DOSSIER EVITA VIVE: A cien años del nacimiento de «la abanderada de los humildes»
El 7 de mayo se cumplen 100 años del nacimiento de Eva Duarte, Eva Perón, Evita. Aunque no ocupó ningún cargo público, su corta vida dejó una marca indeleble en la Argentina para la “abanderada de los humildes” y también para sus detractores. En 1951 ante una multitud que coreaba su nombre declinó ser candidata a la vicepresidencia para acompañar a Juan Perón, presidente desde 1946, que buscaba su reelección. Convertida en mito después de su muerte en 1952, para millones de personas todavía representa la lucha por la justicia social.
Evita, Historia y Mitología
Marysa Navarro
Eva Perón murió el 26 de julio de 1952 en un Buenos Aires frío y lluvioso a las 8 y 25. Tenía apenas 33 años. Pocas horas más tarde, se tomaron las primeras medidas para embalsamar su cuerpo y preparar su velatorio. Al día siguiente, vestida de blanco, en sus manos cruzadas un rosario regalo del Papa Pio XII, fue colocada en un ataúd con tapa de cristal cubierto con la bandera argentina. El cortejo fúnebre salió de la residencia presidencial abriéndose paso entre la multitud que lo aguardaba y se desplazó lentamente hasta el Ministerio de Trabajo y Previsión, donde ella tenía su oficina y donde la esperaba una muchedumbre. Se instaló la capilla ardiente en el hall de entrada con una guardia de cadetes militares y navales.
El ataúd, rodeado de claveles blancos, estaba enmarcado por un crucifijo de marfil, de plata y oro, y dos candelabros. Esa misma tarde comenzó el velatorio que se extendió hasta el 11 de agosto por el número extraordinario de personas, tanto de Buenos Aires como de las provincias, que insistían en despedirse de Evita.
El 9 de agosto, fue colocada en una cureña de dos metros de altura. Precedida por autoridades militares y seguida por un imponente cortejo funebre fue trasladada al Congreso para recibir los honores debidos a un presidente en ejercicio mientras una muchedumbre silenciosa se apiñaba a lo largo del recorrido. El 10 de agosto, la cureña fue llevada a la sede de la Confederación General del Trabajo (CGT) en una carroza de la central obrera, tirada por trabajadores en ropa de trabajo y seguida por un vehículo lleno de flores, una vez más acompañada por la multitud. En la CGT, se terminó de embalsamar el cuerpo y allí quedó depositado, esperando la construcción de un monumento en honor de la «Jefe Espiritual de la Nación» título que le había concedido el Congreso el 7 de mayo de 1952.
Las personas que en esos días lloraron a Evita y las que festejaron su muerte –las hubo1– reconocían en ella la figura emblemática del Peronismo. Pero sus reacciones reflejaban dos visiones antagónicas, ampliamente compartidas por sectores sociales muy distintos, tanto de su persona como de lo que representaba en el gobierno del General Juan Domingo Perón. Con los años estas representaciones han conformado una verdadera mitología. Se gestaron cuando Perón y Evita se conocieron en los primeros meses del año 1944 y entablaron una relación amorosa que pasó a ser de conocimiento público, por formar parte él del gobierno militar. Se hicieron más complejas una vez que Perón asumió la presidencia y Evita se introdujo abiertamente en la vida política argentina, convirtiéndose en verdades para muchos irrefutables, a medida que se agudizaban las divisiones entre peronistas y antiperonistas y ella se iba transformando en la figura política de mayor relevancia en el país, después del General Perón.
Es una mitología que tiene una vitalidad exhuberante, expresada en una gran variedad de géneros y una fuerza extraordinaria a pesar del tiempo transcurrido y de las adiciones que ha adquirido. Contiene aspectos de las dos visiones antagónicas, pero con un fuerte predominio de la más negativa. Continúa viva hoy, a pesar de que muchos de los elementos que la componen sean probadamente falsos. Como lo demuestran sobre todo las novelas, lo cuentos, los musicales, las obras de teatro, los programas de televisión, los documentales o las películas que se han hecho sobre Evita en las últimas décadas del siglo veinte, su mitología es más poderosa que los hechos a los que supuestamente se refieren2. Así sucede por ejemplo con la disolución de la Sociedad de Beneficencia de la Capital, una institución filantrópica fundada por el primer presidente argentino, Bernardino Rivadavia (1780-1845).
A principios del siglo veinte, administraba numerosas instituciones –hospitales, asilos y maternidades– con fondos proporcionados por el Estado y estaba dirigida por un grupo de señoras que pertenecían desde su fundación a lo más rancio de la sociedad argentina. La versión más aceptada, pero no por ello verdadera, es que en 1946, Evita tuvo una influencia decisiva en el traspaso de la administración de la Sociedad de Beneficencia a manos del Estado. Evita habría exigido la desaparición de la Sociedad por un supuesto desplante que le hicieron las damas que dirigían la misma. Sin embargo, los hechos indican que la desintegración de la Sociedad de Beneficencia fue parte de la reforma de la salud pública y de la asistencia social llevada a cabo por los gobiernos militares surgidos del golpe del 4 de junio de 1943.
Como lo demuestran claramente las fuentes documentales, el primer decreto que incidió sobre la situación de la Sociedad de Beneficencia fue anunciado el 21 de octubre de 1943, cuando Perón y Evita ni siquiera se conocían.3 La Sociedad de Beneficencia fue afectada por dos decretos adicionales anunciados en agosto de 1944 y septiembre del mismo año. Su transferencia al Estado por ley tuvo lugar en Septiembre de 1946– cuando Evita recién iniciaba su carrera política.
La muerte de Evita marcó el momento en que empezaron a publicarse varias obras que tienen particular importancia por presentar las dos versiones diametralmente opuestas de la misma persona que componen la mitología evitista. Durante las dos primeras presidencias de Perón (1946-1952 y 1952-1955) se publicaron en la Argentina numerosos trabajos sobre Evita, con títulos tales como Evita. Alma inspiradora de la justicia social en América; Eva de América. Madonna de los humildes; Grandeza y proyección de Eva Perón, Semblanza heróica de Eva Perón y La mística social de Eva Perón.4
Son obras cortas, fundamentalmente hagiográficas, que no escatiman las alabanzas, donde los hechos parecen tener poca importancia. Por lo general dejan de lado la infancia y juventud de Evita, no dicen ni donde nació, no hablan de su familia, de su educación o de su vida de actriz y se centran en las actividades que empezó a desarrollar en el campo social una vez que Perón asciende al poder. En estas obras, Evita aparece como la esposa y madre perfecta, que se olvida de sí misma para volcarse en los otros. Con generosidad infinita, ayuda a los obreros, a los pobres, a los niños y a los ancianos, y nunca se olvida de los más desvalidos.
Es una mujer que no busca honores, muy al contrario. La mueve solamente el amor –a Perón y a los descamisados-. Trabaja denodadamente porque el pueblo lo necesita y porque quiere ayudar a Perón. Hermosa, espiritual, abnegada, generosa, incansable y sacrificada hasta la muerte, es el símbolo trágico y profundamente doloroso (por su muerte temprana) de todo lo mejor que hay en el peronismo o sea la Evita buena, el «Hada Maravillosa», la «Primera Samaritana», el «Consuelo de los Humildes», el «Puente de Amor entre Perón y los Descamisados», la «Dama de la Esperanza» títulos que le daba la prensa peronista y que usaban frecuentemente políticos y funcionarios del gobierno. Era una mujer excepcional, incomparable con el resto de los o las mortales, un ser que se aproximaba solamente a la madre por excelencia, o sea la Virgen María, una verdadera santa, Santa Evita.
Estos textos reproducían en gran medida la imagen de Evita que los servicios de información del gobierno, así como la prensa peronista, ya sea en revistas como Mundo Argentino o periódicos como Democracia, no se cansaban de ensalzar, la gran mayoría de los políticos peronistas no tenían reparos en repetir una y otra vez y aparece en toda su dimensión en su autobiografía, La razón de mi vida.5 En este texto, lo haya escrito ella o no, es el que ella quiso que se publicara como si fuera suyo, Evita cuenta sus actividades diarias, con los que vienen a pedir su ayuda, con los sindicatos, etc. pero calla los detalles de su vida hasta su encuentro con Perón. Nada dice del pueblo en que nació, de quiénes eran sus padres, no describe a su hermano que tanto quería, a sus tres hermanas y pasa de largo sus años de actriz en Buenos Aires, hasta «el día maravilloso» en que se encontró con Perón. Un comentario de La razón de mi vida publicado en Democracia apuntaba que la única voz que había tenido una resonancia igual a la de Evita era «la voz de Jesús».6
En sus últimas semanas de vida empezaron a multiplicarse desenfrenadamente los homenajes a Evita. El Congreso aprobó la construcción de un monumento para ella después de ochenta y cuatro discursos ditirámbicos. Durante las sesiones, la senadora Hilda Nélida Castiñeira la comparó favorablemente con Catalina la Grande, Isabel de Inglaterra, Juana de Arco e Isabel de España y la senadora Juanita Larrauri señaló: «No habrá palabras para decir todo lo que ha luchado por su pueblo. No habrá palabras para decir todo lo que nos ha dado. Eva Perón ha dejado jirones de su salud… luchando para los obreros, sus queridos ‘descamisados’. Eva Perón ha dado parte de su vida, trabajando noche y día por su pueblo y por su Patria»7.
En los meses siguientes a su muerte continuaron los homenajes. La provincia de la Pampa tomó el nombre de Eva Perón y la ciudad de La Plata pasó a llamarse también Eva Perón. La razón de mi vida fue declarada texto de lectura escolar y todas las noches antes del noticiero oficial un anunciador recordaba al público que eran las ocho y veinticinco, hora en que Eva Perón había pasado a la inmortalidad. Y como en los días en que miles de mujeres y hombres, ancianos y jóvenes esperaban hora tras hora para ver su féretro, tocarlo y besarlo llorando, en los barrios de la capital y pueblos del interior se multiplicaron pequeños altares donde la gente se arrodillaba para rezar frente a una foto de Evita con un crespón negro, flores y velas. En los kioskos vendían estampas de Evita, representando a la Virgen María.
A la figura de Evita propagada por el gobierno y los que genuinamente la querían, se contrapuso ese mismo año otra imagen, que también existía desde la década de los cuarenta, en forma de rumores y chismes –la anti-Evita. En 1952, se publicaron tres libros, que conforman la base de la mitología antiperonista sobre Evita: El mito de Eva Duarte, del dirigente socialista Américo Ghioldi, publicado en el Uruguay, donde él estaba exilado;8 Bloody Precedent, escrito por la periodista norteamericana Fleur Cowles y The Woman with the Whip: Eva Perón, de María Flores. Estas dos últimas obras fueron publicadas en Nueva York, en inglés.9 Bloody Precedent nunca fue traducida al castellano. La de María Flores, la más famosa, fue traducida y publicada en la Argentina en 1955, en cuanto se produjo el derrocamiento de Perón, bajo el título Eva Perón: La mujer del látigo, con el verdadero nombre de la autora, la novelista y periodista anglo-argentina, Mary Main.
La mujer del látigo fue la primera biografía de Evita y es el libro que más ha influído sobre la mitología anti-Evita. Main viajó a la Argentina desde los Estados Unidos donde ella vivía desde la segunda guerra mundial con un contrato para escribir un libro sobre Evita. En Buenos Aires habló con periodistas y políticos de la oposición, según confesó en una entrevista publicada en The Advocate, Stanford, Connecticut, el 5 de abril de 1980, aunque solamente menciona a uno, Alfredo Palacios, un viejo legislador socialista, también exilado. Main presenta a Evita como una mujerzuela de familia pobre, hija natural, sin educación, que había aprendido muy pronto «que ella no podía permitirse dar ventaja a nadie y que el hombre era su enemigo natural o un tonto que una chica inteligente podía explotar».10
Según ella, se fue a Buenos Aires muy joven, con el cantante de tango Agustín Magaldi. Al parecer, pronto demostró tener «un talento fenomenal para atraer a “hombres influyentes y usarlos”» y cuando conseguía uno «no abandonaba facilmente a su víctima, sino que lo perseguía personalmente y por correo para extraer de él la última gota de uso»11. La Evita de Mary Main es una mujer dura, ambiciosa, mala actriz, resentida y sedienta de venganza por su origen social y la vida difícil que había tenido. De allí su odio por todos los que no son de su mismo origen social y en especial la oligarquía. Decide entrar en el mundo de la política para vengarse. Ella es el verdadero poder en la Argentina peronista. Ella es la que manda, es «La Mujer del Látigo» en la Argentina de Perón.
