Rita Kratsman: En la deshumanización el factor solidario perdió su verdadero significado
Poeta y traductora, Rita Kratsman obtuvo, entre otras distinciones, el Primer Premio del Tercer Concurso Nacional de Poesía organizado por la AMIA Asociación de Mutuales Israelitas Argentinas, en 1989. Afirma en esta nota que por fidelidad y entrega a una causa o proyecto, le asombran Rosa Luxemburgo, Martin Luther King, el Che Guevara y Antonio Gramsci.
?—¿Cuál fue tu primer acto de “creación”, a qué edad, de qué se trataba?
—Mi primer acto creativo consistió en una participación en un concurso de dibujo y pintura callejero, con un trabajo en acuarela cuando tenía doce años. No podía imaginar entonces que muchos años más tarde, y después de algunas vicisitudes, terminaría yendo al taller de pintura dirigido por el maestro Demetrio Urruchúa.
Ahí me quedé durante un tiempo y después de esa experiencia concurrí a otros talleres llevada por el deseo de conocer nuevas técnicas. De cualquier manera, no fue precisamente la pintura donde me quedé, sino que retomé los estudios musicales que había interrumpido en mi infancia hasta llegar a un profesorado de piano. La poesía, por cierto, fue un secreto que me iba a ser develado más adelante.
—¿Cómo te llevás con la lluvia y cómo con las tormentas? ¿Cómo con la sangre, con la velocidad, con las contrariedades?
—En mi vida la lluvia y las tormentas están asociadas a las contrariedades.
Cada vez que un dolor o una pesadez me comprimen el pecho es porque algo se anuncia. Tenía apenas ocho años cuando experimenté la orfandad en un día de lluvia, de modo que cuando la noche terminó de arrojar sus últimas gotas llegó el miedo, que a veces se va pero vuelve cada tanto y suena como un bajo continuo.
A menudo, ese oscurecimiento que le da al aire un tinte negro, acelera el flujo de la sangre mediante brumas acuosas que se desflecan provocando un sobresalto. Inmediatamente, todo evoca de pronto eso que por momentos se olvida para seguir en el mundo. El olor de la lluvia me hace creer que la vida es un aroma que emana de una ausencia. Y para sobrevivir debo continuar en una superficie irisada para comprender el precio de la profundidad.
—“En este rincón” el romántico concepto de la “inspiración”; y “en este otro rincón”, por ejemplo, William Faulkner y su “He oído hablar de ella, pero nunca la he visto.” ¿Tus consideraciones?…
—Por lo general no hablo de inspiración sino de revelación. Aparece y se inserta en un mundo de imágenes que saltan en el tiempo creando espacios asombrosos. Descubrimos de pronto un rincón que teníamos olvidado, o el instante en el que algo sucedió y estaba escondido quién sabe por qué. La poesía no busca esas razones, simplemente las extrae de su galera para sorprender a quien escribe y en el momento más inesperado. Entonces el tiempo sólo se observa por esos instantes. Un instante fecundo le brinda a la conciencia otra mirada, un conocimiento objetivo que se logra a partir de la distancia.
Con respecto a ese otro rincón literario donde anida una frase de William Faulkner —autor que me tomó por completo en mi adolescencia—, me remite en parte a Dante en cuanto a la construcción de la figura de Beatrice, a la que concibió como una donna angelo —concepto del dolce still nuovo—, claro ejemplo de revelación. Aunque una versión dice que la conoció cuando era una niña de nueve años y no volvió a verla hasta nueve años después. Otra versión dice que el poeta la habría visto una vez y ni siquiera habría hablado con ella, mientras que otras fuentes de la historia refieren que la inventó por completo, lo cual pareciera ser la más probable.
—¿De qué artistas te atraen más sus avatares que la obra?
—Casi siempre voy primero a la obra. Después sí aparecen ciertas curiosidades acerca de los avatares de su autor, considerándolos como una razón que diera origen a la misma. Podría dar muchos ejemplos pero me voy a detener en uno, ya que relacioné su obra a la vida que él mismo eligió para desarrollar su maestría y me refiero a Claude Monet. Fue tan grande mi interés que me propuse escribir un libro titulado “Giverny”, donde el yo lírico se instala de un modo ficcional en ese jardín creado por el artista y donde entre nenúfares y tulipanes y puentes japoneses crea conversaciones imaginarias con Monet y los amigos artistas que lo visitan.
