Progreso y desencanto

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Escuché la palabra “progreso” cuando niño (fines de la década de los 40’), por boca de mi padre, quien estaba influido por las ideas del neopositivismo, entonces en boga en esta parte del mundo, pese a que en Europa se imponía el existencialismo, como reacción a la barbarie bélica de la II Guerra.

La ciencia y su brazo activo, la tecnología, estaban haciendo posibles logros impensados un siglo antes. Algunos sostenían (sostienen) que las grandes guerras aceleran las aplicaciones tecnológicas. Discutible, pero aquel progreso era un fenómeno –lo sigue siendo en muchos ámbitos– indiscutible y de suyo perturbador. En julio de 1969, la carrera espacial llegaba a su cenit con el alunizaje de la nave Apolo. (Mi abuela decía que se trataba de una patraña, una invención más del cine aliado a la publicidad, una puesta en escena de burda tramoya).

Ortega y Gasset había advertido, en los años 20’ del pasado siglo, que el progreso tecnológico y científico no avanzaba a parejas con una filosofía que lo sustentara, muy lejos de un proceso coherente de crecimiento, moral y espiritual, del orgulloso homo sapiens. Casi un siglo después podemos constatar, con profunda decepción y escepticismo, que su aserto sigue siendo válido y aun que se agudiza el diagnóstico.

Nuestro planeta Tierra –el único que hasta ahora poseemos como hogar– padece un deterioro ecológico y climático de insospechables consecuencias, mientras los estados más poderosos lucubran paliativos falaces para mitigar el “efecto invernadero” y la contaminación acelerada de ríos y mares, puesto que el sistema económico mundial explota los recursos naturales de manera desquiciada, en pro de una productividad que se basa en el concepto “desechable”, esto es, crear para destruir de inmediato y volver a producir, acumulando chatarra, basuras y desechos que, en más de un noventa por ciento, no se reciclan ni renuevan.

El panorama –me parece– no puede ser más desolador y oscuro. Y uno se pregunta: ¿hasta dónde será susceptible mantener los forzados “índices de crecimiento”, dudosa tabla para medir la factibilidad del sistema?

No obstante, surgen voces ilustres que afirman lo contrario, como la de Michel Serres, prestigioso filósofo francés quien sostiene, en su nuevo libro, que “el mundo vive su mejor época desde hace 3.000 años”. Esto podríamos sostenerlo desde dos perspectivas: una, a partir del añejo providencialismo, basado en el “plan de Dios para la redención del ser humano y su posterior felicidad eterna”, lo que significa que todo está previsto para un fin específico y radiante: la teleología judeo-cristiana que comparten otros credos del positivismo escatológico; la otra, sustentada en los avances vertiginosos de la ciencia y la tecnología, que serán capaces, incluso, de revertir los procesos, hasta hoy “naturales”, de la enfermedad, la decrepitud y la muerte, produciendo y clonando individuos cada vez más perfectibles –biológicamente hablando.

Michel Serres advierte: «Si usted busca en Internet ‘causas de mortalidad en el mundo le saldrán las cifras oficiales facilitadas por la Organización Mundial de la Salud. No son datos de Michel Serres, sino de la OMS. Bueno, pues verá usted que la causa menos frecuente de muerte en la actualidad es ‘guerras, violencia y terrorismo’. Muere infinitamente más gente a causa el tabaco y de accidentes de coche. Así que hay una gran contradicción entre el estado real de las cosas y la forma en que lo estamos percibiendo, porque vivimos como si estuviéramos inmersos en un estado de violencia perpetua, pero eso no es real en absoluto».

Le faltó al venerable Serres mencionar la obesidad, la diabetes y el cáncer. Pero quizá omite una de las causas de muerte que aumenta con mayor celeridad en este mundo “ancho y ajeno”: el suicidio, cuyas cifras de crecimiento estadístico resultan alarmantes. Y otra no menos alarmante: el asesinato cotidiano de mujeres y la expoliación de niños y mujeres por los nuevos amos de la economía globalizada.

