Leonardo Favio, poeta maldito
Este 5 de noviembre se cumplieron 12 años de que partiera al comando celestial Jorge Jury, conocido popularmente como Leonardo Favio, considerado uno de los más grandes directores de cine argentino. Sin embargo, el éxito y la consagración popular lo había logrado desde la canción popular, siendo una de las voces más particulares dentro del amplio inventario de nuestra música.
Después de editar el álbum más vendido de la historia nacional en 1968 “Fuiste mía un verano”, Leonardo Favio nunca abandonó de lleno esta faceta artística que le permitió llevar el nombre de “El Juglar de América”. Autor de canciones inolvidables como “Quiero aprender de memoria” o “Ella ya me olvidó”, esta faceta que supo llevar con pasión y maestría no logra aún tener el reconocimiento de los sectores del establishment cultural: es que tanto ayer como hoy, la música “popular” es estigmatizada. La plebeyización de la cultura que supo denominar y abordar Pablo Alabarces, involucra una realidad compleja: así como el Gitano “Sandro” cuenta con el reconocimiento merecido luego de soportar el ostracismo en los ochenta debido a la descalificación de amplios soportes que lo tildaron de “grasa” o “mersa”, por entonces Leonardo Favio (radicado en Pereira, Colombia, luego de un obligado exilio durante la última dictadura) era una figura incómoda para muchos sectores por su declarada posición partidaria.
En plena “primavera alfonsinista”, Favio no perdía oportunidad para manifestar su inconformidad con respecto a las políticas socialdemócratas mientras que expresaba públicamente su “odio” hacia la oligarquía. A casi dos años de gobierno alfonsinista, Favio reflexionaba haciendo un balance que, lamentablemente, no pierde vigencia:
“(al país) lo veo hundido en la hipocresía. El demoliberalismo fue siempre así y se caracterizó por su agresión hacia la gente… Lo noto en dos aspectos fundamentales, el económico y el moral. Y ojo, que esta es una crítica a un régimen que todos hemos elegido. Yo critico al gobierno con el dolor de un pariente… lo que ocurre es que la democracia no es patrimonio de los radicales sino algo que ganaron nuestros mártires… La sociedad argentina está enferma y los medios masivos están al servicio de esa enfermedad…”
En los noventa vuelve a alcanzar notoriedad, pero gracias al cine por su exitosa película “Gatica, el mono”, mientras que la canción naufragaba entre la nostalgia y el reconocimiento de un público fiel.
“… Los baladistas han saturado al mundo de estupideces. Mis canciones vienen de la cosa cotidiana, nacen en el puchero, en el mate de cada día; además estoy atento a los acontecimientos políticos y sociales del país” (Gente y la actualidad. Julio de 1970).
La mirada de un artista del pueblo comprometido con su público y su tiempo lo llevó tempranamente, aunque en el momento de apogeo los “rockeros progresivos” lo encasillaban dentro del rotulo de músico “complaciente”.
Dentro de su primer álbum (uno de los discos más vendidos en la historia de nuestro país), sorpresivamente, aparecía un tema de Almendra. La canción se llamaba “Tema de Pototo,” que Leonardo registraba como “Para saber cómo es la soledad”, además de rebautizar al Flaco Spinetta como “Luis Alberto Fpintta” en los créditos. Cuenta la leyenda (alimentada por el propio Spinetta) que Leonardo los escuchó mientras estaban grabando la canción bajo los arreglos de Rodolfo Alchourrón. La escuchó y quedó maravillado. No dudó en publicar su versión. «Lo que pasó fue que el disco de él salió antes que el nuestro«, le contó Spinetta a Eduardo Berti en el libro Crónica e iluminaciones.
En una entrevista con Miguel Grinberg, publicada en el libro “Cómo vino la mano”, el propio Spinetta describió que los integrantes de Almendra se sintieron responsables de todo lo que pasó con la canción. «Lo sentimos como algo negativo, él (Leonardo Favio) no nos gustaba para nada. No se transaba con nada. El acecho era total, un curro alucinante. Aunque hicimos alguna concesión, como cortarle una parte de la letra, para que entrara en los dos minutos y medio. Primer gran dolor«.
Sin embargo, la relación del joven Favio con el rock se liga directamente y de una manera providencial con el gran conjunto llamado “Alma y Vida”: integrantes de amplio renombre dentro del mundo del rock (Carlos Mellino, Carlos Villalba, Juan Barrueco, Bernardo Baraj) que habían acompañado a Leonardo en su show en vivo durante su momento de mayor éxito. Luego, la forzosa desvinculación (Leonardo Favio decidía suspender sus presentaciones para abocarse más tiempo en el cine) obligó a que los músicos decidieran por continuar juntos formando la primer banda de rock fusión en Argentina.