Prácticamente es la internalización en un mundo de época, sólo para revivir la experiencia de alguien que se propuso romper con las convenciones existentes para crear lienzos de una espontaneidad distintiva, algunos, de proporciones monumentales. Quién sabe por qué razón nos apegamos de pronto a un artista y profundizamos en su vida como una suerte de identificación con estados anímicos personales.
—¿Lemas, chascarrillos, refranes, proverbios que más veces te hayas escuchado divulgar?
—No uso generalmente refranes ni proverbios; me parecen lugares comunes incorporados en un diálogo para no desarrollar un argumento. La interlocución, por el contrario, bien se puede enriquecer no sólo por los temas en común sino por el uso tan rico del lenguaje o bien del ingenio mismo. Lo cual se aplica incluso al intercambio con personas que hablan otra lengua en el caso de presentarse esa coyuntura.
De cualquier manera y a pesar de mi prejuicio con respecto a ellos, caigo en el uso de algunos, como ser “una de cal y otra de arena”, aunque siempre me pregunté por cuál sería la mala y cuál la buena, hasta que llegué a la conclusión de que ambas son imprescindibles a pesar de las diferencias, o tal vez me atraiga precisamente por esa duda que presenta. Para el caso no puedo dejar de citar como ejemplo, una frase de Don Quijote dirigiéndose a Sancho Panza: “Paréceme, Sancho, que no hay refrán que no sea verdadero, porque todas son sentencias sacadas de la mesma experiencia, madre de las ciencias todas.”
—¿Qué obras artísticas te han —cabal, inequívocamente— estremecido? ¿Y ante cuáles has quedado, seguís quedando, en estado de perplejidad?
—Ya me referí a Claude Monet, aunque debo decir que tengo otras preferencias. Más que nada quiero describir lo que sentí cuando me encontré por primera vez con sus magníficas creaciones.
Tanto el David como el Moisés de Miguel Ángel me estremecieron al punto de quedar inmovilizada porque no podía creer que haya tenido el privilegio de conocer esas obras personalmente. ¿Cómo era posible que tuviera acceso a eso que había mirado cientos de veces en libros de arte? Solamente llegar al Moisés en San Pietro in Vincoli constituyó una experiencia marcada por una gran ansiedad.
Y así me sucedió con el “Guernica” de Pablo Picasso, ante el que también me quedé detenida en estado de completa perplejidad. Quería comprender el instante en que el autor, más allá de una ruptura formal, eligió esa monocromía. La muerte no admitía el color y la mente voló hacia el momento histórico de la masacre, como si cayeran frases que fueran arrastradas al pasado.
Confieso que en ese momento apareció un deseo de fuga del lugar con el único objetivo de que el aire me envolviera con movimiento afable. Creo además que ese lienzo pudo anticipar, de alguna manera, las catástrofes que vendrían: la Segunda Guerra Mundial y al finalizar la misma, Dresde, Hiroshima y Nagasaki.
Pero a lo largo de mi vida también me estremecí ante obras que incluso influyeron en mi propia creación; decía Joseph Brodsky: “uno es lo que mira.” Y me refiero a esos grandes cineastas que ejercieron un impacto hasta en generaciones sucesivas. Nombro a Charles Chaplin, Ingmar Bergman, Akira Kurosawa, Francois Truffaut, Alain Resnais, Federico Fellini, Pier Paolo Pasolini.
Y con respecto a la música, todo Bach, casi toda la obra de Mozart incluidas sus óperas, los cuartetos de Beethoven, de Schumann el Concierto en La menor para piano, el Concierto para violín en Mi menor de Mendelssohn, así como las grandes obras de la lírica italiana. Y además, toda vez que vuelvo a escuchar “Va, pensiero”, coro del tercer acto de la ópera “Nabucco” de Giuseppe Verdi, cuyo tema, el exilio, expresa la nostalgia por la tierra natal, representada en la frase “¡Oh mia patria sì bella e perduta!”, que traducida es “¡Oh patria mía, tan bella y perdida!” Quién sabe si el primer estremecimiento no anticiparía lo que hoy estamos a punto de perder.
