Las palomas marchan por la paz, los lobos ríen

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Fue un día cualquiera del mes de marzo de un año que se escondió dramáticamente entre las páginas de mi calendario. en el mero equinoccio de primavera, cuando el día y la noche se equilibran dramáticamente en el reloj del cielo.

Los hombres y mujeres de la parte norte de la tierra otearon ilusionados el levante para ver si alguna sombra se destacaba presurosa entre los cuajarones anaranjado-rojizos del crepúsculo matutino, afinaron el oído para verificar la presencia de algún aleteo oportuno que se hubiera deslizado subrepticiamente entre las oleadas de brisa que circundaban la mañana. Nada se oía, no se veía nada. Las palomas blancas de alas algodonosas anunciadoras de la paz entre los hombres, no se presentaron.
Pasaron desorbitadas las horas en la esfera luminosa del reloj. Las manecillas, ansiosas, acunaban en sus brazos minutos interminables y segundos letales. Los hombres y mujeres, en tanto, sentían que sus intestinos, arrebujados en la esperanza, se encogían angustiados en infructuosa espera. Cansadas de esperar, las horas salieron a buscar entre los escombros de la brisa matutina sus figuras redondeadas. Pero ninguna de ellas, ninguno de sus hijos minutos, ninguno de sus nietos segundos fue capaz de hallar siquiera los vestigios de una pluma blanca o cuando menos escuchar un suave currúuuuu-cúuu.
¿Y ellas?
Quién sabe dónde andaban.
Dicen lenguas temerosas que las palomas blancas, que no otras, son las desaparecidas. Se recuerda que fueron regurgitadas por la mano de un pintor enemigo de las guerras hace ochenta y pico de años. Se dice, además, que estas pobres palomas blancas están cansadas de predicar una paz que no convence más que a los pacíficos e indefensos.
Ayer fue un día diferente. Escuché que circulaba el rumor entre los ancianos de las cafeterías que las palomas habían decidido salir a marchar por las calles de algunas ciudades de México para exigir, no sé a quién, que nos regresaran la paz que secuestraron de nuestras vidas. Ansioso emergí de mi escondite en los campanarios de las iglesias para mirar a nuestras amadas palomas, pero sólo descubrí un pequeño grupo de personas vestidas de palomas enmascaradas de rostros angustiados. En ese momento escuché risas sardónicas, burlonas y desafiantes. Hice circular mis ojos y oídos por los alrededores para saber quién era capaz de reir ante las desdichas humanas que se han apoderado de nuestro pueblo y allí, tras sus ventanas, pude mirar la jauría de lobos que celebraban, ominosos y desafiantes, a nuestra sociedad desguarnecida.
Descubrí entonces el por qué se escondieron las palomas. No puedo decirles cuándo saldrán de su escondite porque ellas piensan que así, escondidas, se mantienen a salvo.
¿A salvo de qué? Me he preguntado miles de veces. ¿A salvo de qué o para qué? Si estando presentes y activas no han logrado sus propósitos pacificadores, escondidas, ¿cuándo?
De nada y hasta siempre amigas y amigos, esperamos que la paz simbolizada por Picasso en una paloma blanca regrese un día para anidar definitivamente entre nosotros.

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