No obstante, la crítica realizada por parte de sectores “iluminados” que apostaban por ideologizar la música para definir qué es comprometido y no, representada por las huestes seguidoras de la revista Pelo promovían una música contestataria aunque ajena a partidismos. Una vanguardia rebelde sumamente infértil teniendo en cuenta que por entonces la sociedad estaba sumamente radicalizada y gran parte de la población proscripta apostaba al regreso del líder Juan Domingo Perón. A Favio dicho posicionamiento no lo tomaba desprevenido. De hecho, entre 1970 y 1971 realizaba una gira que culmina en España:
“Yo debutaba en el Florida Park de Madrid y esa noche se acercaron a mi camarín, antes del show, Isabel Perón y López Rega.
“Con ellos venía Carlos Acuña, un entrañable amigo del General, cantante de tangos. Isabel me dijo:
“– Lo va tener que disculpar al General porque él se acuesta temprano. De todos modos, está invitado a venir mañana a casa…
“Al otro día llegué como quince minutos tarde. El General estaba en la puerta… Cuando se acercó el auto que me llevaba, se aproximó como si me conociera de toda la vida. Tantas sensaciones me inundaron de pronto… No sé cómo explicarte… Me sentí como llegando a una meta, como si en ese instante hubiera llegado a la meta el pibe que fui. Ese pibe del que siempre tengo la imagen que siempre corre, corre, corre, de algo más que escaparse del Patronato de la Infancia… Un torbellino de imágenes, un vértigo de sensaciones, por ejemplo, la marcha del deporte que inundaba la cancha con nuestras voces infantiles en los campeonatos Evita… y las imágenes de los camiones de la municipalidad repartiendo juguetes por la calle de tierra, el tropel de pibes felices, corriendo, junto a las madres, que acaparaban bicicletas, pelotas, muñecas… los hermosos barrios obreros donde mi tío Arturo tenía su chalecito…”
De repente, el corsi y ricorsi propio del universo faviano alcanzaba una historicidad que se resumía en este encuentro que la canción le otorgó. Sin caer en elucubraciones anacrónicas ni contrafácticas, la resonancia que había alcanzado Favio a través de la canción posibilitó que se pudiera reunir con el máximo líder que aún permanecía en el exilio. En ese encuentro se sintetizaban todos esos recuerdos de una niñez humilde pero feliz que el peronismo le había brindado (al menos sería lo declarado por él en contadas oportunidades).
“Perón era como yo me lo había imaginado, su cuerpo armonioso con andar elástico, a pesar de los años. Su voz era la misma que escuchábamos en las fiestas patrias, en la Casa del Niño, mientras tomábamos chocolate con facturas.
La identificación entre el cantor de Pueblo y el líder se hizo aún más tangible a partir de ese momento, a punto tal que lo tuvo a Favio como espectador privilegiado de los principales acontecimientos del retorno de Perón a su patria: operativo regreso y Ezeiza lo tendrá al Favio artista ocupando un lugar trascendente.
El mensaje de sus canciones se palpitaban en los hogares: era lo que deseaba. No le interesaba la poesía rebuscada que encriptaba mensajes. Tampoco era una pose actoral cuando arremetía su voz siempre a punto de desgarrarse.
“Yo, yo le cante a la vida/ Cotidiana y sencilla/ A la simple manera de pensar y sentir./ Por eso estoy seguro/ Que cuando yo me vaya/ Cuando llegue la hora/ De empacar y partir/ En alguna recova/ Un par de vagos reos/ Una triste sonrisa dibujarán por mí/ Y tal vez, digo, tal vez/En la humilde mesa de algún obrero/ Mandaran a la cama, los niños a dormir/ Y así, en la sobre mesa/ Surgirá mi recuerdo:/“Con la canción del loco/Fue que te conocí”./No aspiro a más,/ no aspiro a más/ Tan solo, si es posible/ Entre mis manos quietas/ Quisiera acariciar/ Un rosario, el más simple/ Y que me dejen solo/ O con algún amigo,/ Que quiso trasnochar”.
(“Cuando llegue la hora”, 1977)
En mayo de 1973, la prestigiosa revista americana Billboard presenta una foto de Leonardo Favio junto a Roger López firmando su pase de CBS al sello discográfico Parnaso, que de manera reciente instalaba sus oficinas en Buenos Aires. La apuesta mutua trajo como resultado un disco muy recordado con un Favio más maduro. Con arreglos de Luis María Serra, el álbum galopaba entre la milonga y la balada, con una fuerte presencia de guitarras; novedad que mantendría en los trabajos siguientes. Las letras tienen un mayor compromiso que “Favio 73”, al menos enmarcándolas con el clima de época. Quizá se trate del álbum más “contemporáneo” en relación a esta premisa. A diferencia de trabajos anteriores, en este álbum no hay canciones que evoquen cierta nostalgia hacia un pasado perdido. Se involucraba con un clima esperanzador, de hecho, sin lugar a dudas, abre su alocución con una canción que es mucho más que una adhesión partidaria sino más bien una declaración de principios. Nos referimos a “Estoy orgulloso de mi General” (top ten en el Billboard).