—¿Tendrás por allí alguna situación irrisoria de la que hayas sido más o menos protagonista y que nos quieras contar?
—Frecuentemente me encuentro en alguna situación que provoca risa. Y me doy cuenta cuando me lo señalan, pero no me molesta porque yo misma encuentro gracioso ese momento. Poseo un gran sentido del humor y me hago cargo de mi propia ridiculez y a veces me río de eso hasta la carcajada. El humor me enriquece, me ayuda a reconocer los errores y efectos del impulso, la distracción y el desacierto.
Es una manera de ver las situaciones con distanciamiento ingenioso, próximo a la comicidad y que aparece en mí espontáneamente. El humor es compatible con una variedad de argumentos y actitudes y eso depende de las culturas, de las etapas históricas y tal vez hasta del nivel social. Mi humor propio está alimentado por la pertenencia a una tradición cultural judía y mis referentes al respecto fueron Scholem Aleijem y Bashevis Singer, en distintas épocas. El primero de ellos optó por el uso del humor ante la ruina, los sinsabores, la enfermedad o la tristeza, adoptando la postura de quien observa los hechos desde afuera, creando un vínculo irónico entre la lógica y el lenguaje.
Respecto al segundo, gran escritor también en lengua idish, concentra en su literatura las facciones más marcadas de su pueblo, intrincándose con él. La tristeza del ghetto, la amargura del exilio milenario, el terror de las persecuciones y la conciencia de la marginación, tejen una trama en la que el humor constituye esa incongruencia que permite ver la dimensión exacta de lo real.
No obstante la importancia que tiene para mí el uso del humor, sobre todo en lo cotidiano, debo decir que paradójicamente mi obra no está atravesada ni mínimamente por ese rasgo. En otras palabras dejo ver ahí un profundo dramatismo.
—¿Qué te promueve la noción de “posteridad”?
—No pienso nunca en el significado de la posteridad. Es más, me molesta porque siento que está de por medio una finitud que no quiero asumir y respecto a esto me atraviesan miedos. Quisiera, infantilmente hablando, que nada se termine. Que algunos instantes sigan siendo. Que nada nos haga abandonar la Tierra. La Tierra posee secretos aún por descubrir y el deseo de mirar en el interior de las cosas nos convierte de pronto en esa niña o niño que destruye su juguete para ver lo que contiene.
Apelamos entonces al tiempo que necesitamos como una tarea donde la creatividad puede llegar a transformar el instante más oscuro. Y para ello, me gusta pensar en un ritmo leve que se añada al corazón y lo apacigüe. No me agrada el uso solemne que se le da al término. La alegría terrestre nos invita todavía a estremecernos desde las copas de algún bosque.
—“¿La rutina te aplasta?” ¿Qué rutinas te aplastan?
—¿Si la rutina me aplasta? Muchísimo. No tolero hacer las mismas cosas todos los días a la misma hora. Lo que se repite me aburre y lo siento como un atentado a la libertad. Momento en que me dan ganas de salir al aire y gritar: BAAASSTAAAA!!!
—¿Para vos, “Un estilo perfecto es una limitación perfecta”, como sostuvo el escritor y periodista español Corpus Barga? Y siguió: “…un estilo es una manera y un amaneramiento”.
—Convengamos que el término “estilo” hace referencia a características identitarias de una obra, por lo cual no pasa por la perfección. Tampoco es un amaneramiento sino tan sólo un rasgo únicamente distintivo, es decir, todo el comportamiento específico influenciado por un quehacer social e intelectual, incluidas las predilecciones y experiencias, hacen que alguien tenga un estilo determinado, y por más que se proponga cambiarlo, sea el autor de cualquier forma de expresión, siempre permanecerá por debajo la voz auténtica, esos atributos personales que lo caracterizan.
—¿Qué sucesos te producen mayor indignación? ¿Cuáles te despiertan algún grado de violencia? ¿Y cuáles te hartan instantáneamente?