Me imagino que “estar bien o mejor” apunta a la incierta probabilidad de encontrar el pájaro azul de la felicidad, lo cual es muy difícil de establecer como parámetro colectivo, salvo que nos atengamos a ciertas encuestas televisivas orientadas a constatar el efecto entretenimiento/dicha, cuyos resultados macro, por ejemplo, asegurarían que

Anexo|
Las paradojas del progreso: datos para el optimismo

Kiko Llaneras-El País| Los datos señalan que la humanidad está en la mejor situación de su historia y, sin embargo, la mayoría cree que el mundo empeora. Los políticos populistas están aprovechando Resultado de imagen para Las paradojas del progresoesta percepción ignorando que estamos mejorando en todos los parámetros.

El 81% de los votantes de Donald Trump creen que, hace 50 años, se vivía mejor, que el mundo era un lugar mejor. Una opinión que podría definirse como reaccionaria: cree que los cambios están empeorando las cosas.

Esta visión está lejos de limitarse a los votantes de Trump. La percepción de que el mundo retrocede, de que nos dirigimos hacia una suerte de caos, es amplia. Según un estudio del Instituto Motivaction, el 87% de la población mundial cree que, en los últimos 20 años, la pobreza global ha permanecido igual o ha empeorado.

La paradoja es que los datos dejan claro que esta es una idea falsa. El mundo no empeora, mejora.

No significa esto —vaya por delante— que el mundo sea un lugar perfecto. Ni siquiera un buen lugar. Padecemos injusticias, guerras, hambre y violencia. Una minoría de la población posee la mayor parte de la riqueza, mientras 760 millones —el 11% más pobre— sobreviven con menos de 2 dólares al día. La pobreza es cotidiana. Pero de todos los escenarios globales que hemos conocido (no imaginado o deseado, sino conocido) este es el mejor.

El científico cognitivo y profesor de Harvard Steven Pinker es uno de los autores que han aportado más datos en defensa de esta tesis. Su libro Los ángeles que llevamos dentro trata de demostrar que vivimos en la época más pacífica y próspera de la historia. “La gente a lo largo y ancho del mundo es más rica, goza de mayor salud, es más libre, tiene mayor educación, es más pacífica y goza de mayor igualdad que nunca antes”, señala Pinker. “Todas las estadísticas señalan que mejoramos. En general, la humanidad se encuentra mejor que nunca”.

El escritor e historiador sueco Johan Norberg es otra de las voces destacadas de esta corriente de pensamiento. Defiende en su libro Progress: Ten Reasons to Look Forward to the Future (Progreso: diez motivos para mirar hacia adelante) que el capitalismo es el sistema que más ha hecho progresar al ser humano y que vivimos en el mejor momento de nuestra historia. “El mundo está mejorando rápidamente. De hecho, nunca antes el mundo mejoró así de rápido. Por cada minuto de esta conversación, cien personas salen de la pobreza”, explica.

Los datos respaldan estas afirmaciones.

Nos muestran, por ejemplo, que los adultos disfrutan en la de vidas más largas y que la mortalidad infantil se ha dividido entre cuatro. En 1960, según datos de la OMS y el Banco Mundial, de cada cinco niños uno se moría antes de cumplir cinco años; ahora sobreviven 19 de cada 20.

La riqueza también se ha multiplicado. Desde 1980 el porcentaje de personas que viven en la pobreza extrema se ha reducido a una cuarta parte. En el sur de Asia la sufrían el 50% y ahora el 15%. En el este de Asia y el Pacífico, la pobreza extrema pasó de afectar al 80% (cuatro de cada cinco personas) a apenas el 3,5%.

La alfabetización va camino de ser universal: en 1980 todavía el 44% de las personas sobre el planeta no sabían leer y escribir; ahora son sólo el 15%, según datos de la OCDE y la UNESCO. Además se está cerrando la brecha entre la educación que reciben los hombres y las mujeres de todo el mundo. En España cicatrizó en 2005. Muchos de estos datos provienen de la web Our World in Data, un proyecto que recopila indicadores para mostrar cómo están cambiando las condiciones de vida de las personas en todo el mundo.

Desde los años ochenta se han reducido las guerras. La violencia retrocede: en las sociedades agrícolas causaba alrededor del 15% de todas las muertes, según el pensador israelí Yuval Harari, autor de Sapiens. De animales a dioses. Durante el siglo XX provocó el 5% y hoy sólo es responsable del 1% de la mortalidad global.

