Néstor Sánchez, escritor linyera y lumpen de arrabal

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ConditioCuenta la leyenda que, en la década de los ochentas, durante los largos 14 años que Néstor Sánchez (1935-2003) permaneció fuera de Argentina, vagando por América y Europa, un grupo de seguidores le creyeron muerto y le hicieron un homenaje. Estaba vivo, aunque sí acabó vagando como un indigente en las calles de Nueva York, hasta que lo rescató su hijo Claudió y volvió a Buenos Aires, a su barrio de toda la vida, Villa Pueyrredón, con su último libro bajo el brazo, el compendio de relatos La condición efímera. | NAZARET CASTRO.*

 

Corría el año 1987 y Sánchez decía que no volvería a escribir más, que se le había «terminado la épica», aunque a ratos confesaba una vaga esperanza de retomar la escritura. No lo hizo.

 

A Sánchez, su largo peregrinaje le costó el olvido de editores y lectores, al tiempo que le convirtió en escritor de culto. Autor poco prolífico de novelas y relatos, extravagante y original, navegó siempre entre el olvido y el fanatismo de crítica y público.
NSanchezHoy, a una década de su muerte, sigue siendo el más desconocido de los grandes escritores argentinos de la segunda mitad del siglo XX.

Dos libros recientes lo han devuelto a la las estanterías de las librerías porteñas y a los suplementos literarios de los diarios: la biografía Sobre Sánchez, de Osvaldo Baigorria, y El drama sin atenuantes, la transcripción de los diálogos que en 1989 mantuvo con el escritor Carlos Riccardo.
Ambas obras reflejan que la vida errante e intensa de Néstor Sánchez sigue interesando tanto o más que su obra literaria. Caracas, Lima, Nueva York, Roma, Barcelona, París. «Ni yo mismo me creo todo lo que he vivido», afirmó una vez.

 

Lumpen de arrabal
Antes que escritor maldito, fue escritor del lumpen. Lumpen de arrabal porteño de los años 40, como en Siberia blues, donde los muchachos que juegan al fútbol descalzos hacen de su condición marginal una virtud, o en la iniciática Nosotros dos, que se publicó por la determinación de su amigo y admirador Julio Cortázar.

 

Con Cortázar compartía el impulso experimental y la afición por el jazz, cuyo ritmo se imprime a fuego en sus novelas, que, como una improvisación jazzística, comenzaba sin saber nunca dónde le llevarían, y terminaba con la certeza de que lo que había escrito no volvería a repetirse.
«El jazz como música lumpen: todo músico de jazz es un lumpen en potencia, un marginal», dijo una vez.

 

Lumpen arrabalero, porque antes que novelista fue bailarín de tango; lumpen inconformista, porque se adhirió al surrealismo y a la beat generation; lumpen marginal, porque deambuló por las calles de Nueva York como un vagabundo. Seguía el camino espiritual que le habían marcado las enseñanzas de George Gurdjieff y Carlos Castañeda, como una manera de huir de la anestesia burguesa, un modo de concentrar su atención y de no escapar a la idea de la muerte, que lo obsesionaba.
SiberiaQuería abrirle una puerta a la inmortalidad para huir de esa «estafa biológica» que era para él la brevedad de la vida; en su delirio, confesaría después, creyó que podía vivir 300 años.

 

A ritmo de jazz y tango
En sus novelas, escritas a ritmo de jazz y tango, con personajes al límite, importan las palabras más que la trama y Sánchez se esfuerza en cada línea en cuestionar esa novela tradicional, basada en el suspense, que reconoce abominar. Aunque también él se benefició del «boom» de la novela latinoamericana en los años 60, siempre declaró sentir asco por la literatura dedicada al «buen negocio de la facilidad y los lugares comunes».

 

De hecho, la novela era para él apenas una excusa para acercarse a la poesía, «como si el libro en su totalidad fuese un poema: cada capítulo, un verso». Como en la Rayuela de Cortázar, donde veía esa «intención poemática» que quería imprimir a sus obras.

 

La desilusión le acompañó en cada uno de sus destinos, siempre con su añorado tango como melancólica banda sonora de una vida plagada de historias. plazaSolía decir que nunca supo inventar una historia; que dejó de escribir cuando se quedó sin vivencias de relatar. «Todo libro escrito es un libro que uno nunca volverá a escribir. Todo proceso auténtico de escritura es un proceso de pérdida».
Y él abandonó la pluma cuando se le acabó la épica.

 

En abril de 2003, la policía, tras la alerta de los vecinos, entró en su casa y encontró su cuerpo sin vida. Hacía dos días que había muerto y aquel final se convirtió en un último acto poético, como triste metáfora de la soledad que arrastró en vida.
——
* Periodista española, reside en Buenos Aires.
En su «blog» http://sambaytango.blogspot.com
Publicado en El Mundo de Madrid (www.elmundo.es).

 

Addenda

De su novela Nosotros dos se dijo: «La mejor novela que se había escrito después de Arlt»
“Sí. Yo decidí terminar con todo. Siento que se terminó la épica y dejé de escribir. En realidad, cuando yo escribía, mi vida tenía otra riqueza que fue perdiendo. Ahora me quedé sin nada: es la vejez. Siempre escribí en relación conmigo mismo, en relación con un estado de sinceridad irremediable. Le repito, se me terminó la épica.”

Vivió los últimos años encerrado en su casa —modesta— en el barrio que lo vio nacer en 1935 y donde murió a solas en 2003.
“Me cuesta creer todo lo que he vivido, dice a Lautaro Ortiz, que lo entrevistó —cuando era ya una leyenda y, por lo tanto, se desvanecía— para Radar Libros.
Su obra publicada:
– Nosotros dos (1966), Siberia blues (1967), Los informantes, El amhor, los orsinis y la muerte (1969), Cómico de la lengua (1973) y La condición efímera (1988) —a lo que habría que sumar artículos, crónicas, críticas, en fin, repartidas en medios periodísticos y su trabajo como traductor.

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