Lagos Nilsson / Allende, Alwyn y un tal Escalona

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Nunca es fácil referirse a un anciano planteando disconformidad con sus dichos; es como patear a un animal pequeño en público. Esto ocurre porque hay grandes viejos y viejos de mierda —y con éstos últimos pasa lo mismo que con los muertos a tiempo: no hay muerto malo. Ya le llegará el turno.

 

Cuando no se muere a tiempo algún geronte que tuvo vida pública se corre el riesgo de que alguien piense que el inmoral —políticamente hablando— está vivo. O que merecen respeto sus canas. Otros creen que no hay que «hacerse mala sangre». Y es aquí donde la traición a la humanidad cobra entrada.

 

En un programa de televisión de payasos que se emite los domingos por la noche (bah, seamos claros: Tolerancia Cero) pudimos ver y oír a una de las desgracias mayores de los últimos 30 años de la politica chilena: el «líder» del Partido Socialista de Chile; el olvidable actual senador señalaba que con el ex profesor de la Universidad de Chile lo unían convergencias. Él, el senador, no juzgaba, recordaba.¿Qué recordaba del ex presidente?

 

Escalona reconoció implícitamente el naufragio rabiosamente triste del partido político que condujo al confesar —como entre amigos: el quinto payaso— su admiración por la vocación democrática del antaño operador político de Frei (Montalva). Un hombre, dijo, que no descansó para lograr la unidad (que se plasmaría una vez conseguida la burla al movimiento social que dijo «no» a la dictadura —o tal vez para conseguirla).

 

El pasado había quedado atrás.

 

Patricio Alwyn, ente mofletudo, de acariciadas ambiciones, de sonrisa hipócrita que supo remedar la de un buen pater familias (muchas familias), deleznable conspirador, serpiente de salones, vendedor de muñecas rotas, cobarde (que se supo bien protegido) encontró en el «chascón» Escalona su alma gemela.

 

Uno, Alwyn, traicionó años de institucionalidad; el otro, Escalona, los años de su historia. Y todo, dicen, por la patria. Una patria que se les cae a pedazos (los pedazos que no destrozaron o se roban de nuevo los de pinochet). Ambos, Alwyn y Escalona, se las dan de republicanos y demócratas; uno con la sangre que todavia le cae sobre la cabeza, el otro con un secador de pelo.

 

Se puede entender a Patricio Alwyn; más difícil es perdonar a Escalona. Si fuésemos entre los que escribieron libelos en el siglo XIX diríamos que merecen ser colgados del mismo farol. No será. Lo triste es que si nada cambia serán enterrados para la mayor gloria de dios. El que preside las oraciones de Alwyn y el que menciona a veces Escalona.

 

¿Qué negocios tendrán? Alwyn sabe de historia, Escalona olvidó la propia. Los une el silencio que los envolverá cuando el agua que se los lleve deje de sonar en el retrete.

 

Ya nada importa: Allende, dicen, tuvo la culpa. Sólo que el compañero presidente está vivo mientras ellos no saben que son los muertos.

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