Ray Bradbury / Se quebró la copa del vino del verano

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Lo mejor de su obra se fecha en la década de 1951/60 —un puñado de relatos y tres novelas: Crónicas Marcianas, Fahrenheit 451 y El hombre ilustrado—; para no pocos lectores de ciencia-ficción, el género que le dio fama y prestigio, Bradbury no puede en esencia ser considerado uno más entre los escritores de c-f.| ALEJANDRO TESA.

 

A contrapelo de la literatura de sus pares, Bradbury impone a sus lectores una prosa de fácil poesía —lo que no significa necesariamente mala poesía— alejada de cualquier descripción violenta; no obstante, bien comprendido, es un escritor casi obsesivamente dedicado a desenmascarar la violencia. En sus mejores páginas casi se diría que exige el abandono de la violencia y dar un contenido trascendente a la vida cotidiana de las personas y a los actos de gobierno.

 

No es la violencia personal —como en el caso de la novela detectivesca— lo que ocupa a Ray Bradbury; es la violencia ante lo que es distinto, la violencia del afán conquistador, la que se ejerce sobre lo que no se comprende. Violencia a veces, sí, explícita en Crónicas Marcianas, aunque sea una lejana, desatada en la Tierra; violencia también de no comprender, no querer comprender lo otro ni al otro.

 

Su libro más logrado probablemente sea el trabajo de los bomberos de Fahrenheit 451 —la temperatura a la que se quema y arde el papel— distopía que a ratos parece estar cumpliéndose: es necesario quemar los libros (el contenido de todos los libros) para preservar el orden social. Fuerte es el romanticismo que impregna la obra: mientras los bomberos (el «establishment») queman libros, grupos cuasi anarquistas arriesgan la vida para memorizarlos.

 

Romanticismo también presente en El hombre ilustrado, que en su cuerpo lleva el suceder de las personas, mismo que lo obliga a una constante soledad, la de no poder comunicar lo que bien podría ser de todos.

 

Otros libros, quizá a partir de Las doradas manzanas del Sol o de El vino del verano, van cerrando la veta de c-f, cambiándola por historias en las que lo cotidiano-lejano adquiere un tono melancólico, como de lamento por la pérdida del Edén. Como en aquel breve relato de la noche del anunciado fin del mundo en la que el marido que se levanta a cerrar una canilla que gotea…

 

Conocido el deceso del escritor informó la prensa que el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, hombre sin duda culto y sensible, dijo: el «don [de Bradbury] para contar historias remodeló nuestra cultura y expandió nuestro mundo». Quizá un buen epitafio, pero a despecho de eso una frase vacía, posible solo en quien impulsa la violencia e intenta expandir el poder y la intolerancia por todo el planeta.

 

Más delicado fue Stephen King; el autor de It, probablemente la mejor novela de terror, en la frontera de la metafísica, contemporánea; dijo: «El sonido que escucho hoy es el tronar de las pisadas de un gigante que se apagan. Pero las novelas y las historias continúan, con toda su resonancia y extraña belleza»,

 

No tuvo mucha suerte con el cine; sus tres novelas fueron adaptadas. Frahrenheit… por Truffaut en 1966, no del todo lograda; El hombre ilustrado, dirigida por Jack Smight en 1969), y Crónicas marcianas, realizada por Michael Anderson, en 1980. Antes, en 1953 Jack Arnold dirigió It came fron outer space (Vino del más allá), basada en uno de sus cuentos, filme sin grandes pretensiones al que se lo estima un clásico de la época.

De cualquier modo escribió y adaptó o colaboró como guionista para decenas de historias, propias y ajenas, para el cine y la tv, entre ellas el Moby Dick de John Huston, sobre la novela de Melville.

 

Lo mejor que se puede decir sobre Ray Bradbury lo dijo él mismo:
 

 

«No soy una persona seria, y no me gusta la gente seria. No me veo como un filósofo. Eso es demasiado aburrido».

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