La obra de Ghioldi es un ataque a Perón y Evita. Para Ghioldi, Evita tenía «gusto en manejar a los hombres», cuya psicología conocía particularmente bien. Usaba un lenguaje burdo, «nada culto» y estaba poseída por una «dominadora ambición».12 Ghioldi entiende que Evita se había introducido en la estructura de poder por decisión de Perón. Era por lo tanto el complemento perfecto del totalitarismo argentino, lo que lo diferenciaba verdaderamente de los otros totalitarismos europeos.
Señala también que Evita tenía un antecedente en la historia argentina, Encarnación Ezcurra (1795-1838), la enérgica esposa del caudillo federal Juan Manuel de Rosas (1893-1877), que de gobernador de la provincia de Buenos Aires en 1929, pasó a dominar las Provincias Unidas con su ayuda, resistió el bloqueo Franco-Inglés en 1845 pero fue derrotado en 1852, por una coalición de liberales, encabezados por los Unitarios. Por su apoyo a la causa federal durante la llamada Revolución de los Restauradores, Encarnación fue declarada «Heroína de la Federación». Para Ghioldi, como para varias generaciones de historiadores argentinos, Rosas era un dictador que había perseguido despiadadamente a los liberales y había retrasado la unificación y pacificación de la nueva república. Rosas había sido un tirano en el siglo diecinueve, Perón lo era en el veinte y los dos tenían una mujer poderosa detrás de ellos.13
Este es también el enfoque de Bloody Precedent, obra escrita por Fleur Cowles, editora de una revista de lujo sobre moda, arte y sociedad llamada Flair, después de una visita de cinco días y medio a la Argentina, en julio de 1950. Fue a Buenos Aires con un grupo de empresarios, acompañando a su esposo, Gardner Cowles, dueño de Look entre otras publicaciones. Fueron recibidos por Perón y Evita que la invitó a acompañarla en sus actividades un día entero. El libro está dedicado a Alberto Gainza Paz, abogado, editor de La Prensa, uno de los grandes periódicos argentinos en ese momento. Perteneciente a una familia de abolengo, enemigo de los militares que tomaron el poder el 4 de junio de 1943, fue un crítico acérrimo del gobierno peronista que usó su poder para suspender la publicación de La Prensa y entregarla al sindicato de canillitas.
El texto está dividido en dos partes, la primera dedicada a Encarnación y a Rosas, y la segunda a «Juan y Eva Perón». El precedente sangriento del título es Encarnación. Según Cowles ni Rosas ni Perón hubieran alcanzado el poder sin Encarnación o Evita. Su Evita es una mujer verdaderamente extraordinaria, de gran energía, incansable y muy ambiciosa, que mandaba a los sindicatos, escribía ella misma los proyectos de leyes, tomaba las decisiones «del partido», si bien no indica si se trataba del Partido Peronista o la Rama Femenina del Partido Peronista, vigilaba que se cumplieran sus órdenes, hasta en la fábricas, etc. etc.
Estas obras y otras que conforman la mitologia anti-Evita, se centran en su personalidad, en su carácter y soslayan enteramente la dimensión política de sus actividades. En todas ellas hay una fuerte resistencia a pensarla desde lo político y por lo tanto a aceptar que a ella le interesara intensa y apasionadamente lo político. Esto es lo que sucede también en varios ensayos que aparecieron una vez que Perón fue derrocado en 1955: Eva Perón. Su verdadera vida; Esa noche de Perón; Eva la predestinada, alucinante historia de éxitos y frustraciones y ¿Qué es esto? Catilinaria, éste último del célebre escritor Ezequiel Martínez Estrada.14
Escritos cuando el peronismo había sido derrotado por la Revolución Libertadora, con Evita muerta y Perón exilado, con miles de peronistas en la cárcel o en el exilio, tenían el propósito de revelar «la verdadera» naturaleza del peronismo, desenmascarar a Perón, demostrar el fraude que había sido y atacar despiadadamete a Evita, cosa que a menudo anunciaban sin miramientos en los prefacios. Son críticas crueles, desmesuradas que rebosaban odio, escritas por políticos, ensayistas, novelistas o periodistas. Son, sin excepción, textos sospechosos porque están repletos de anécdotas, chismes, rumores e insinuaciones que se repiten en casi todos ellos, una y otra vez.
Al igual que los que buscaban ensalzar a Evita, no revelan sus fuentes, carecen de las debidas notas de pie de página y claro está, tampoco ofrecen bibliografías. El retrato que hacen de Evita es el de una mujerzuela atrevida, inculta, histérica y vulgar, mala actriz, de origen social dudoso, por la vida de su madre. Antes de conocer a Perón había tenido numerosas relaciones con otros hombres, civiles y militares. Era una mujer ambiciosa e hipócrita que encarnaba todo lo peor del peronismo –la chusma en el poder. Ella mandaba en la pareja, como lo hacía en el país. Era verdaderamente «la mujer del látigo», que podía más que Perón porque él era un cobarde, lo que lo hacía aún más despreciable ya que la cobardía, inadmisible en un argentino que se preciara de tal, lo era mucho más aún en un militar.
Para Ezequiel Martínez Estrada, Evita se comportaba en realidad como un hombre, «en la pareja, ella era el hombre y Perón la mujer».15 Y para los militares de la Revolución Libertadora que derrocaron a Perón, Evita era «la nueva Encarnación Ezcurra» del Segundo Tirano o del «tirano prófugo» como lo llamaban. En octubre de 1955, el gobierno del General Eduardo Lonardi creó una Comisión Nacional de Investigaciones compuesta por civiles y militares para investigar al gobierno del dictador, su propaganda –que tuvo en Evita «su más poderoso instrumento»– sus poderes destructivos y sacar a luz todas las mentiras propagadas por él.16 El título del informe: El Libro negro de la segunda tiranía.
Encabezados por el General Pedro Eugenio Aramburu, un nuevo grupo de militares tomó el poder el 15 de Noviembre de 1955. Estaban convencidos de la necesidad de depurar la Argentina de todo resabio peronista. Entre otras medidas, disolvieron el Partido Peronista, encarcelaron a numerosos militantes e inhabilitaron a los dirigentes, intervinieron los sindicatos y derogaron la Constitución de 1949 con su legislación social y laboral. Reprimieron la tentativa de rebelión liderada por el General Juan José Valle (10-12 de junio de 1956) con su fusilamiento y el de otros militares y la ejecución de militantes civiles y militares en los basurales de José León Suárez.
Borraron el nombre de Perón y Evita de calles, edificicios, municipios, ciudades y provincias. Destruyeron sus estatuas y sus fotos y quemaron los libros que hablaban de ellos. Tener una foto de Evita o de Perón, fue declarado un crimen penado con varios meses de cárcel. Se ensañaron particularmente con ella. Intentaron reescribir su vida, reemplazando la versión peronista con otra que reflejara lo que ellos pensaban de ella. Trataron de borrar la idea de su cuerpo embalsamado, que esperaba todavía en la CGT la construcción de un monumento. Primero lo encerraron en el tercer piso de la central obrera y luego escondieron el lugar en que lo pusieron. Finalmente, en una operación ultra secreta, fue transportado fuera del país y depositado en un lugar desconocido, o sea que fue desaparecido. Evita se transformó así en la primer desaparecida de una larga lista de desaparecidos que veinte años después dejaría otra dictadura militar.
La fascinación de innumerables argentinos y extranjeros por Eva Perón se ha centrado sobretodo en esta mitología. El personaje histórico que dio origen a esas imágenes estereotipadas, odiado profundamentos por unos y querido ciegamente por otros, ha suscitado mucho menos curiosidad que la iconografía evitista. Por lo general, hasta hace pocos años atrás la búsqueda de una posible verdad histórica no ha guiado los pasos de quienes se han acercado a Eva Perón –si bien durante mucho tiempo tampoco existieron las condiciones políticas en la Argentina para hacerlo. En consecuencia, las obras que sobre ella se han escrito desde los años cincuenta tienden a ser elucubraciones más o menos talentosas sobre su carácter o su personalidad que guardan poca relación con el personaje histórico.
La mitología evitista comienza a tomar forma poco después de que se inicia su relación con el entonces coronel Perón, en enero de 1944. Perón tenía 48 años. Era alto, buen mozo, con una sonrisa gardeliana y viudo. Por su parte, Evita o Eva Duarte, cumpliría en unos meses 25 años, de pelo negro, ojos oscuros y sonrisa dulce, había hecho teatro cuando llegó a Buenos Aires de su provincia natal, y mientras llegaba el triunfo en el cine, hacía radioteatro. No escondieron su relación, y según el lenguaje de la epoca, Evita se convirtió «la amante» del coronel.
Desde el 4 de junio de 1943, la Argentina estaba en manos de una dictadura militar, encabezada por el General Pedro Pablo Ramírez. En esa fecha un golpe de estado en el que jugó un papel importante un grupo de coroneles entre los que estaba Perón, puso fin a un período de gobiernos conservadores, conocido como la Década Infame. Para los sectores preocupados por la expansión del fascismo y del nazismo en Europa y el curso de la Segunda Guerra Mundial, la Revolución del 4 de Junio como la llamaron sus propulsores, en su mayoría militares nacionalistas, fue desde el primer momento un acontecimiento ominoso por la continuación de la política de neutralidad anunciada por el nuevo gobierno. Esta era una política que mientras los Estados Unidos fueron neutrales no planteó problemas con este país pero los enfrentó una vez que el Japón atacó Pearl Harbour en diciembre de 1941. La «política de solidaridad hemisférica» propiciada por los Estados Unidos encontró una oposición más fuerte en los militares argentinos una vez que se produjo el golpe del 4 de Junio. A los ojos del Departamento de Estado no tardaron en convertirse en nazifascistas.
Los enfrentamientos entre los partidarios de los ejércitos aliados y los que defiendían la neutralidad argentina, entre los que ciertamente había pro-nazis tanto entre civiles como militares, y la oposición al gobierno tanto desde la derecha como desde la izquierda, se vieron exacerbados por la política social del gobierno de facto. Liderada por el coronel Perón desde la Secretaria de Trabajo y Previsión, tuvo pronto una inusitada trascendencia. La reacción de la clase obrera y de sectores del movimiento obrero organizado –entre los que había gremios comunistas, socialistas y sindicalistas– ante sus medidas no era uniforme pero ganaba cada vez más adeptos, especialmente entre socialistas, sindicalistas y trabajadores que buscaban agremiarse.
Su rápido ascenso, de Director del Departamento de Trabajo y Secretario del Ministro de Guerra, a Secretario de Trabajo y Previsión, Ministro de Guerra y Vice Presidente lo transformó muy pronto en la figura más cuestionada del gobierno del General Edelmiro J. Farrell. Para los Estados Unidos, si el gobierno argentino estaba en manos de militares nazifascisas tal como ellos lo creían, Perón era un peligroso demagogo que se preparaba para tomar el poder.
La relación entre Perón y Evita se fortaleció en unos meses de gran agitación política en los que se sucedían las crisis. Evita continuaba haciendo radioteatro, filmó una película en la que tuvo el papel protagónico, pero también se involucró en las actividades que Perón desarrollaba participando en un programa de propaganda de la Secretaría de Trabajo y Previsión. En una sociedad, pacata e hipócrita como lo era la argentina en esos años, no es de extrañar que pronto surgieran rumores sobre la vida privada de Evita y se hicieran comentarios sobre su origen social, su falta de educación y especialmente su profesión. La vida privada de Perón era también un problema para sus compañeros de armas pues consideraban que su relación con Evita era inapropiada para un oficial de las Fuerzas Armadas. Pero su gestión en la Secretaría de Trabajo, su creciente popularidad en los sectores sindicales, inclusive en los del Partido Socialista y su creciente poder en el gobierno de Farrell eran todavía más preocupantes.
El 9 de octubre de 1945, un grupo de oficiales de Campo de Mayo exigió la renuncia de Perón a los tres cargos que ocupaba y su encarcelamiento en la isla Martín García. Pero en la madrugada del 17 de octubre, miles de obreros dejaron sus trabajos y se dirigieron a Plaza de Mayo. Se instalaron frente a la Casa Rosada, sede del gobierno, exigiendo la presencia de Perón, lo que consiguieron ya entrada la noche. Cuatro días más tarde, Perón y Evita se casaron por lo civil, con una ceremonia religiosa el 10 de diciembre.
Perón lanzó su candidatura a la presidencia con el respaldo del Partido Laborista, creado por sindicalistas el 24 de octubre de 1946 y la Junta Renovadora de la Unión Cívica Radical, un desprendimiento de la Unión Cívica Radical que se organizó en noviembre de ese mismo año. La oposición fue a las elecciones el 24 de febrero de 1946 segura de su triunfo. Dejó de lado sus diferencias y se unió en un frente que abarcaba al Partido Comunista, el Partido Socialista, el Partido Demócrata Progresista y la Unión Cívica Radical, y recibió el apoyo abierto y entusiasta del embajador de los Estados Unidos, Spruille Braden. Perón ganó las elecciones con el 56% de los votos. Promovido a general, tomó posesión de su cargo el 4 de junio de 1946. La primera dama era su esposa de pocos meses, Doña María Eva Duarte de Perón, la joven actriz que había sido su «amante» cuando se llamaba Eva Duarte.
