El panóptico digital

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Facebook es la vitrina del narcisismo humano con sus amistades definidas por algoritmos, por la idolatría de las imágenes, el exhibicionismo patético y el robotismo de los “likes”. Una parodia de la amistad, la comprensión y los sentimientos compartidos. Lo cierto es que no se necesita ser un genio para saber que desde hace mucho tiempo Facebook explota económicamente la privacidad y que es un vehículo de vigilancia al servicio de los aparatos de seguridad.

Una concentración de fotos personales, hábitos, actividades, itinerarios, etc., gratuita y voluntariamente proporcionados en un sistema altamente centralizado, ¡que mejor!. Los servicios de inteligencia no necesitan meter las manos directamente en Facebook porque los archivos son públicos. Según un exagente de la CIA la agencia ha venido usando Facebook desde el 2006 como una herramienta de reclutamiento para servicios clandestinos, entre otras cosas. Lo que es sorprendente es que, a propósito del escándalo de Cambridge Analytica, la gente se sorprenda que otras agencias usen los datos de Facebook para manipular las conductas políticas y consumistas.

A finales del siglo pasado  se vio entusiastamente a la red digital como un ejercicio de libertad y movilidad ilimitada. Hoy día lo menos que uno podría decir es que el entusiasmo inicial fue demasiado prematuro y la libertad que traía ha dado paso al control y vigilancia total. Como dice el filosofo coreano-alemán Byung-Chu Han en lugar del panóptico disciplinario hoy nos encontramos con el panóptico digital que es mucho más eficiente.

Aquí la entrega de datos no ocurre por coacción, sino por una necesidad interna, por un desnudamiento voluntario. La gente sube a la red todo tipo de información sin saber quién, ni qué, ni cuándo, ni en qué lugar se sabe de uno. Un nuevo instrumento psicopolítico que permite lograr un conocimiento integral de la dinámica que acompaña a la sociedad de la comunicación.

Para controlar a la población el Estado ha venido desarrollando aparatos ideológicos mucho más sutiles que la pura fuerza bruta. Uno de los más recientes, según Foucault, ha sido el poder disciplinario o sistema de normas que surge en la sociedad industrial para ajustar el cuerpo a la producción mecánica. Las disciplinas son los métodos que permiten el control minucioso de las operaciones del cuerpo con el fin de garantizar la sujeción constante de sus fuerzas e imponer una relación de docilidad y utilidad.

En otras palabras, un poder normativo compuesto de preceptos y prohibiciones que elimina desviaciones o anomalías y que opera sobre el cuerpo y la mente para crear sujetos obedientes. La fábrica, la cárcel, el colegio, el hospital, el cuartel, la oficina, son los lugares disciplinarios típicos de la sociedad industrial. Dentro de este marco la biopolítica es la que se ocupa de la reproducción, las tasas de natalidad y mortalidad, los niveles de salud y la esperanza de vida que se convierten en objetos de control y regulación.

En el régimen neoliberal estas técnicas son totalmente inadecuadas y no describen lo que actualmente ocurre. La biopolítica, que se sirve de las estadísticas de la población, no tiene acceso a la psique. La demografía no es una psicografía. Y ésta es la diferencia con el Big Data que posibilita la construcción y explotación del psicodrama individual y colectivo. Un conocimiento de dominación que permite intervenir en la psique y condicionarla a un nivel prerreflexivo. Aquí es donde se produce el giro de la biopolítica a la psicopolítica, del disciplinamiento corporal a la optimización mental. El neoliberalismo no se ocupa primariamente de lo biológico, corporal o somático. Su interés está en la psique porque es allí donde encuentra una nueva forma de producción capitalista inmaterial e incorpórea, como son la información y los programas. La psicopolítico, a diferencia de la biopolítica, es capaz de llegar a los procesos psíquicos de manera mucho mas rápida, segura y eficaz.

Según su lema, en el régimen neoliberal el individuo es empresario de sí mismo… ¿realmente? En la práctica, lo que realmente vemos es al individuo que se transforma en un sujeto que se explota a sí mismo en forma voluntaria. Ésta es la magia del sistema. El poder, en lugar de apoderarse directamente del individuo, opera sutilmente para que él mismo reproduzca el estado de dominación que interpreta como libertad. La entrega de datos, por ejemplo, no sucede por coacción, sino por una necesidad interna. Finalmente, la libertad y la explotación llegan a coincidir plenamente.

El viejo poder disciplinario constreñía de forma violenta con preceptos y prohibiciones en contraste con el panóptico digital, que es más seductor que represor y, en lugar de operar en contra de la voluntad de los sujetos, dirige esa voluntad en su favor. No impone silencio, sino que exige compartir, participar y comunicar nuestras opiniones, necesidades, deseos y preferencias que luego se traducen en datos. Una técnica de poder que, en lugar de negar la libertad, la explota y rediseña. La decisión libre ahora se transforma en la libre elección entre distintas ofertas… “me gusta”, “no me gusta”.

En el capitalismo del consumo se venden significados y valores emotivos. El sistema neoliberal usa las emociones para estimular la producción y el rendimiento. La racionalidad, que fue el medio típico de la sociedad industrial, se considera ahora demasiado rígida e inflexible y en su lugar la sociedad de la información prefiere la emocionalidad y el libre despliegue de la personalidad. Lo propio de la racionalidad es la objetividad, la generalidad y la permanencia a diferencia de la emocionalidad que es subjetiva, situacional y variable.

