Níkolas Stolpkin / El capitalismo y un pueblo condenado a la eterna niñez

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Si hacemos una comparación crítica entre un niño de dos años y un pueblo bajo el sistema de producción capitalista nos podremos dar cuenta, sorprendentemente, de que no existe mucha diferencia entre uno y otro.
En síntesis: Padres=Autoridad; Niños=Pueblo. Y desde un punto de vista más desarrollado: Padres=Clase Capitalista; Niños=Clase Dominada; Servidumbre=Clase Política Dominante; etc.
 

 

Si bien los padres son los padres, la servidumbre dentro de casa no siempre es la misma como tampoco lo es el mayordomo. Los dueños de casa son los que contratan a la servidumbre y eligen a su mayordomo, no son los niños quienes tienen la facultad de elegirlos.
 

 

Pero… dentro de una sociedad capitalista ¿es el pueblo quien elige a sus gobernantes o es una ilusión óptica para hacerle creer que goza de cierto “poder”? ¿Será la misma ilusión, parecida, que los grandes provocan en los niños al señalarles de que ya están “Grandes” cuando están recién aprendiendo a hacer cosas que acostumbran a hacer los grandes (cepillarse solitos, comer solitos, irse a acostar solitos)?
 

 

La facultad de elegir…
“¡Oh, pero que grande estás!”

 

Las elecciones, dentro del sistema capitalista, parecieran ser el único momento que tiene el pueblo para sentirse “grande” o tener “voz y voto”. Pero… ¿cuál es el fin que se tiene al dejar que el pueblo pueda sentir que puede elegir a sus gobernantes cada cierto tiempo?

 

¿Las elecciones son la forma única que se tiene para entregar cierto poder al pueblo, o más bien es una forma sutil de justificar la existencia del sistema de producción imperante?

 

Vayamos al plano de la niñez.

¿Los niños eligen a la servidumbre y a su correspondiente mayordomo? Sabemos que no los elige. Pero si los eligiera ¿los dueños de casa le darían a elegir los candidatos de los niños o los candidatos propios?

 

Sabemos lo que pasa cuando en la vida real las cosas se van fuera de cauce y el pueblo termina optando por un candidato que realmente vendría a representar los intereses del pueblo.

 

Los niños son el reflejo de nuestras propias cadenas. Si a los niños se les acostumbra a estimular la imaginación, al pueblo se le acostumbra a estimular su apetito consumidor; si a los niños se les acostumbra a dar juguetes para que se distraigan y no molesten a los padres, al pueblo se le acostumbra a dar una infinita serie de elementos distractores para que no tengan tiempo para pensar en quienes tienen directa relación con las políticas o reglas a las cuales están sujetos; si a los niños se les acostumbra a inculcar la creencia en un tal Santa Claus, al pueblo se le acostumbra a inculcar la creencia en un tal Dios.
 

 

Los hijos acostumbran ser uno de los recipientes favoritos de nuestras propias frustraciones. Si nos va mal en el trabajo ¿con quién más nos desquitamos? Si a los grandes capitalistas les va mal en los negocios (llámese “utilidades a la baja”) ¿en quién más suelen desquitarse?

 

La relación entre padre e hijo suele graficar, en buena parte, lo que es la relación entre la clase dominante y la clase dominada. Si queremos comprender la relación entre la clase dominante y la clase dominada, entonces, se podría hacer el simple ejercicio de observar la relación entre los padres y sus pequeños hijos de dos años, aproximadamente.

 

A los niños no se les debe hacer preguntas de si quieren esto o lo otro, ya que se los ha de terminar “malcriando”. ¿Al pueblo se le pregunta si quiere que le aumente el sueldo? Obviamente a los pueblos no se les pregunta, a menos que sea una pregunta que no ha de afectar los intereses de la clase dominante; a los niños pequeños no se les debe preguntar si desean comer, se les sienta y se les obliga a comer lo que hay, aunque lloren o pataleen en un principio, al final terminan obedeciendo.

 

Pero el problema bajo el sistema de producción capitalista no es que la clase gobernante acostumbre a tratar a sus gobernados como si fueran niños. El problema radica en que la clase gobernante ve a sus gobernados de peor manera a como se pudiera ver los hijos que ha tenido el dueño de casa con la empleada doméstica —fuera del matrimonio.

 

Por lo menos son dadivosos con los hijos que han tenido con la servidumbre. ¿Pero son tan “dadivosos” con los hijos que ha tenido fuera de casa?
 

 

La clase dominada bajo el sistema capitalista más pareciera ser los hijos ilegítimos de los dueños de casa. Hijos bastardos sin derecho a nada; sin derecho a educación, sin derecho a salud, ¡sin derechos a la “fortuna” de los dueños de casa o a heredar la casa! Pero… ¿cómo es la realidad con los hijos legítimos de los dueños de casa nacidos dentro del matrimonio?

 

Pues los padres se preocupan desde el principio de la salud de sus hijos y se preocupan de que tengan una buena educación para que en el mañana sean iguales o mejores que ellos.

 

¿Cómo creen esos padres que reaccionarán sus hijos ilegítimos al ver como son protegidos los hijos legítimos que tienen derecho a todo? ¿No crean resentimiento? ¿Por qué deben soltar los perros cuando aquellas madres van con sus hijos bastardos a reclamar responsabilidad para con el sano crecimiento de esos niños?
 

 

¿Cuándo habremos de tener gobernantes que nos vean como sus propios hijos y no como los hijos bastardos nacidos fuera del matrimonio?
 Pues no se quejen si mañana sean desplazados, por la razón o la fuerza, por padres responsables que se hagan cargo de los innumerables bastardos regados dentro del vecindario.
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* Analista político nacional, crítico de política y cultura contemporánea. Autodidacta.
http://stolpkin.net/
http://stolpkin.blogspot.com
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