesitan una vanguardia como el partido para dirigirlos.Y, sin embargo, a nivel práctico es bien difícil lograr algo importante sin alguna forma de organización y liderazgo. Sin ello, pareciera que siempre repetimos lo mismo y nunca llegamos a ninguna parte. En este sentido da la impresión que el partido es un mal necesario. Pero, resulta que el problema pareciera ser que este compromiso político requiere traicionar la idea igualitaria.

La multiplicidad o el igualitarismo actual es reemplazado por una multiplicidad o igualitarismo por venir, que, de hecho siempre se posterga y nunca llega. Podríamos pensar en gobiernos que se dicen ser revolucionarias sin cambiar nunca la jerarquía o instituciones. Y partidos socialistas que nunca abordan los problemas que dicen abordar, como el neoliberalismo, por ejemplo. Es aquí, según los críticos, donde ya no tenemos ningún colectivo, porque el colectivo se ha bifurcado en el Partido.

La historia de los partidos está bien lejos de ser estelar. No es extraño que cuando un sistema, y los partidos son una instancia de sistema, alcanzan un cierto punto de autoorganización y se vuelven autopoiéticos, funcionan, no para abordar los problemas que dicen abordar, sino para reproducirse a sí mismos y a su propia organización. Si miramos el pasado, podemos ver que varios partidos de izquierda abandonan sin cesar los objetivos políticos por los que se formaron, a pesar de su retórica revolucionaria, centrándose en su lugar en su propia continuidad y reproducción, como en el mantenimiento de su propia jerarquía interna.

Según Deleuze y Guattari hay que mirar no sólo la doctrina declarada, la orientación política, la plataforma y los objetivos del partido, sino también los microdeseos que habitan en sus participantes. Es posible que en cierto nivel el partido sea igualitario, pero que en otro sea totalitario, en el sentido que alienta la obediencia, la adhesión a la ortodoxia y al líder, por encima de la multiplicidad. Hay, a pesar de todo, un triste deseo de obedecer, excluir, dominar y controlar que siempre acecha en todas las organizaciones, incluso las más anarquistas y comunistas.

Todo esto parece bien razonable… ¿cierto? Si, pero, compañero… Sin partido, ¿con qué nos quedamos? Al parecer, según se dice… con la multitud. O, peor aún, que de la política electoral eventualmente surgirán cambios que transformarán las estructuras de explotación económica… ¿Es posible realmente imaginar qué cambios políticos pueden surgir sin una lucha política partidaria?

En las últimas décadas cientos y miles de personas han salido a las calles, avenidas y plazas del mundo para expresar su rotundo rechazo al conjunto de políticas instaladas por la clase capitalista. Estas protestas han marcado una nueva militancia y determinación en nombre de los opositores a la austeridad, la precariedad, la desregulación, la violencia y la política neoliberal de los recortes. Pero, una vez que la protesta termina, la multitud se va a sus casas. A veces protesta sin hacer demandas y otras hace demandas imposibles. Según sus voceros, la alternativa al partido es el “movimiento” mismo.

Las manifestaciones y disturbios de las últimas décadas han mostrado claramente el poder colectivo, destructivo, creativo, impredecible, contagioso y temporal de la multitud, especialmente su capacidad numérica para inscribir una brecha en el sistema… ¿No es Sri Lanka el ultimo ejemplo? Deuda, empobrecimiento, vigilancia, corrupción y despojo bajo el capitalismo neoliberal es lo que incita a la rebelión. La cosa, sin embargo, es que todas estas manifestaciones y rebeliones mundiales han puesto de manifiesto la limitación de la multitud.

El reciente rechazo plebiscitario de una nueva y revolucionaria Constitución en Chile, es el último ejemplo. El entusiasmo político, la alegría del sacrificio personal, la emoción de la lucha inspira a la multitud, pero no perdura una vez que se dispersa y la gente se va a la casa. La multitud carece de la capacidad de resistencia, implementación y ejecución. La multitud no tiene política. Es la oportunidad para una política. El rechazo al partido por algunos sectores de la izquierda moviliza las convicciones antiautoritarias y las reemplaza por el horizontalismo, como una alternativa al jerarquismo.

Y, sin embargo, en las últimas décadas nos hemos encontrado con su límite al no lograr resistir o reemplazar el poder estatal del capitalismo. Lejos de resolver el problema de la organización política de la izquierda, el horizontalismo pasa a ser el nombre de un problema. Como nota la politóloga Jodi Dean, la capacidad política siempre implica delegación, transferencia y división del trabajo. Es en este sentido que la multitud permite construir una teoría del partido como síntesis del movimiento.

No la vanguardia ni el instrumento del movimiento, sino una forma de asociación política organizada que mantiene abierto el espacio desde el cual la multitud pueda verse a sí misma. No representa el movimiento, sino que transfiere su intensidad igualitaria de lo particular a lo universal. El partido responde así al sujeto, según Dean, reconociéndolo en la multitud y con ello convierte a la multitud en algo más de lo que es. Le da una historia, mantiene su momento igualitario y la transforma en un sujeto político colectivo.