“Cantando voy los caminos /Porque es mi destino/ Cantar y cantar;/ Soy amigo del amigo/ Y a los enemigos/ Yo no le doy paz”.
Dicha estrofa enarbolaba no solo su rol como cantor de Pueblo, como juglar o portavoz de la revolución justicialista, sino que lo acompaña con una consigna que parafrasea “al amigo todo, al enemigo ni justicia” del General Perón, que no sólo lo había enunciado en un discurso encendido durante su primer gobierno, sino también lo ratificó en más de una oportunidad desde su exilio:
“También lo dice Mao: «Lo primero que el hombre ha de discernir cuando conduce es establecer claramente cuáles son sus amigos y cuáles sus enemigos», y dedicarse después, esto ya no lo dice Mao, lo digo yo, al amigo; al amigo, todo; al enemigo, ni justicia. Porque en esto no se puede tener dualidades. Todo el que lucha por la misma causa que luchamos nosotros es un compañero de lucha, piense como piense…”( Gettino, O. & Pino Solanas, “Entrevista a Perón” (1971), Crisis. 1974)
La canción cuenta con un estilo folclórico, con un coro que le da un tono épico a su cantar que por momentos parece acercarnos a los coros presentes en la banda de sonido de “Juan Moreira” (de hecho, se trata del mismo arreglador Luis María Serra)
“Soy dueño de mi destino, de todos mis sueños/ Y mi libertad./ Me siento hermano del viento/ Y si un niño llora/ Me pongo a llorar./ Me enamoré del silencio/ Y en él largo ratos/ Me suelo quedar de tanto/Escuchar mentiras y a veces decirlas/ por eso será./ Muchos dicen que estoy loco/ Y yo no me enojo/ Porque eso es verdad:/ Loco de amor a la gente,/De amor a la vida / Y a la libertad./ Tengo el amor de quién amo,/Qué más a la vida/ Le puedo pedir./Amo el amor de los niños/ Y si veo un preso/ Me siento morir./Amo la vida y el canto,/Me gusta gritarlo/Porque es mi verdad./ Soy soldado de mi pueblo/Y estoy orgulloso/ De mi General”.
“Favio, como estaba muy metido con el peronismo, me dice: -Vamos a hacer una canción por la vuelta de Perón, y yo le digo: -Bueno, perfecto, como te gusta mucho la milonga, habría que meterle fuerza… como si fuera un himno. Y justo yo escuché una música, como “galopa”, como un ritmo (tararea). Él me dice: – Ah, ¡eso, eso!¡Agarrá la guitarra! Hicimos un clima casi parejo, sin mover mucho, “y estoy orgulloso de mi General”. Y empezamos, a los dos días seguidos, y salió de una con música y letra. Y ahí llamó a Serra porque la quería grabar. Y salió el simple. Él me dice: – Bueno, espero que esto no me traiga problemas… (risas) Era como jugarse, la letra tenía un noble sentimiento, pero tenía un mensaje fuerte…” (Entrevista a Jorge Candía, diciembre de 2020)
En 1973 se habían multiplicado las canciones alusivas al regreso del General Perón a la Argentina: “Avancemos sin mirar atrás” de Miguel Ángel “El mochilero”, “Argentina llama a sus hijos” del grupo beat Cenizas, “Celeste y en el medio blanca” de Carlos Fernández Melo, “Marcha de la juventud peronista” de Carlos Bisso y “Carteles y bombos”, del autor de chamamé Rodríguez Lobo. Sin embargo, a diferencia de las mencionadas, la canción de Favio habla más de él que del General. Su canción dice de cómo es aquel “cantor del Pueblo,” como él se consideraba. De alguna forma resumía una filosofía de vida donde prima la defensa de la libertad (en comunidad) y el amor al prójimo, una suerte de homo peronista. A diferencia de las rencillas partidarias de los diversos sectores, él era “uno más del Pueblo”, no se mete en política, como el resto solo siente orgullo de su General y confía plenamente en él. La canción, firmada en conjunto con Jorge Candía, fue registrada el 29 de junio, es decir, 9 días después de Ezeiza.
¿Cuándo llegará el reconocimiento total a Favio como artista popular, juglar de la canción sincera y sensible? ¿Acaso hay contradicción entre su grandiosa obra filmográfica y su fructífera trayectoria musical? No. Solo existe un prejuicio de clase en Argentina que impide apreciar con toda su intensidad la obra musical de Favio que sonaba en cada casa del pueblo.
Cuando aquel peronismo cultural que late en los suburbios vuelva a ser recuperado y ocupe la escena que merece en la memoria colectiva las generaciones venideras comprenderán el por qué de la importancia dentro de nuestras vidas sobre aquel hombre del pañuelo en la cabeza.
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