El triunfo de Perón marcó el fin de una era. En el ámbito político se inició un período signado por la pérdida de poder del establishment político, algo que la oposición no esperaba y le costó aceptar. Pero no se trataba solamente de las élites tradicionales como el caso de los conservadores, que no se repusieron de su derrota, sino también la agonía primero y luego la casi desaparición de un partido político de excepcional trayectoria en el continente, como es el caso del Partido Socialista, que vio su ala sindical desintegrarse ante el avance peronista. Únicamente la Unión Cívica Radical sobrevivió y hasta obtuvo representantes en la Cámara de Diputados.
Las elecciones de febrero dieron a Perón todas las gobernaciones, el Senado y una amplia mayoría en la Cámara de Diputados. La oposición se fue debilitando aún más, ante un gobierno que se mostraba cada vez más seguro de sí mismo, arrogante y triunfalista, y que pronto no tendrá reparos en controlar la prensa opositora, si bien desde el exterior, en ciudades como Montevideo y Nueva York, ésta seguirá encontrando aliados y los medios que necesitaba para continuar sus críticas al peronismo. De allí por ejemplo que los primeros ataques a Evita y al gobierno peronista fueran las tres obras mencionadas anteriormente, escritas precisamente en esas ciudades.
Surgen nuevos protagonistas políticos, empezando con el movimiento obrero organizado, con características ideológicas muy distintas de las que había tenido anteriormente pues después de eliminar los resabios del Partido Comunista y el Partido Socialista en él, pasará a formar parte del Movimiento Peronista. A partir de 1947, año en que las argentinas reciben el derecho al voto después de haber luchado por él desde principios de siglo, Evita, que no tenía antecedentes ni feministas ni sufragistas, apoyará esta reivindicación y sobretodo se ocupará de empadronar a las mujeres de los sectores populares, fundar la Rama Femenina del Partido Peronista y organizar la campaña de las mujeres peronistas para la reelección de Perón en 1951.
Es un momento en que las vestimentas que lucían los señores, el saco, la pajarita o la corbata y la galera, usada hasta hacía muy poco tiempo, se guardan en los armarios con bolitas de alcanfor, para dar lugar a las mangas de camisa remangadas y los breteles, ropa hasta entonces de la clase obrera. Los hombres del peronismo ya no tratan de vestirse como señores que se precian de serlo. Es un momento en que aparecen personajes inquietantes como «los descamisados», como se llamarán las primeras generaciones de peronistas, y más tarde «cabecitas negras», todos ellos surgidos de un mundo desconocido o ignorado por las clases dirigentes; un momento en que bellísimos recintos como el Teatro Colón, construido en 1908 para el deleite exclusivo de una clase social refinada, que vive en casonas construidas por arquitectos franceses, viaja regularmente a Europa, segura de su poder y de su estatus, son invadidos por dirigentes sindicales y obreros porque así lo determina «La Nueva Argentina de Perón».
Hasta el balcón de la Casa Rosada, durante toda su historia cerrado, como corresponde a las casas de buenas familias, no solamente se abre, sino que se transforma en algo así como un patio de vecindad, un verdadero conventillo, cuando el Presidente en mangas de camisa, saluda con los brazos en alto a los miles y miles de peronistas sudorosos que invaden Plaza de Mayo y se instalan en ella para celebrar un 1° de mayo o un 17 de octubre.
Es una Argentina en la que el gobierno ha llegado al poder por una elección, pero se proclama revolucionario y además heredero de la revolución del 4 de junio, aunque ésta haya sido ostensiblemente un golpe militar –un golpe que por otra parte, la oposición continuará definiendo como el inicio del «nazifascismo» en la Argentina, como lo recalcaría años más tarde la Comisión Nacional de Investigaciones de la Revolución Libertadora. A pesar de que la retórica gubernamental en un primer momento insista en acentuar los cambios revolucionarios –y Evita pronto se hará cargo de esa retórica y la mantendrá viva hasta el fin de sus días– la realidad es que la Argentina de las estancias pampeanas, los petits hôtels en Buenos Aires, las galeras y los viajes a Francia, comienza a democratizarse, impulsada por la continuación de la política de redistribución de ingresos –aunque no fuera sino en algunos aspectos.
No obstante sus limitaciones, sin embargo, este es un proceso que sacude a los sectores que se ven desplazados del poder. Provoca ansiedades y también temor, en particular cuando los dirigentes políticos, la prensa del gobierno y hasta la primera dama anuncian que en la Argentina de Perón el Presidente es el Primer Trabajador, ella se dirige a los obreros diciéndoles «Mis queridos Descamisados de la Patria» o simplemente «Compañeros». Es un mundo nuevo, en el que cada vez son más los dirigentes sindicales que son elegidos legisladores o nombrados embajadores o ministros y en el campo, los peones tienen derecho a vacaciones y se atreven a exigirlas, pues tienen un Estatuto del Peón, que salió de la Secretaría de Trabajo cuando Perón la dirigía. En las fábricas, los obreros ya no son seres a los cuales el patrón habla de vos y puede mandar a su gusto, sino hombres y mujeres con dignidad y con derechos, como lo repiten los dirigentes sindicales y Evita lo proclama insistentemente.
Los miedos y las ansiedades se veían reforzados por la eficiente propaganda del gobierno que anunciaba diariamente las glorias de su gestión revolucionaria en «La Nueva Argentina de Perón» y recordaba a todos a quien se las debían. Era un país en el que la propaganda oficial declaraba que se habían terminado los privilegios, que los niños y los ancianos eran los únicos privilegiados. En el que la esposa del presidente, en la mente de muchos la que verdaderamente mandaba en la Argentina, pronunciaba discursos incendiarios desde el balcón de la Casa Rosada, que era donde con voz pausada Perón daba explicaciones, y donde no había hablado nunca ninguna mujer. Con un lenguaje apasionado, con fuertes ecos de sus días de radioteatro, no dejaba de recordar a los peronistas los beneficios que habían obtenido con Perón. Les pedía fidelidad a Perón, que lo cuidaran de sus enemigos, traidores y vendepatrias, advirtiendo de paso a los comunistas y a los oligarcas, que se les había acabado la buena vida y que tuvieran cuidado con lo que hacían.
Mientras los sectores populares y en especial la clase obrera disfrutaba de los cambios y se regodeaba con el estilo combativo de Evita y con sus discursos más revanchistas, los sectores más acomodados se veían sobrepasados por los acontecimientos. Para todos, sin embargo, estaba claro que una nueva era había empezado en la Argentina y tanto para los peronistas como los antiperonistas, el símbolo emblemático de la Nueva Argentina era indudablemente Evita.
En ella se reconocen «los descamisados» que van a visitarla en su oficina en busca de su ayuda para resolver problemas personales, familiares o sindicales. Ella les recuerda que es como ellos, que si parece ser diferente se lo debe a Perón, como ellos también le deben todos los beneficios que ahora disfrutan. En ella se reconocen también las jóvenes que como ella viajan a Buenos Aires en busca de trabajo, de una vida mejor, de un sueño o leen novelas rosas o fotonovelas, escuchan radionovelas o ven películas, pues Evita encarna las fantasías de la pantalla grande, fueran hechas en Hollywood o por Argentina Sono Film. Pero no saben que Evita es una fantasía sin igual porque «Su Historia» es excepcional, solamente suya, única. «Su Historia» comienza cuando ella se casa, es decir cuando por lo general termina la novela de amor. En la película de Evita no hay happy ending porque el beso final de su película es el comienzo de «Su Historia», o sea de su vida con Perón y de su entrada en La Historia.
Es el ejemplo supremo, pero sin parangón y por lo tanto excepcional, de «la Nueva Mujer en la Nueva Argentina». Como en otros países, es un momento histórico en el que se rechaza a las mujeres feministas para alabar a las mujeres femeninas, ante todo esposas y madres. Pero en la Argentina de Perón hay también un rechazo a las mujeres de clase alta, no solamente por razones de clase, sino por su movilización en 1945, junto con las feministas, contra la dictadura militar y Perón en particular. Si bien hay un retorno a la domesticidad y la feminidad, es distinta a la que existía en los años treinta pues aumentan los niveles educativos de las mujeres y las posibilidades laborales de las que han ingresado a la fuerza de trabajo se amplían. Evita es la nueva feminidad, con un pie anclado en el ámbito privado y otro en el público y a pesar de que con los años cambiará enormemente su vida, no se moverá de allí.
En el primer año del gobierno peronista se hacía llamar Doña María Eva Duarte de Perón, esposa del Presidente a quien acompañaba en funciones protocolares, con mucha mayor frecuencia que sus predecesoras. A veces hasta lo sustituye en algunas ceremonias pero muy pronto desarrollará una serie de actividades que conformarán una nueva realidad política, verdaderamente excepcional en una primera dama –y no solamente en la Argentina.
Hacia 1951, su nombre oficial había cambiado, era Eva Perón, pero para los descamisados seguía siendo como ellos, por lo tanto era «la compañera Evita». Por el trabajo que había realizado por y con los descamisados era también «La Abanderada de los Descamisados» título que ella usaba con orgullo y que reflejaba su liderazgo carismático de las masas peronistas. Era un liderazgo que no competía con el de Perón, porque él era, había sido y siempre sería «El Conductor». Lo reforzaba y lo complementaba.
En su corta carrera política Evita no ocupó ningún cargo electivo o gubernamental, si bien trató de hacerlo en una ocasión. El 22 de agosto de 1951, en un acto multitudinaria que tuvo lugar en la Avenida 9 de Julio, la Rama Femenina del Partido Peronista y la CGT propusieron su candidatura a la vicepresidencia.
La concentración terminó sin que ella aceptara o rechazara claramente la oferta. Pero el 31 de agosto en un mensaje radial Evita presentó su renuncia indeclinable a la candidatura a la vicepresidencia. Finalizó su mensaje diciendo: «Renuncio a los honores, no a la lucha. Mi puesto de batalla es el trabajo».17 A pesar de que tanto la CGT como la Rama Femenina no tenían condiciones para preparar un acto como el del 22 de agosto sin alguna forma de asentimiento por parte de Evita y de Perón, tuvieron que desistir del proyecto por la oposición militar al mismo que él no quiso o no pudo obviar. El «renunciamiento» de Evita no alcanzó sin embargo a calmar las preocupaciones de las fuerzas armadas. El 28 de septiembre de 1951 el General Luciano Benjamín Menéndez encabezó un levantamiento que fue rápidamente reprimido.
Evita era, en esos momentos, la segunda figura política, después de Perón, Presidenta de la Fundación Eva Perón, una institución de grandes recursos que ella controlaba y usaba para construir casas para ancianos, hospitales, escuelas, instituciones para jóvenes que llegaban a Buenos Aires del interior, repartir máquinas de coser, distribuir pan dulce y sidra a quienes los quisieran en las Navidades y regalar una sede nueva a la CGT, entre muchas otras cosas. Era también miembro del Consejo Superior del Partido Peronista, la única mujer en él, y Presidenta del Partido Peronista Femenino o Rama Femenina, que presidía y dirigía con mano férrea y como lo hacía desde los primeros meses de la presidencia de Perón se reunía casi diariamente con líderes sindicales como él lo había hecho cuando era Secretario de Trabajo, o sea era su nexo directo con el movimiento obrero organizado.
Aunque siempre acompañaba a Perón en sus funciones protocolares, tenía sus propias obligaciones con los sindicatos, los políticos peronistas, el PPF y un intenso trabajo con la Fundación, cuya construcción de hospitales, hogares-escuelas, hogares de tránsito, hogares de ancianos, clínicas y hoteles, vigilaba celosamente. Y como si esto fuera poco, pronunciaba constantemente discursos cargados de emoción, de tono dramático, con un lenguaje apasionado, donde la precisión y el análisis brillaban por su ausencia. En ellos declamaba su amor infinito por Perón, por «los descamisados de la Patria», los ancianos y los niños y juraba defender las conquistas que él les había dado «cueste lo que cueste y caiga quien caiga» hasta el fin de su vida. Y todo lo hacía impecablemente vestida y enjoyada, peinada a la perfección, sin una mecha rubia fuera de su lugar, las uñas cuidadosamente pintadas y perfumada con perfume francés.