—La deshumanización es el rasgo del momento histórico que nos atraviesa y donde el factor solidario perdió su verdadero significado. La propagación global de este fenómeno de la modernidad dio lugar a un número cada vez más elevado de seres humanos que se
encuentran privados de los medios básicos de subsistencia. Y esto nos concierne porque formamos parte de esta realidad acuciante. No vivimos de espaldas a eso que se ve. La violencia forma parte del paisaje cotidiano con cuerpos tirados en la calle sin otro cobijo que un papel de diario o una frazada rota. Observar nuestra ciudad es observar también la violencia del mundo.
Y como protagonistas de la etapa que nos toca vivir tenemos que saber lo que acontece. Saber que cada generación deja sus náufragos librados a un vacío social y es la infancia la que paga seriamente los estragos del abandono. De modo que ver un cuerpo extendido a la intemperie es el signo evidente de políticas dedicadas únicamente a la producción de “residuos humanos”, en palabras de Zygmunt Bauman.
Este paisaje es intolerante pero no debe cansarnos, el solo enojo inhibe todo tipo de intervención. Debemos continuar con nuestra propia obra, para estar activos ante esa violencia que aparece inscrita en las imágenes.
Al respecto, mi último libro recientemente publicado por la editorial El Jardín de las Delicias,“Cuerpos con música de fondo”, da cuenta de este panorama.
—¿Qué postal (o postales) de tu niñez o de tu adolescencia compartirías con nosotros?
—La ensoñación adopta lo que le ofrece la realidad. Pero quién de nosotros no imaginó alguna vez visitar esa casa que divisamos desde la ventanilla de un tren, recorrer esos senderos escoltados por álamos o perderse en un campo de girasoles. Aun si la morada fuera misteriosa, exaltaría ese miedo infantil por lo oculto. Es propio de la infancia que uno de los factores de agitación íntima se ponga en juego con la sola imaginación de las tinieblas.
Siempre me gustó mirar a través de aquellas ventanillas otras vidas posibles, al punto de armar en mi mente escenarios que describieran un mundo de relación distinto. Por lo tanto aquel encantamiento por lo ilusorio marcó mi infancia y quedó en mí como una postal que siempre se repite.
—¿En los universos de qué artistas te agradaría perderte (o encontrarte)? O bien, ¿a qué artistas hubieras elegido o elegirías para que te incluyeran en cuáles de sus obras como personaje o de algún otro modo?
—Antes expliqué acerca de cómo me introduje en el mundo de Monet a través de Giverny. Aunque no puedo definir exactamente si me hubiera agradado que me incluyeran en alguna de sus obras o en la de cualquier otro autor de la época. Nunca me gustó jugar con esa posibilidad, siempre preferí representar el rol de espectadora como quien experimenta el éxtasis de un vuelo.
—El silencio, la gravitación de los gestos, la oscuridad, las sorpresas, la desolación, el fervor, la intemperancia: ¿cómo te resultan? ¿Cómo recompondrías lo antes mencionado con algún criterio, orientación o sentido?
—Si bien el silencio es la ausencia total de sonido, diría que hay muchos tipos de silencio y la abstención de hablar es uno de ellos, lo cual me ocurre cada tanto, pagando el precio de parecer intemperante.
El silencio me ayuda cuando necesito un espacio de reflexión y esto ocurre sólo porque existe el ruido o bien el sonido. Al igual que la luz que existe por gentileza de la oscuridad o en la música donde el silencio es un tiempo de respiración necesario.
Y relacionado a esto, deseo nombrar el conticinio, término muy poco usado que proviene del latín conticinium y define precisamente esa hora de la noche en que reina un silencio absoluto. De modo que por un insomnio frecuente y aún en la oscuridad a la cual no temo, traté de comprobarlo con el fervor de bucear en lo desconocido, para llegar a la conclusión con gran sorpresa, de que lo único que escuché fue mi propia desolación.
—¿A qué artistas en cuya obra prime el sarcasmo, la mordacidad, el ingenio, la acrimonia, la sorna, la causticidad… destacarías?