La economía neoliberal, en beneficio del incremento de la producción, diseña e impulsa la emocionalización del proceso productivo y la inestabilidad y destrucción de la continuidad. La manipulación de las emociones en esta nueva economía sirve para estimular la compra y generar nuevas necesidades. Las emociones reguladas por el sistema límbico, que es la sede de los impulsos, son el fundamento energético de la acción que operan en un nivel prerreflexivo, semi-inconsciente. Es en este nivel somático donde la psicopolítica neoliberal opera a través del Big Data para influir en nuestras acciones, sin que nos demos cuenta.

Según la convención prevalente, especialmente en la comunidad cibernética, el dataismo inaugura una segunda Ilustración. En la primera, la estadística liberó el pensamiento de la mitología. Según Voltaire la estadística significaba ilustración, un conocimiento objetivo fundamentado por números y movido por números, opuesto a la narración mitológica. En la segunda Ilustración los datos pasan a ser el lente transparente y confiable y todo debe ser convertido en datos e información para liberar el conocimiento de toda ideología. ¿Cierto?

No. No exactamente, porque la pretensión de superar la ideología es en sí misma una ideología. El Big Data supone liberar el conocimiento de toda traza subjetiva y de toda intuición que, en última instancia, solo suple la falta de datos objetivos. En situaciones complejas, según el datismo, la intuición es ciega y la teoría cae bajo la sospecha de ser una ideología. Si tenemos los datos la teoría sobra; olvida la lingüística, la sociología, la ontología y la sicología. La cuestión no es por qué la gente hace lo que hace, sino que la gente lo hace y  podemos seguir y medir lo que hace con una fidelidad sin precedentes. Si tenemos suficientes datos, ellos hablan por sí mismos.

El problema es que, si recordamos la primera Ilustración, la razón desplazó la imaginación, la corporalidad y el deseo con resultados bastante problemáticos. La misma dialéctica, según B. C. Han, amenaza la segunda Ilustración que favorece los datos, la información y la transparencia generando una nueva forma de violencia. La Ilustración que surgió para eliminar los mitos, acabó enredada en la mitología. En virtud de la misma dialéctica, la segunda Ilustración, que se opone a la ideología, acaba convirtiéndose en una ideología. Incluso en una “barbarie de los datos”.

Si miramos bien, tendríamos que decir que los números y los datos no son narrativos, sino aditivos. Y esto es bien importante, porque el sentido radica en una narración. ¿Qué pasa, por ejemplo, cuando la simismidad del individuo se reduce a algo puramente cuantificable? Obviamente no responde a la más importante pregunta: ¿quién soy yo?

Los datos y los números, por muy exactos que sean, no proporcionan el autoconocimiento, no cuentan nada sobre el yo. El dataismo no tiene nada que decir sobre esto porque, en el fondo, es una técnica de control que busca estabilizar y reproducir el sistema dominante por medio de una propagación y control psicológico. Cada palabra, cada búsqueda, cada hábito, cada clic que hacemos se registra reproduciendo toda nuestra vida en la red. Los datos se recopilan, se comparan y se interrelacionan para generar perfiles que proporcionan una visión sobre la vida privada de cada uno. Una memoria digital total en la que todos estamos atrapados.

En la biopolítica no había acceso a la psique. En la psicopolítica digital el Big Data es capaz de hacer legibles incluso los deseos de los que nosotros mismos no somos conscientes, de proporcionar acceso al reino inconsciente de nuestras acciones e inclinaciones. Visto de este modo, es posible una psicopolítica que pueda intervenir y explotar lo profundo de nuestra psique y poner de manifiesto patrones de conductas colectivas que permitan el acceso al inconsciente colectivo. A esta altura, la psicopolítica digital es capaz de apoderarse del comportamiento de las masas a un nivel que escapa a la conciencia. Cambridge Analytica es sólo un ejemplo de lo que ocurre.

La estadística fue el Big Data del siglo XVIII:  contar, medir y comparar todo. El Romanticismo de la época fue la resistencia a la razón estadística, la aversión hacia la media y la normalidad. A lo estadísticamente probable opuso lo singular, lo improbable, lo repentino, lo raro, lo extremo. Nietzsche preguntaba “¿cómo se entiende que la estadística muestra la existencia de leyes históricas? ¿Leyes? Lo cierto es que demuestra cuán vulgar y repugnantemente uniforme es la masa”. A lo que aquí apuntaba Nietzsche es que los números estadísticos solo prueban que los humanos somos animales gregarios y que con el tiempo aumentamos en igualdad. ¿No es esta uniformización la que caracteriza a la actual sociedad de la información?

Algo siempre escapa a la somnolencia de la horda. A la violencia del consenso, a la convención inflexible del neoliberalismo se opone el hereje. La otredad y la extrañeza perturba la comunicación de lo igual. El hereje es el que se libera de la coacción de la conformidad, el que resiste la dictadura del consenso y la vigilancia total. El que se niega a ser una mercancía en Facebook y, en su lugar, construye espacios libres en los que sea posible cultivar lo diferente.

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