Elegante, bellísima y sonriente, era el modelo a imitar, ensalzado hasta las nubes por la maquinaria de propaganda peronista y sus admiradores –por lo tanto de nuevo sin parangón– lejana e inalcanzable, aunque fueran muchas niñas argentinas a las que llamarán Eva. Como señala Carolyn Heilbrun, las mujeres excepcionales «son la prueba de que las mujeres pueden hacer lo que se les antoja, pero al ser únicas y los demás ser hombres, son también la prueba que ninguna otra puede hacerlo».18
La excepcionalidad de Evita la separaba de todas la otras primeras damas argentinas. Ninguna había acompañado a su esposo en funciones protocolares con la frecuencia en que ella lo hacía. Ninguna había hecho un viaje oficial sola a España, se había paseado por varios países europeos como si fuera la cosa más natural del mundo en su vida. Ningún argentino o argentina había salido en la tapa de Time antes de julio de 1947, fecha en que su sonrisa recorrió el mundo entero, cortesía de la revista. Ninguna otra Primera Dama había ido a trabajar diariamente, como ella lo hacía a veces hasta entrada la noche. Ninguna mujer había hablado desde el balcón de la Casa Rosada antes que ella lo hiciera por primera vez en 1948 y muy pocas eran las personas que podían tomar un micrófono y hablar con la soltura que ella lo hacía.
La excepcionalidad de Evita la distanciaba de las mujeres, aún de aquellas que eran sus más fervientas admiradoras y hacía que su poder político, que por otra parte era real y se hacía sentir pues ella lo ejercía, pareciera irresistible a sus enemigos. A éstos, les costaba aceptar que esa jovenzuela, apenas una actriz de radioteatro hacía solamente unos pocos años, fuera esa mujer tan poderosa cuya sonrisa radiante aparecía en carteles, periódicos y revistas. La veían hasta en los noticieros cada vez que iban al cine, hablándoles, vigilándolos, interpelándolos con tono acusatorio. Era un irritante constante para ellos, sentían su cólera, su odio y para ellos era el símbolo de todo lo que andaba mal en la Argentina, de la corrupción de las instituciones y de la demagogia, decadencia y vulgaridad que se habían instalado en el país con el gobierno de Perón. Para ellos, Evita era una furia incontrolable, una fuerza de la naturaleza que se había desatado en el país. Había acumulado un poder inusitado, excepcional, desde 1946, un poder que causaba un enorme temor entre sus enemigos, como lo indica un rumor que corrió por Buenos Aires en el año 1952.
Ese año, la psicoanalista Marie Langer publicó un libro titulado Fantasías eternas a la luz del psicoanálisis, que volvió a editar ampliado en 1957, después de la caída de Perón.19 Fantasías eternas es un análisis de varios mitos, que ella denomina «mitos sociales». Los define como reacciones colectivas en situaciones excepcionales, relacionadas con la figura materna. Su modelo es un trabajo de Marie Bonaparte escrito en 1945 sobre los mitos que surgieron en Inglaterra y Alemania a finales de la segunda guerra mundial.
Langer analiza tres mitos que aparecieron en la Argentina bajo el gobiero peronista y otro mito referente a Isabel I de Inglaterra. Su trabajo sobre la Argentina se centra sobretodo en un mito que ella recogió –como también lo hicieron otros colegas suyos– en 1952. Es el mito del niño asado. Según el relato de Langer, el cuento tiene lugar en Buenos Aires. Una joven pareja de clase acomodada que vive en una bonita casa tiene un bebe. La madre cuida al niño y una noche finalmente se dispone a salir a cenar con el esposo. Dejan al niño con una empleada doméstica y cuando regresan entrada la noche, encuentran la casa con todas las luces encendidas, la mesa puesta en el comedor y a la criada sentada en la cabecera. Está vestida con el traje de novia de la dueña de casa y encima de la mesa, en una bandeja, está el bebé asado. El cuento tiene varios finales posibles, todos violentos.
Para Langer el mito del niño asado tenía como figura focal a la madre, indudablemente Evita, que reinaba todopoderosa en esos momentos. Langer ve en ella un personaje que refleja el miedo profundo y generalizado que la burguesía argentina tenía de Eva Perón.
Pero es posible hacer una lectura diferente de este relato pues 1952 es también el año en que se agrava la enfermedad de Evita. Morirá el 26 de Julio de 1952. Por lo tanto ya no es la mujer todopoderosa o lo es por muy poco tiempo más.
Si centramos el relato en la mujer que asa al niño, se pone el vestido de novia y se sienta en la cabecera de la mesa, la situación cambia apreciablemente pues la conclusión immediata es que ella quiere ocupar el lugar de esposa y madre en la casa. Pero como es la empleada doméstica, es decir un ser de clase inferior que convive con la familia pero no forma parte de ella y trabaja para ella, al atreverse a querer desplazar a su señora del lugar que le correponde como tal, es usurpadora por partida doble. Es transgresora y subversiva y por si esto fuera poco, violenta.
Desde esta perspectiva, el personaje de la empleada doméstica es una figura que nos permite vislumbrar el miedo profundo que existía en algunos sectores sociales ante los cambios acaecidos en la década de los cuarenta, cuando las cosas parecían estar al revés de lo que debían ser. El mito nos revela su vulnerabilidad e inseguridad al entender que la gente que apoyaba al peronismo era mucha, tanta que hasta se había metido en las casas, estaba instalada allí y no se iría nunca más. Por otra parte era también la confirmación que bajo el peronismo ya nada era sagrado, ni siquiera se respetaba la santidad del hogar. Las empleadas domésticas se habían convertido en trabajadoras, en el lenguaje de la época, conformaban la quinta columna del régimen peronista, ante las que no se podía hablar pues eran «espías del régimen» y sobretodo, «espías de Evita».
El mito también nos muestra el rechazo que producía Evita en aquellos sectores que se sentían vigilados por ella –cosa que ella declaraba hacer metafóricamente pero que ellos aceptaban literalmente. Era un rechazo a su clase por mucho que fuera esposa del Presidente, se cubriera de joyas y se vistiera en París; un rechazo a su insistencia en entrometerse en el mundo de la política y desarrollar actividades para las cuales no solamente no estaba preparada por provenir de una clase social baja y tener una educación limitada, sino por ser totalmente inapropiadas para una mujer, es decir un ser subordinado tanto desde el punto de vista legal como social, que tenía derechos civiles limitados y hasta 1952, ni siquiera había votado en elecciones nacionales. Cuando escuchaban sus discursos en los que expresaba a voz en cuello y sin inhibiciones sus amores, sus cóleras y sus odios, poco importaba que Evita aceptara los límites que le imponía su condición de género y demostrara ser una esposa ejemplar y una madre paradigmática que no necesitaba tener hijos pues estaba dedicada al bienestar de los descamisados, los desvalidos, los pobres y los niños –todos ellos hijos suyos.
Su presencia en actos públicos era una reafirmación constante de su ser Evita, de esa persona excepcional en la que se había transformado, orgullosa de su liderazgo carismáitco, segura de su derecho a tener poder y ejercerlo. Era un ser que parecía no tener límites a su voluntad y a la ambición que se había despertado en ella. Para colmo, en un acto de atrevimiento sin igual en esos años, había tenido la audacia de querer ser vicepresidente.
No es de extrañar que la mitología antiperonista se ensañara con ella, insistiendo en sus cóleras, su sed insaciable de venganza, su supuesto resentimiento, su ambición y su dominio sobre Perón. De allí su preocupación con su origen social, su falta de educación, su vida de actriz y su ilegitimidad. Cuanto más cargaban las tintas, justificaban la ilegitimidad del lugar que ocupaba en la vida política argentina. Era la gran impostora, transgresora, subversiva, resentida, la intrusa y manipuladora –la usurpadora por excelencia. De allí los esfuerzos por borrarla y reescribirla.
A principios de los años setenta cuando todavía la Argentina seguía en manos de sucesivos gobiernos militares, aunque ya empezaba a desintegrarse el esquema institucional centrado en la exclusión del peronismo, un pequeño grupo de jóvenes peronistas creó una organización guerrillera que llamaron Montoneros. Tomando a Evita como bandera y reivindicación, tenían como objetivos luchar por el retorno de Perón a la Argentina y poner fin a las dictaduras militares, empezando con la del gobierno militar de turno.
Revelaron su existencia al país el 29 de mayo de 1970 con un golpe espectacular: el secuestro del ex-Presidente General Pedro Eugenio Aramburu por el «Comando Juan José Valle de la Organización Montoneros». Lo sacaron de su casa y lo llevaron a una estancia de la provincia de Buenos Aires donde fue sometido a un juicio revolucionario, acusado de traición a la patria por el fusilamiento del General Juan José Valle y las muertes del basural de José León Suárez, así como la desaparición del cuerpo de Evita. Los Montoneros anunciaron que había sido condenado a muerte y ejecutado y que su cuerpo sería devuelto a sus familiares «cuando al pueblo argentino le sean devueltos los restos de su querida compañera Evita». De hecho, el canje se hizo una vez que las negociaciones entre un emisario del Presidente General Alejandro Agustín Lanusse y Perón llegaron a un acuerdo que permitió la participación del peronismo –pero no de Perón– en las elecciones, su retorno al país después de dieciocho años de exilio y la devolución del cuerpo de Evita. El 2 de septiembre de 1971, éste fue desenterrado del cementerio de Milán donde yacía en una tumba con el nombre de María Maggi de Magistris y entregado a Perón en su residencia madrileña.
La Evita Montonera de los años setenta es la figura emblemática de la Revolución Peronista imaginada por la juventud peronista. Era la Evita revolucionaria por excelencia, militante, peronista fanática, sectaria, implacable, que anunciaba a voz en cuello su compromiso incondicional con la justicia social sin importarle las consecuencias y se proclamaba dispuesta a dar la vida por Perón. Se reproducían frases de sus discursos más apasionados en periódicos, revistas, panfletos y en las paredes de las ciudades. Era una Evita que si hubiera vivido no hubiera permitido el triunfo de la Revolución Libertadora porque hubiera armado al pueblo. Así prometió hacerlo en su último discurso desde el balcón de la Casa Rosada, el 1° de mayo de 1952, en el que aseguró:
Si es preciso haremos justicia con nuestras propias manos. Yo le pido a Dios no permita a esos insensatos [traidores] levantar la mano contra Perón, porque guay de ese día! mi General, yo saldré con el pueblo trabajador, yo saldré con las mujeres del pueblo, yo saldré con los descamisados de la Patria… porque nosotros no nos vamos a dejar aplastar más por la bota oligárquica y traidora de los vendepatrias que han explotado a la clase trabajadora.
En las manifestaciones, flameaban las banderas de Montoneros y la juventud gritaba: «Si Evita viviera sería Montonera». Hasta tenía una apariencia diferente. No era la Evita que posaba, sonriente, elegantemente vestida, enjoyada y maquillada, sino una muchacha joven, de cara limpia, sin maquillaje, de sonrisa amplia, acogedora, con el pelo largo y suelto, al viento.
La Evita Montonera no fue un desvarío y no fue inventada, pero es una Evita unidimensional, descontextualizada, separada de Perón y de cierto modo contrapuesta a él. Sin decirlo explícitamente, la vieja imagen del Perón cobarde es su contrapartida. Es lo que permite aislarla y distanciarla tanto de él como de su nueva esposa María Estela Martínez de Perón y realzar su militancia. Es un reflejo de las divisiones existentes en el peronismo y especialmente de la progresiva radicalización de la juventud peronista, enfrentada en un primer momento al sector sindical y en una segunda etapa al mismo Perón, una vez que se inicia su tercera presidencia (12 de octubre de 1973-1 de julio de 1974). El 1° de mayo de 1974, Perón expulsó de Plaza de Mayo a una columna de Montoneros llamándolos «estúpidos» e «imberbes». El paso siguiente que dieron fue entrar a la clandestinidad y tomar las armas contra su gobierno.
La popularidad de Evita Montonera fue fugaz. Nunca se extendió fuera del país y se extinguió con el golpe de Estado del 24 de de marzo de 1976 y el gobierno de facto de las juntas, compuestas por los comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas (1976-1983). Pero durante los años de la dictadura, cuando reinaba el terrorismo de Estado en la Argentina y se multiplicaban las desapariciones forzadas y los campos de concentración, el resto del mundo redescubrió a la anti-Evita y seducidos por la música en que vino envuelta, se enamoró de ella. En 1976, dos ingleses, Tim Rice y Andrew Lloyd Webber desenpolvaron la Evita mitológica de Fleur Cowles y Mary Main. Compusieron una ópera que dos años más tarde, en una puesta en escena basada en ellas, completada con resabios nazifascistas y adornada con un Che de pacotilla, empezó a recorrer los escenarios de las grandes ciudades antes de ser película. La producción contó con la asesoría de Cowles, que lo hizo gustosa porque como explicó en sus memorias lo que ella quería, «era impedir cualquier idealización de esa horrible mujer».21
La fascinación internacional con la mitología anti-Evita no ha dejado de ganar adeptos hasta el presente, alimentada por nuevos textos fantasiosos. Son cada vez más numerosas las personas que una vez atrapadas en sus redes, vuelan hasta Buenos Aires donde descubren que pueden visitar la tumba de Evita en el cementerio de la Recoleta y su Museo en una casa de la Fundación Eva Perón.