—Nombraría a Alfred Jarry, quien usa la sátira política y el sarcasmo en “Ubú Roi” para denunciar las megalomanías de los dirigentes políticos del momento, considerando el naciente nacionalismo como una farsa. No puedo soslayar la figura de James Joyce que con su arsenal de recursos narrativos —parodia, sorna y acritud— construye un universo provocador e irreverente y al mismo tiempo, una verdadera sinfonía de sintaxis y fonemas.
La mordacidad la encontré en el Conde de Lautréamont y también el ingenio junto a la ironía en quién más que en Miguel de Cervantes Saavedra. En el campo del arte pictórico nombraría a Francisco de Goya como un artista de la impostura. Dice Witold Gombrowicz: “¿Pensaba el artista en la suerte de su país oprimido por las garras y la sensatez humanas?” La parte de su obra que refleja la codicia y la vanidad son consideradas como una acusación contra los poderes de la estupidez y la reacción, contra la opresión y la crueldad humana que observó.
—¿Qué apreciaciones no apreciás? ¿Qué imprecisiones preferís?…
—Las imprecisiones me molestan, prefiero los argumentos que están perfectamente fundamentados.
—¿Viste que uno en ciertos casos quiere a personas que no valora o valora poco, y que en otros casos valora a personas que no quiere? ¿Esto te perturba, te entristece? ¿Cómo “lo resolvés”?
—No me perturba porque generalmente me rodean personas que valoro justamente por sus diferentes particularidades, o quizá se deba a una gravitación de pensamientos.
—¿El mundo fue, es y será una porquería, como aproximadamente así lo afirmara Enrique Santos Discépolo en su tango “Cambalache”?
—Rechazo las sentencias, prefiero pensar en algo más esperanzador.
—Por la fidelidad y entrega a una causa o proyecto, ¿qué personas (de todos los tiempos y de todos los ámbitos) te asombran?
—Podría nombrar a muchos, pero ahora me vienen a la mente Martin Luther King, sin duda el Che Guevara, Antonio Gramsci, Rosa Luxemburgo y tantos otros.
—¿Qué te hace “reír a mandíbula batiente”?
—De algún modo contesté esta pregunta cuando hablé del humor. Hace mucho que no me río a mandíbula batiente pero tengo el recuerdo infantil de un film de la época muda del cine de Chaplin, “Luces de la ciudad” (“City Lights”) protagonizada y dirigida por él mismo. Aún ahora lo hago cada vez que vuelvo a ver, recordarás, esa genial, divertidísima escena de boxeo, con la diferencia de que puedo entender de otra forma el dramatismo social que esconde la secuencia. Es decir, todo lo que tenía que hacer un vagabundo para obtener un poco de dinero.
—¿Cómo afrontás lo que sea que te produzca suponerte o advertirte, en algunos aspectos o metas, lejos de lo que para vos constituya un ideal?
—Precisamente, un ideal está asociado a la perfección y eso es improbable. Decía un verso de Franco Fortini: “lo perfecto junto a lo imperfecto”. De modo que debemos aceptar esa posibilidad. Pero creo que de lo que sí se podría hablar es de metas, y en ese plano considero que en el universo social las personas poseen diferentes objetivos, lo cual es absolutamente legítimo.
—El amor, la contemplación, el dinero, la religión, la política… ¿Cómo te has ido relacionando con esos tópicos?
—El amor es un estado maravilloso, pero más allá de la afinidad entre dos personas, tiene un alcance mayor que toca lo familiar, lo social, los animales y hasta los bienes culturales, por lo que quiero decir que hay muchas formas de sentir y expresar el amor.
En cuanto a la religión, no practico ninguna. Pero sí me interesa la política, somos esencialmente seres políticos, por lo que tenemos responsabilidades al respecto. Al contemplar un determinado panorama al que no adherimos bajo ningún aspecto, considero la obligación de interiorizarnos para saber cuál es el rol que debemos jugar para defender nuestra idea. No podemos permanecer indiferentes ante esa circunstancia aun si no tuviéramos un cargo específico en alguna función.
Y con respecto al dinero, digo siempre: lo necesario para tener una vida digna.