Sin la perspectiva del partido, las resistencias múltiples se desdibujan en el menú de estilos de vida y en las diferentes oportunidades de diversión y satisfacción que ofrece el capitalismo. Sin el partido, no hay cuerpo capaz de recordar, aprender y responder. Con lo que terminamos es con individuos dispersos, absortos en el capitalismo comunicativo, perdidos en la variedad de opiniones, sugerencias, estrategias, manipulación mediática y críticas.

Lo curioso con las críticas antipartidistas es que promueven las convicciones antiautoritarias, lo que no está mal, pero, paradójicamente, con lo que terminamos es con la intensificación del autoritarismo del capitalismo global, no tanto del Estado, sino del poder descentralizado, disperso y extendido a través de contratos privados, cooperación interbancaria e institucional y la extensa red de tratados, acuerdos y disposiciones que permiten el flujo de capital y comercio mundial.

Lo inquietante es que durante bastante tiempo la política de izquierda en Occidente ha venido reflejando la política neoliberal, instando la descentralización, la flexibilidad, la innovación e incluso la privatización. No es de extrañar que la multitud, con toda razón, ha hecho a un lado a esta izquierda. Durante los últimos treinta años los partidos proletarios se han marginalizado de las aspiraciones y logros y han sido calificados de organizaciones obsoletas.

Las muchedumbres, los motines, las ocupaciones y revoluciones de las primeras décadas del siglo XXI han demostrado, sin embargo, que el rechazo del partido no es tan claro si consideramos la reconfiguración de varias coaliciones políticas en Latinoamérica como la Colombia Humana-Pacto Histórico en Colombia y la coalición Frente Unido y partido comunista en Chile y, en Europa, la Izquierda Unida en España y el Frente Izquierdista en Francia, al igual que en otras partes del mundo, que ponen al partido nuevamente en la agenda.

Los participantes de los movimientos populares reconocen cada vez más las limitaciones de una política activista concebida solamente en términos de identidad, marchas, ocupaciones o manifestaciones masivas y, para avanzar, han empezado a plantear nuevamente el valor de la organización partidaria.

Mantener viva la lucha requiere de cuadros profesionales y de la dedicación de los pocos que trabajan por la causa. Este es el requisito inevitable y lo que separa a los pocos de los muchos. Que esta brecha sea inevitable no significa que ella sea permanente o siempre justificada. Siempre hay mejores o peores partidos y líderes. Algunos más fieles al impulso igualitario de la multitud que otros. El punto crucial es que la acusación de centralismo y autoritarismo dirigida a los partidos revolucionarios, debido a la inevitabilidad de la brecha entre muchos y pocos, es algo inherente a la política como tal. Si queremos participar políticamente, no podemos evitar los efectos de los números.

Un partido es la “organización y concentración de la sociabilidad en favor de una determinada política”. Para un partido proletario ésta es una política de y para la clase obrera, los productores y los oprimidos. Obtener el control del Estado sigue siendo una meta importante porque el Estado continúa siendo el instrumento de dominio de la clase capitalista que presenta una barrera para el cambio político al imponer un orden en el interés del capital como clase, haciendo todo lo posible para prevenir, redirigir y aplastar la oposición y debilitar las conquistas sociales de la clase trabajadora.

La fantasía neoliberal de la inexistencia del antagonismo, de la división o de la lucha de clases no puede ocultar el hecho de la extrema desigualad, violencia y explotación que perpetúa en base al uso de la fuerza militar, policial y legal. El capital usa cada recurso estatal, no estatal e interestatal para avanzar su posición. La democracia burguesa, como forma política del orden capitalista, asegura este orden a través de principios y procesos diseñados para individualizar, dispersar y desplazar los antagonismos de clase. Solo los partidos revolucionarios extienden la lucha política más allá de los límites electorales.

En el capitalismo comunicativo los actos individuales de resistencia, subversión, producción cultural y expresión de opinión, por valientes que sean, son absorbidos rápidamente en las redes globales de medios personales. Cambios fundamentales sólo se producirán a través de la lucha política llevada a cabo a nivel global. Si se ha empezado a hablar del partido otra vez es porque una izquierda que evite organizarse para transformarse en un poder permanece impotente. Al parecer es un mal del que difícilmente podemos prescindir. El desafío, entonces, es convertir al partido revolucionario en un partido que la muchedumbre merece, un partido que permanezca fiel a la esperanza y la voluntad igualitaria de la multitud.

* Profesores de Filosofía chilenos graduados en la Universidad de Chile. Residen en Ottawa, Canadá, desde 1975. Nieves estuvo 12 meses presa en uno de los campos de concentración durante la dictadura de Augusto Pinochet. Han publicado seis libros de ensayos y poesía.

 

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