Un penoso adiós a Paulo Schilling

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Hoy me obligo a darle el adiós a un combatiente. Durante 86 años peleó todas las batallas dignas, justas. Un maestro y un amigo, de esos que enseñan aprendiendo, militante  político, latinoamericanista, de ideas nacionalistas con raíces marxistas, pero también intelectual, con más de 30 libros publicados.

Con Paulo Schilling, quizá una delas figuras más ricas del último medio siglo brasileño (y en especial del sur del país) compartí casi dos décadas en su exilio montevideano, primero, y nuestro extgrañamiento en Buenos Aires, después.

Hoy me queda una cantidad de recuerdos, de enseñanzas, de discusiones, y una nostalgia y tristeza que, quizá, se me irá pasando con el tiempo. Tristeza, porque no hice el esfuerzo de irlo a visitar a Sao Paulo, como le prometí a su hija Claudia.

Murió prácticamente olvidado, silencioso como lo fue durante su vida. Militante de la vida, de la justicia social, de la solidaridad humana. Además de ser naturalmente reservado, le rehuía al “éxito” expositivo en los medios o en la academia. Me despertó del letargo una comunicación de Joao Pedro Stedile, el líder de los Sin Tierra, quien le recordó a sus compatriotas, quién fue “el Alemán”.

“Era de aquellos personajes temidos por los tiranos de todos los tiempos, porque sabía pensar”, resumió Caldas Costa en seculodiario.com de Vitória, junto con Flavio Aguiar (Carta Maior), fueron los únicos dos periodistas que lo entrevistaron en los últimos años.

Fue secretario político (el brazo izquierdo) del gobernador Leonel Brizola en su primer gobierno (1958-62) y propulsor de la cultura del trigo en Rio Grande do Sul con la perspectiva de lograr la autosuficiencia alimentaria brasileña. Fue uno de los fundadores del Movimiento de los agricultores sin tierra, secretario del frente nacionalista de 1962-64, junto con Neiva Moreira.

Con Neiva –con quien recibía permanentemente a quienes seguían luchando contra la dictadura en Brasil- su tarea era doble, porque le tocaba traducir del al portuñol básico lo que el nordestino nos quería transmitir. Paulo trabajó como periodista y columnista en el semanario Marcha y el diario Ahora de Uruguay y en la agencia Prensa Latina, y en Noticias en Argentina.

Este primer esfuerzo de organización de las bases rurales riograndenses fue destruido a partir del golpe militar de 1964, que mantuvieron el incentivo al cooperativismo pero en su acepción de capitalismo agrario.

Su relación con Brizola se deterioró en Uruguay –donde el exgobernador se dedicó a sus negocios agropecuarios- sobre todo en el apoyo de las acciones armadas contra la dictadura. El primer movimiento fue el del coronel Jéferson Cardim Osório , quien intentaba repetir lo realizado por la Columna Prestes, 40 años antes. Jefferson debió salir del país.

La disputa se profundizó en 1967, durante la  guerrilla en la sierra de Caparaó en el límite de los estados Minas, Rio y Espíritu Santo. Brizola mandó a desactivar el movimiento. Cuando ambos regresaron a Brasil, tras la amnistía, Brizola fundó el PDT, Schilling ayudó a fundar el PT. “Brizola se había ido como incendiario y volvió como bombero”, recuerda Ana Jaramillo la definición de Paulo.

En las tertulias montevideanas, nos contaba de Jefferson, de Caparaó, de los traidores, de cómo Juscelino odiaba a Brizola, de las dudas permanentes de Jango Goulart (“nunca se dio cuenta que el tren de la historia estaba parado frente a él”), de la reforma agraria en América Latina, de la Revolución Cubana, de Golbery do Couto e Silva y el neosubimperialismo brasileño, de Getulio Vargas y el nacionalismo que surge en el agro contra los frigoríficos (y no en la burguesía paulista), de la soberanía argentina en Malvinas y sudamericana en el Atlántico Sur…

Fue uno de los primeros que denunció el Plan Cóndor, de prisión, tortura, desaparición y muerte de los militantes de izquierda en el cono sur. Su hija Flavia, militante del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, fue salvajemente torturada y mantenida en condición de rehén por los militares uruguayos. Y Pablo, desde Buenos Aires, se puso al frente de la campaña por su liberación, en la que participaron no pocos periodistas brasileños

Él decía que era especialista en dos cosas: en cocinar feijoada (aún seguimos lavando las ollas de la última que hizo en Buenos Aires por los años 80) y en dictaduras militares: esquivó la brasileña, la uruguaya y la argentina y retornó a Brasil, integrándose a la Central Única de Trabajadores, ayudando a formar el Departamento de Investigaciones Económicas, y en la defensa de los derechos humanos en el Centro de Documentación Ecuménico de Sao Paulo, junto al cardenal Paulo Evaristo Arns.

Entre su extensa lista de libros publicados (la mayor parte en el exilio) figuran algunos imprescindibles como Cómo se coloca la derecha en el poder,  El Expansionismo brasileño, Brasil va a la guerra, El Imperio Rockefeller: América Latina, Helder Cámara, escritos; Brasil: perspectivas de la revolución; Brasil, seis años de dictadura, torturas;  Brasil de los latifundistas, Brasil para extranjeros,  La política exterior brasileña y subimperialismo durante la transición política de la década de los 90.

Decía que me obligo a darle el adiós. Me cuesta despedir a este luchador por la Patria Grande, honesto, brillante, sincero, perseverante siempre. Amigo, compañero.

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