—¿A qué obras artísticas —espectáculos coreográficos, filmes, esculturas, música, pinturas, literatura, propuestas teatrales o arquitectónicas, etc.— calificarías de “insufribles”?
—A toda forma de expresión que resultara mediocre, o de otra manera, escasa de valores, y aunque el criterio pueda parecer subjetivo, hay una medida social que marca esa apreciación.
—¿Qué calle, qué recorrido de calles, qué pequeña zona transitada en tu infancia o en tu adolescencia recordás con mayor nostalgia o cariño, y por qué?
—Esta pregunta la voy a responder con un poema sin título escrito hace años:
“hubiera podido cortar por esa otra calle
y no lo hice
preferí el camino más largo
para sentir de nuevo
los olores de un tiempo antiguo, no sé
algo, que hiciera la exultación del instante
me dije, caminaría hasta la casa de Isolina, la profesora de piano
y escuchar de refilón algunos ejercicios de Clementi:
desafío de saltos y compases
vería si las dalias
tiempo, entre un tiempo y el aire
que lleva todo a expandirse
por el desborde de una imagen
la lluvia con ritmo uniforme
sí que acompañaba
transformaba el atardecer en un capricho personal
la justificación, para unas líneas de escritura”
—¿Cómo reordenarías esta serie?: “La visión, el bosque, la ceremonia, las miniaturas, la ciudad, la danza, el sacrificio, el sufrimiento, la lengua, el pensamiento, la autenticidad, la muerte, el azar, el desajuste”. Digamos que un reordenamiento, o dos. Y hasta podrías intentar, por ejemplo, una microficción.
—Obviando estrictamente ese ordenamiento prefiero responder la pregunta con una microficción basada en el cine que incluye algunos temas de la serie.
Recreación de “Muerte en Venecia” de Luchino Visconti
“Venecia o Venezia que en veneciano es Venesia (con “s”) y en veneciano antiguo Venexia: un lugar para morir.
Todo me mira a través de la espuma feroz del agua y me muevo para comprobar mi propia ferocidad como una torpe imitación de esa furia. Sobre los esqueletos de los pájaros se irá la historia de estos días.
¡Ay Venecia, si pudiera evitar estas gotas plateadas de sudor! Sopla el Siroco mientras leo a Keats y descubro a Tadzio y nos miramos y me colma de felicidad que ocurra así, calladamente. Me demoro entonces entre las lonas infladas por el viento, miro los dulces quehaceres de la naturaleza para encontrar de repente lo excelso: cuerpos aceitados por el yodo de la orilla y él ahí. La pasión pareció estar diseñada para dar a luz a un dios. Qué rubor entusiasta al verme jugueteando con la avidez, un brote de verano vespertino que la mente no puede sopesar sin omitir la nube negra que no pasa. Corta el aire la voz de una contralto y el día se resiste, llegan sin embargo noticias de estertores, velas, como en le Fondamenta degli incurabili junto al enorme espejo líquido pisoteando las fachadas.”
—“Donde mueren las palabras” es el título de un filme de 1946, dirigido por Hugo Fregonese y protagonizado por Enrique Muiño. ¿Dónde mueren las palabras?…
—Aunque no recuerdo el film, desde ya digo que las palabras no mueren, porque no sólo permanecen en su forma escrita sino en la memoria almacenada a través del tiempo aun si rescatáramos sólo la parte de algún episodio. Como si el tiempo tuviera una sola realidad, la de aquellas miniaturas semánticas que habitan el instante.
—¿Podés disfrutar de obras de artistas con los que te adviertas en las antípodas ideológicas? ¿Pudiste en alguna época y ya no?
—Sí, puedo hacerlo y de hecho lo hice con Richard Wagner, con el director Wilhelm Furtwängler, con Ezra Pound, con Yukio Mishima y podría nombrar a muchos más. En suma, no tengo ese prejuicio en el momento de valorar un trabajo aunque me costó superarlo. Aprendí con esfuerzo a separar la obra de la persona.
—¿Cómo te cae, cómo procesás la decepción (o lo que corresponda) que te infiere la persona que te promete algo que a vos te interesa —y hasta podría ser que no lo hubieras solicitado—, y luego no sólo no cumple sino que jamás alude a la promesa?