Por qué no vemos este progreso

Si los datos muestran mejora, ¿por qué existe la percepción de que empeoramos? Hay muchas respuestas. Todas correctas y ninguna completa. La primera es que somos más críticos, mucho menos tolerantes ante los errores e injusticias del sistema. Nunca antes la humanidad había sido tan exigente consigo misma. Cosas que hoy nos parecen intolerables eran la norma: en 1980, el 54% de los españoles pensaba que ser homosexual era injustificable (esa cifra ha bajado hasta el 8%). Esta exigencia nos hace sentir que no mejoramos (o que, al menos, no mejoramos lo suficiente).

Johan Norberg añade otra respuesta: “Tenemos mejor acceso a las noticias y a la comunicación que nunca. Y en los medios, las malas noticias son las que venden. Nos enteramos de alguna mala noticia o algún nuevo incidente cada minuto. Los desastres y las tragedias no son algo nuevo, pero los móviles y las cámaras sí lo son. Y esto hace que nos dé la impresión de que esos horrores son más frecuentes de lo que eran”.

Steven Pinker coincide: “Mientras el número de incidentes o desastres no baje hasta cero, siempre habrá alguno para publicar. Cada cosa que sucede es tremendamente visible hoy en día”. Así, las crisis económicas y de migrantes, los horrores del ISIS o el yihadismo (París, Bruselas, Estambul…) han entrado casi a diario en nuestros hogares a través de muchos y muy diversos canales. Hoy en día seguimos al minuto un golpe de Estado en Turquía mientras terminamos la cena. La percepción, el poso final que queda por culpa de estas tragedias, es que hemos alcanzado cotas de horror inéditas. Los datos —que dicen lo contrario— quedan sepultados bajo la oleada de malas noticias.

A todo esto cabe sumar otro factor: la nostalgia. “Cuando la gente piensa en ‘los buenos tiempos’, se retrotrae a la época en la que crecieron, una época en la que no tenían que pagar facturas, no tenían hijos ni responsabilidades”, explica Norberg. Quizás lo que añoramos no es el mundo de nuestra juventud sino nuestra juventud misma.

Hay una última teoría planteada por algunos científicos y que, grosso modo, defiende que no estamos hechos para ser felices. La evolución nos dotó de una biología que nos impide estar absolutamente satisfechos, porque así nos mantiene activos, curiosos, despiertos y ambiciosos.

Arma para los políticos

El debate entre percepción y datos no pasaría de eso, de un debate, si no fuera porque la creencia de que el mundo empeora se usa con fines políticos. Si el mundo empeora, mejorarlo exige cambiar el sistema (aunque el sistema, o partes del mismo, siempre según los datos, nos hacen ir a mejor). Quien se oponga a cambiarlo todo será alguien que se opone a frenar el empeoramiento del mundo. Es decir, un egoísta, un inmoral, o un irresponsable. O todo a la vez. “Los políticos populistas nos quieren asustados y difunden mitos sobre amenazas inmediatas para nuestra supervivencia y modo de vida. Porque saben que la gente asustada quiere construir muros y votar a hombres fuertes que prometen mantenernos a salvo”, reflexiona Norberg.

¿Qué pasa con la crisis? Muchos políticos esgrimen la crisis como evidencia de que vamos a peor. Y, en cierto modo, tienen razón. En España parece aventurado decir que vivimos mejor que en el año 2005. Este país atraviesa la crisis más grave en décadas y ha retrocedido en los últimos años debido al bache económico. Pero eso no implica que, en términos generales y a largo plazo, estamos empeorando. El PIB por habitante está al nivel de 2004. Pocos indicadores nos han devuelto más allá de 2000 y muchos no han dejado de mejorar. Se trata de alteraciones puntuales —que provocan sufrimiento a miles de individuos, claro—, pero que forman parte de un proceso que abarca siglos.

Lo explica Pinker: “Hay periodos de subidas y bajadas, que, en general, no llegan a alterar una progresión sostenida. Por ejemplo, la tasa de crimen en Estados Unidos creció un poco el año pasado con respecto al anterior, pero en general la tendencia en global es de descenso. Otro ejemplo: la cifra de muertos por guerras aumentó tras 2011, debido a la guerra de Siria, pero siguió siendo mucho más baja que en los 50, los 60, los 70, los 80 y los 90”.