*Publicado en nodal.am
Esa Mujer, por Rodolfo Walsh
Este es quizás el mejor cuento de la historia literaria argentina. “Esa Mujer“, de Rofolfo Walsh, escrito en 1966, gira alrededor de la figura mítica de Eva Perón y su cadáver embalsamado y fantasmal que anduvo escondido por la sede de Inteligencia del Ejército de la calle Viamonte tras el golpe de 1955, y luego tapado con una lona en la calle 25 de mayo, después de ser robado de la CGT para terminar enterrado en Italia con nombre falso y ayuda del Vaticano.
Juan Domingo Perón estaba todavía en España cuando le entregaron el cuerpo de su segunda esposa: Evita. Y lloró por dentro.
.Aquí Walsh lee su propio cuento y describe al coronel Carlos Moore Koëning, enloquecido por la culpa, la locura y la posesión de la muerte.
La entrevista de Tomás a Eloy Martínez, en 1989, al coronel Héctor Cabanillas, con los detalles de la entrega del cuerpo de Evita a Perón en Madrid, publicada en La Nación, el 2 de agosto de 2002.
Cuando Perón estuvo en el exilio, Cabanillas estuvo a punto de matarlo, a pedido de la dictadura de Pedro Eugenio Aramburu e Isaac Francisco Rojas.
Eva Perón o el papel de la mujer en el proceso de Liberación Nacional
Hernán Kesselman|
“Yo creo firmemente que la mujer, al revés de lo que es opinión común entre los hombres, vive mejor en la acción que en la inactividad.”
Si quisiéramos dibujar el perfil de la mujer nueva, es decir aquella que es capaz de llevar adelante todos los valores que implica la construcción de una sociedad justa como generosa, socialista, tendríamos que acudir a innumerables ejemplos que la historia nos ha ido proporcionando. Desde las figuras conocidas que aparecen en los libros de historia y en los diarios hasta aquellas anónimas, las silenciosas luchadoras de todos los días sólo conocidas por un pequeño círculo de amigos. (…)
Por esa razón es que los trabajadores le exigen a Eva Perón que los represente y los conduzca en compañía de su líder. Por eso la fórmula presidencial fue: Juan Perón-Eva Perón. Y esto no fue sólo un reconocimiento agradecido de los sectores populares. No fue el intento de un nombramiento “honoris causa”. Fue la necesidad de un pueblo y de sus líderes de llevar adelante las banderas de lucha. (…)
Evita no aceptó finalmente el nombramiento. Y ese pueblo lo recuerda como una renuncia dolorosa. Mi intención aquí no es denunciar las presiones que jugaron un papel decisivo en la renuncia. Lo que quiero rescatar es precisamente ese papel al que no renunció nunca. Ese papel activo que la convirtió en modelo. El tema entonces es: ¿a qué renuncia la mujer vieja para llegar a ser la mujer nueva? En el proceso de liberación, la imagen de la mujer vieja empieza a transformarse. Ya no se resigna a tejer mantas hasta que vuelva el hombre… Quiere ser lo que es: mujer para la acción revolucionaria.
En el proceso de liberación, la mujer renuncia a la cárcel que le impone el matrimonio formal, renuncia a los beneficios de una neurosis personal y rompe las cadenas con que la retienen los conceptos que tiene esta sociedad de lo que “debe” ser una buena novia, una buena esposa y una buena madre.
En la lucha de la liberación, la mujer inactiva tradicional pierde la posibilidad de seguir siendo el oasis reparador de la lucha de su marido por la lucha cotidiana. Pero gana cuando empieza a violentar los valores tradicionales que la han encarcelado y sometido en su relación con el varón, cuando lo ayuda a darse cuenta que no la debe tratar como un objeto.
(…) En la lucha de liberación, la mujer transforma el viejo amor por su compañero en un nuevo amor, un amor humanizado en su grandeza, un nuevo amor que le sale desde adentro y que se viene desde afuera. Como decía Evita, “por eso ahora lo quiero a Perón de una manera distinta, como no lo quise antes: antes lo quise por él mismo, ¡ahora lo quiero también porque mi pueblo lo quiere!” Hoy que vuelven a escucharse músicas pacificadoras conocidas en este gran campo de batalla que es el hogar de nuestra Patria, el modelo de Evita como mujer para la acción revolucionaria vuelve a recordarse, el modelo que indicó el camino por el cual renunciar a un cargo no implicaba renunciar a la lucha. A una lucha larga y dolorosa que no termina en un simple proceso electoral.
* Estetexto fue escrito por el psicoanalista Hernán Kesselman, fallecido el 8 de abril pasado, para la Revista Nuevo Hombre, en septiembre de 1971
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Profecías cumplidas
Mario Wainfeld
“Hizo política” durante poco más de ocho años, para redondear. Vivió treinta y tres, perdura sesenta años después. Las mejores frases de su formidable repertorio fueron profecías cumplidas, con los matices que imponen la crueldad y las peripecias de la historia. Dejó en el camino más que jirones de su vida. Volvió (o más bien, nunca se retiró del escenario) y fue millones. El pueblo recogió su nombre y lo llevó como bandera, no siempre hacia la victoria, pero sin renuncios ni olvidos.
El transcurso del tiempo posibilita alisar las aristas que son su esencia, hasta negarlas. Habilita que la recuperen quienes la odiaron y la odiarían si siguiera actuando. La edulcoran, la lijan, se valen de su remembranza para continuar su guerra con otros métodos.
Como a Ernesto Guevara, es posible transformarla en un mito ecuménico, a menudo bien intencionado pero diluido, despolitizado. Puede hasta ser edificante, puede ser una relectura… es una imperfección y, en algún punto extremo, una impostura.
Murieron tan jóvenes, fueron tan bellos. Sus cuerpos fueron profanados, he ahí otra rotunda parte de la verdad, imborrable. En la Argentina, las agresiones sobre su cuerpo fueron premonitorias de tantas otras, el mismo ensañamiento, hecho método. En buena medida para destruir el país y el Estado que esa mujer se había empeñado, como pocos, en construir.
Las trayectorias de Eva y de Juan Domingo Perón, del Che y de Fidel autorizan simetrías evidentes. De un lado, la figura revolucionaria quemada en su propio fuego, inmortalizada en plena juventud. Del otro, el que siguió gobernando, haciendo política, construyendo una Nación. Cimentando el estado benefactor más expandido de América del Sur o el estado socialista que desafió a la mayor potencia de la historia universal, a tiro de cañón del Imperio.
“El Viejo” y Fidel llegaron a la ancianidad, mostraron cuerpos falibles y achaques. Incurrieron en errores y contradicciones, cómo no. Y también se valieron del fuego de los héroes invictos para construir países mejores que los que encontraron, para encumbrar a clases sociales desposeídas, para honrar esos legados que también desairaron en algunos recodos del camino.
Los héroes vivieron poco, los estadistas tuvieron un recorrido extenso, raigal, aunque no exento de frenazos.
Los usos de Evita fueron innumerables, aún dentro del propio peronismo.
“Si Evita viviera/sería montonera”, coreaban los jóvenes de la JP setentista, haciendo suya su identidad contra otros sectores del movimiento, eventualmente contra el mismo Perón. En aquel 1º de mayo en que el hombre los enfrentó en la Plaza de Mayo surgió una consigna, casi olvidada, allende su expresividad: “Evita, Evita/Perón te necesita”. El Líder, diagnosticaban, había perdido el rumbo.
“Se siente/se siente/Evita está presente”, entonaron tantos, con títulos dignos para valerse de su memoria o sin ellos. Isabel Perón vociferaba esas estrofas, cuando no era sino una parodia o algo peor.
No le hace: ni las malversaciones ni la ópera rock ni la estetización a veces comercial obturan el sitio que se ganó, con prepotencia de trabajo, de pasión y de entrega.
La mínima tradición familiar del cronista, narrada por sus viejos, evoca la noche en que Evita pasó a la inmortalidad. Los padres habían ido al cine, con una pareja de amigos, antiperonistas como ellos. Se suspendió la función, volvieron a su casa a tomar un café con masas. Encontraron a su hijo de tres años llorando a mares. Tuvo que pasar un tiempito para que asumieran que hacía suyo el dolor de la empleada doméstica, que había escuchado la radio. La anécdota sólo vale porque no fue una rareza, sino esa suerte de parábolas que suele prodigar la realidad. Ernesto Sabato contó algo parecido en uno de sus variados ejercicios introspectivos que ensayó sobre el primer peronismo. El ex canciller Rafael Bielsa tuvo un recuerdo similar unos años ha.
Años después, el cronista entre tantos de su edad y su clase social recogió ese nombre y lo llevó como bandera.
Se sigue debatiendo si aquel peronismo fue clasista, plebeyo o conciliador, si hizo la audaz reforma posible (a trompicones, con claroscuros) o si se trató de un gatopardismo o un bonapartismo… El rol de Eva, consagrado por los suyos o por quienes la enfrentaron, supera el entredicho. Fue la Abanderada de los Humildes, no porque ella lo proclamara, sino porque la ungieron.
Ayer mismo, a seis décadas vista conmovían los recuerdos de los oyentes de las radios. Remembranzas propias, reflejos de lo que contaron los mayores. En Radio Nacional se dejaron oír la hija de un dirigente radical de esa etapa que le dijo que esas eran horas de duelo porque “nuestros enemigos son los conservadores”. O de otra mujer, cuya madre hizo el plantón en el adolorido e interminable velorio aunque no era peronista y que le dejó como enseñanza “amar a Evita y odiar a los curas”. Y, claro, la pléyade de los que definieron una identidad política a partir de las realizaciones y el potencial simbólico de esa fuerza que irrumpió en la historia sin pedir permiso. Como los que el 17 de octubre se adueñaron de la Plaza que posiblemente no habían pisado nunca antes. O como esa mujer, que eligió ser Evita y se hizo cargo de los deberes y de las consecuencias.
Sesenta años, simplificando, son dos generaciones. Una se crió en la reinstalación democrática, un cambio cualitativo deseable que torna más remoto el pasado y resignifica épicas o épocas irrepetibles. Nada hay de nocivo en eso: la alternancia, la convivencia, el fluir de las instituciones, el ritmo más cansino de la etapa imponen sus reglas y sus matices.
Sin renegar de ese escenario, es válido y necesario que las instituciones honren a quienes fueron líderes populares de distintas banderías. Hay quien pregona que hay que esperar un remoto e imposible veredicto histórico, una suerte de referato indubitable que jamás llegará. Como Yrigoyen, Perón, Raúl Alfonsín o Néstor Kirchner los homenajes deben llegar pronto, aunque no haya unanimidad. Máxime en una era signada por lo inmediato, por una relación diferente con el tiempo, con una urgencia que es vano rechazar porque viene con el paquete.
Son bienvenidos, entonces, las calles o los billetes o los retratos enormes en la Avenida 9 de Julio. De cualquier forma, imagina subjetivamente el cronista, Evita no se deja encasillar del todo en esos formatos institucionales. Al fin y al cabo, jamás tuvo un cargo aunque pudo ser vicepresidenta si el encono de sus enemigos no se hubiera hecho valer.
Pero tal vez, malogrado el valorable esfuerzo de historiadores, escritores de ficción o ensayistas, cineastas o dramaturgos, nadie haya podido pintarla como Leonardo Favio. Una escena de Sinfonía de un sentimiento la muestra con una multitud de españoles que la ovacionan durante su famosa gira. Son todos menudos, flaquitos, como tantos que migraron para acá. Eva –hermosa, con el pelo al viento, ataviada con un tapado presumiblemente caro (horror)– los saluda o arropa, moviendo sus brazos como alas. Nadie como Favio para cifrar a ese peronismo y a Evita. En parte, porque su genio es único. Y en parte, tal vez, porque para desesperación de académicos, relatores cartesianos o cronistas bien intencionados, sea imposible retratarla bien sin haberla amado o amarla.
*Publicado en Página2
Para no estar tan solo
Pablo Ramos
Tal vez yo, que estuve con los trotskos del PO y fui parte del grupo de muchachos que fundaron el local de Avellaneda (allá por los últimos años de la dictadura), me haya vuelto peronista no sólo para seguir el mandato de mi padre y mi padrino, sino para sentir que ya no estaba más solo.
