Hermano mayor
Esta columna muy posiblemente ya fue revisada por el gobierno de Estados Unidos antes de ser publicada y los lectores de este periódico, al igual que millones de personas en el planeta, que hayan utilizado servicios cibernéticos o telefónicos para comunicarse, ahora tendrán que suponer que también están bajo vigilancia.
El hermano mayor (Big Brother) nos escucha, nos observa cuando quiere, sin previo aviso, para ver si estamos creando algo, comentando algo, expresando ira o amor, bromas o propuestas o, peor, filtrando algo que no quiere que se sepa. Eso fue lo que se nos reveló la semana pasada.
Cuando The Guardian y el Washington Post divulgaron la noticia explosiva de que el gobierno de Barack Obama, específicamente la agencia de inteligencia más grande y más secreta, la Agencia de Seguridad Nacional (NSA), tenía la capacidad no sólo de revisar la entrada y salida de llamadas manejadas por la gigantesca empresa de telecomunicaciones Verizon para millones de sus clientes, sino que podía ver el contenido de cualquier comunicación –sea chat, correo, fotos, videos y más– que se maneja por nueve de las principales empresas del mundo cibernético: Microsoft, Google, Yahoo, Facebook, Skype, en este país reapareció el fantasma creado por George Orwell.
Tal vez la frase más escalofriante fue la del que filtró esta información, quien este domingo reveló su identidad en The Guardian: Edward Snowden, de 29 años, quien ha trabajado en la NSA durante cuatro años como contratista privado y decidió filtrar la información sobre el programa secreto porque estaba «horrorizado» por su alcance y su intrusión en la privacidad, y quien señaló al Post: «literalmente pueden observar cómo formas tus ideas mientras tecleas».
Al estallar la controversia y alarma entre defensores de las libertades civiles, el gobierno de Obama fue obligado a confirmar la existencia de estos programas, aunque aseguraron que no tenían tal alcance, que el gobierno no obtiene esta información de manera unilateral, sino que las empresas cooperan por orden judicial (de un tribunal secreto), en consulta con legisladores y sólo cuando existe un propósito de «inteligencia extranjera». Indicó que todo es legal de acuerdo con el Acta Patriota y que el programa ha sido «vital» para proteger la seguridad del país.
Obama defendió el programa con las mismas justificaciones que antes usaba George W. Bush, y que él mismo criticó como candidato: se tiene que hacer esto para defender al país del «terrorismo». El presidente dijo que los ciudadanos «tienen que tomar decisiones» entre la privacidad y la seguridad, y aseguró: «nadie está escuchando tus llamadas telefónicas». El colmo fue cuando se atrevió a afirmar: «confíen en mí, estamos haciendo lo correcto. Sabemos quiénes son los malos».
La página editorial del New York Times, la más influyente del país, y una que suele apoyar a Obama, expresó, ante estos argumentos, que «este gobierno ha perdido toda credibilidad», al afirmar que Obama está comprobando que el Ejecutivo «utilizará todo poder que le es otorgado y muy probablemente abusará de él».
Recientemente, cuenta Jane Mayer, de The New Yorker, un ex oficial de la NSA decidió jubilarse porque temía que los programas de «minar datos» eran ya tan amplios que podrían «crear un estado orwelliano».
Ante todo esto, el gobierno de Obama no sólo intentó defenderse, sino que, como siempre, también atacó a los mensajeros. Acusó que quienes filtran información hacen favores al «enemigo» y ponen en riesgo a su país. James Clapper, director de Inteligencia Nacional, no dudó en llamar las filtraciones «reprensibles» y acusó que «divulgar información sobre los métodos específicos que el gobierno utiliza para recaudar comunicaciones obviamente puede darle un manual a nuestros enemigos sobre cómo evadir la detección».
Vale recordar que este gobierno actualmente procede penalmente contra el doble de filtradores que el total combinado de todos los presidentes en la historia. El de mayor perfil hoy día es la corte marcial contra Bradley Manning.
Y eso que Obama, cuando fue candidato presidencial, elogió a cualquier funcionario que actuaba para el bien público, considerando que éstos eran «actos de valentía y patriotismo» que no deberían ser reprimidos «como lo han sido durante el gobierno de Bush».
Glenn Greenwald, uno de los periodistas de The Guardian que divulgó la información sobre los programas de espionaje de comunicaciones la semana pasada (y prometen más), escribió este fin de semana que los que filtran información están bajo ataque de este gobierno y «son héroes», ya que «a gran riesgo personal y sacrificio lo hicieron por una gran razón: dar a conocer a sus conciudadanos lo que el gobierno realiza a oscuras. Su objetivo es educar, democratizar y hacer que los que están en el poder rindan cuentas».
Greenwald denuncia que al amenazar «investigaciones», el gobierno busca «disuadir e intimidar» a cualquiera que desea transparentar el poder. “La manera en que deben de funcionar las cosas es que nosotros deberíamos saber casi todo lo que ellos hacen: por eso se llaman servidores públicos. Ellos deberían saber casi nada de lo que nosotros hacemos: por eso nos llaman individuos privados. Esta dinámica –la definición de un sociedad saludable y libre– ha sido radicalmente revertida. Ahora ellos saben todo lo que hacemos… Mientras nosotros sabemos cada vez menos lo que ellos hacen”.
Unos seis años después de que Obama llegó a la Casa Blanca con la promesa de poner fin a las políticas abusivas de Bush y asegurar que encabezaría un gobierno transparente que respetara la privacidad individual y la libre expresión, hoy es cada vez más difícil identificar qué hay de diferente en este rubro.
De hecho, en un tuit, el ex secretario de prensa de Bush, Ari Fleischer, comentó: “ataques con drone, intervenciones de comunicaciones, Gitmo (Guantánamo). O está llevando a cabo el cuarto periodo (presidencial) de Bush”, refiriéndose a Obama.
Tal vez la diferencia es un secreto de Estado.