Al pensar en la crisis, además, solemos olvidar que el mundo no es sólo Occidente. Mientras Europa y Estados Unidos padecían la recesión, en otras partes el progreso no sólo no se detuvo sino que se aceleró. Entre 2005 y 2013, en el conjunto del planeta, la pobreza extrema se redujo a la mitad. La esperanza de vida aumentó en 3 años y se redujo la mortalidad infantil en todos los continentes.

La paradoja de la desigualdad

Por supuesto hay peros, asteriscos que poner al progreso sostenido de la humanidad. Uno es la desigualdad. Las diferencias han aumentado en muchos países ricos, como Estados Unidos, Alemania o Suecia. En el caso de España, ese aumento ha hecho que sea uno de los países con rentas más desiguales de la UE.

Pero de nuevo se antoja necesario mirar fuera de nuestras fronteras. Si lo hacemos veremos que la desigualdad global no crece, sino que se reduce. El motivo es que millones de personas en China, India y otros países han escapado de la pobreza. “Los pobres se están enriqueciendo más rápido que los ricos”, explica Pinker. Según cálculos de Tomas Hellebrandt y Paolo Mauro, en un trabajo para el Peterson Institute for International Economics, la desigualdad de renta se ha reducido de 69 a 65 puntos entre 2003 y 2013. Las diferencias entre ricos y pobres globales son muy grandes, pero se están estrechando.

Además la relación entre desigualdad y pobreza ha cambiado. “La desigualdad aumenta porque los ricos tienen más sin que esto —y por primera vez en la historia de la humanidad— suponga que los pobres tengan menos”, explica el economista Branko Milanovic, autor de Los que tienen y los que no tienen (Alianza Editorial) y Global inequality: A new approach for the age of globalization. “La riqueza puede crecer sin que afecte a la subsistencia de gran parte de la población”. Durante siglos no hubo crecimiento y, por tanto, la riqueza de unos era la pobreza de otros. Esto ya no es así.

“Hay otro punto”, añade Johan Norberg. “La desigualdad se suele medir sólo en dinero, pero hay más ángulos. Bill Gates es diez millones de veces más rico que tú, ¿pero su vida es diez millones de veces mejor que la tuya? No lo creo. Sí, tiene un avión privado, pero probablemente use el mismo móvil que tú y el mismo ordenador que tú. Y seguramente no vivirá 30 años más que tú y no tiene un 99% menos de probabilidades que tú de que sus hijos mueran antes de los 5 años. En cosas no económicas es posible que haya más igualdad. Por ejemplo en educación o acceso sanitario”.

Pinker aún va más lejos: “La desigualdad económica no es un un problema fundamental; la pobreza lo es. Si las personas están más sanas, bien alimentadas, y disfrutan sus vidas, no importa cómo de grande sea la casa de J. K. Rowling. Y las tasas de pobreza global están cayendo”.

Pero ¿qué es mejorar?

Pongamos el ejemplo de una tribu del Amazonas que hace 100 años vivía en medio de la jungla sin que nadie ni nada perturbara su existencia. El año pasado una empresa maderera acabó con su hábitat. El mundo, tal y como lo conocían, ha acabado de forma traumática para ellos. ¿Cómo aseverar que para esta tribu el mundo ha progresado? No existe una concepción irrefutable sobre lo que se considera progresar. Es indudable que vivimos más, hay menos pobreza, más confort y menos violencia. ¿Pero somos más felices?

Algunos pensadores como Yuval Harari plantean este debate. ¿Es más feliz hoy un minero de Siberia que un cazador-recolector de hace veinte mil años? Resulta imposible saberlo. Un acuerdo para medir si la humanidad ha progresado es saber si hemos mejorado en los parámetros que exigimos para ser felices. Es decir, si nuestros gobiernos nos van concediendo lo que les llevamos siglos pidiendo: buena salud, educación, confort, tiempo de ocio, libertad. Sucesivos estudios han observado que, en general, los países donde tienen estas cosas las personas se dicen más felices, consideran que han progresado.

Como especie, como civilización, como mundo, hemos avanzado hacia lo que consideramos progreso, hacia lo que hemos perseguido y entendemos como un mundo mejor. Seguimos lejos de un mundo perfecto o ideal, si es que existe. Pero los datos nos dicen que, a pesar de percepciones —interesadas o no—, avanzamos por el buen camino. Aunque cueste creerlo, aunque falte mucho por andar.

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