Y se trata un poco del famoso poema de Muhammad Ali, ¿recuerdan? Ese que compuso oralmente, frente al desafío de un estudiante blanco en una universidad blanca, luego de salir de la cárcel por negarse a ser carne de cañón en Vietnam. Salió sin nada (ni siquiera le habían dejaron la licencia para poder boxear) pero salió más entero de lo que había entrado. Y tengan en cuenta que había entrado bien entero. Lo que no te mata te fortalece, dicen las abuelas, y habrá de ser.
Entonces, para entender, y luego para dar a entender de dónde viene mi peronismo, les voy a contar dos historias. Una que tiene como protagonista a mi padre, y otra a mi querida hermanita, que murió el reciente diciembre del nefasto año pasado.
Campeón del amor
Mi padre tendría ocho o nueve años cuando, para la semana de reyes del año 50 o del 51, una caravana presidida por Eva Perón se detuvo en la esquina de Av. Mitre y Salta, justo debajo del viaducto de Sarandí. Cualquier persona que provenga de una familia de trabajadores, y recuerde sus sentimientos de niño, sabe cuál es el juguete más preciado y más difícil de meter en los zapatos de los reyes obreros, por más pastito y agua que se les ponga. Ese juguete es la bicicleta. Me contó mi padre que, abriéndose paso entre la multitud de piernas y los niños alzados que trataban de llegar al camión de bomberos acondicionado especialmente para Evita, repetía una frase como un rezo: “una bicicleta, señora, una bicicleta”. Al ver que se le hacía imposible llegar, y ante el miedo de que la caravana se pusiera en movimiento nuevamente, mi padre empezó a agitar las manos. Y ella, que había nacido para mirar lo que pocos quieren ver, lo señaló a él, a mi padre.
–Sentí, a mí me señaló, ¿entendés?
Claro que lo entendí. Como Caruso señaló a Fitzcarraldo, en la película Fitzcarraldo. Y aunque no se lo dije a mi papá, ahora se lo digo a ustedes: él habrá sentido lo mismo. Y fue entonces que bajó un muchacho (un ropero, dijo mi padre), uno de esos de la CGT que siempre la acompañaban a ella, lo alzó y lo llevó al encuentro del hada de los pobres.
–Una bicicleta, señora –dijo mi padre–. Para mí y para mis hermanos.
Ella lo miró con ternura. Y lo que me contó mi padre, que no puedo reproducir porque tal vez no sea lo suficientemente escritor para hacerlo, es la diferencia entre esa ternura y la lástima. La exacta diferencia existe entre sentir al otro ajeno o al otro propio. Y acá entra el poema: “Me: We” fue lo que dijo Muhammad Ali en esa universidad blanca del sur de los Estados Unidos. Pero Evita se había quedado sin bicicletas. Y se lo dijo al niño que era mi padre, a la vez que levantó en sus manos un par de patines nuevos.
–No me quedan más bicicletas, negrito –le dijo–. Salime campeón con esto.
Lo impresionante de la historia es que mi papá, que nunca había soñado en andar en patines, salió campeón en los torneos Evita de ese mismo año, seis meses después de esa caravana y de ese deseo casi cumplido. Y ganó la medalla que encontré este fin de año y que es la foto que aquí les mando. Tiempo después, unos años antes de que mi padre muriera, cuando me contó esta historia, le pregunté cómo es que en tan poco tiempo había aprendido a patinar y había salido campeón. Mi padre respondió algo que, creo yo, era la esencia de su peronismo.
–No sé. Me lo había pedido ella.
Los que están rotos
La historia de mi hermana tiene que ver con un día del niño y una fábrica de alfajores muy famosa de la ciudad de Avellaneda. El dueño de esa fábrica me lo contó hace unas pocas semanas (todavía me causa escozor escribir la frase “en el velatorio de ella”).
Resulta que mi hermana presidía un club llamado “Brisas del Plata”. El club que antes había presidido mi padre, en el cual nos criamos sanamente todos los pibes del viaducto. Un club que estuvo a punto de desaparecer en cada etapa neoliberal que atravesó el país y que, como tantos otros clubes de Avellaneda, fue recuperado por un gobierno peronista. Mi hermana era una persona muy importante para su comunidad, para su barrio, para los chicos de su barrio. Su barrio es mi barrio.
Y resulta que todos los días del niño, todos los reyes y todos los 17 de Octubre se encargaba de organizar chocolates, meriendas, juegos, proyecciones de películas y todo tipo de actividad, para entretener a los chicos y darles un momento de felicidad, tratando de formar esa conciencia, esa idea casi nunca expresada en palabras, que es la esencia del ser peronista. La idea de que el yo tiene que convertirse en nosotros. Y para esos festejos Verónica preparaba todo, y lo hacía a plena voluntad de locomotora. Cortaba la calle sin pedir permiso en la municipalidad, alquilaba caminatas lunares o castillos inflables con plata de su propio sueldo, mangueaba leche, pan, dulce, juguetes de manera a veces prepotente a los comercios del barrio. La prepotencia de mi hermana era una prepotencia del amor. No apretaba a la gente, más vale, sino que los ponía con pocas palabras en una chicana moral, y la única manera de salir era donando algo. Y acá viene lo que me contó el dueño de la fábrica de alfajores, abajo, en las puertas del velatorio, en un momento en el cual yo no me animaba a entrar a ver todo eso que estaba en un cajón y que se me hacía imposible pensar que podía estar ahí adentro.
–Hay una cosa que aprendí de tu hermana. Te lo quería decir a vos, que sos escritor. La primera vez que ella vino a pedirme alfajores, para un día del niño, me acuerdo que la hice esperar bastante. No a propósito, sabés. Sino porque estaba enquilombado de cosas. Quilombo con el sindicato, ya sabés lo que es tener una empresa.
Yo lo sabía, había tenido varias empresas, pero no le dije nada.
–Cuando tu hermana me contó cuántos chicos eran, más de cien, a los que al menos le tenía que sumar un adulto que los acompañaba, le dije que no había problema, que había muchas cajas de alfajores rotos o mal envueltos. Que podía llevárselos todos. Ella se me quedó mirando y no dijo nada. Me miró con esa cara que miraba, ya sabés.
Yo sabía, seria le iba a decir, pero no le dije nada.
–¿Necesitás algo más? le dije. “Necesito los alfajores sanos” –dijo tu hermana–. “Rotos ya tengo a los pibes”. Y por supuesto que no solo se los di, sino que también senté un precedente para que viniera por alfajores todos los años.
Ya no va a venir más, pensé. Pero no le dije nada.
–Ya no va a venir más –dijo él–, y se fue.
Igualmente los pibes de mi barrio pueden quedarse tranquilos por dos cosas. Mi hermana dejó hijos y sobrinos que siguen el mismo camino. Me dejó también a mí, que trato de seguir ese camino. Y mucho más importante que a mí, a mi cuñado Juan José, el Pirri. Y si sueñan con una bicicleta, y no se la pueden comprar, le mandan una carta al intendente de Avellaneda y el sueño obrero se va a hacer realidad. Como allá, en el 50 o 51, un año antes de que muriera Evita, la primera mujer que nos mostró la diferencia entre decir Yo y sentir Nosotros.
*Publicado en Págin12
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La persistencia de la mujer mito: seis autores reflexionan sobre Eva Perón
Felipe Pigna: Lo imborrable de la historia
Desde su muerte se ha escrito mucho sobre Eva Perón. No pocos autores se han dedicado a subestimarla, a estudiarla como un fenómeno folklórico, como ocurre con las tradiciones y los mitos populares. Porque la historia del poder tiene una especie de fascinación por convertir a los protagonistas del lado popular de la historia en “mitos”, desvalorizándolos y arrojando desde ese rótulo sospechas sobre sus verdaderas ideas y acciones. No ocurre lo mismo, para dar un solo ejemplo, con el general de La Nación, Bartolomé Mitre, general mítico que no ganó en su vida una sola batalla. Pero, más allá y por encima de la voluntad de sus enemigos, Evita fue un sujeto político y compartió con Perón el liderazgo carismático del peronismo, demostró una gran capacidad de conducción y construcción política, llegando a manejar dos de las tres ramas del movimiento: la femenina y la sindical. A esta influencia decisiva se sumó su tarea social en la fundación, que la ubicó definitivamente en los sentimientos y en las razones de sus descamisados, llegando con su obra y también con su proselitismo hasta los últimos rincones del país.
Contra ese poder innovador y disruptivo construido por Evita con el imprescindible aval de Perón, fue que se alzaron las voces de sus enemigos más peligrosos, que le dejaban al resto de los opositores las críticas por su pasado de actriz, sus modos, su lujosa vestimenta y su “insolencia”. Advertían el peligro que para sus intereses representaba “esa mujer” que no se detenía ante nada y no confiaban en que Perón pudiera convertirse en su barrera de contención en la medida en que le fuera útil a su proyecto político y no intentara volar más alto que él.
La historia liberal clásica, devenida últimamente en la autodenominada “historia social”, ni siquiera hace el esfuerzo por comprender históricamente al peronismo, sino que lo estudia como un “fenómeno” al que intenta escamotear o disimular en sus libros como parte del proceso de los “populismos latinoamericanos”. Comprender no quiere decir justificar, sino exactamente entender la complejidad de un período que cambió la historia y atravesó la producción política contemporánea. Se parte en esos textos de una ajenidad aparentemente dada por la pertenencia al campo intelectual y a partir de allí se procede a juzgar aquel proceso como una anormalidad institucional y social. En cambio, a las etapas anteriores se las estudia indulgentemente desde la perspectiva de la historia institucional, pasando por alto el fraude, la miseria, la marginación y la represión de esos períodos modélicos que se rescatan acríticamente; así ocurre con la Argentina de 1910, puesta como ejemplo de épocas añoradas durante los debates del bicentenario por los más eminentes representantes actuales de la llamada “historia social”. Esa indulgencia con el modelo liberal agroexportador triunfante en 1910, que excluía, según las estadísticas oficiales, a más de la mitad de la población, que vivía en la miseria, se vuelve aguda crítica frente al peronismo y sus protagonistas en general y a Eva Perón en particular. Se la ve, en el mejor de los casos, como un emergente, como un producto de Perón, fanatizado e incapaz de producir política.
Se hace imprescindible tratar a Evita como a un sujeto político y han aparecido algunas obras, elogiosas o críticas de su trayectoria, en las que ya aparece algo fundamental: el protagonismo político de Evita, su capacidad de conducción y de elaboración política, la mayoría de las veces complementaria de la de Perón, pero a veces voluntariamente y otras involuntariamente, en competencia con el líder.
El odio de sus encarnizados enemigos la sobrevivió. Dinamitaron el lugar donde murió para evitar que se convirtiera en un sitio de culto, prohibieron su foto, su nombre y su voz, pasaron con sus tanques por las casitas de la Ciudad Infantil hasta convertirla en ruinas, abandonaron la construcción del hospital de niños más grande de América porque llevaría su nombre, echaron a los ancianos de los hogares modelo, quemaron hasta las frazadas de la fundación, destrozaron pulmotores porque tenían el escudo con su cara, secuestraron e hicieron desaparecer su cuerpo por 16 años. Pero como sospechaban los autores de tanta barbarie, todo fue inútil.
* Historiador, autor de Evita. Jirones de su vida.
Milagro Sala: Nos marca el camino
La figura de Evita se acrecienta con el tiempo y se convierte en un símbolo para aquellos a los que nos preocupa la situación social, económica y existencial de los sectores más pobres y necesitados de nuestra sociedad.
En este mundo globalizado donde las corporaciones financieras dirigen la economía de los gobiernos de los países más importantes del planeta y el valor central son los bancos y el dinero, una figura como la de Evita –que privilegia al ser humano y, en particular, a los seres humanos menos favorecidos como son los niños y los ancianos– llega a tener una trascendencia tan extraordinaria que es difícil de imaginar.
Porque hoy los bancos se han convertido en templos donde sus fieles devotos son los operadores de Bolsa que dictan las leyes de un mercado convertido en un dios que domina al mundo.
Nunca antes la humanidad tuvo que soportar un desprecio tan absoluto de valores como la bondad, el amor, la compasión, la solidaridad, el afecto, el respeto hacia los abuelos, la belleza del dar sin recibir… sólo el dinero parece ser lo importante para esos constructores de la sociedad deshumanizada, cruel y egoísta que vivimos.
El sentido de la vida es un misterio que vive en el corazón del ser humano. Y ese corazón puede latir en plenitud sólo cuando se ha conseguido solucionar las necesidades básicas materiales y espirituales para todos. Evita hizo ese esfuerzo y lo pagó con su vida.
