México, el miedo a la democracia

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Una vez más, la fabricación del consentimiento funcionó. Triunfó la telecracia. El poder del dinero. La elección presidencial fue una gran operación de propaganda aceitada con sobornos, extorsiones y corrupción. Un montaje orquestado por los poderes fácticos a través de monopolios mediáticos y casas encuestadoras, en sociedad con el aparato del viejo partido de Estado, el Revolucionario Institucional (PRI).

«Ganó México», afirmó Enrique Peña en la victoria. Ahora, él representa el «interés nacional». Es decir, el interés de la clase dominante. Adoctrinado por el sistema, será su administrador de turno.

Los amos de México disfrutan el espectáculo y se preparan para el gran banquete. Porque no hay engaño: se trataba de mantener a raya a la chusma libertaria, y lo lograron. En la actual selva socialdarwinista neoliberal mexicana, «ganó» el corrupto más competitivo. ¿Su tarea? Mantener a la atolondrada multitud en un estado de sumisión implícita; contener el despertar de la plebe. Ganó el candidato que contó con la maquinaria más experimentada en explotar la servidumbre humana, en controlar masas subordinadas, encadenadas a un orden autoritario-servil. Triunfó el más apto en el marco de un Estado de tipo delincuencial y mafioso en rápida fase de putinización.

Recuerda Noam Chomsky que en las sociedades industriales avanzadas la toma de decisiones reside en manos privadas, que utilizan instituciones ideológicas para canalizar el pensamiento y las actitudes de la población dentro de límites aceptables, desviando cualquier reto potencial hacia el privilegio y la autoridad establecidos, antes de que pueda cobrar forma y adquirir fuerza. La tarea consta de muchas facetas y agentes. Uno de los agentes principales para el control del pensamiento crítico son los medios de difusión masiva. Según Chomsky, los ciudadanos «deberían emprender un curso de autodefensa intelectual para protegerse de la manipulación y del control». Sólo que en México, esta vez, a la guerra sucia y el terrorismo mediáticos hay que sumar el papel propagandístico de las principales firmas encuestadoras. Los sondeos no fallaron. Fueron diseñados para engañar y/o confundir a la «opinión pública». Se manejaron espots propagandísticos en traje de encuestas, porque la gente cree que «los números nunca mienten» (la verdad matemática o «el fetichismo moderno por el número», Ilán Semo dixit). Pero las cifras no son neutrales. La ofensiva massmediática tuvo como eje la difusión de una matriz de opinión dirigida a convencer al electorado, antes de que votara, de que ya había un ganador inalcanzable.

Los nexos económico-ideológicos entre el poder mediático y los mercaderes de encuestas son públicos. Hace varios años, las barras informativas de las cadenas de radio y televisión incorporaron como «analistas» a los directores de las encuestadoras más «profesionales» del mercado. Entre ellas, Consulta Mitofsky (cuyo cliente principal es Televisa Tv-Radio), GEA/ISA (propiedad de Jesús Reyes Heroles, contratada por el Grupo Multimedia Milenio), BCG Ulises Beltrán (al servicio del Grupo Imagen Multimedia que publica el diario Excélsior), Buendía y Laredo (El Universal) y Parametría (cadena El Sol de México). El caso del «sumo sacerdote» de Mitofsky, Roy Campos, en los espacios electrónicos de Televisa y Radio Fórmula, ha sido notable. También los de Francisco Abundis (Parametría) y Ulises Beltrán.

El trabajo de los nuevos gurús ha sido contribuir a la construcción social de Enrique Peña, manipular a las audiencias («el aturdido rebaño»), fabricar una opinión pública a la carta y manufacturar un sesgo informativo en favor del bloque dominante, todo lo cual fue legitimado por las encuestas al proveerle el falso sello de la aprobación pública. Las firmas que manipularon las cifras en 2006 y legitimaron el fraude en favor de Felipe Calderón vendieron ahora el triunfo anticipado. A la manera de Antonio Gramsci, generaron el consenso necesario anexo a la fuerza. Mediante la repetición de una misma matriz –en la que participaron los intelectuales orgánicos de las cadenas de diarios bajo control monopólico–, los periodistas estrellas (press-titutes, los llamó Paul Craig Roberts) complementaron la faena. Ya en la recta final de las campañas, bajo la máscara de una «verdad técnica», protegieron al puntero prefabricado y sembraron la desesperanza entre quienes aspiraban a un cambio.

Para Etelberto Cruz, la raíz de lo que algunos definen «encuestocracia» se encuentra en que los candidatos y las corporaciones mediáticas dan un uso político a los ejercicios de demoscopia, aprovechando que no hay transparencia sobre quién paga y los intereses que están detrás de esos sondeos. El bombardeo sobre la ventaja de Peña se insertó en una estrategia deliberada para propagar «la cultura de la anomia», que Cruz define como «una cultura de la depresión que busca provocar la inacción, la parálisis del votante». Una forma de inducir el voto por el que va a triunfar o el abstencionismo. Para hacer ganar a Peña, los poderes fácticos patrocinaron propaganda en forma de encuestas disfrazadas. La influencia de los señores del dinero, que en elecciones anteriores se hacía sentir en «publicidad pagada» por particulares –ahora prohibida por ley–, se transfirió al abono de encuestas. Ello permitió la proliferación de propaganda facciosa camuflada como estudios de opinión y trabajos demoscópicos, que al no estar debidamente regulados, verificados y auditados pudieron contrabandear sus sesgos, inconsistencias científicas y deficiencias metodológicas.

Una sociedad salvaje –en el sentido socialdarwinista–, que asistió impávida al asesinato de miles de niños, jóvenes, defensores de derechos humanos, periodistas y civiles inocentes, no estuvo a la altura de la indignación del movimiento #YoSoy132, menos pulsional y más pensante, ergo, más impermeable a los espots propagandísticos. Se dibuja la irrupción de un Estado corporativista ya no atomizado por mafias. Bajo Mussolini primó la mafia de los fascistas. ¿Qué deparará el peñismo?

*Periodista uruguayo-mexicano de La Jornada

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