La crisis de Italia

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La crisis que atraviesa Italia ha sido tildada como la más grave desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial. Algunos expertos creen que aquel dos mil dos, cuando la República Italiana abandonó su “señoreaje”, o sea su soberanía monetaria para ingresar junto con el resto de países de la Comunidad Europea a la que se denominó la zona “Euro”, predecían que a largo o corto plazo alguna crisis financiera alcanzaría al país del Dante.

Y no le faltaron razones. La crisis ya está entre los habitantes de la península, el período de bienestar desde hace tiempo ha dejado de ser parte de las virtudes de la política italiana como se pregonaba allende las fronteras del país.
Palabras que los italianos no estaban acostumbrados a escuchar o solo las sentían en los noticieros televisivos sobre países lejanos, hoy son parte de su vocabulario diario: “recesión”, “menor consumo”, “presión fiscal”, “comedores sociales”, “gente sin techo” y la tan temida palabra “desocupación”.
Pero todo tiene un por qué: las crisis de España, Grecia, Portugal e Italia son productos de economías que se sustentaban últimamente más en los servicios y en el gasto social indiscriminado para mantener elefantes improductivos que en la creación de trabajo genuino a largo plazo. El camino debería haber sido éste o la salida de la zona del euro, ya que dentro de un sistema monetario que es gobernado por el único dueño de estancia la “Alemania Unificada”, lo más plausible para Italia hubiera sido no haber entrado a jugar.
Cuando los padres fundadores de la Comunidad Económica Europea la crearon, el mundo estaba dividido. Por el lado occidental, Estados Unidos exigía a la zona europea de su influencia no solo que no hicieran más la guerra entre ellos sino que evitaran por todos los medios que la amenaza marxista invadiera sus territorios. Pero la caída del muro de Berlín, sin la amenaza comunista, dejó sin sentido lo que décadas atrás personajes como Konrad Adenauder, Alcides De Gasperi o el mismísimo Charles de Gaulle pregonaban.
Hoy Europa no hace la guerra, pero los efectos de una guerra se ven en países como Italia. Mientras la política italiana y sus actores se discurren entre palabras, proyectos y análisis, los comedores sociales abundan y crecen, a los sin techo “senzatetto” se los ve divagar por las principales ciudades italianas entre el patrimonio artístico de la humanidad y los restaurantes abarrotados de turistas extranjeros, una realidad que el italiano común años atrás solo veía en los documentales que hablaban de países lejanos. Se calcula que cerca de once millones de italianos no pueden permitirse una comida proteica adecuada al menos cada dos días. Es la conclusión del informe elaborado conjuntamente por la principal asociación de empresarios agrícolas “Coldiretti”, y por el Centro de Estudios Sociales (Censis).
Otro ejemplo es lo que le suceden a las comunas italianas, donde la administración comunal es el termómetro del país: las municipalidades reciben un veinte por ciento menos ingresos que desde hace un lustro a esta parte, en las pequeñas comunidades eso se siente y mucho, ya que deben restringir servicios básicos.
Durante las postrimerías del gobierno de Berlusconi y el de Monti, la presión fiscal sobre los italianos fue brutal. Se triplicaron los impuestos, lo que hizo que muchos ciudadanos dejaran de abonar sus obligaciones con el fisco y la balanza de ingresos decayera.
El actual gobierno de Matteo Renzi intenta reactivar la economía italiana que padece un crecimiento cercano a cero y una de las tasas de desempleo más altas de Europa. A su vez, impuso un plan de flexibilización laboral que ha sido resistido por las centrales sindicales. Las manifestaciones contra su gobierno se ven a diario en las calles de las ciudades. Por ello, lo acusan propios y ajenos de utilizar políticas neoliberales a pesar de gobernar en nombre de la centroizquierda que siempre estuvo al lado de los que menos tienen. Muchos creen que en el año 2015 habrá elecciones anticipadas, porque será difícil que el gobierno mantenga el voto de confianza de sus aliados que no quieren ser arrastrados al abismo.it hambre
El Presidente de la República, Giorgio Napolitano, llamado “El rey Jorge” por muchos italianos en forma despectiva, ha manifestado su renuncia alegando cansancio. Muchos ven en su actitud una forma elegante de esquivar la responsabilidad constitucional. Y pensar que se vanagloriaba el anciano jefe de estado de haber sido el primer presidente itálico en ser reelegido en la historia de la nueva república italiana.
La crisis en su comienzo hubiera sido evitada con una pequeña devaluación, pero para eso era necesario tener a la vieja lira, como dijo oportunamente el economista italiano Alberto Bagnai.
A nadie escapa que la unión monetaria imposibilita que países con diferente potencia económica puedan convivir armoniosamente: la economía italiana y la alemana tuvieron siempre diferencias y ello siempre posibilitó que la industria germana avanzara más que la italiana. Debemos remontarnos al famoso plan Marshall que fue dirigido a toda la Europa bajo influencia estadounidense. Este intento no fue distribuido de la misma manera: en Alemania Federal y en la Berlín de las cuatro zonas de ocupación fue donde mayor interés recaía para los norteamericanos, el resto era considerada una segunda línea a no descuidar pero no a priorizar. Así, la Alemania Capitalista debía ser el muro ante los intentos del comunismo de penetrar en la “Europa Libre”. Alemania pudo salir adelante por los favores recibidos, se le dejaron intactas muchas de las industrias bélicas que hicieron parte de la aventura nazista, en contra de lo que Gran Bretaña proponía de desmantelarlas y ser entregadas como trofeos de guerra a los vencedores.
Pocos saben que Italia no sacó una buena tajada del famoso Plan Marshall, al contrario, todo fue recibido a cuenta gotas. El milagro italiano fue realizado por políticos visionarios como Alcides de Gasparis o emprendedores del país como Enrico Mattei, que apostaron a la creación de industrias con lo poco que quedaba de la guerra y por la emigración post-guerra que posibilitó indirectamente que la desocupación cediera, emigración que ayudó en los primeros años con las remesas de dinero a familiares.
Hoy no hay Plan Marshall, ni comunismo amenazante, ni se ven políticos visionarios. Los emprendedores italianos escasean o piensan en abrir industrias en otros tipos de países, como por ejemplo Albania. Los que emigran lo hacen ya no con la idea de hacer “L’América” y regresar al “bel paese”. Italia y los italianos están ante la disyuntiva que, como decía el padre de los poetas, Dante Alghieri, “no hay mayor dolor que recordar los tiempos felices desde la miseria”.

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