Nosotros, desde la Tupac Amaru, tratamos de continuar ese camino con su ejemplo y tenemos muy en claro que debemos hacer un esfuerzo cotidiano con fuerza, con imaginación pero también con alegría de vivir, incluyendo a todos y sin olvidar a nuestros hermanos de los pueblos originarios cuya espiritualidad y ceremonias tenemos muy presente en todas las actividades.
Las alegorías de la Tupac Amaru se complementan con las figuras del Che Guevara y con el gran patriota indígena latinoamericano José Gabriel Condorcanqui, Tupac Amaru II, precursor de todos los alzamientos posteriores que lograron la independencia de la colonización española en el subcontinente andino y en cuya memoria dimos el nombre a nuestra organización barrial.
Sobre Tupac se puede decir también que es el hombre que, en su rebeldía en contra de la explotación y la discriminación de nuestros pueblos, se hizo cargo de la visión indígena, de la cultura de los pueblos originarios, del Abia Yala precolombino en acción, cuya genética nos toca. Porque antes de la llegada de los españoles nosotros gozábamos de un inmenso territorio que no estaba dividido en países ni en fronteras cerradas. Un territorio cuyos habitantes respetaban la tierra, el agua, el aire y el fuego y que, mucho antes del invento de la ecología, protegían sus recursos naturales a los que consideraban sagrados.
En cuanto al Che rescatamos su lucha inclaudicable, su militancia, su visión revolucionaria y en particular una frase: “Hay que ser duros, sin perder la ternura jamás”. Es de todos conocido el espíritu del Che y su empecinamiento en lograr la liberación de Latinoamérica. Al igual que Evita, dejó su vida en el camino. Puede discutirse su metodología de lucha –que no compartimos–, pero no se puede discutir que en su mente, la justicia social, la extinción de la pobreza y de la indigencia del ser humano eran un valor principal.
Para nosotros, entonces, esas tres figuras representan lo mejor y lo más puro de la lucha del futuro y en su síntesis estamos uniendo el sentido y la satisfacción de las necesidades insatisfechas más profundas de los habitantes la tierra latinoamericana.
Hoy, día en el que se conmemora la muerte de Evita, le rendimos homenaje una vez más, como hacemos todos los días replicando su ejemplo.
* Organización Barrial Tupac Amaru, presa política cdel gobierno de Mauricio Macri
Horacio González: El emplazamiento
Es nuestro misterio embalsamado. Cuando algo toma la forma absoluta del ritual, la manera ya consumada del mármol, parecería que el pensamiento es conminado a una obligatoria eternidad. Pero aunque ninguna cultura se pensó eterna, todas han deseado inventar sus materiales para la perduración. En un recordable libro de Octavio Paz se dice que sobre el teocali de las viejas culturas se levantaron iglesias de otros credos y ello seguiría siendo así, precisamente porque los lugares de emplazamiento no cambian.
Siempre es el mismo sitio, la misma piedra, el mismo cimiento que, aun creyéndose fundador, se sobrepone al cimiento anterior. La cultura social argentina quizá tiene en Evita, y en la aparente facilidad para pronunciar su nombre, el signo de que lo perdurable no es otra cosa que la búsqueda de una explicación para la angustia de no saber que estaba antes o lo que se emplazará después. Evita es un punto de encuentro de muchísimas sensibilidades, cada una con su materia, la arcilla, el bronce, el fonógrafo con su voz última, sus escritos espectrales que arrastran tantas otras autorías invisibles –lo que al padre Benítez, su confesor, no le convencía; un confesor busca la voz originaria temblorosa, genuina–, y algunas imágenes del cine argentino que se superponen en una extraña fusión –la máxima posible– con la historia nacional.
Se la estudió a Evita de muchas maneras, con las cualidades propias de un mito, cuáles son las de la fijeza de una agonía y la posibilidad de correrlo aquí y allá hacia múltiples paisajes. En las villas de los pobres, los salones abastecidos, el palco dictaminador, en la entraña de la enfermedad calcinante, en el voto en su extenuado camastro con un joven Viñas actuando de fiscal electoral, en la escena de renuncia extrema, en un cementerio italiano con el nombre de una señora De Magistris, el primer piso de la residencia de Madrid, donde vivía un Perón que bajo ese ataúd tejía y destejía los nudos arácnidos de la política nacional, y también asomada como ausencia desesperante en un gran cuento de Walsh, como una limítrofe forma del habitar en otro cuento de Perlongher, como un motivo de la novelística de grandes públicos, como en la Santa Evita de Tomás Eloy Martínez y antes, en las especulaciones de los existencialistas argentinos sobre la potencia de la bastardía.
Se le atribuyeron santidades, látigos, furias y dulzuras. Yace en el lugar o en el momento liminar en que la política debe elegir su tabla elemental de sentimientos. Hernán Benítez, ya citado, pensaba en una Evita confesional que no prestara su palabra a escritores sustitutos, folletines encantados y efigies que cubrieran la ciudad. No fue así, y quizás este viejo e interesante cura se equivocaba, porque en la situación de Evita el nombre se convertía en una efigie que circulaba en préstamos sustitutos, en réplicas incesantes y efectos de representación que escapaban del cristianismo social de Estado que él hubiera preferido.
Había en cambio algo más interesante, que asimismo pertenecía al orden de un evangelismo de los marginales, un llanto colectivo que desafiaba los acostumbrados pudores –Martínez Estrada, un gran opositor, lloró ante las imágenes de su sepelio–, una piedad que no inhibía la lengua de la confrontación política, que Evita –con este nombre o el que prefiramos para mencionarla– expuso de esa forma tan recordable, que le permitió llegar a la escisión más escurridiza del ser político –poder decir leales, poder decir traidores–, y también presidir ahora el lento tránsito, crepuscular, de la Avenida 9 de Julio.
* Sociólogo, exdirector de la Biblioteca Nacional.
Mario Goloboff: La textura del texto
¿Qué hace a la grandeza de un texto en la vasta historia literaria occidental? ¿Qué a la de las grandes obras del siglo XX? ¿A Ulises, En busca del tiempo perdido, La conciencia de Zeno, La montaña mágica, El castillo, El hombre sin atributos, los relatos de William Faulkner, los de Jorge Luis Borges, el cuento “El Aleph” o “El sur” (“que es acaso mi mejor cuento…”)? ¿Puede que sólo el motivo, lo que acostumbra llamarse “el tema”?
Difícilmente, ya que si los hechos o la figura, por ejemplo, son demasiado importantes su tratamiento suele devenir imposible: no conozco ningún texto de creación que esté a la altura de César Augusto Sandino o del Che Guevara; sobre Buenaventura Durruti dijo alguna vez Ilya Ehrenburg que era un ser tan inmenso que jamás podría dar lugar a una buena novela, cosa que, hasta hoy, se ha cumplido. ¿Qué ha hecho, entonces, a la grandeza de “Esa mujer”, este gran texto de Rodolfo Walsh?
Si no puede ser sólo el motivo, lo que parece evidente en general lo es también en particular, ya que la personalidad o la memoria de Evita han provocado numerosos textos de creación, y es cierto que allí están, pugnantes, presentes, siempre vivos, los de Tomás Eloy Martínez, los de David Viñas, José Pablo Feinmann, Eduardo Mignogna, Copi, Néstor Perlongher, Osvaldo y Leónidas Lamborghini… aunque nunca tan redondos, tan perfectos en su hechura como “Esa mujer”. Parece dudoso igualmente que se trate de su actualidad o temporalidad o contemporaneidad o efecto. Tampoco del peso de la firma, porque, como se ve, la acompañan otras no menos prestigiosas. El secreto debe estar, pues, en otro lado, en ese otro lugar de la literatura que nunca se explora dentro de la maraña de lo anecdótico, sobre todo cuando hay fuertes referentes de tipo político, social, ambiental, doméstico. En ese otro espacio que es la textura del texto, y que, aquí, va desde el evasivo título hasta el evasivo final; en esa materia plástica, ambigua de la escritura, residiría tal vez el secreto de su perfección…
Lo que llamo “evasivo título” puede, en efecto, explorarse: el pronombre-adjetivo demostrativo (en clara función adjetiva) se justifica gramaticalmente cuando se refiere a objeto o persona que está más cerca de quien escucha que de quien habla. ¿Cómo es esto? ¿La persona de quien el autor habla estaba más cerca del coronel que del periodista? ¿A quién le habla, entonces, ese título: al coronel, a un lector anónimo y desconocido, a un lector interior? Y por qué el distante “esa” y no “esta” o “aquella”, mucho más evocativo, tal vez más poético? ¿Por el matiz algo peyorativo del “esa”? “Ella no significa nada para mí…”, se dice al principio del cuento. ¿Qué guiño nos hace el narrador? El título, por otra parte, está anticipando lo que será casi genético en el relato, algo muy cercano a la figura retórica de la elusión: no se nombra al personaje que es central en esta historia; por miedo, superstición u odio nadie se anima “a tenerla en boca”, su nombre no aparece jamás en el texto: ni Eva, ni Perón, ni Duarte, ni Evita: completamente eludido, ausente.
Cuento, así, antológico, no por la importancia del motivo tácito –el hurto y ocultamiento del cadáver de Eva Perón–, sino por la maestría del narrar. Reúne los componentes del policial, del de intriga y suspense, del emotivo y social, del político. Reúne los caracteres del género testimonial, de denuncia, y el del reportaje supuestamente objetivo. Reúne también las cualidades de Rodolfo Walsh: parece una concentración de todas sus vertientes literarias y productivas, que vienen de lejos y van más allá del solamente consagrarlo como periodista comprometido –que, claro, lo fue–, militante crítico y lúcido –que también lo fue–, pertinaz e indoblegable –que quién negaría que lo fue–.
Pero, en el relato, se condensa el trabajo de un escritor, como lo subrayaba en su comentario el propio Walsh: “El cuento titulado ‘Esa mujer’ se refiere, desde luego, a un episodio histórico que todos en la Argentina recuerdan. La conversación que reproduce es, en lo esencial, verdadera /…/ Comencé a escribir ‘Esa mujer’ en 1961, la terminé en 1964, pero no tardé tres años, sino dos días: un día de 1961, un día de 1964. No he descubierto las leyes que hacen que ciertos temas se resistan durante lustros enteros a muchos cambios de enfoque y de técnica, mientras que otros se escriben casi solos”.
Un periodista investiga el itinerario de aquel cuerpo, especialmente en el tiempo que va desde el golpe del ’55 hasta su destino en un cementerio religioso italiano. Y lo hace entrevistando a quien de toda evidencia (en la enunciación del relato) fue uno de sus últimos captores o encomendados del mismo: “Día por medio llueve en un jardín donde todo se pudre, las rosas, el pino, el cinturón franciscano /…/ ¡La enterré parada, como Facundo, porque era un macho!”. El diálogo es así de tenso, huidizo, sobreentendido, y el entrevistado se muestra narcisista, delirante, cambiante, culposo pero no del todo, ya que se dice portador y salvador de un símbolo, de un mensaje histórico. Real o fingido, el diálogo no puede ser más literario y hasta cinematográfico: hay luces plateadas que se reflejan en ese décimo piso, hay titubeos de la escena, alcohol de por medio, ironías y desconciertos del entrevistador; la historia misma, con toda su contundencia, parece deshacerse entre los dedos. Y hay más de una emblemática y ambigua revelación, para los personajes y para el lector.
A mediados de los ’60, uno de los mayores críticos literarios que dio América latina, el uruguayo Angel Rama, saludaba la existencia entre nosotros de un potente y original escritor, Rodolfo Walsh. En el célebre semanario Marcha, en nota cuyo título podría signar hasta hoy la vida y la obra del autor (“Walsh en el tiempo del desprecio”), destacaba los orígenes literarios de su conciencia crítica. Porque se trató siempre de una inteligencia finísima y de un lector perspicaz, y se ven en sus textos trazas de tales lecturas. Tempranamente pensó sobre ellas: “Dos mil quinientos años de literatura policial” (La Nación, 14/2/1954), “¡Vuelve Sherlock Holmes!”, “El genio del anónimo” y “Un estremecimiento, por favor” (Leoplán: 20/5/1953, 3/2/1954 y 18/5/1955). En el primero aparecen mencionados Las Mil y Una Noches, la Gesta Romanorum, el Roman de Renard, los Canterbury Tales, el Decameron, el Popol Vuh, el Zadig…
Así, entre las numerosas enseñanzas que nos dejó Rodolfo Walsh quizá se pueda rescatar ésta, acaso mínima aunque nada desechable: para llegar a la defensa y apoyo de las más nobles causas humanas hay muchos caminos; el de la frecuentación de la gran literatura sería uno de ellos, y no el peor.
* Escritor, docente universitario.
Francisco Cafiero: La razón de la militancia
Sólo muere aquello que se olvida. Hoy se cumplen sesenta años sin Evita y las huellas que dejó siguen siendo inspiración para las luchas por las ideas, la causa por la justicia social, la lealtad, la fe y hasta por la literatura, el arte y la música.