—Al principio me molesta pero después lo proceso y pienso que el problema lo tiene la otra persona. No me detengo, de modo que sigo adelante y el hecho queda como una anécdota intrascendente, no sin un registro de la misma.
—No concerniendo al área de lo artístico, ¿a quiénes admirás?
—Admiro a la gente común que sale todos los días a luchar por su supervivencia. Son los verdaderos héroes que hacen al mundo, sin ellos nada sería posible; hablo de los trabajadores y trabajadoras en general, sea en el campo de la educación y la salud, de la ciencia y la tecnología. Me maravillan además las mujeres en defensa de sus derechos y el conjunto de personas que se ocupan de trabajos que hacen a la necesidad de todos, todas y todes cada día del año y que sólo nos damos cuenta de su importancia cuando esa rutina se interrumpe debido a políticas deficientes.
—¿Tus pasiones te pertenecen o sos de tus pasiones? Pasiones y entusiasmos. ¿Dirías que has ido consiguiendo, en general, distinguirlos y entregarte a ellos acorde a la gravitación?
—Los entusiasmos desde ya me parecen efímeros. Por el contrario, las pasiones perduran y me pertenecen, es más, determinan mi posición frente al mundo.
—¿Qué artistas estimás que han sido alabados desmesuradamente?
—No me involucro en ese tema.
—¿Acordarías, o algo así, con que es, efectivamente, “El amor, asimétrico por naturaleza”, tal como leemos en el poema “Cielito lindo” de Luisa Futoransky?
—Si se considerara una poética de los espejos, a este poema,“Cielito lindo”, lo veo como uno de esos en el que de a ratos se refleja mi propia escritura. Rotundamente Luisa Futoransky es una autora comprometida que expresa lo que la realidad le brinda. Y con respecto al amor simétrico lo dice el poema: descifra lo indescifrable.
—¿El amanecer, la franca mañana, el mediodía, la hora de la siesta, el crepúsculo vespertino, la noche plena o la madrugada?
—El amanecer, sin lugar a dudas, es el momento donde todo conspira para que se ponga en juego una danza de promesas y el aire nos eleve con certidumbre de dicha en el acto de escritura, aunque sin olvidar que son necesarias también nuestras alas. Sí, el universo abre sus compuertas al amanecer para obsequiarnos la expansión.
—¿Qué dos o tres o cuatro “reuniones cumbres” integradas por artistas de todos los tiempos y de todas las artes nos propondrías?
—Una reunión cumbre de poetas, músicos, bailarines y artistas visuales que fuera rotativa en los puntos más conflictivos del planeta.
—Seas o no ajedrecista: ¿qué partida estás jugando ahora?…
—Todas mis partidas fueron un verdadero desafío, incluida la actual.
Rita Kratsman nació el 16 de junio de 1940 en Buenos Aires, ciudad en la que reside, capital de la República Argentina. Integró el taller de pintura de Demetrio Urruchúa (1956-1962), el taller de teatro-danza (método Susana Milderman) en el Instituto CREIG (1985-1989), el taller de poesía coordinado por Arturo Carrera y Daniel García Helder (1992-1996) y cursó Historia General del Arte en el Museo Nacional de Bellas Artes (2016-2017). Es corresponsable con Susana Anfossi y Andrea Calabró de la selección, introducción y traducción de la antología poética “Una hora existe” de Franco Fortini, editada en 2007. Publicó entre 1991 y 2019 los poemarios “El hoyo de este grito”, “Color y sepia”, “El cuaderno de Amanda – Señora mariposa”, “El lugar”, “Giverny”, “Tornasol” y “Cuerpos con música de fondo”. Textos suyos se difundieron, por ejemplo, en las revistas “El Perseguidor” y “Diario de Poesía”. Participó presentando ponencias en Congresos realizados en las provincias de Chubut, La Pampa y Entre Ríos. Obtuvo, entre otras distinciones, el Primer Premio del Tercer Concurso Nacional de Poesía Organizado por la AMIA Asociación de Mutuales Israelitas Argentinas, en 1989.
Cuestionario respondido a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Rita Kratsman y Rolando Revagliatti, julio 2019.