Valorar lo ocurrido es un ejercicio que implica apreciar en perspectiva la actualidad y pensar en proyección el mañana. En tal sentido, escribir sobre Evita es un desafío apasionante. Su legado es historia, presente y futuro. Su irrupción en la vida política argentina marcó una bisagra cuyas transformaciones continúan profundizándose. Evita fue una mujer distinta, un talento único y genuino, cuyo paradigma tiene alcance universal. Fue vanguardista y revolucionaria, incorporó la pasión y el sacrificio como valores políticos, y además interpretó mejor que nadie aquella verdad peronista: “En esta tierra lo mejor que tenemos es el pueblo”. En apenas siete años sacó a millones de argentinos de la pobreza brindándoles dignidad e igualdad de condiciones; llevó alegría a cientos de miles de niños y ancianos, engrandeció a las mujeres y dio amparo con especial afán a todos los trabajadores en una Patria liberada.
Su legado sigue vigente y se proyecta en los albores del siglo XXI. Vuelve y es millones, porque es posible pensar que está presente mediante la Asignación Universal por Hijo, la creación de cinco millones de puestos de empleo, en los 105 nietos recuperados, en la entrega de netbooks a estudiantes y docentes de colegios secundarios que achica la brecha digital, en el 6,47 por ciento del PBI invertido en la educación, y en el progresivo incremento de los haberes jubilatorios, en la ley de medios, en las paritarias colectivas y en las leyes de igualdad de género, las que penalizan la trata de personas y la que posibilita el matrimonio igualitario.
Evita es una guía permanente para todos aquellos que sentimos y abrazamos con militancia la causa nacional y popular. E incluso para las nuevas generaciones que asumimos con vocación nuestra participación en el peronismo, y la aceptamos como forma de vida; Evita despierta ese indescifrable sentimiento de militar con alegría, tal como alguna vez dijo: “Si este pueblo me pidiese la vida se la daría cantando, porque la felicidad de un solo descamisado vale más que toda mi vida”.
Desde muy chico, no sé si por anécdotas que en mi familia se contaban, su figura me genera una emoción que me cuesta expresar en palabras. No en vano es que el peronismo no se explica, se siente. Por eso su legado se intensifica en el tiempo y seguirá siendo el faro que ilumina el camino de mi compromiso político.
* Militante y referente de Peronismo 2020.
Sergio Wischñevsky: Un fenómeno político
Algunos se sorprenderán, para otros será una obviedad, pero el caso es que la historiografía académica aún no ha abordado en profundidad el estudio de Eva Duarte de Perón. Esa tarea está pendiente sesenta años después de su muerte y, si bien eso nos habla con bastante precisión de nuestro mundo académico, no deja de ser evidente que también nos habla de Evita. No de la mujer poderosa, apasionada, enamorada, sino del fenómeno político que encarna. La dirigente política que estuvo a la altura, cuerpo a cuerpo del principal político argentino del siglo XX. Y lo hizo cuando aún no tenía ella misma derecho al voto. Pareciera que sigue siendo difícil hablar de ella con el desapasionamiento propio de quien intenta entender un suceso, sigue siendo incómodo hablar y pensarla sin tomar partido. Como si la discusión aún no hubiera terminado.
Como dice la historiadora Carolina Barry: “…hay una de entre las asignaturas que todavía quedan pendientes, que es un debate profundo sobre Eva Perón. Los problemas que suscitan los estudios acerca del peronismo se multiplican cuando nombramos la palabra mágica “Evita…, hay un personaje cuyo papel ha sido por demás menospreciado por la historiografía académica, que es el que jugó Eva Perón dentro del peronismo”.
El riesgo con Evita es hablar de ella y no decir nada. Las batallas nuestras de cada día ya no la incluyen. Al menos no lo hacen en forma abierta. Se tiende sobre ella el manto de piedad y aceptación que da la comodidad de convertirla en un mito, en un bronce que ya no lastima. Y sobre el que pareciera que no hay nada nuevo que decir. Cuesta arrancarla del marco de amores y odios que rodearon su figura durante tanto tiempo. Escenas de amor popular que emocionan y asombrarse del odio que podía despertar en intelectuales de fuste como Ezequiel Martínez Estrada, que en 1956 decía perdiendo la línea: “Era ella una sublimación de lo torpe, ruin, abyecto, infame, vengativo, ofidio, y el pueblo vio que encarnaba los atributos de los dioses infernales”.
Tanto como Santa Evita o como atributo de los dioses infernales parece evidente que lo difícil era verla como una dirigente política humana muy humana.
La potencia de sus rasgos personales ha hecho sucumbir a muchos de sus biógrafos. Aunque con contadas excepciones, su presencia ha quedado opacada por el énfasis puesto en describir características propias de su personalidad, su origen, su profesión de actriz, sus supuestas conductas amorales, sus posibles resentimientos sociales, más que en los logros concretos que ella habría conseguido.
Juan Domingo Perón afirmó en una oportunidad que él había inventado a Evita. El tema nos excede, pero si uno se fija en su “segunda creación” Isabel Martínez… se puede dudar con todo derecho de la afirmación. Más bien se podría explorar la hipótesis que va por la línea de pensar que Eva Duarte ha sido una gran autora del peronismo. Esa pareja unida en la pasión por la política se potenció en la unión de dos liderazgos.
Todo líder, todo poder carismático tiene un componente de creación popular. Este es el aspecto que por lo general se deja de lado. Se centra la mirada en la figura y allí se buscan los rasgos personales que explican el fenómeno. Pero el terreno fértil y la deuda están en indagar en qué medida Evita es una creación del pueblo argentino.
“Ustedes recogerán mi nombre y lo llevarán como bandera a la victoria”, “Mi único heredero es el pueblo”, “Volveré y seré millones” son frases que tienen inscripta una marca de origen. No hablan de institucionalidad, no presentan un programa político, no hay descripción de obras hechas. Hay un saber tácito, un entendimiento cuya clave se devela como un sortilegio con solo decir la palabra Evita. Como sabiendo que del universo múltiple de sentidos que Perón hábilmente superpuso en el movimiento, ella representa un recorte más preciso. Invocar su nombre remite sin ambigüedad a la energía femenina, a los derechos civiles y a la justicia social.
Su vida fugaz, novelesca, nacida en las profundidades de la pampa popular, poseída por un sueño que la lleva primero a las tapas de revistas, luego a la radio y en su imparable periplo el destino la ubica en la cúspide del poder. ¿Quién puede resistir la fascinante atracción de esta historia? De inmediato se pone a luchar por el derecho al voto femenino. Engarza y representa como nadie los derechos sociales. Se convierte en “abanderada de los humildes” porque consigue logros concretos, porque se mezcla con ellos, porque es realmente parte de ellos abrigada en sus tapados de piel que no oculta sino que luce orgullosa. No ocupa cargos y encuentra su lugar para ser más ejecutiva que nadie.
Y para un final a todo dramatismo se enferma cuando era la indiscutible candidata a la vicepresidencia y muere joven, bella, sin corromperse, sin que el mito se desgaste frente a la mirada triste de un pueblo que la despide envuelto en un dolor indescriptible. Por último vendrá la historia increíble del trajinar de su cuerpo embalsamado. Si fuera literatura sería exagerado. Pero es historia argentina.
* Historiador, Universidad de Buenos Aires.
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Si Evita viviera: ¿Sería feminista?
Estela Díaz
«Fueron solamente siete años en la vida política y pasó a la inmortalidad. Hay un antes y un después para las mujeres a partir de la emergencia de Eva como líder popular. Es una figura bisagra. Ella inaugura un período de creciente presencia de las mujeres en la vida pública y en la política.»
Si entendemos al feminismo como un movimiento social por la emancipación de las mujeres, podemos afirmar que si Evita viviera sería feminista. Evita fue una feminista práctica, empírica, intuitiva. Con una potencia plebeya, revulsiva para sus contemporáneos, que signa su historia y la actualidad de su legado.
No faltará quien diga que es una afirmación inaceptable. Que puede comprobarlo desde algunas definiciones en sus escritos de rechazo al feminismo. Incluso los detractores cuentan a su favor con un imaginario que sobredimensionó el enfrentamiento de Evita con las feministas de su tiempo. En verdad, la única referencia explícita que encontramos puede leerse hacia el final de La razón de mi vida (1951), en una cita algo graciosa. Hay una apelación a su juventud y belleza, como algo que la exime de necesitar masculinizarse, ser mala, vieja y fea, como para necesitar ser feminista. También en el mismo libro, sostiene reconocerse en un feminismo distinto al hegemónico en su tiempo. Uno que no reniega de la femeneidad, ni del hogar, ni del complemento con el varón. Declaraciones que requieren leerse en contexto.
Fueron solamente siete años en la vida política y pasó a la inmortalidad. Hay un antes y un después para las mujeres a partir de la emergencia de Eva como líder popular. Es una figura bisagra. Ella inaugura un período de creciente presencia de las mujeres en la vida pública y en la política.
La recordamos especialmente por el voto femenino, pero además construyó al Partido Peronista Femenino (1949) que logró crear más de 3000 unidades básicas en dos años. En la primera elección que votaron las mujeres, el peronismo fue el único partido que llevó candidatas. Se eligieron en 1951, 26 legisladoras nacionales y un centenar de diputadas provinciales en todo el país.
La preocupación por el trabajo de las mujeres, las condiciones de explotación y el reconocimiento del trabajo doméstico, invisible, están presentes en su acción y los textos. Con una gran intuición política, ella reclama la necesidad de pensar la construcción de autonomía económica para las mujeres. Define al hogar como el lugar y destino para las mujeres, pero a la vez también como la cárcel. Un lugar donde no llega el estado y reina el poder del hombre. Faltarán varias décadas para que se desarrollen los estudios feministas sobre economía y trabajo, sin embargo, ya están vigentes estas preocupaciones en Evita.
Llega a poner en cuestión la idea de amor romántico. Para todas, por la opresión que deben soportar en el seno del hogar. Pero en el caso de ella, porque ama incondicionalmente a Perón, pero lo ama a la vez como líder, por su proyecto y como hombre. Ella misma se pregunta si ama más al hombre o al proyecto. Dice no poder separar ambas cosas. Es llamativo que no tuvo hijos y jamás pareció lamentarlo. Más allá de contradicciones propias de un contexto de época, su accionar y liderazgo claramente han sido un ejemplo infinitamente potente y multiplicador.
Ella hacía acción social, desde una perspectiva de derechos. Deploraba la caridad. Pero además en la fundación, ocupaba una parte del día, para recibir a los delegados gremiales. Actuaba como nexo entre el movimiento sindical y Perón. Los descamisados, los obreros, las mujeres son su causa. Apela permanentemente a ellos, nombrándolos, en una enunciación subjetivante. Es llamativo lo poco que usa el masculino como inclusión. Reitera una y otra vez: trabajadores, descamisados, mujeres de mi patria.
Cuando la pensamos, desde estos tiempos de resistencias neoliberales, no podemos dejar de reconocer ciertas continuidades y entramados históricos. Las luchas contra el neoliberalismo fueron fruto estos años del movimiento sindical y de mujeres. Las gigantescas movilizaciones populares, por la defensa de derechos conquistados, e incluso, por la ampliación, pueden ser inscriptas en la tradición de su legado. Si hay un mandato de Evita es ser sujetos protagonistas de la construcción del propio destino y el de la Patria.
Cuando Cristina asume la primera presidencia (2007) cierra su discurso interpelando a sus congéneres. Nos dice saber que le iba a resultar más difícil por ser mujer. Porque así es para las obreras, empresarias o profesionales. Luego cita a Eva, las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. Allí trazó una identificación entre ella y todas las mujeres en esta sociedad patriarcal, porque siempre para nosotras es más difícil. Pero además en una genealogía política de mujeres líderes y emblemas. Varios años después y ya como expresidenta habló de patriarcado y re-significó su visión feminista.
Es más, definió en la histórica sesión del 8 de agosto del año pasado, cuando votó a favor del aborto legal, que el proyecto político debía redefinirse en lo nacional, popular, democrático y feminista. Pero también nos recordó, que su feminismo, está íntimamente ligado en las necesidades del pueblo: “…También deberíamos ser cuidadosos cuando decimos que unos defienden la vida y otros no. Yo defiendo la vida cuando voto en contra de políticas económicas que significan que la gente esté peor. Precarizar derechos es votar contra la vida”
Si Evita viviera…
*Agencia Paco Urondo
DOCUMENTAL
EVITA, LA TUMBA SIN PAZ
Dirección: Tristán Bauer. Investigación y guión: Miguel Bonasso Narrado por Inda Ledesma.
+Dossier editado por el Centro latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)